Christopher Priest - Indoctrinario

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Elías Wentik, que en un laboratorio secreto de la Antártida experimenta con drogas que afectan al cerebro, es transportado de pronto a la selva brasileña en el siglo XXII. El mundo ha sido devastado por armas nucleares y un gas venenoso todavía activo. Wentik quiere volver a su propia época y descubrir el antídoto del gas, pero la Gran Guerra ya ha comenzado, y Wentik ha de decidir si escapa volviendo a 1989 o muere en el presente.

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—Serán recogidos mañana. Efectuamos vuelos regulares por las regiones afectadas por el gas perturbador. Hay gente que se adentra de vez en cuando, y tiene dificultades de salir de nuevo. El distrito Planalto, debido a que ha sido despejado, es una de las regiones que patrullamos con regularidad. Si los hombres de la época de usted han entrado accidentalmente, los llevamos al hospital y se les da un tratamiento de rehabilitación —Jexon dejó de hablar, sacó un bolígrafo del bolsillo y garabateó algo en una hoja de papel— También me ocuparé de esto. Es probable que sigan en el hospital, porque a los médicos tal vez les haya parecido que son casos pertinaces. Estos hombres pueden haber mantenido sus relatos, y los médicos estarán pensando que se aferran a sus delirios.

El rostro de Jexon se hizo sombrío de repente.

—Este asunto está empezando a tener consecuencias graves —dijo.

—Pero ¿qué les sucederá ahora? —preguntó Wentik, comprendiendo el motivo de la seriedad de Jexon. Los hombres eran víctimas accidentales del proceso de hechos, y quedarían profundamente afectados por lo que les había estado sucediendo.

Jexon tenía un aspecto de total desesperación.

—Supongo que se les tendrá que ofrecer las mismas alternativas que a usted. Quedarse aquí y trabajar para el bien de la comunidad, o ser devueltos a su época.

—Creo que puedo hablar por ellos —dijo Wentik—. Aun cuando no conozco a ninguno. Querrán ser devueltos.

Jexon sacudió la cabeza.

—Lo dudo. ¿Sabe qué día es hoy?

—¿Mi día o el suyo?

—El día al que usted ha estado orientado de manera inconsciente todo el tiempo que lleva aquí. 1989.

—Algún día de agosto, supongo.

—Es el 5 de agosto.

—¿Eso es significativo?

—No por sí mismo. Pero se está librando una guerra en ese momento. ¿Recuerda haber leído sobre la invasión de Florida por parte de Cuba? Eso fue el 14 de julio de 1989. La contienda acabó el 22 de julio. El día 28, La Habana fue bombardeada en represalia. El 29 otra ciudad cubana, Manzanillo, fue destruida.

"Ayer, doctor Wentik, mientras usted se hallaba en la habitación del hospital, el presidente de los Estados Unidos, rechazó las exigencias del Presidium soviético. Rusia había exigido una repatriación inmediata de todos los ciudadanos cubanos a una zona neutral del territorio continental de los Estados Unidos más una garantía inequívoca de avance hacia gobierno socialista en el país en el curso de una década.

"Hoy, mientras estamos sentados en esta cómoda habitación, hombres de su época están dando los primeros pasos hacia la destrucción mutua. La flota rusa del Mediterráneo será destruida esta tarde. Al anochecer, las primeras armas nucleares estarán explotando en territorio americano.

—¿No hay duda sobre esto? —preguntó Wentik. —Ninguna, en absoluto.

Jexon se puso de pie, y se vistió la capa verde.

—Será mejor que me vaya al hospital y ver cómo están los otros hombres. Mientras tanto, tal vez le gustará leer esto.

Sacó un libro delgado, similar al de historia, de un bolsillo, y lo ofreció a Wentik.

—Es uno de mis libros, y quizá le ayude a aclimatarse en nuestra sociedad un poco más aprisa.

Wentik lo cogió, y lo colocó distraídamente en la mesa cerca del otro libro. Cuando Jexon llegó a la puerta, lo llamó.

—¡Doctor Jexon!

—¿Sí?

—Quisiera pedirle un pequeño favor en el hospital. Hay una enfermera...

Jexon sonrió.

—No siga. Diré la palabra justa. Ella lo encontrará.

Y se fue. Wentik volvió a sentarse, y extendió su mano hacia el libro.

