John Darnton - Ánima

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Nueva York: un chico de trece años yace en la cama de un hospital con el cerebro dañado a causa de un accidente. Dos científicos se hacen cargo de su destino. Ambos médicos alcanzarán juntos un resultado que superará todas las expectativas de la ciencia médica.

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Señaló el panel de control, luego levantó un extremo de la mesa mientras Felicity se encargaba del otro. El peso de Scott dificultaba tanto el movimiento que no pudieron hablar hasta que la mesa estuvo en su sitio.

– Pero ¿por qué? -preguntó Felicity.

– Porque hay algo que debe hacer al mismo tiempo -le ordenó Kate.

Dicho eso, Kate se tendió en la camilla, se colocó el casco y los contactos en los ojos. El metal se sentía inesperadamente caliente contra el ojo.

– ¿Qué está haciendo? No lo entiendo -dijo Felicity. -Vuelva a poner la máquina en funcionamiento -le ordenó Kate.

Ella misma impulsó la camilla hacia el interior de la máquina. Sus siguientes palabras volvieron rebotadas hacia ella desde el tubo metálico.

– Si él pudo ir en busca de Tyler, tal vez yo pueda ir a buscarlo a él. Y haga lo que haga usted una vez que yo esté allí, no deje de atenderlo.

La espera se le antojó interminable, pero finalmente sintió que sucedía algo: una sensación extraña que comenzaba en sus ojos, el brillo de unas luces y el calor que penetraba directamente en su cerebro. Luego apareció lo que parecía ser una lluvia de meteoros y cometas con largas colas que se dirigían hacia ella, de modo que se habría agachado si hubiera podido mover la cabeza dentro del casco. Y finalmente, sintió que se elevaba, la sensación de que todo lo que la rodeaba comenzaba a ascender, hasta que se dio cuenta de que era ella quien estaba ascendiendo, o al menos una parte de ella, moviéndose hacia arriba y hacia fuera y luego extendiéndose horizontalmente de modo que parecía incorporar cada trozo del mundo.

Y no tenía miedo. No se sentía sola, percibía que su madre estaba en alguna parte cerca de ella e incluso su padre. Era extraño, ni siquiera lo había conocido, pero sentía que él también estaba allí, en alguna parte, al menos su presencia.

No podía seguir pensando. Era una viajera espacial sujeta con correas para el viaje, que ignoraba adónde podía llevarla el cohete, qué vería, dónde acabaría el trayecto. Trató de cerrar los ojos, pero no pudo. Colores, luces como relámpagos a su alrededor, la sensación de movimiento, la velocidad que aumentaba.

Y entonces abrió los ojos y vio a su madre. Le sonreía, de la misma forma en que siempre lo hacía cuando ella era joven; no estaba enfadada con ella. Luego se desvaneció y las luces cesaron y todo se aclaró, como la niebla que se levanta, y pensó que veía algo que era capaz de reconocer.

Una playa, el sonido del oleaje, la sensación de la arena en los pies. Un cielo claro y azul sobre su cabeza, un día perfecto con el sol que brillaba en todo su esplendor y hacía que resultara difícil ver por el efecto cegador de sus rayos. Pero la perspectiva cambió, como una cámara de cine que gira hacia un lado, y allí estaba, exactamente como ella la había imaginado, sólo que más hermosa.

Una sencilla cabaña de pescador con tejas de madera gris. Las ventanas estaban oscuras; las rosas trepaban por una espaldera; el techo que sobresalía ligeramente y proyectaba su sombra sobre la pared. Abajo, tres figuras en el porche, mirando al frente y sonriendo, los brazos apoyados y colgando sobre el otro: hombre, mujer y niño. Una trinidad, sólida, fuerte, vigilante, indestructible. Encima de ellos, donde ella sabía que estaría, la talla de una ballena.

Pero ¿quiénes eran ellos? Parpadeó. ¿Su padre y su madre de pie a cada lado, ella en medio de ambos, amada, segura? ¿Scott, Lydia y Tyler? No lo sabía. Los rostros estaban sumidos en las sombras.

Se acercó y se detuvo delante de ellos y extendió una mano. El hombre se movió y la cogió. Ella se sintió mareada, cayó hacia atrás y todo se oscureció.

