– ¿En Denver? Por favor…
– Haz lo que debes hacer -refunfuñó Teeleh-. ¡Rápido!
Los dos hombres avanzaron a tropezones, sangrando. Pusieron juntos las manos sobre la página expuesta.
Por segunda vez en menos de cinco minutos, desapareció la guarida y luces blancas inundaron la mente de Bill. Billy, el de ojos verdes, estaba volviendo a Bangkok para ser el anticristo de Teeleh. En lo concerniente a él, el de ojos negros, se suponía que fuera tras Thomas. En Denver, ¿correcto? Si tecordaba correctamente la historia, Thomas había venido originalmente de Denver.
Aunque dejó un mundo y entró al otro, Billy olvidó lo que había visto. Pero sabía algunas cosas.
Sabía que era el amante de Marsuuv, que le había mostrado gran amabilidad y le había dotado de ojos negros.
Sabía que su obligación era detener a Thomas o si no lo iban a colgar de una cruz, donde lo desangrarían hasta que muriera.
Y sabía que ahora era Bill. Simplemente Bill.
– ¡ NO LO toleraré! -insistió Monique-. No te puedes esconder en este salón el resto de tu vida, ¡esperando que aparezcan mágicamente unos libros sobre el escritorio!
– No tiene nada que ver con magia -señaló Thomas.
Como prometió, había permanecido inamovible, comiendo y durmiendo en la biblioteca. Había un baño fuera del salón principal, y solo había salido cuatro veces para ducharse.
Thomas había aceptado la oferta que le hicieran de instalarle un monitor y dejar que le mostraran cómo escrutar la Red usando una pequeña pieza en el dedo. Bajo la túnica recién lavada llevaba un par de pantalones militares oscuros, en vez de los jeans y la camiseta a los que se había acostumbrado durante los últimos días. Kara miró el alimentador de Red.
– Ella tiene razón, Thomas, sencillamente no podemos mantenerte aquí para siempre.
– Solo unos cuantos días, no será para siempre. ¿No tenéis misericordia? He sufrido una muerte, ¿no os parece? Chelise podría estar muerta, asesinada por las hordas en este instante. Mi propio hijo, Samuel, podría estar viviendo con Eram. Tengo que hallarlo, por amor de Elyon. No hay tiempo que perder. ¡Michal fue muy claro! Ellas lo miraron como siempre lo hacían cuando él comenzaba una de sus peroratas, las que propiciaban más chachara poética del desierto.
– Si hay solo una posibilidad entre un millón de volver a tener a mi hijo a mi lado, sufriré todas las consecuencias -declaró levantando un dedo al aire-. ¡Se trata de mi hijo!
– Y ahora este es tu mundo -gritó Monique, señalando el dispositivo alimentador de Red-. Hasta donde sabes, eres un profeta enviado a este mundo.
– No soy profeta -objetó-. Nunca he afirmado serlo. No tengo interés en ser profeta. fe.
– Michal te dijo que abrieras brecha. Quizás ya lo has hecho.
Thomas no había considerado esa posibilidad. Michal también le había dicho que podría salvar a su hijo si regresaba rápidamente.
– ¡Tonterías! Samuel está esperando…
Hasta ahí llegó Thomas. De pronto, el salón resplandeció con una luz brillante e intermitente, y el hombre se volvió hacia el escritorio.
Kara contuvo la respiración.
Allí estaba Billy, vestido solo con una holgada prenda interior. Le salía sangre de varias heridas en los brazos y el cuello. Un largo rasguño le marcaba el pecho blanco. Y sus ojos verdes… tenían los bordes ensangrentados.
Al lado de él los cuatro libros de historias.
Billy miró a Thomas por algunos segundos, inmóvil. Unas manchas de lágrimas le surcaban las mejillas. El tipo miraba como si hubiera venido de los calabozos de Ba’al o del mismo bosque negro. Incluso de la guarida de Teeleh. Este era el mismo pelirrojo que los había engañado una vez, pero, fuera lo que fuera lo que le había sucedido, parecía haberle vaciado los ojos. Había perdido el alma. Deberían encerrarlo, pensó Thomas, y llevar de vuelta al desierto la llave de la celda. Pero eso no serviría de nada.
