Sergei tenia unos treinta y cinco años, era un eslavo de buena presencia, de expresión franca y candorosa. Hablaba un ingles casi impecable, porque, según les dijo, había estudiado en Gran Bretaña. Todos los otros miembros de la expedición rusa habían muerto. Su alegría de haberse encontrado con otros seres humanos era evidente.
– Hemos de mantenernos unidos -dijo fervorosamente-. Solidaridad entre miembros de una misma especie, eh?
Susan se fijo en sus brazos musculosos, visibles a través de su chaqueta rota, y constato con agrado que era un hombre fuerte. A juzgar por su aspecto, lo había pasado mal pero, aparentemente, había salido ileso. Estaba segura de que era una persona de recursos.
Sergei reprimió su satisfacción por deferencia, pensando en la muerte de Van y en la visible conmoción de Susan y de Matt por el ataque que había sufrido el poblado. Observaron el campo de batalla. La luz de la luna era lo bastante clara para dejarles ver que el daño era considerable. Había cuerpos por todas partes y de los incendios solo quedaban las brasas, que se extinguían rápidamente.
En el centro del claro estaba el cuerpo sin cabeza de Van, entre un charco de sangre. Lo llevaron al río. Era una procesión horripilante; entre los tres cargaron con el tronco, que cogieron por los brazos y las piernas; pusieron la cabeza encima del vientre. Cavaron un hoyo bajo las ramas de un enebro con destrales de piedra. Susan quería amortajarlo, pero tuvo que conformarse con cubrirle la cabeza con un trozo de su camisa. Matt lo cubrió de tierra y Susan recito el salmo treinta y cinco, el único que sabia de memoria.
Después volvieron al poblado.
Los homínidos lo estaban limpiando todo a la luz de la luna. Había una docena de cadáveres, entre ellos el de Lanzarote, que estaba junto a la choza en la que había muerto Caralarga. Rodilla Herida, Dienteslargos y Ojos Azules, entre otros, habían sobrevivido, pero había muchos heridos y al parecer había muchas menos mujeres.
Los homínidos estaban consternados. Ojo Oscuro andaba entre ellos y de vez en cuando se detenía y les tocaba los hombros: un gesto que ni Matt ni Susan le habían visto hacer con anterioridad. Los niños, normalmente bulliciosos, estaban intimidados; abrían mucho los ojos y ayudaban a transportar piedras y ramas rotas con gran solemnidad.
Ojo Oscuro cogió a Susan del brazo y la llevo al centro del poblado. Enseguida se dio cuenta de cual era el problema que le tenia angustiado. El fuego se había apagado. Los renegados habían sofocado las llamas y esparcido los troncos. La destrucción del fuego que habían mantenido encendido durante generaciones era un intento de erradicar el alma de la tribu, pensó, y el escaso contacto que había tenido con Quiuac la convenció de que era lo bastante malévolo para haberlo maquinado. Cuando lo comento a los otros, Sergei sonrió y, con un elegante movimiento de la mano, saco una caja de cerillas.
– Quédatela-le dijo-. Hace mucho tiempo que he dejado de fumar.
Susan regreso junto a Ojo Oscuro y encendió una cerilla para prender fuego a un montón de hierba seca; los homínidos se echaron hacia atrás estupefactos. Ojo Oscuro la observaba atentamente y Susan le regalo las cerillas. El las cogió con cuidado con las maños ahuecadas, como si fueran una ofrenda de los dioses, y se las metió en su bolsa.
Al cabo de escasos minutos, el fuego ardía de nuevo.
Aquella noche, todos durmieron en el exterior, en el suelo, apiñados; de la fuerza de su unidad, y del hecho de que también otros habían sobrevivido al brutal asalto, extraían el poco consuelo que podía extraerse. Momentos antes de quedarse dormida, Susan pensó en Kellicut. No lo había visto en toda la noche.
Por la mañana Sergei fue con Matt a dar un paseo y Susan se fue al lago. Habían decidido estar fuera el tiempo que los homínidos estuvieran enterrando a sus muertos, un ritual que iba a durar un día entero. Incluso a cierta distancia, oían sus lamentos. Matt y Susan le preguntaron a Sergei sobre su pasado y sobre la expedición rusa.
