– Yo podría matar a ese…
– ¡Silencio! Ni una palabra más, Mikil. Acaba de salvar tu vida.
– ¿Y a qué costo?
El no obtuvo respuesta.
CÍCLOPE.
El sigilo era imposible. No tenían una semana para rastrear la selva en busca de un túnel que pudiera llevarlos al interior de la montaña. Lo que tenían era tecnología de infrarrojos que desnudaría electrónicamente a Cíclope de suficiente follaje para revelar cualquier anomalía sospechosa, como el calor, por ejemplo.
Habían aterrizado el C17 táctico en el aeropuerto de Sentani, lo reabastecieron de combustible e inmediatamente volvieron a subir a los cielos para enfrentar la montaña sobre la costa. El pronóstico del tiempo era bueno, los vientos estaban bajos y el equipo había dormido bien en el vuelo sobre el Pacífico.
Aun así, Thomas no podía quitarse de encima la ansiedad. ¿Y si estaba equivocado? ¿Y si Rachelle hubiera estado equivocada?
Además, otro pedazo de información complicaba ahora el asunto: No había podido recuperar los libros de historias en su sueño. Qurong aún los poseía todos, menos aquel con páginas en blanco. La única información útil que tenía de sus sueños era la afirmación de Rachelle de que Monique estaba aquí, en esta montaña.
El transportador volaba bajo, revisando los árboles, cubriendo la parte trasera de la montaña en largos rastreos. El capitán Keith Johnson se le acercó desde la cabina de mando pareciendo algo salido de un libro de aventuras gráficas, con todos sus componentes de camuflaje: un casco con equipo de comunicación que le permitía ver la proximidad de cada uno de los cuatro líderes de grupo a través de un visor que se hallaba sobre el ojo derecho. Paracaídas. Mochila de selva. Dos granadas. Cuchillo de empuñadura verde con una hoja brillante por el que Mikil daría su mejor caballo.
Los demás parecían iguales. Solo Thomas estaba vestido de forma distinta.
Uniforme camuflado, cuchillo, radio, un rifle de asalto que no tenía intención de utilizar y un paracaídas que no tenía más remedio que usar. Salto de amigos.
– Acabamos de completar el primer rastreo completo -comunicó el capitán, poniéndose en cuclillas-. Todavía nada. ¿Está usted seguro de que no deberíamos cubrir el otro costado?
– No. Este lado.
– Entonces el operario quiere bajar más. Pero usted sabe que cualquiera allá abajo nos va a oír. Este aparato suena como una estampida en lo alto.
– ¿Tiene usted una alternativa? -indagó Thomas quitándose el casco y pasándose los dedos por el cabello húmedo.
Habían pasado una docena de escenarios en el vuelo. Thomas había brindado sus ideas, pero, cuando de vigilancia electrónica se trataba, él se hallaba claramente fuera de la posición de ellos. Se les había sometido.
– No. No con las limitaciones de tiempo que usted pone. Pero debo advertirle que si ellos están allá abajo, lo observan todo.
– No estoy seguro de que no queramos que nos localicen. Si tenemos suerte, no les dejaremos salida. No pueden salir sin ponerse al descubierto.
– No tengo inconveniente en decir que estamos sobrevolando muy lejos de donde deberíamos hacerlo. Esta no sería mi primera opción -dijo el capitán mirándolo y luego asintiendo.
– Comprendo el peligro, capitán, pero si lo hace sentir un poco mejor, le informo que el presidente podría poner toda la División 101 Airborne en estos mismos zapatos si creyera que así aceleraríamos el rescate de Monique de Raison. Bajemos a rescatarla.
***
LA DECISIÓN de usar la policía secreta francesa para tratar con Hunter había sido una demanda de Armand Fortier. El director de la Süreté había llamado directamente a Carlos. Estaban poniendo más de trescientos agentes en el caso, cada uno con la orden de traer de inmediato a Hunter a Francia, o matarlo si tenían que hacerlo. Ya habían activado una amplia red de informadores en Estados Unidos, la cual les contó que el hombre había volado a Fort Bragg y que luego desapareció. Tres posibilidades, pensó Carlos. Una, él aún estaba en Fort Bragg, intentando pasar inadvertido. Dos, se hallaba camino a Francia para tratar directamente con Fortier. O tres, estaba en camino hacia acá, Indonesia.
