Christopher Priest - Indoctrinario

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Indoctrinario: краткое содержание, описание и аннотация

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Elías Wentik, que en un laboratorio secreto de la Antártida experimenta con drogas que afectan al cerebro, es transportado de pronto a la selva brasileña en el siglo XXII. El mundo ha sido devastado por armas nucleares y un gas venenoso todavía activo. Wentik quiere volver a su propia época y descubrir el antídoto del gas, pero la Gran Guerra ya ha comenzado, y Wentik ha de decidir si escapa volviendo a 1989 o muere en el presente.

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Wentik estuvo agazapado embarazosamente durante cinco horas en una oscuridad casi total sobre la rama del árbol, sin saber qué pasaba a su alrededor.

La selva era un lugar de pesadilla. El aullar de los animales prosiguió toda la noche, y aunque él había escuchado ese sonido en otra ocasión, resultaba prácticamente imposible no sentir el pánico que reptaba por su cuerpo. Por mucho que razonara, la imagen de bestias feroces y rapaces por todo su alrededor se hacía más y más vigorosa. Por fin, en un supremo esfuerzo de su voluntad, cerró su mente al ruido y se dijo una y otra vez que los animales eran inofensivos... Y de repente sus temores desaparecieron.

Más tarde, otros temores se manifestaron.

No tenía idea de a qué altura del árbol se hallaba. No se atrevía a moverse en la oscuridad por miedo a caer, y sólo podía encoger el cuerpo un poco hasta una posición algo menos incómoda. A pesar de que tanteó a uno y otro lado, no pudo encontrar rastro alguno del tronco del árbol, aunque resultó confortante saber que la rama en que se hallaba era gruesa y no podía estar muy lejos del tronco.

Algo que ni él ni Jexon habían tenido en cuenta: el generador de campo de desplazamiento estaba en el segundo piso del edificio, y así, toda persona que fuera enviada mediante el campo selectivo emergería en el aire.

Aún más preocupante para Wentik era lo que Jexon le había dicho sobre variar el campo de desplazamiento a su estado de existencia simultánea en los dos presentes. Si lo hacía, y Wentik seguía ahí, ¿qué le ocurriría? ¿Y cuánto tiempo consideraba Jexon que le costaría alejarse de las cercanías?

Finalmente, cuando Wentik empezaba a temer que ya no podía agarrarse a la áspera superficie de la rama, captó un tenue resplandor que surgía delante de él. Poco a poco el resplandor cobraba fuerza, hasta que Wentik logró distinguir las formas de las ramas cercanas.

En cuanto hubo luz suficiente, miró a su alrededor con todo cuidado y notó para su consternación que desde su posición en la rama no podía ver el suelo. El tronco no estaba lejos, a menos de tres metros, al parecer. Pero la superficie de la rama resultaba resbaladiza por culpa del légamo que hacía casi imposible un asidero firme.

Con sumo cuidado, Wentik se abrió paso poco a poco por la rama hasta llegar al tronco. Allí la madera era más seca y áspera, y varias lianas se aferraban a ella. Agarró una a modo de experimento, y descubrió que la sujeción de la liana al tronco era casi inamovible.

Eligió otra liana y cambió el peso de la rama al tronco. La planta trepadora resistió y, con gran alivio, Wentik empezó a descender.

Sus brazos, largo tiempo privados de ejercicio, estaban doloridos, y no había descendido más de tres metros cuando su cuerpo entero se estremeció de dolor. Había una rama a la derecha, y Wentik puso un pie en ella para aliviar la carga de los brazos.

Desde su nueva posición elevada comprobó que podía ver el suelo, quizás a seis metros por debajo. Casi le era posible saltar. El sudor resbalaba por su rostro, y ya un pequeño enjambre de insectos revoloteaba a su alrededor. Esos mosquitos brasileños, cuya picadura había experimentado ya...

Osciló para soltarse de la rama y prosiguió el descenso. Sus movimientos eran menos cautelosos ahora que veía la tierra, y se rasguñó los brazos en varios puntos. A dos metros y medio del suelo soltó la liana, y con un torpe puntapié intentó alejarse del tronco. En lugar de eso, cayó pesadamente, rodando con la bolsa que llevaba a la espalda.

Se puso en pie atolondradamente y miró a su alrededor.

