John Darnton - Experimento

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Experimento: краткое содержание, описание и аннотация

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Un cadáver mutilado, sin rostro ni huellas dactilares ha aparecido en extrañas circunstancias… Un thriller de máxima actualidad sobre la clonación y la manipulación genética, donde se mezcla la ciencia más avanzada con el suspense más estremecedor.

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Pero aquel cielo no tardaría en despejarse. Entre las nubes, hacia el oeste, había un pequeño claro por el cual se veía un retazo de cielo azul.

La puerta de tela metálica volvió a sonar y los otros jiminis salieron del barracón y se congregaron a su alrededor. Se lavaron la cara con el agua fresca y clara de la vieja pila metálica empotrada en el hormigón. Estaba tan fría que los hizo tiritar. De cuando en cuando, uno de ellos se acercaba a la bomba para accionar la palanca, y por el caño oxidado salía un chorro intermitente que iba a caer en la pila. Era la rutina de todas las mañanas, algo que todos hacían sin pensar.

Pero tal vez hoy las cosas fueran distintas, pensó Skyler. Se lo decía el corazón.

Camino de la casa de la comida, Benny se colocó a su lado. -¿Qué tal estás? -preguntó.

– Otras veces me he sentido mejor -contestó Skyler. Aparte de Julia, Benny era el único miembro de su grupo de edad en el que Skyler confiaba lo suficiente como para compartir con él alguno de sus secretos. Le había hablado de la expedición a la sala de archivos, y de cómo Julia y él habían descubierto el cuerpo de Patrick. Benny se puso muy pálido y no supo cómo reaccionar.

– Debía de estar muy enfermo -dijo-. De lo contrario, sería totalmente inexplicable.

Por toda contestación, Skyler se encogió de hombros. Benny dijo que le preocupaba que Skyler pudiera meterse en graves problemas.

– Recuerda cuál era la actitud de Raisin poco antes de morir -añadió, con la vista clavada en el suelo-. Tú te estás poniendo, si no igual, sí muy parecido.

Ahora el muchacho permanecía en silencio. El grupo de jiminis pasó ante la casa grande.

Skyler miró hacia la deteriorada mansión. La visión de aquel lugar le inspiraba temor. Se veían grietas y manchas de humedad en las paredes cubiertas de desvaída pintura rosa. Las cuatro grandes columnas de la fachada posterior se estaban pelando, y la pintura se desprendía de ellas como los pétalos de una flor. El fondo de la piscina, una piscina que ellos jamás habían visto llena, se había combado y agrietado y, en la tierra acumulada en las grietas, crecían matojos que alcanzaban los treinta centímetros de altura. Las viejas estatuas de mármol que rodeaban la piscina estaban manchadas y tenían verdín en los pliegues de los brazos y en la parte en que se unían los muslos.

Los ojos de Skyler se sintieron atraídos por la puerta del sótano, que permanecía cerrada, inescrutable.

Siguieron caminando hasta llegar a la casa de la comida, que estaba elevada medio metro sobre el suelo por pilotes de madera empotrados en bloques de hormigón. Junto a ella había una tosca cocina que contenía un fogón de leña, una nevera y una estantería que se usaba a modo de despensa. Como siempre, los muchachos se prepararon su propio desayuno, cogiendo el cereal de grandes barriles de madera y rebuscando en las cestas de fruta alguna que no estuviera ni golpeada ni excesivamente madura. La leche, recién ordeñada, estaba tibia.

Desayunaron en un silencio casi total, lo cual resultaba insólito. Todo el mundo sigue alterado por lo de Patrick, se dijo Skyler.

Apenas habían terminado de comer cuando un ordenanza golpeó la puerta con la parte lateral del puño para indicar el comienzo de la hora de gimnasia. El sol estaba a la espalda del hombre, así que al principio les fue imposible ver cuál de ellos era, pues la mejor manera de distinguir a uno de los otros era por la ubicación de los blancos mechones que todos tenían en el pelo. El ordenanza resultó ser Timothy, el que peor les caía.

