John Darnton - Neanderthal

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En las remotas montañas del norte de Asia, un guerrero desaparece, una estudiante es asesinada y un eminente paleontólogo norteamericano se esfuma sin dejar rastro. Para la oscura institución responsable de la investigación todo esto son indicios de que algo ha salido mal en la más extraordinaria expedición jamás llevada a cabo.
Matt Mattison y Susan Arnot, antiguos alumnos del profesor desaparecido, ex amantes y en la actualidad rivales académicos, aceptarán la misión de encontrar a su viejo tutor de Harvard y el secreto que él ansiaba descubrir: la existencia de una especie entroncada con los orígenes de la humanidad, cuyos individuos han existido durante más de cuarenta mil años. Dotados de poderes inimaginables en un mundo dominado por humanos, dichos homínidos están a punto de alterar para siempre el curso de la civilización.
John Darnton, haciendo gala de un experto manejo del suspense y de una rigurosa documentación científica, nos presenta la pugna entre arqueólogos y gobiernos rivales por seguir la pista a un grupo de criaturas que son una reliquia de la prehistoria. El resultado es Neandertal, la novela de aventuras más esperada del año que, de la mano de Darnton, llevará al lector hacia un viaje fantástico que le hará creer en lo imposible.

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Van recito el padrenuestro. No sabia por que le vino a la cabeza aquella oración, que no había repetido desde la infancia; ni siquiera era consciente de que recordaba las palabras. A continuación recito unos versos que le salieron sin ningún orden ni concierto; era una mezcla de nanas, de versos de Yeats y un pareado de Shakespeare. Cantó The StarSpangles Banner, desafinando las notas agudas.

Las criaturas afilaron los palos y los apoyaron junto al tronco para que no se moviera, mientras Van seguía hablando y cantando. Canturreo unos trozos de Onqard, Christian Soldiers, mientras los otros ponían tierra contra el tronco para que se aguantara mejor. Levantaron una nube de polvo que le envolvió la cara, pero el siguió con sus canciones. Cuando los que tocaban los tambores volvieron a la carga, Van canto el Batlle Hymn of the Republic como contrapunto: ‹‹Mine eyes have seen the glory of the coming o, the Lord…››.

De la negrura surgió una criatura que llevaba otra piedra pesada en forma de disco. Cuando el ruido de los tambores aumento, se acercó al centro del claro y se detuvo delante d Van. Levantó lentamente la piedra por encima de su cabeza como si fuera una barra con pesas, moviendo un poco los pies para mantener el equilibrio. Susan aparto la mirada pero Matt creyó que debía aguantar y presenciarlo. ‹‹His truth is marching on…››

La piedra cayo con tanta fuerza que lo único que se alcanzo a ver fue una masa borrosa en movimiento. Le corto la espina dorsal y cayo sobre la piedra que había abajo, donde se aguanto precariamente un momento antes de caer al suelo. Cuando Susan alzo la vista, el cuerpo de Van estaba atado al tronco, decapitado.

Los redobles de los tambores empezaron a cambiar de ritmo o, mejor, prescindieron del ritmo. Quiuac estaba inmóvil; el tronco que tenia a sus pies echó a rodar y se paro cuando el cuerpo choco contra el suelo. La sangre salía a chorros de la yugular de Van como el vino del cuello de una botella rota. El verdugo se agacho, cogió la cabeza de Van por el pelo, la coloco en un cuenco de terracota muy grande que dejo a los pies de Quiuac y se echó hacia atrás cuando este dio un alarido largo y profundo de guerrero victorioso.

Matt estaba demasiado traumatizado por lo que había visto para pensar en moverse de allí, pero ahora estaba claro que no había otra salida que escapar. Cuando volvió la cabeza y miro el interior de la choza, se le partió el alma; la única salida era la puerta por la que había pasado Van; era imposible salir por ahí sin ser vistos por la multitud. Seria muy difícil acceder al exterior por las ramas entrelazadas que había en la parte trasera sin hacer ruido. Susan miraba al suelo, haciendo un esfuerzo por sobreponerse. Había oído todos los ruidos que se habían producido fuera y estaba tan acongojada como si hubiese presenciado la ejecución. Matt se preguntó si seria muy arriesgado quedarse donde estaban; tenia la esperanza de que el jaleo seguiría distrayendo a las criaturas. Quizá Van tenia razón al decir que habían ido a por el, y solo a por el.

Pero, en cuanto lo pensó mejor, se dio cuenta de que no era cierto. Quiuac tenia aspecto de estar nervioso, como si estuviera a punto de otear el horizonte tras haber permanecido distraído unos instantes. Levantó su protuberante cabeza, miro en derredor y luego, como un sabueso que husmea a su presa, clavo la mirada en la choza. A Matt le temblaron las piernas y se quedó sin sangre en las venas.

