Theresa respiró hondo.
– Solo ha pasado una semana. Se necesita tiempo para reconocer patrones a menos que sepas lo que estás buscando. Los militares saben lo que buscan, pero se les ha dicho qué esperar bajo varias historias ocultas.
– Pero, ¿por cuánto tiempo? ¡Esto es absurdo!
– ¡Por supuesto que es absurdo! ¡Todo el asunto es absurdo!
Él puso la mano en el capó del Durango de Theresa. Frío. Ella llevaba aquí bastante tiempo. Quizás toda la noche. O más.
– Nuestra historia acerca de la isla en cuarentena al sur de Java está empezando a derrumbarse -confesó ella-. Una cantidad de personas salieron de la isla antes de que la cerraran. La prensa de allá se está preguntando cuánto se ha extendido. Igual la mitad de laboratorios que trabajan con nosotros.
– Ese es exactamente mi punto. No hay manera de que puedan contener esto. Deberíamos tener a todos los laboratorios del mundo trabajando las veinticuatro horas del día en esto…
– ¡Tenemos prácticamente a todos los laboratorios del mundo trabajando las veinticuatro horas del día en esto!
– Deberíamos tener afuera a todos los militares, buscando a esos terroristas…
– Ya tenemos en esto a todas las agencias de inteligencia con algo que ofrecer. Pero, por favor, estos tipos tienen el antivirus… sencillamente no podemos enviar tras ellos un crucero de misiles.
– ¿Sabemos dónde están?
Ella no respondió, lo cual significaba que lo sabía o que tenía una buena idea.
– Es Francia, ¿verdad? Ninguna respuesta.
– Finalmente, una excusa para destruir con armas nucleares a Francia.
– Creo que allá podría haber algunos interesados.
– Sin duda no el gobierno apropiado.
– No. No sé nada más, Mike -dijo ella, levantando una mano-. No más. Estoy perdiendo tiempo aquí. Ella empezó a retroceder.
– Las personas deben arreglar sus cosas -advirtió él-. Con sus hijos. Con Dios. Veinticuatro horas, Theresa. No te implicaré.
– Haz lo que tengas que hacer, Mike -expresó ella, volteando a mirarlo-. Solo piensa mucho y muy bien antes de hacerlo.
***
– ¿ADONDE VAMOS? -inquirió Monique resoplando.
– Lejos de Carlos -contestó Thomas escudriñando la pradera que yacía delante de ellos; detrás de esta, un brumoso horizonte-. ¿Tienes alguna idea de dónde estamos?
– Yo diría que al norte. Quizás en las afueras de París.
– La Süreté estará registrando el país por nosotros tan pronto como Carlos envíe el mensaje -comentó él-. Tenemos que conseguir un teléfono que tenga servicio a Estados Unidos. Los aeropuertos serán demasiado peligrosos. ¿Qué tal el Canal de la Mancha?
– Si pudiéramos encontrar un modo de llegar al canal sin ser rastreados. ¿Por qué no París?
Ella era francesa y pasaría fácilmente. Él podría destacarse.
– ¿Conoces bien París?
– Bastante como para perderme entre el gentío.
– Tenemos tres días antes de que informen al público. Cuando eso ocurra tendrán que declarar la ley marcial. El transporte público se paralizará. Debemos salir del país antes de eso.
– Entonces París es nuestra mejor alternativa. Yo diría que está al occidente.
– ¿Por qué?
– El horizonte no está claro hacia el occidente. Contaminación. Él consideró el razonamiento de ella.
– Está bien, al occidente.
Corrieron durante casi dos horas antes de que el sol comenzara a hundirse en el horizonte occidental. Se toparon con varios edificios de granja, los cuales bordearon después de una rápida mirada, pero aún no veían carreteras pavimentadas. El problema con usar el teléfono de una granja era que sin duda la Süreté rastrearía cualquier llamada que se originara en esa parte de la nación, una tarea sencilla cuando allí no podía haber más de unas cien en ciento cincuenta kilómetros cuadrados. Un teléfono público en un lugar frecuentado por turistas sería mucho más seguro.
