¡Salva al círculo, Chelise! ¡Sálvalos de Samuel! ¡Yo…! 'Volveré. Él quiso decir volveré. Yo volveré.
Samuel… ¿Qué había hecho el muchacho? ¡Oh, Elyon! Ella debía regresar con Marie y el consejo.
Chelise se volvió y salió de la biblioteca de Qurong. Tenía que volver junto a su único hijo. Jalee.
¿CUÁNTO TIEMPO ha pasado desde que les inyectamos? -exigió saber Kara-. Debemos hacerlos volver.
– Veintitrés minutos -replicó Monique, mirando por un microscopio la muestra de sangre de Janae-. Está funcionando. La sangre de Thomas está destruyendo el virus.
– ¿Ya? -preguntó Kara alarmada por el ritmo de efectividad de la sangre-.
– ¿Estás segura?
– Ven a ver.
Monique se enderezó y miró hacia el salón de aislamiento donde Billy y Janae aún dormían entre convulsiones y gemidos. Pasara lo que pasara en las mentes de ellos, debían detenerlo.
Kara se inclinó sobre el microscopio y observó el virus, un organismo microscópico que en su opinión parecía un módulo lunar.
– ¿Cómo puedes…?
– Dios mío, ayúdanos -rogó Monique respirando en un tono tan espantoso que Kara pensó que los dos acababan de morir.
– ¿Qué? -inquinó, volviéndose bruscamente del microscopio-. ¿Qué pasa?
Había sido demasiado tarde, ¡ella lo sabía! Demasiado tarde para qué, no lo sabía, pero todo esto fue una mala idea desde el principio.
Monique miraba, pálida, hacia la cámara de aislamiento. Dos técnicos se hallaban adentro, de espaldas a las ventanas de observación, con la mirada fija en las dos camillas. Solo que no eran técnicos comunes y corrientes en batas blancas de laboratorio.
Uno era un hombre vestido con una larga túnica negra, como un sacerdote “medieval. El otro…
El pulso de Kara pasó de irregular a paralizado por completo. Reconoció la ropa del segundo hombre, y sus enmarañados mechones cubiertos de morst. Ella no había visto nada parecido en tres décadas, pero durante ese tiempo esta imagen la había perseguido en cien pesadillas.
Hordas.
El hombre vestido de negro se dio la vuelta y la miró.
Kara sintió desmayarse. Quien la miraba era su hermano. Estaba más viejo, aunque no mucho, y el rostro parecía endurecido por el tiempo, pero no había forma de confundir a Thomas, ni en mil años.
– ¿Thomas? -preguntó Monique al lado de ella.
– Es…
Kara no sabía qué era. Thomas… sí, Thomas, o una visión de Thomas. El hombre con los mechones se volvió. Ojos grises. Horda, sin duda alguna, cubierto por la enfermedad de las costras.
– Estamos soñando -exclamó Kara.
Entonces miró a los dos técnicos de laboratorio a su derecha y vio que si ella estaba soñando, ellos también lo estaban. Uno había dejado caer el portapapeles a su izquierda y lo había dejado allí junto a los pies mientras miraba estúpidamente. Cuando Kara se volvió otra vez hacia el salón, Thomas caminaba hacia la puerta.
La abrió. Apretó el paso.
Habló.
– Kara… perdóname, sé que esto es traumatizante -expresó, agarrando cuatro libros con dedos sangrantes, el de arriba abierto y manchado con sangre fresca-. Yo… logré volver.
Ella apenas podía respirar.
– ¿Thomas?
Algo ridículo que decir, pero no salió nada más.
Los ojos verdes de él examinaron el lugar, tan abiertos como ella los había visto.
Él estaba tan conmocionado como ella.
– Vaya -comentó el hombre mientras los labios se le retorcían en una extraña sonrisa.
La emoción de ver a Thomas, que había estado perdido a este mundo, cayó sobre ella como una marejada, y no hizo ningún intento por detener las lágrimas que le inundaban los ojos. Soltó un vacilante sollozo y avanzó tambaleándose. Kara corrió los tres últimos pasos y abrazó torpemente a su hermano. Había mucho qué decir. Interminables preguntas. Pero en ese insrante la mente se le puso e n blanco. Solo atinó a llorar.