– Trabajo en el Museo Darwin de Moscu -dijo-. Hemos oído historias sobre esos seres extraordinarios desde hace años, y constan en nuestros archivos mas antiguos.
– En 1925, cuando un regimiento encabezado por el general Mijail Stephanovitch Topilski estaba persiguiendo a un grupo de rusos blancos que habían subido a las montañas del Pamir, se vieron cosas extrañas.
– Los bandidos estaban escondidos en una cueva, donde fueron atacados por esos seres extraños. Mataron a uno de un disparo, y cuando se rindieron se lo llevaron a Topilski para que lo viera. Pero aquellos hombres no pudieron transportar el cuerpo y lo enterraron debajo de un montón de piedras.
– Durante tres décadas había sido políticamente imposible investigar los informes, pero en I998 la Academia de Ciencias envió un equipo a cuyo frente estaba un botánico llamado K.V. Stanyukovitch. Llevaban cepos, postes de observación escondidos, lentes telescópicas, perros pastores, e incluso ovejas y cabras con el fin de utilizarlas como cebo, pero acabo en fracaso.
››Ahora ya se por que, claro. Los yeti estaban enterados de todos los movimientos de los cazadores mucho antes de que se acercaran a ellos.
Habían montado la presente expedición solo porque los rusos sabían que Washington preparaba una. Sergei, antropólogo y alpinista, era el ayudante del jefe. Habían iniciado el viaje hacia nueve semanas, pero cuando llegaron a un puente hecho de enredaderas tuvieron que abandonar casi todo. Nadie sabia por que, pero el jefe insistió en que no lo guardaran sino que lo lanzaran al barranco.
– Mas tarde empezamos a pensar con la cabeza y llegamos a la conclusión de que tenia miedo de que el equipo fuera a parar a maños de los yeti. El nunca nos contaba nada y los demás no sabíamos que buscábamos. Ni siquiera sabíamos que estas criaturas salvajes tuvieran poderes especiales. En nuestro equipo había un zoólogo, el doctor A. Shakanov, que al parecer poseía mucha información sobre ellos, pero no soltaba prenda.
Les sorprendió una fuerte tormenta y lo perdieron casi todo, inclusive las armas. Solo conservaron la comida que podían transportar. Se refugiaron en una cueva donde vivieron varios días; hacían excursiones para ir a buscar leña, y cada vez tenían que ir mas lejos. Un día el jefe no regreso.
El zoólogo, que les contagio el miedo que tenia, insistió en que debían salir en parejas. Pero al día siguiente los dos que habían salido tampoco volvieron.
– Entonces me quede solo con Shakanov y finalmente me lo explico todo; me dijo que había informes de un superviviente de una expedición anterior sobre el extraño poder que tenían para ver a través de los ojos de otro. Dijo que esto significaba que nunca podríamos sorprenderlos y que siempre podrían seguirnos la pista a nosotros. Nuestra única esperanza era que contábamos con armas superiores, pero sin los revólveres estábamos a su merced.
Sergei insistió en que debían marcharse y bajar la montaña. Pero pronto llegaron a una pendiente que era tan empinada que tuvieron que escalarla. Shakanov tuvo problemas; perdió pie y cayo seis metros hasta un saliente muy angosto. No podía ni subir ni bajar e insistió en que no lo dejara solo.
– Yo tenia una cuerda y se la baje. Se la ato a la cintura y finalmente pudo subir. Tardo mucho y yo estaba agotado; además, sentía una sensación rara en la cabeza. Cuando se lo comente, me dijo que era una señal de que las bestias andaban cerca.
El resto del día estuvieron subiendo, pero no fueron muy lejos. Se detuvieron en un sitio donde pasar la noche, relevándose para hacer turnos de vigilancia. Cuando le toco el turno a Sergei, se quedó dormido.
– De repente oí algo y me desperté. Vi que estaba luchando con tres o cuatro de ellos. Gritaba para que lo socorriera pero yo no podía hacer nada. Cuando se lo llevaron, seguía chillando: ‹‹ ¡Ayúdame, Sergei!››. Pero yo no podía ayudarle de ninguna manera, así que escape corriendo.
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