Sintió que en el cortex le circulaba una energía excesiva al tiempo que su cerebro, en lo mas hondo, se quedaba paralizado. Cuando miro a Susan, vio en sus ojos alarmados que ella también había sentido lo mismo.

Justo en aquel momento el verdugo que estaba al lado de Quiuac cogió con una mano el cuenco en el que estaba la cabeza de Van. Con la otra asió el trofeo sangrante, dejando caer el cuenco al suelo, y aferro una piedra de chispa afilada como estilete. Puso la cabeza boca abajo, apoyó la punta de la piedra en la base del cráneo y estaba a punto de hundirla cuando, de repente, una voz humana que no se sabia de donde procedía empezó a cantar una canción. Parecía el eco de la voz de Van y el verdugo miro absolutamente perplejo la cabeza y los labios sin vida de su victima. Seguía mirándolos cuando una fracción de segundo mas tarde se oyó un zumbido que cortaba el aire; su pechó estallo, atravesado por una flecha delgada, que lo hizo desplomarse arrodillado al suelo, jadeando como si le faltara el aire. Tenia una expresión de desconcierto en los ojos, como si no comprendiera nada de lo que estaba ocurriendo, cuando dejo caer la cabeza de Van y la piedra; al desplomarse sobre la lanza, esta le atravesó el cuerpo y le salio por la espalda.

La muerte del verdugo desbarato el asedio asesino. Las criaturas emprendieron la huida a la desbandada, dejando las porras, las antorchas y los tambores, y profiriendo gritos de terror. La agitación levantó una nube de polvo que envolvió el claro y, cuando se poso sobre las chozas, los matorrales y el cuerpo de Van como una capa fina de color gris, habían desaparecido todos y reinaba el mas absoluto silencio.

Matt y Susan se acercaron con cautela a la puerta y salieron. Miraron en todas direcciones, pero no vieron ni oyeron nada. De pronto los matorrales del claro se movieron como agitados por un viento repentino. Vieron, a la luz de la luna, una silueta. Era un ser humano. Llevaba pantalones azules, un anorak roto, gruesas botas y, colgado al pechó, un carcaj lleno de flechas. Tenia un arco en una mano y con la otra hacia señales; parecía alguien que hubiera cruzado un desierto, hubiera visto centenares de espejismos y que ahora, por fin, hubiera avistado agua.

Kane miro a su alrededor. Que desolado era el terreno allí arriba; hacia un frío cortante y el cielo era de un color gris que no se debía a la presencia de nubes sino a la ausencia de vida, que se extendía kilómetros y kilómetros en todas direcciones. Va a nevar, pensó.

Los helicópteros Halcón Negro los habían trasladado hasta el campamento de Kellicut. Kane no esperaba encontrar nada, y así fue. Los otros hombres los esperaban en un campamento que había a unos cien metros mas abajo. No los quería allí, destruyendo pistas con su torpeza típica de aficionados.

Un observador de vista aguda podía recoger mucha información. Kane ya había deducido, por ejemplo, que aquellos tres científicos, Arnot, Mattison y Van, el del instituto, ya habían estado allí. Lo supo por las huellas de las botas, las latas vacías y la basura abandonada. Sodder le había comentado que el transmisor les había indicado que habían pasado al menos una noche en aquel lugar.

Kane se dirigió al cobertizo, agacho la cabeza y entro. Parecía que hubiese sido saqueado. ¿Que animal hubiera causado aquellos destrozos gratuitos? Pensó en aquella criatura que Resnick tenia atada en un catre en la celda.

Sodder se le acercó y le entrego el teléfono portátil. Kane ya sabia quien era.

– Kane al habla… Estamos aquí en este momento… No hay casi nada, una pequeña cabaña, una especie de despensa… Si hay una letrina, pero no, no la he examinado… Bueno, es que acabamos de llegar… Nos pondremos en contacto en cuanto hayamos echado un vistazo… Roger, cortó.

Le entrego el teléfono a Sodder, que ponía cara de suficiencia.

– No le ha dicho nada del agujero -dijo.

– ¿Que agujero?

– El que hay en el centro del campamento. El que cavaron y volvieron a llenar de tierra.

Kane se dirigió al montoncito de tierra fresca. El hijo de puta tenia razón.

– Muy bien, un buen hallazgo. Llame a los hombres y dígales que empiecen a cavar.

Se llamaba Sergei y le tendió su mano enorme a Matt y a Susan.

– Siento haber llegado tarde -dijo sobriamente-. Han matado a su amigo, pero al menos me he vengado. -Levantó el arco y la flecha-. ¿Que piensan? Eso me coloca en un lugar ventajoso en la carrera armamentística, ¿verdad?

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