John Darnton - Experimento
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Sin embargo, a la mañana siguiente, cuando bajó en pantalón corto y camiseta a comprar el periódico en un quiosco, se llevó una desagradable sorpresa. No sólo su artículo no aparecía en primera plana, sino que, a primera vista, no se encontraba por ninguna parte. Apoyó el periódico en un buzón y comenzó a pasar páginas con creciente irritación. Al fin dio con él, en la página 42, rodeado de anuncios de sujetadores. Y lo habían reducido a cuatro párrafos.
¡Cristo bendito!
Tantas molestias… Conducir todos aquellos kilómetros, conseguir estar presente en la autopsia, anticiparse al Daily News…
Y, después de todo eso, hacen pedazos mi artículo y lo entierran en la página 42.
Volvió a toda prisa a su apartamento, se cambió y se dirigió al periódico. Nada más llegar, vio a Leventhal al otro extremo de la redacción y gritó su nombre.
Leventhal le hizo seña de que pasara a su despacho, que tenía una pared acristalada desde la que le era posible ver la redacción. Lo malo era que los de redacción también podían ver el interior. A Jude no le importó, pues sabía que lo asistía toda la razón.
– No lo entiendo -gritó-. Era una gran noticia. ¿Por qué demonios la tuviste que resumir?
Leventhal lo miró inexpresivamente por unos momentos, simulando no entenderlo, y al fin pareció comprender.
– Ah, te refieres a lo de New Paltz. ¿Es eso lo que te tiene tan furioso?
– ¡Pues claro! ¡Tendría que haber salido en primera!
– ¡En primera!
Leventhal cogió de su mesa el periódico del día y se lo arrojó a Jude.
– ¡Mira! ¡Esto es una noticia de primera!
Jude leyó el titular: Doble dilema. Un subtítulo aclaraba: «Gemelos idénticos implicados en un asesinato. ¿Cuál de los dos lo hizo?»
Leyó el primer párrafo. La historia se refería a dos abogados gemelos, uno de los cuales era sospechoso de haber asesinado a una mujer rubia en el Upper East Side. El otro hermano iba a defenderlo en cuanto se resolviesen las dudas acerca de quién era quién.
A Jude no le hizo la menor gracia admitirlo, pero Leventhal estaba en lo cierto.
– De todas maneras, no hacía falta enterrar mi historia como la enterraste.
– ¿Que la enterré? Recibió todo el espacio que merecía, Harley. De acuerdo, el asunto posee un cierto atractivo morboso, pero de momento no tenemos más que un cadáver anónimo. Cuando logres ponerle nombre y apellido, ya veremos qué se hace con tu noticia. ¿De acuerdo?
Jude trató de volver a su indignación, pero los argumentos de Leventhal lo habían dejado sin armas. Alzó la mirada y trató de ver cuántos colegas le habían visto hacer el ridículo. Media docena como mínimo. Leventhal también lo notó y enrojeció de exasperación.
– ¡Maldita sea! -exclamó-. Yo soy el editor encargado del fin de semana, y decido lo que aparece en el periódico del lunes. ¡Estoy hasta la coronilla de que la gente critique mis decisiones! ¡Y ahora ya te estás largando de una vez!
Jude salió del despacho. Pero luego, cuando pensó en lo sucedido, le pareció extraño. Leventhal no solía gritar ni ponerse tan furioso. Aparentemente, la reacción de él mismo también había sido un poco exagerada. Le comentó esto a Clive, para ver qué pensaba, pero el redactor se limitó a encogerse de hombros.
CAPÍTULO 5
Skyler llamó a la puerta de la cabaña de Kuta. Sabía que el anciano estaba dentro porque había visto su viejo bote amarrado al embarcadero, y el mugriento motor fueraborda colocado sobre un cercano tocón, sometido como siempre a reparaciones. En la pequeña bahía, el fuerte viento hacía aumentar el tamaño de las olas.
