El anfiteatro donde se llevaría a cabo el careo era suficientemente grande para acomodar a veinticinco mil adultos, lo cual era muy adecuado, puesto que solo podían asistir adultos. Los demás tendrían que buscar lugares en la selva sobre la enorme estructura en forma de tazón en el costado occidental del lago.
Los bloques de piedra que actuaban como bancas en gradas de tierra estuvieron casi llenos poco después del mediodía. Para cuando el sol descendía por el cielo occidental ya no había espacios vacíos donde pararse, mucho menos sentarse.
Thomas se hallaba con Rachelle y sus tenientes en una de las plazoletas con vista al espectáculo.
– Yo debería estar siguiendo la pista a las hordas en el desierto -masculló Thomas.
– No pienses que no serás llamado a hacer aquí tu parte -objetó Mikil-. Cuando esto termine iremos tras las hordas y yo seré la primera a tu lado.
Ella se hallaba al lado de Jamous. Habían anunciado sus planes de casarse en la celebración de la última noche. A la derecha de ellos, William escrutaba el gentío.
Rachelle puso la mano en el hombro de Thomas. Solo ella entendía aquí el dilema de su esposo.
– Aunque haya una pelea, no lo mataré, Mikil -afirmó él-. Destierro, o muerte.
– Bien. Destierro es mejor que darle la libertad de envenenar las mentes de nuestros niños -concordó ella.
– Debo ir otra vez tras los libros de historias -anunció él soltando un suspiro de alivio.
– Y esta vez entraré a la tienda -aseguró Mikil-. Puedo pasar sin el resto de esta Concurrencia. Tratamos con Justin y luego nos vamos a encontrar tus libros. Y Jamous vendrá con nosotros.
– Mientras esté contigo, puedo atravesar el desierto -contestó Jamous después de besarla en la boca.
– Eternamente -dijo ella.
– Eternamente -repitió él y se besaron otra vez.
De repente se hizo silencio en la muchedumbre.
– Están viniendo.
Thomas fue hasta la barandilla y miró el anfiteatro abajo. Ciphus bajaba la prolongada ladera en su larga túnica blanca ceremonial. Detrás de él los otros seis miembros del Consejo. Se acercaron a una larga plataforma en el medio del campo. Siete grandes antorchas ardían en un semicírculo alrededor de ocho elevados taburetes de madera. Un atril tenía un tazón de agua entre ellos.
Los hombres se fueron en silencio hacia siete de los bancos. El octavo permanecía vacío. Si Justin ganaba el careo se le permitiría sentarse con el Consejo, demostrándole así que lo aceptaban. Ya que los miembros del Consejo habían solicitado el careo, no estaban obligados a aceptar la doctrina de Justin, pero con el tiempo hasta la podrían incorporar al Gran Romance.
Los miembros subieron a sus taburetes y quedaron frente a una plataforma parecida y más pequeña con un solo taburete a menos de veinte metros de los de ellos.
– ¿Dónde está Justin? -susurró Mikil.
Ciphus levantó una mano pidiendo silencio, aunque no era necesario ningún gesto… nadie se movía, mucho menos hablaba. Si Thomas tosiera, todo el coliseo lo oiría.
– El Consejo hará público el careo de las filosofías de Justin del Sur en esta la décima Concurrencia anual de todos los habitantes del bosque -gritó Ciphus, con voz fuerte y clara-. Justin del Sur, te convocamos.
El Consejo se volvió hacia la ladera por donde había ingresado. Siete enormes árboles en la cima de la cuesta marcaban la única entrada al anfiteatro.
Nadie apareció.
– No se presentará -expresó Mikil-. Sabe que está equivocado y que es…
– ¿Quién es ese? -interrumpió William.
Un lugareño caminaba desde uno de los asientos más bajos. En vez de usar la túnica corta más popular, estaba vestido con una más larga con capucha beige. Y usaba botas de soldado.
– Es él -anunció Jamous.
El Consejo aún no lo había visto. El hombre se dirigió hacia el taburete solitario, se sentó y se despojó de la capucha.