Timothy los condujo como siempre al pisoteado terreno del patio de ejercicio y los jiminis se colocaron en formación. Timothy desplegó una silla de madera, se sentó en ella y comenzó a ladrar las órdenes. Los bufidos y resoplidos de los muchachos llenaron el aire de la mañana. Skyler se hallaba al fondo de la formación y realizaba los ejercicios descuidadamente, concentrándose en ellos sólo cuando el ordenanza miraba en su dirección. Sin embargo, a causa de la humedad, no tardó en tener el cuerpo empapado en sudor.

Al fin llegó el momento que Skyler esperaba.

– ¡Flexiones de pecho! -gritó el ordenanza.

El grupo giró a la izquierda y todos se tiraron al suelo. Desde aquella posición, a Skyler le era posible divisar el barracón de las mujeres. Al cabo de poco rato, las muchachas salieron en grupo y se encaminaron charlando entre ellas hacia la casa de la comida.

Skyler ya comenzaba a sentir la comezón del pánico cuando al fin vio a Julia. Una ola de alivio le recorrió el cuerpo en cuanto divisó la familiar figura de la muchacha y la oscura melena que le caía sobre los hombros y la espalda.

Momentos más tarde, Timothy se puso en pie, dio una palmada y con ello concluyó la clase de gimnasia. Los chicos cruzaron el campus y, por mera coincidencia, llegaron a un cruce de caminos en el mismo momento que las chicas. Durante varios segundos, los dos grupos se mezclaron. Skyler se colocó detrás de Julia, tan cerca que podría haberla besado con sólo inclinarse. Luego, cuando el muchacho ya se disponía a seguir su camino, ella se volvió hacia él y le susurró:

– Creo que ya lo tengo. Creo que conozco la clave de acceso.

La sorpresa lo dejó sin habla, observando cómo el grupo de mujeres se alejaba. Luego alzó la vista, miró hacia las marismas, iluminadas ahora por el sol, y contempló cómo se disolvían los últimos jirones de niebla matinal. El viento estaba arreciando, y las hojas mostraban sus pálidas partes inferiores. Al final parecía que habría tormenta.

CAPITULO 4

Tras conducir un rato a escasa velocidad por Main Street, Jude encontró sin dificultad la comisaría de policía, un edificio cuadrado de ladrillos rojos similar a docenas de otros que había visto en las deterioradas ciudades de los alrededores de Nueva York. Estacionó el coche en el aparcamiento trasero, bajo un angosto ventanuco que supuso pertenecía a uno de los calabozos, y rodeó el edificio para entrar por la puerta principal. A los policías les molestaba que uno utilizara atajos para entrar en su territorio.

El agente sentado tras el mostrador de recepción lo recibió con la típica hospitalidad, sin interrumpir la lectura de la revista People que tenía entre las manos. Jude conocía el artículo que el hombre estaba leyendo y también a su autor. Por un momento estuvo tentado de informarle de que sólo un cuarenta por ciento de lo que estaba leyendo era verdad. Pero, en vez de ello, puso una mano sobre el mostrador, dentro del campo de la visión periférica del hombre. Éste respondió a su presencia con un gruñido y al fin alzó la vista. Jude sacó la cartera, le mostró la tarjeta amarilla de prensa y le expuso el motivo de su visita.

– Tendrá usted que hablar con el sargento Kiley.

Aquello era un mal comienzo, pues los encargados de relaciones públicas de la policía solían ser sargentos.

– ¿Quién?

– Kiley. Él se encarga de las relaciones públicas.

El hombre continuó con su lectura.

– ¿Quién lleva la investigación?

– Tendrá usted que hablar con el sargento Kiley.

Jude estaba a punto de entrar en la inhóspita sala de espera cuando reconoció a un reportero del Daily News que estaba sentado de espaldas a él. Volvió sobre sus pasos y se dirigió al teléfono público que había en un rincón. Sacó una moneda del bolsillo, marcó el número del periódico local y pidió que le pusieran con el responsable del turno de noche. Estaba corriendo un riesgo calculado: a algunos periodistas les agradaba recibir en su pequeña ciudad a periodistas de la gran metrópoli y se sentían halagados por el hecho de que los tratasen de igual a igual; otros consideraban tales visitas como intromisiones y se negaban a soltar prenda. Jude tuvo suerte. Mencionó un par de nombres y logró que lo pusieran con la persona que cubría la historia. Era una reportera llamada Gloria que le dijo que estaba a punto de ir a ver al forense y lo invitó a acompañarla.

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