Christopher Priest - Indoctrinario

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Elías Wentik, que en un laboratorio secreto de la Antártida experimenta con drogas que afectan al cerebro, es transportado de pronto a la selva brasileña en el siglo XXII. El mundo ha sido devastado por armas nucleares y un gas venenoso todavía activo. Wentik quiere volver a su propia época y descubrir el antídoto del gas, pero la Gran Guerra ya ha comenzado, y Wentik ha de decidir si escapa volviendo a 1989 o muere en el presente.

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La preocupación inmediata debía ser ponerse a cubierto. El frío ya lo rodeaba.

No parecía haber forma de salir de la arruinada cabina. El cuerpo de Wentik estaba retenido fírmemente en su embarazosa posición. Empujó con las piernas, pero entonces los hombros apretaron el metal con más fuerza; ninguna libertad de movimiento en esa dirección. Intentó mover las piernas, y descubrió que podía patear en el reducido espacio. Su mano derecha descansaba en una larga vara metálica, parte de los controles, al parecer. Daba la impresión de que estuviera libre. Apretó la mano.

El armazón de la aeronave estaba construida con madera, y era ésa la única esperanza. Wentik levantó la vara metálica y la hizo girar hacia arriba. Se produjo un ruido de algo que se astillaba. Repitió la operación de hacerla girar, y la madera se rompió más aún.

En unos segundos hizo un agujero considerable, y apretó los pies contra el entablado. Hubo un sonido de madera que se partía y lona que se desgarraba, y de repente entró una luz difusa. Wentik volvió a patear, pero se detuvo cuando los restos del fuselaje empezaron a crujir por encima y detrás de él.

Arrastró los pies hacia adelante, tirando del cuerpo con el movimiento de las piernas. Cuando puso la cintura en el agujero se vio forzado a parar. Su brazo izquierdo seguía atrapado, y le dolía. Tiró del miembro, y notó que la carne se ponía tirante sobre el metal mellado.

Si tan sólo lograra liberar el brazo, podría salir. Volvió a tirar de él, y sintió que la carne se desgarraba. El dolor estalló en su brazo y le hizo cerrar los ojos.

Por fin, desesperado, sacó bruscamente el brazo con un grito de dolor.

Se retorció en el agujero, y cayó encima del hielo. Soplaba un viento fuerte, amargamente frío.

Wentik examinó su brazo y vio una profunda herida en la carne. La sangre brotaba de la herida. Puso el brazo sobre el pecho y se agarró el hombro derecho.

Sobre el horizonte, una masa de nubes negras asomaba amenazadora, empañando toda visibilidad. Wentik contempló las nubes y se dio cuenta de que en cuestión de minutos la poca luz que allí había sería eliminada por la ventisca. Tenía que ponerse a cubierto...

Al intentar aterrizar había pretendido parar el avión tan cerca como pudiera de una de las entradas de la Concentración. Las entradas estaban indicadas por postes que eran calentados por medios eléctricos. Debajo de la superficie de hielo había una entrada a un pozo de acceso a los ascensores que bajaban hasta el complejo de túneles.

Había quedado a doscientos metros del poste más cercano. Wentik se precipitó hacia allá tan rápido como pudo desplazarse sobre la nieve helada. Comprendía que a menos que se pusiera a cubierto, pocos eran los minutos de vida que le quedarían. La sangre del rostro ya se había congelado, y la del brazo amenazaba con hacerlo. El frío era espantoso; todas las inspiraciones que Wentik hacía explotaban en sus pulmones.

En ese momento corría dando grandes pasos tambaleantes.

Cayó varias veces, maldiciendo el frío, el dolor y la torpeza de sus movimientos.

A cinco metros del poste resbaló hacia atrás. Extendió el brazo derecho hacia adelante en un intento de guardar el equilibrio, pero cayó desgarbadamente en una zanja profunda que un montón de nieve le había ocultado.

La entrada.

Se levantó de nuevo y observó el costado. Inmediatamente a su izquierda la zanja cubierta se convertía en un túnel bajo la capa de hielo. Penetró en el túnel, temblando de frío. Ahora que estaba libre del viento podía apreciar su furia total. Un vistazo hacia atrás le indicó que la ventisca comenzaba...