– Yo… -titubeó el individuo, con voz chirriante-. Hay otro como yo. Está volviendo al principio para matarte. Tiene ojos negros.
– ¿Dónde está Janae? -preguntó Monique dando un paso al frente.
– Yo no soy él. Creo que yo podría ser el anticristo.
Entonces Billy dio media vuelta, caminó hacia la salida, abrió la puerta y desapareció en el pasillo, dejando pisadas negras de sus pies desnudos sobre el piso de mármol.
Los libros…
Thomas reaccionó sin pensar. Se abalanzó hacia adelante, agarró el cuchillo del escritorio y se cortó el dedo.,,
– ¡Espera! -gritó Kara corriendo hacia él-. ¡Espera!
Thomas no estaba muy versado en las reglas de estos libros. Creyó ingenuamente en la posibilidad de que los hubieran alterado para que él no pudiera regresar, y eso le hizo tragar saliva. ¿Por qué si no los habría dejado abandonados Billy?
– ¡Rápido!
Alcanzó la mano extendida de Kara. Monique retrocedió, mirando fijamente.
– Córtate -expresó él pasándole el cuchillo a Kara.
Atravesando el salón a saltos, Thomas le agarró el rostro a Monique entre las manos y la besó una vez en los labios.
– Gracias. Estoy en deuda contigo. Pero me tengo que ir.
– Lo sé -contestó ella con ojos humedecidos-. Ve por ella. Encuentra a tu hijo. Halla a Janae. Por favor. Salva a mi hija.
El la soltó, dejándole una mancha de sangre en la mejilla. Entonces volvió de prisa a los libros, donde Kara esperaba con un dedo sangrando.
– ¿Lista?
– Has sido como una hermana para mí -declaró Kara dirigiéndose a Monique.
– Y tú para mí. Creo que volveremos a saber la una de la otra.
Entonces Kara y Thomas presionaron las manos sobre la página abierta, y el mundo alrededor de ellos desapareció.
***
EL PRIMER indicio de que algo diferente le estaba sucediendo a Thomas llegó casi de inmediato. La última vez que desapareció con Qurong dentro de los libros habían dado vueltas en un remolino que depositó a los dos hombres en la biblioteca de Monique.
Pero lo que esta vez comenzó como un túnel de luz se extendió de pronto y luego entró en un vacío. La violenta transición de un mundo al otro, o de adelantarse en el tiempo, dependiendo de cómo se viera el asunto, fue reemplazada por una perfecta calma.
Se mantuvo en el aire, totalmente ingrávido, como si flotara en el cielo sin un asomo de viento. La luz del sol le calentaba la espalda, aunque no se veía ningún sol. Muy por debajo de él, la curva realidad del desierto giraba lentamente, serena, imperturbable, como si durmiera. Había problemas allá abajo en ese desierto, pero ya no sentía preocupación. Solo perfecta tranquilidad.
Pensó que estaba conteniendo la respiración, tal vez por el asombro ante todo esto. Exhaló, pero en vez de aire le fluyó líquido de las fosas nasales, y sintió una punzada de pánico. ¿Agua? El sobresalto dio paso a la idea de que se hallaba en un lago.
¿El lago de Elyon?
Con recelo, succionó el agua, dejando que el cálido líquido le entrara a raudales en la garganta, las vías respiratorias, los pulmones. Aspiró el agua obligándose a hacer caso omiso al instinto de pánico, luego la exhaló, un ejercicio que requería un poco más de esfuerzo que respirar aire.
Un deleite conocido le recorrió el pecho, suave al principio, luego con más intensidad, hasta que no pudo contener un temblor que se le apoderó de todo el cuerpo. Estaba flotando en el lago de Elyon a cien kilómetros por encima de la tierra, como si estuviera en el mismo cielo.
La presencia de Elyon le chapoteó en la mente, y Thomas se vio riendo con el placer de todo ello. Se arqueó hacia atrás, con los brazos totalmente extendidos, abrumado por una embriaguez que solo había sentido dos veces antes en la vida, ambas en las profundidades de estas mismas aguas.
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