Carlos miró por los binoculares el transportador que se acercaba y supo que supuso correctamente. Sin duda, Hunter estaba en ese avión.
Ese hombre lo turbaba ahora de un modo que ni Svensson podía conseguir. Tres veces Hunter se le había escapado milagrosamente de las manos. No, no era del todo correcto: Dos veces resultó mortalmente herido y luego aparentemente sanado, y una vez se le había escapado de las manos… la última vez.
No eran solo sus nueve vidas. Hunter parecía saber cosas de las que no debería tener idea.
Cierto, fue por los sueños del hombre como supuestamente aislaron la variedad Raison en primera instancia. Pero, si Carlos tenía razón, su enemigo aún se estaba enterando de cosas en sus sueños. El avión que ahora se acercaba, sin duda con rastreadores infrarrojos, era prueba suficiente. Había optado por dejar que los franceses rastrearan a Hunter en Estados Unidos mientras él regresaba aquí, adonde estaba seguro de que el hombre vendría finalmente. Vendría por Monique.
– ¿Cuántas veces? -crepitó la voz de Svensson por la radio.
– Siete -contestó Carlos posicionando su micrófono-. Esta vez vienen más bajo.
Estática.
– ¿Cómo nos encontraron?
– Como dije. Él sabía acerca del virus, sabía respecto del antivirus, ahora sabe dónde estamos. Es un fantasma.
– Entonces es hora de atraer a tu fantasma para hablar con él. ¿Crees que un accidente aéreo lo matará?
– No creo. Tal vez a los demás, pero no a Hunter.
– Entonces derríbalos. Ningún otro sobreviviente.
– ¿Evacuaremos?
– Esta noche, en la oscuridad. Fortier quiere a este hombre en Francia.
– Entendido.
Carlos salió de las resguardadas redes que habían mantenido en el mínimo su patrón de señales de calor, se puso en el hombro el lanzacohetes modificado Stinger y armó el misil. Un golpe directo cortaría al transportador por la mitad. No estaba seguro de que Hunter sobreviviera, por supuesto, pero se trataba de un juego que gustosamente, incluso con ansias, se disponía a seguir. Más que una pequeña parte de él quería equivocarse acerca del don increíble de Hunter. Lo mejor sería que muriera.
Esperó a que el avión girara en el extremo lejano del valle y que se volviera a dirigir hacia él. Svensson había atacado la montaña en su centro y el avión se acercaba ahora a él al nivel del ojo. Esta vez lo verían. Él tendría un buen disparo.
Era todo lo que necesitaba.
– POSICIÓN DE contacto, dosnuevecero.
Thomas oyó al operador electrónico por encima del ruido del avión. Giró y miró por su ventanilla.
– Contacto, uno…
– ¡Alerta! ¡Alerta!
La advertencia llegó de la cabina de mando e inmediatamente Thomas vio a través de la ventanilla el misil que venía como un rayo. Entonces él tenía razón. Monique estaba allí. También veía de frente a la muerte.
Agarró la barra de su asiento. El C17 rodó alejándose bruscamente del misil entrante.
– Acción de contrarrestar, utilizada -se oyó la voz del piloto ahogada por el repentino rugido de los cuatro motores Pratt y Whitney a medida que el jet giraba y crujía hacia arriba.
– ¡Nos va a dar! -gritó alguien.
Por un breve instante el pánico centelleó en los ojos de veinte hombres que antes habían enfrentado la muerte, pero no en estas circunstancias. Este vuelo podría acabar antes de empezar.
¡Puuum!
El fuselaje implosionó con un enorme resplandor de llamas exactamente detrás de la cabina de mando. Una bola de fuego recorrió la cabina, tan ardiente como para quemar la piel descubierta.
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