Después de recorrer diez metros, Wentik llegó a unos abruptos escalones y bajó por ellos. En la parte inferior, cubierta por una plancha de acero acanalada, había una plataforma de cemento. Delante de Wentik había una puerta metálica, con una placa identificatoria. El científico la apretó con la palma de su mano derecha, y en pocos instantes la puerta se deslizó hacia atrás. Al otro lado estaba el compartimiento del ascensor.

Entró, y tocó el botón para bajar.

El descenso duró tres minutos.

En ese tiempo, Wentik examinó la herida de su brazo y comprobó que, según su criterio, el corte era superficial. Al parecer no había arterias cortadas, ya que el flujo sanguíneo era más lento que cuando lo observó por primera vez.

En la base del pozo las puertas se abrieron, y Wentik se encontró en uno de los corredores de metal que en otro tiempo habían sido tan familiares para él.

Miró inmediatamente el plano de la Concentración que se hallaba en cada una de las intersecciones de los túneles. Tenía que hacer algo con su brazo...

A cincuenta metros por el corredor lateral aparecía indicada una sección de primeros auxilios. Wentik se dirigió hacia ella con paso rápido, abrió la puerta de un golpe y entró.

La sala estaba vacía y era utilitaria. Junto a la pared había una cama con un montón de mantas y almohadas encima, en el centro de la habitación había una mesa metálica con dos sillas metidas por debajo del borde, y en la otra pared había un gran armario que contenía material médico.

Cogió un torniquete elástico y se lo enrolló en torno a la parte superior del brazo, apretándolo hasta que la sangre dejó de manar de la herida. Despuéssacó del armario un tubo de crema restauradora de tejidos y untó por encima, respingando con la punzada de dolor que se provocó. Finalmente encontró una larga venda blanca, y la enrolló suavemente alrededor de la herida hasta dejarla completamente protegida.

Una vez terminada esa operación se quitó el torniquete y sacó un cabestrillo del armario, que ajustó a su brazo.

Antes de volver al corredor cogió una chaqueta gruesa de un aparador de la sala y se la puso. Aunque allí hacía más calor que arriba, la temperatura en los túneles apenas estaba por encima del punto de congelación.

Salió y regresó al corredor principal. Después de mirar a un lado y al otro comprendió el único detalle de importancia: la Concentración estaba desierta, al parecer.

Consultó el mapa de nuevo y se encaminó hacia su laboratorio.

Su primera impresión al entrar en el laboratorio principal de investigación fue el hedor agobiante. Se acercó a la hilera de jaulas y observó la treintena aproximada de ratas muertas.

Miró por todo el laboratorio pero no vio rastro alguno de notas, y pasó a su antiguo despacho. Tal como había previsto, todo estaba desierto.

Se acercó al escritorio y tiró de los cajones para abrirlos. Vacíos.

El archivo. Vacío.

La totalidad de libros de texto habían sido cogidos de las estanterías. La provisión de útiles de escritorio había desaparecido. Las dos sillas estaban colocadas ordenadamente a los lados de las mesas. El aparador que en otro tiempo había contenido las notas y análisis diarios del equipo de investigación..., vacío.

En el papelero había un montón de cenizas negras, laminosas. Wentik pasó los dedos por el revoltijo, pero no quedaba un solo papel del que se pudiera descifrar algo.

Casi al momento de salir del ascensor Wentik intuyó que la Concentración entera había sido evacuada. Tenía que haberlo sabido, y quizás instintivamente lo había sabido.

Salió al corredor y se encaminó hacia la salida más cercana.

No existe cambio alguno en la historia. ¿Acaso no estaba predestinado que él no iba a encontrar ahí a N'Goko? Porque si lo hubiera encontrado, ¿qué...? Suponiendo que el avión no se hubiera estrellado y que N'Goko estuviera allí, ¿qué, entonces? ¿Acaso N'Goko habría ido con Wentik a Brasil? ¿Habría destruido sus notas y el producto de la investigación que había efectuado en ausencia de Wentik?

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