– Justin del Sur les acepta el careo -exclamó en voz alta.
El Consejo giró al unísono. Murmullos recorrieron el anfiteatro. Unas cuantas sonrisas.
– Es audaz; lo admito -manifestó Mikil.
Thomas pudo ver literalmente la indignación que le salía a Ciphus por los oídos.
El anciano levantó la mano para pedir silencio, esta vez sí era necesario. Se dirigió hasta el tazón, metió las manos en el agua y se las frotó en una toalla pequeña. Detrás de él los demás miembros tomaron sus asientos.
Ciphus fue hasta el borde de la plataforma y se jaló la barba.
– Es precisamente esta clase de artimañas las que temo que te hayan engañado, amigo mío -declaró con voz suficientemente alta para ser oído.
– No tengo deseos de confundir las importantes preguntas que ustedes harán -objetó Justin-. Es lo que digamos hoy, no cómo luzcamos, lo que ganará o perderá los corazones de las personas.
Ciphus vaciló, luego se dirigió al pueblo.
– Oigan entonces lo que tengo que decir. El hombre que hoy vemos sentado delante de nosotros es un poderoso guerrero que en su momento favoreció a las selvas con muchas victorias. Es la clase de individuo que ama a los niños y marcha como un verdadero héroe, además acepta elegantemente las alabanzas. Todos sabemos eso. Por todo esto debo gratitud a Justin del Sur -exclamó y luego inclinó la cabeza hacia Justin-. Gracias.
Justin devolvió la inclinación.
Ciphus no era tonto, pensó Thomas.
– Sin embargo, se dice que en estos dos últimos años este hombre también ha extendido el veneno de la blasfemia contra Elyon por el Bosque Sur. Nuestro deber hoy es simplemente determinar si esto es verdad. No juzgamos al hombre sino a su doctrina. Y, como con cualquier careo, ustedes, el pueblo, juzgarán el asunto cuando hayamos concluido nuestros análisis. Así que juzguen bien.
A la izquierda de Thomas se oyeron murmullos, voces que ya discrepaban. Estos debían ser del Bosque Sur, los partidarios más fuertes de Justin. ¿Dónde estaban los hombres que habían entrado al Valle de Tuhan con Justin? Ronin y Arvyl, si Jamous le había informado correctamente. Sin duda, sus voces estaban entre la multitud, pero no en el ruedo como Thomas pudo haber esperado. Por otra parte, así era como Justin peleaba sus propias batallas y defendía sus propias filosofías. Era probable que les hubiera prohibido interferir.
– ¡Silencio!
Se volvieron a callar.
– No tardaré mucho. En realidad es un asunto muy sencillo. Creo que para esta indagación podríamos hacer que los niños voten y terminaríamos con un veredicto claro y justo. El asunto es este.
Ciphus se volvió a Justin.
– ¿Es verdad o no que las hordas son verdaderas enemigas de Elyon?
– Es verdad -contestó Justin.
– Correcto. Todos sabemos eso. Además, ¿es verdad o no que conspirar con el enemigo de Elyon es conspirar contra el mismo Elyon?
– Es verdad.
– Sí, por supuesto. Todos también sabemos eso. Además, ¿es verdad o no que recomiendas crear un vínculo con las hordas para negociar la paz?
– Es verdad.
Una exclamación brotó en el coliseo. De la izquierda surgieron murmullos de asombro y de la derecha amonestaciones para dejar que terminaran. Ciphus volvió a callar a la turba con la mano. Evaluó con cuidado a Justin, creyendo sin lugar a dudas que él estaba trazando algunas de sus artimañas.
– ¿Comprendes que conspirar con las hordas siempre ha sido traición para nosotros? No llegamos a acuerdos con el enemigo de Elyon, según la palabra del mismo Elyon. Nos suscribimos a la profecía del niño, de que Elyon proveerá una manera de limpiar al mundo de este azote que está sobre nosotros. A pesar de eso, tú pareces querer hacer la paz con el enemigo. ¿No es esto una blasfemia?
– Blasfemia, sí -contestó Justin.
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