Scott se encontraba al final del túnel. La luz que brillaba delante de él era tan intensa que parecía bañarlo con su calidez, anularlo en su abrazo. Buscó la mano de Lydia y la apretó. Ella sacudió la cabeza. Él se detuvo un momento, temeroso de seguir adelante. La luz era tentadora, pero Scott no quería responder a su llamada sin siquiera saber por qué.

Lydia se volvió lentamente, con elegancia. Su rostro era totalmente inexpresivo, pero al mirarla creyó advertir tristeza en él, un momento antes de que ella alzara la cabeza y se volviese otra vez y le soltara la mano y avanzara hacia la luz. ¿Debería seguirla?, se preguntó.

Y entonces sintió otra mano por detrás que lo sujetaba con una presión firme, una presión que parecía decirle en su fuerza obstinada: «No te dejaré marchar».

Felicity hizo lo que le habían ordenado. Siguió aplicando la reanimación cardiopulmonar, insuflando aire en los pulmones de Scott, levantándole los brazos para que lo expulsara, mucho después de haber sentido que ya no había ninguna esperanza. Practicaba la reanimación con toda la fuerza que podía reunir, incluso cuando sus brazos empezaron a dolerle, el pesimismo ralentizó el ritmo de sus movimientos.

Así que su sorpresa fue inmensa cuando aquel cuerpo hasta entonces inerte respondió súbitamente a sus esfuerzos, como si el motor hubiese arrancado después de varios intentos: una pequeña tos, un movimiento de la cabeza, las venas latiendo en las sienes. Scott permaneció tendido unos minutos, respirando sin ayuda, mientras ella retrocedía unos pasos para contemplar el milagro que había conseguido obrar.

Se sintió orgullosa de sí misma. Nunca antes había conseguido traer a alguien de la muerte.

Entonces recordó a Kate. Y fue rápidamente hasta la máquina y cogió la camilla para sacarla del tubo metálico. Le quitó cuidadosamente las ventosas metálicas de los ojos y acto seguido hizo lo propio con el casco.

Kate tardó unos segundos en volver ala realidad, casi como si hubiese estado sumida en un sueño muy profundo, aunque, cuando, comenzó a emerger de él, tenía una amplia sonrisa dibujada en los labios.

Epílogo

Saramaggio atrajo la mirada de Scott y la sostuvo durante varios segundos. Era un progreso notable en sí mismo. Durante varias semanas después de que Scott hubo regresado de lo que él llamaba «la tierra de los muertos», el neurocirujano apenas podía mirarlo a los ojos. Así de avergonzado se sentía de su papel en todo el asunto.

Pero eso era diferente. Era trabajo, un trabajo importante. Era fundamental que Scott comprendiera la importancia de lo que estaba explicando. Y por esa razón, no había alternativa, Saramaggio tenía que mirarlo fijamente a los ojos e inculcarle la lección. De otro modo, se había dicho a sí mismo, simplemente se negaría a llevar a cabo la operación.

– Tiene que entender -dijo, inclinándose sobre el escritorio en su despacho- que no tenemos ni idea de cómo quedará Tyler. Y cuando digo eso, es precisamente lo que quiero decir. Nadie ha pasado nunca por algo así. Él será diferente, es todo lo que sabemos. Cuán diferente, diferente en qué sentido… ni siquiera podemos predecirlo.

De modo que si usted abriga la esperanza de que seremos capaces de devolverle a Tyler, y recuperar a ese chico que usted tanto amaba exactamente tal como era… bueno, olvídelo. Por favor, quítese esa idea de la cabeza.

Cogió un lápiz e hizo tamborilear el extremo con la goma sobre el escritorio.

– ¿Lo entiende? -preguntó para concluir.

Scott asintió y sonrió ligeramente. Estaba asombrado, igual que todo el mundo, de la transformación experimentada por Saramaggio. Aquel arribista arrogante y detestable había desaparecido. En su lugar había ahora un médico bueno, experimentado y, en ocasiones, compasivo. Kate había bromeado diciendo que el hombre había sufrido un «trasplante de personalidad». El cambio había sido tan profundo que la mayoría de la gente creía que probablemente duraría. El corredor de apuestas del hospital ofrecía dos a uno.

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