El encostrado salió encorvado del salón de aislamiento.
.-¿Qué magia es esta? -exigió saber en voz alta-. ¡Me has hecho un maleficio!
– Seré claro -exclamó Thomas separándose de Kara y mirándolo-. Te dije que confiaras en mí; ahora no tienes alternativa. Hemos llegado. La puerta se abrió y entraron dos guardias, vieron al encostrado y apuntaron las pistolas.
– Quietos… nada de movimientos bruscos.
– Bajen las armas -ordenó Monique, haciéndoles señas con la mano.
– Señorita Hunter, le sugiero que retroceda -expresó con voz apremiante detrás de ella el asesor de laboratorio, un ingeniero biológico llamado Bruno-. La posibilidad de contaminación es desconocida.
La fetidez, pensó Kara.
– Señora, recomiendo aislamiento inmediato.
La pestilencia sulfúrica de la carne podrida del encostrado había inundado el salón. No se podía saber si en este mundo la enfermedad de las costras se extendería o cómo lo haría.
– No -intervino Thomas-. Si la enfermedad se extendiera rápidamente, yo la habría traído conmigo años atrás cuando intercambié realidades.
– En ese entonces tan solo soñabas -objetó Monique sacudiendo la cabeza-.
Y esto… ¿has traído contigo a uno de los encostrados?
Pero en vez de retroceder, ella fue hasta donde él, con los ojos fijos en los del hombre.
– Selle el perímetro del laboratorio, Bruno. Déjennos.
– Señora…
– Ahora, Bruno -ordenó, con los ojos aún fijos en Thomas-. Fuera, todos ustedes.
Ellos retrocedieron y se dirigieron a la cámara de descontaminación como ratones escabullándose rápidamente. El encostrado estaba vestido con una túnica de cuero, con uniforme de batalla. En la cara había grietas y el sudor mezclado con la pasta de morst mostraba largas rayas veteadas. Los ojos, aunque grises, parecían brillar de Pánico.
– ¡Acaba esto! -resonó.
– No creo que entiendas, Qurong -declaró Thomas-. Esto no es solo una visión que tú o yo podamos acabar. Hemos destrabado el tiempo con los libros y ahora estamos en…
Se detuvo y miró alrededor.
– ¿Dónde estamos exactamente?
– Farmacéutica Raison -explicó Monique-. Bangkok. Hola, Thomas.
– Monique -saludó él posando la mirada en ella.
– En persona -respondió ella-. Como parece que tú también.
– ¿Por qué vinimos a este sitio?
– No lo sé.
– ¿Cuánto tiempo ha pasado?
– Más de treinta y cinco años aquí -respondió Monique-. ¿Y allá?
– Diez años desde la última vez que vine. No obstante, ¿por qué regresaría a este lugar exacto?
– ¿Cómo puede suceder esto? -quiso saber Qurong totalmente perdido-. Acabábamos de estar en mi biblioteca. He despertado en una tierra de albinos.
– ¡Escúchame, Qurong! -exclamó Thomas, como si estuviera totalmente perturbado por el líder de las hordas-. ¿Qué te he estado diciendo todo el tiempo? Existe más para el mundo que tu pequeña ciudad y agua gris. En este mundo no encontrarás hordas. Todos somos albinos, como nos llamas. No albinos, sino humanos, sin la enfermedad de tu piel.
– ¿Cómo es posible…?
– Has sido tan cabeza dura como para negar a Elyon, pero ahora enfrentarás la verdad. ¿Estoy engañando o esto está ocurriendo realmente? Qurong miró alrededor, pero era imposible saber qué pensaba.
– Eres tú realmente -explicó Kara yendo hasta Thomas y tocándole la mejilla-.
Estás vivo.
La mente de ella aún le daba vueltas, tratando de ser coherente con lo que estaba sucediendo. Una cosa era soñar, pero esto… ¡acababa de aparecer como por arte de magia!
– Tu sangre -comentó Monique.
– ¿Qué pasa con mi sangre?
– Quizás volviste aquí, y ahora, debido a tu sangre -conjeturó ella, mirando hacia el salón detrás de ellos, y Thomas le siguió la mirada.
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