Diecinueve

Hay dos obsesiones comunes a todos los hombres, presentes en proporciones variables. Una es la búsqueda del amor, y la otra la búsqueda de la verdad.

No existe sustituto a ninguna de ambas, aunque el amor puede ser suplido temporariamente por la experiencia física del sexo. No hay ninguna verdad sosegante.

Wentik estaba despierto, el brazo derecho en torno a los hombros de la mujer que dormía junto a él. La noche era cálida, y pese a que eran las primeras horas de la mañana, la ciudad vibraba alrededor del científico. No había horas tranquilas en Sao Paulo, la población entera amoldada a un tipo de turno voluntario que permitía que el funcionamiento de la ciudad prosiguiera veinticuatro horas al día.

En la oscuridad, Wentik miraba fijamente el techo, con opresivas imágenes de los primeros años de su matrimonio amenazando con vencerlo. Por primera vez desde que empezara su separación forzada de Jean, se esparció en un confortante remanso de sentimiento. El recuerdo de los rasgos físicos de su mujer —frente amplia, brazos pecosos, senos pequeños y tiernos, risa fácil— llegó vivamente a Wentik a través de los meses. Tales son los objetos del recuerdo: no sutilidades de carácter principales o importantes, sino superficialidades cuya presencia, relacionada con incidentes recordados, conforman una identidad evocada. Su vida con Jean había sido agradable; no podía describirla mejor. Ella significaba mucho para él, y los dos habían conocido un tipo de felicidad que no podía ser descrito a terceros: estaban satisfechos, y quizá satisfechos de ellos mismos. Pero nadie importaba. Si amor era lo que él había compartido con Jean, entonces su lascivia hacia Karena había rebajado ese amor a un hecho de un momento.

Pero el amor volvía.

Del mismo modo, lo que Jexon le había dicho aquella tarde había calmado temporalmente su indagación sobre lo que le estaba ocurriendo. Pero ahora, en la paz de la soledad, Wentik observaba una gran ausencia de verdad.

El gas perturbador, la misteriosa sustancia por la que lo habían traído allí para que la destruyera, no podía ser suyo.

El trabajo que había estado haciendo, con toda certeza, conduciría finalmente a una sustancia cuyo efecto sobre el cerebro humano sería similar al descrito por Jexon.

Pero él no había terminado.

Astourde y Musgrove interrumpieron su investigación al alejarlo de su trabajo antes de concluirlo.

La muchacha en sus brazos se agitó en sueños, y apoyó la cabeza con más firmeza en el hueco del brazo del científico. Wentik apretó a Karena, su mano cayendo a lo largo del pecho de la mujer y cerrándose con suavidad sobre uno de sus senos.

¿En ese caso quién...? ¿Quién había continuado el trabajo en su ausencia? Sólo N'Goko disponía de sus notas.

Wentik se irguió bruscamente. Abu N'Goko.

Impaciente por la lentitud del progreso de la investigación, impaciente por ensayar la sustancia con voluntarios humanos, impaciente...

—¡N'Goko! —dijo en voz alta.

Y la mujer volvió a caer en los almohadones, enfurruñándose en la oscuridad antes del disturbio.

Tercera parte

LA CONCENTRACIÓN

Veinte

Novecientos metros por debajo de ellos, la jungla se extendía hacia ambos horizontes. Wentik estaba sentado en compañía de Jexon en la cabina del avión de despegue y aterrizaje vertical, y una docena de camisas de fuerza colgaban ominosamente de un perchero que tenían a la espalda.

Wentik sentía recelos en cuanto a lo que hallarían en la cárcel. Sólo después de partir comprendió la creciente intranquilidad que experimentaba por la muerte de Astourde. Si un hombre podía morir así, entonces era posible que otros murieran igual. Los hombres tenían muchas armas en la cárcel, entre ellas rifles y cuchillos, aunque Wentik no lograba entender los motivos de Astourde al tener consigo tales armas. Si los hombres tenían en la cabeza la idea de que los rifles habían sido traídos con la finalidad de luchar...

Echó un vistazo al anciano que estaba sentado a su lado, la espalda y la cabeza erguida con orgullo. Era como si él se negara a admitir incluso para sus adentros la presa gradual que la vejez estrechaba en su cuerpo. Wentik había leído el libro de Jexon, escrito durante los últimos dos años, y le había impresionado la vivida claridad del estilo, la precisión del vocabulario.

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