El problema con encontrar ese lugar era simplemente que Thomas y Monique corrían a ciegas. No solo habían perdido la luz, sino que aún no estaban seguros de dónde se hallaban.
Siguieron corriendo, dudando entre sacar tiempo para encontrar la dirección correcta y mantener la distancia entre ellos y toda persecución que emprendiera Carlos. Dos veces Thomas retrocedió en su camino, se dirigió al sur por varios centenares de metros y luego siguió otra vez hacia el occidente.
La mente de Thomas forcejeaba con otros asuntos mientras corrían. La herida que le había provocado a Carlos en el cuello. Resultó que tenía razón: Conocer las realidades y creer en ellas les abría una conexión. No una puerta… pues Carlos no había despertado como Johan, ni viceversa. No de lo que Thomas supiera, de todos modos. Pero entre ellos se había provocado algún tipo de relación de causa y efecto. Quienes creían en las dos realidades veían los efectos transferibles en ambas. Sangre, conocimiento, destrezas.
Si se sangra en una, se sangra en la otra.
Sin duda, Monique iba a creer después de ver lo que le sucediera a Carlos. Tal vez con la inducción de Thomas ella creería que estaba conectada con Rachelle. Pero, ¿era eso algo bueno?
Y si él matara a Johan, ¿moriría aquí Carlos? Quizás.
Dejar que Johan viviera había sido la decisión correcta; estaba seguro de eso. Ahora que conocía el enlace con Carlos, tendría que reconsiderar el asunto. Sin embargo, ¿cómo podría él matar al hermano de Rachelle?
También había otro asunto que le molestaba, algo que tenía dificultad en identificar. Su memoria se había nublado con esos sueños, no podía decir por qué, pero había un problema con Justin del Sur.
El guerrero lo había derrotado en buena lid y había revelado sus intenciones de negociar una paz, mientras las hordas tramaban su derrota final. Mikil había enviado dos grupos de exploradores, pero aún ninguno informaba de amenazas graves. Thomas había reforzado los guardianes en cada lado de la selva, pero aparte de eso no podía hacer nada más que esperar mientras Justin…
Se paró en seco.
– ¿Qué pasa? -preguntó Monique deteniéndose también.
– Nada -respondió él y siguió corriendo.
Pero había algo. Estaban las palabras de Qurong, las que alcanzó a oír en el campamento de las hordas. Podía oírlas ahora.
– «Te lo digo, la brillantez del plan está en la audacia -había comentado Qurong-. Ellos podrían sospechar, pero con nuestras fuerzas a sus puertas se verán obligados a creer. Hablaremos de paz y escucharán porque deben hacerlo. Para el momento en que hagamos actuar la traición en él, será demasiado tarde».
Para el momento en que hagamos actuar la traición en él, será demasiado tarde.
¿Quién era «él»? Cuando Thomas supo que no había matado a Martyn, que el hombre con quien Qurong había estado hablando no era Martyn, había supuesto que «él» tenía que ser Martyn. El pensamiento se le cruzó por la mente cuando Justin llevó a Martyn al anfiteatro. En parte por eso Thomas no tenía intención de creer en ninguna paz que esos dos negociaran. Sus guardianes estarían listos.
Pero, ¿y si «él» fuera Justin del Sur?
¡Por supuesto! ¿Quién mejor para traicionar que un héroe entre el pueblo, un poderoso guerrero que montara como un rey por el Valle de Tuhan y derrotara al comandante de los guardianes en un combate cuerpo a cuerpo?
¡Fue una trampa! Justin podría tener ya una alianza con Martyn. Había negociado la retirada de los encostrados del Bosque Sur. Luego había regresado al campamento principal de las hordas con Martyn y llegó a tiempo para salvar a Thomas y su grupo en una demostración de buena fe. El hombre en lo alto de la colina que observaba a Thomas y sus hombres había sido Martyn.
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