Estaba asustado. Se había sentido así durante toda la mañana y luego durante la tarde, mientras llevaba las cabras a pastar. Sus temores comenzaron cuando se encontró con Julia y ella le susurró lo de la clave de acceso. Skyler esperó a la muchacha en las proximidades de la pista de aterrizaje todo el tiempo que pudo. Como Julia no apareció, él le dejó un mensaje en el buzón indicándole que se reuniera con él por la tarde en casa de Kuta. Era la primera vez que se atrevía a hacer algo así, tan desesperado se sentía. Ahora se disponía a esperarla. Quería ver con sus propios ojos que la muchacha estaba bien, porque le embargaban los malos presentimientos.
Se abrió la puerta y Kuta lo miró con ojos enrojecidos.
– Chico, estás hecho un asco. ¿En qué andas metido?
Sin esperar respuesta, el negro se hizo a un lado y lo dejó pasar. El interior de la cabaña era fresco.
– Siéntate -dijo señalando él sillón, y puso agua a calentar para el té.
Skyler permaneció un rato sentado en silencio, y luego, poco a poco, fue desahogándose. Le contó a Kuta lo de la muerte de Patrick, y le explicó que Julia y él habían descubierto el cuerpo en el depósito de cadáveres del sótano; habló del servicio fúnebre, de las averiguaciones que Julia estaba haciendo. Habló en términos muy generales de los temores que sentía por ella, pero hacerlo le resultó difícil, y las palabras se le atascaron en la garganta. Al fin, el muchacho quedó en silencio.
Kuta movió lentamente la cabeza.
– Están pasando muchas cosas extrañas -dijo al fin-. Llevo años y años diciéndolo. Un montón de cosas extrañas. Y ésta es una más. No es natural que un muchacho tan joven muera. Creo que los tipos del Laboratorio son una especie de adoradores satánicos. Seguidores del Anticristo.
Desde hacía unos años a Kuta le había dado por la religión, e incluso había intentado enseñarle a Skyler las Escrituras, para contrarrestar lo que él llamaba «toda esa falsa instrucción».
El negro se levantó, cogió dos viejas tazas de una alacena, puso una bolsa de té en una de ellas y las llenó de agua caliente. Al cabo de un minuto, pasó la bolsa de té a la otra taza.
– Eso explica lo del avión -continuó-. Parece que cada vez que se produce una muerte, el aparato despega. Lo oí regresar hace menos de dos horas.
Se refería a una avioneta de hélice que permanecía encerrada en un pequeño hangar situado en las proximidades de la pista de aterrizaje. Skyler había oído el ruido del motor en diversas ocasiones, pero nunca le prestó atención.
– ¿Cómo que eso lo explica? ¿Para qué crees que utilizan el avión, aparte de para llevar el correo?
– No lo sé. Lo que sí sé es que me he dado cuenta de que el avión despega siempre que hay algún problema. Quiero decir algún problema médico.
– ¿Qué quieres decir? ¿Adonde quieres ir a parar?
Skyler, cada vez más preocupado, comenzaba a lamentar haber ido hasta allí.
– No quiero decir nada ni quiero ir a parar a ninguna parte. Calla y tómate el té.
Un minuto más tarde, Kuta le hizo una pregunta:
– ¿Crees que lo operaron?
– ¿A Patrick?
– Sí.
Skyler hizo un gesto de asentimiento. No quería entrar en especulaciones con Kuta. Se sentía muy unido a él, más que a nadie, excepción hecha de Julia. Pero no le apetecía tratar de expresar con palabras las sospechas y temores que tanto lo preocupaban… Todo aquello pertenecía a una parte distinta de su vida que él sólo deseaba compartir con Julia. Y ahora que ella estaba ausente y tal vez anduviese perdida por alguna parte, le apetecía aún menos hablar de ello.
Se levantó y fue a encender la radio que había sobre la vieja nevera. En seguida sonaron las notas de un violín, una guitarra y un acordeón. Según Kuta, era música zydeco, típica de Louisiana. Skyler se sentó en el sillón y siguió esperando a Julia.
Cuando finalizó la tercera canción, Skyler ya estaba seguro de que algo malo había ocurrido. Por enésima vez miró hacia el viejo reloj de cocina colgado de la pared, cuyas gruesas manecillas negras parecían moverse a paso de tortuga. El trabajo de Julia en la sala de archivos debía de haber terminado hacía más de una hora.
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