El sol había subido, sin lugar a duda, pues la selva estaba a con un fulgor apagado. De nuevo los animales estaban silenciosos e invisibles. Se quitó la bolsa de la espalda y la dejó en el suelo. Sacó el contenido artículo por artículo, para asegurarse de que nada se hubiera extraviado en el tránsito de doscientos años.

Estaba su provisión de comida, condensada y deshidratada; ocupaba poco espacio pero le duraría semanas, si era preciso. Su agua, contenida en una cantimplora plana de plástico. Un manojo de mapas. Un machete. Una brújula. Una muda de ropa. Y el dinero.

Wentik cogió el dinero y lo examinó. Ahí tenía una pequeña fortuna: casi cuarenta mil dólares. Jexon se los había dado, con la seguridad de que los necesitaría. Wentik había tenido claros recelos. Supongamos que me preguntan de dónde he sacado el dinero, había dicho.

Jexon replicó que quién iba a preocuparse. Hay una guerra en curso. Nadie se interesará. Las prioridades cambian.

Wentik sacó el tubo de repelente para insectos y se untó profusamente por la cara y los brazos. En la Tierra no había nada capaz de mantener alejados a los insectos, pero eso tal vez ayudara. En realidad, en cuanto tuvo la crema en el rostro, sintió más frescura. Pero el olor era francamente repulsivo.

Después de un trago de agua estuvo listo.

Su primera consideración debía ser abandonar las cercanías del distrito Planalto. No había forma de saber cuándo Jexon conectaría el campo, y Wentik no deseaba encontrarse cerca cuando lo hiciera. Sacó la brújula, y consultó un mapa. Había una pequeña aldea a veinticuatro kilómetros al norte, y una misión católica romana en algún punto a orillas del río Aripuana. Si era posible, quería llegar a uno de los dos lugares antes que cayera la noche. No tenía intención de pernoctar otra vez en la jungla.

Pero veinticuatro kilómetros en este país... ¿A pie?

Recogió el resto de pertenencias y partió.

Cuando había recorrido doscientos metros, supo que jamás lo lograría. Era casi imposible moverse. La maleza era una maraña de enredaderas muertas, lianas vivas, espinos, ramas rotas, matorrales enanos que se desparramaban..., y en ningún punto había menos de treinta centímetros de profundidad.

Wentik empleaba el machete sin parar, pero esto causó poca o ninguna impresión a los vegetales. El sudor volvió a deslizarse por su rostro y el repelente se volvió inútil. Los primeros alfilerazos de sangre ya habían aparecido en su frente, y Wentik supo que al mediodía su cara estaría hinchada y dolorida de un modo increíble. Apretó el paso, consciente de que la dirección que estaba tomando era más dictada por el azar que por su brújula.

Musgrove debió de haber hecho lo mismo... Musgrove, el hombre enviado por Jexon para encontrarlo, de idéntica manera que él era enviado a buscar a N'Goko... Quizá Jexon estuviera confundido acerca de las razones del empeoramiento del estado mental de Musgrove al alcanzar la civilización, pero ahora estaba muy claro para Wentik. Unos cuantos días macheteando por esa maleza inducirían obsesión en casi cualquier individuo.

En especial si ha estado expuesto al gas perturbador...

Wentik experimentó una nueva sensación de identidad con Musgrove. Enviado para cumplir una tarea totalmente honesta, pero al instante acosado por meras dificultades prácticas.

Jexon había dicho: Es posible que una persona en soledad jamás note los cambios psicológicos que tienen lugar en su interior. ¿Acaso Musgrove habría ido solo por esta selva, cayendo poco a poco en una locura que no podría reconocer, mucho menos comprender? Podía conocer el gas perturbador, pero no sería capaz de diagnosticar los síntomas en símismo.

Entonces Wentik recordó el dolor de cabeza que había experimentado poco después de volver a la cárcel. Jexon había afirmado que se trataba del gas perturbador. ¿Lo era? ¿Se había ido su inmunidad al gas? En tal caso, ¿también él, como Musgrove, caería poco a poco en una obsesión que sólo se manifestaría si entraba en contacto con cierto tipo de influencia, pero que entonces no se daba cuenta de nada?

Y pensó en su temor a los animales por la noche, y en cómo su temor había aumentado hasta que consiguió asegurarse de que eran inofensivos...

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