Robert Wilson - Los cronolitos

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Scott Warden es un hombre perseguido por el pasado… y pronto también por el futuro. En la Tailandia de comienzos del siglo XXI es un vago en una comunidad costera de expatriados, cuando es testigo de un acontecimiento imposible: la aparición en el boscoso interior de un pilar de piedra de casi setenta metros. Su llegada colapsa los árboles en un cuarto de kilómetro alrededor de su base. Parece estar compuesto de una exótica forma de materia y la inscripción tallada muestra la conmemoración de una victoria militar… que tendrá lugar dentro de dieciséis años.
Poco después, un pilar aún mayor aparece en el centro de Bangkok. A lo largo de los siguientes años, la sociedad humana queda transformada por estos misteriosos visitantes, al parecer llegados desde el futuro reciente. ¿Quién es el guerrero “Kuin”, cuyas victorias celebran? Scott sólo quiere reconstruir su vida, pero un extraño bucle le arrastra sin cesar hacia el misterio central… y una fascinante batalla con el futuro.
Tensa, emotiva, rigurosa y emocionante, “Los Cronolitos” es una obra maestra de uno de los mejores autores de ciencia ficción de la actualidad.

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—No creo que sea útil… pero sí, supongo que tiene algún propósito. Pero la verdad es que no es demasiado práctico.

—Exacto. Se trata de una estructura que tiene un propósito, pero éste propósito no es práctico, sino espiritual… o por lo menos, simbólico. Anuncia el poder y el predominio o conmemora algún acontecimiento público. Aunque es una estructura física, dirige todo su significado, toda su utilidad, a la mente humana. —¿También los Cronolitos?

—Eso es lo que pretenden. Como arma destructiva, son relativamente inofensivos. Por sí solo, un Cronolito no consigue nada concreto, pues no es más que un objeto inerte. Pero todo su significado reside en el reino del sentido y la interpretación… y allí es donde se desarrolla la batalla, Ashlee —se dio unos golpecitos en la frente—. Se trata del tipo más insólito de arquitectura, porque en el mundo físico no hay nada que pueda compararse con los monumentos y las catedrales que erigimos en el interior de nuestras cabezas. Una parte de esa arquitectura es sencilla y verdadera, otra es barroca, otra es bella… y otra es fea y peligrosamente defectuosa. Sin embargo, los monumentos tienen más relevancia que cualquier otro tipo de arquitectura, porque imaginamos el futuro a través de ellos. La historia no es más que un antiguo registro de todo aquello que han construido los hombres y las mujeres a partir de sus ideas. ¿Comprendes? La genialidad de Kuin no tiene nada que ver con los Cronolitos, porque éstos no son más que tecnología, personas que consiguen que la naturaleza salte a través de un aro. La genialidad de Kuin radica en que los está utilizando para colonizar el mundo de la mente, para construir su propia arquitectura en el interior de nuestras cabezas.

—Ha conseguido que la gente crea en él.

—En él, en su poder, en su gloria, en su benevolencia… pero sobre todo, en que su victoria es inevitable. Y eso es lo que deseo cambiar, porque en Kuin no hay nada inevitable, absolutamente nada. Somos nosotros quienes estamos construyendo a Kuin cada día, a partir de nuestras esperanzas y nuestros miedos. Kuin nos pertenece. Es una sombra que todos nosotros estamos proyectando.

Estas palabras no eran nuevas para mí, puesto que la prensa ya había hablado sobre la política de las expectativas. Sin embargo, hubo algo en su discurso que hizo que se me erizara el vello de los brazos. Puede que se debiera a su nivel de convicción, a su elocuencia casual… o a algo más. Creo que entendí, por primera vez, que Sue había declarado una guerra privada y muy personal contra Kuin. Es más, creo que pensaba que se encontraba en el mismo centro del conflicto… ungida por la turbulencia tau, ascendida directamente hacia la Divinidad.

El domingo salí a cenar con Kaitlin a un restaurante de comida rápida, acabando así con el dinero que había ganado el fin de semana.

Cuando Kait bajó del apartamento que tenía encima del garaje de Whit, tenía un aspecto valeroso pero inconsolable. Saltaba a la vista que había pasado dos noches sin David, porque tenía los ojos enrojecidos y la tez pálida por la falta de sueño. Me dedicó una sonrisa casi furtiva, como si no tuviera ningún derecho a mostrarse alegre mientras David estaba en la guerra.

Tomamos unos bocadillos de pasta de judías en People’s Kitchen, un restaurante que antes tenía brillantes colores pero ahora resultaba escabroso. Kait, que sabía que Sue Chopra y Ray Mosley se encontraban en la ciudad, me hizo algunas preguntas sobre su visita, aunque era evidente que no sentía demasiado interés por lo que ella consideraba “los viejos días”. Me comentó que últimamente tenía pesadillas: se encontraba en Portillo con David; él estaba en peligro mortal y ella no podía hacer nada por ayudarle. En el sueño, le habían enterrado las piernas en la arena y el Kuin de Portillo se alzaba sobre ella… y parecía vivo, deforme y malvado.

Escuché en silencio su relato. No era un sueño demasiado difícil de interpretar.

—¿Has tenido noticias de David?

—Me llamó cuando el autobús llegó a Little Rock, pero desde entonces no he vuelto a saber nada de él. De todas formas, supongo que se han encargado de mantenerlo bien ocupado en el campamento.

Yo también lo suponía. Entonces, le pregunté qué tal llevaban el tema Janice y Whit.

—Mamá es de gran ayuda. Y Whit… —movió la mano—. Bueno, ya sabes como es. No aprueba la guerra y en ocasiones se comporta como si David fuera el único responsable de ella. ¡Como si hubiera tenido alguna otra opción cuando lo llamaron a filas! Para Whit todo es un gran negocio… y las únicas personas implicadas son obstáculos o malos ejemplos.

—Yo tampoco estoy seguro de que esta guerra esté sirviendo de algo, Kait. Si David hubiera deseado eludir el ejército, yo le habría ayudado a excavar un hoyo.

Kait sonrió con tristeza.

—Lo sé, papá. Y David también lo sabe. Sin embargo, por extraño que resulte, Whit jamás hubiera aceptado esa opción. No le gusta la guerra, pero tampoco está dispuesto a quebrantar la ley, a tener problemas legales ni nada de eso. La verdad es que David suponía que si intentaba eludir su reclutamiento, Whit informaría de ello a la policía.

—¿Y tú le crees capaz de eso?

Vaciló.

—No odio a Whit…

—Lo sé.

—Pero sí, creo que lo haría.

Quizá no resultaba tan sorprendente que tuviera pesadillas.

—Supongo que Janice estará más por casa ahora que se ha quedado sin trabajo —comenté.

—Sí. Y resulta de gran ayuda. Sé que echa de menos a David, pero nunca habla de la guerra, ni de Kuin ni de lo que piensa Whit. Ese territorio está estrictamente prohibido.

La lealtad que mostraba Janice hacia su segundo marido era notable y, probablemente, admirable, aunque a mí me costaba creerlo. ¿En qué momento la lealtad pasa a convertirse en un martirio? ¿Hasta qué punto era peligroso Whirman Delahunt? Sabía que no podía formularle esas preguntas a mi hija.

Además, Kait tampoco sabría qué responder.

Cuando llegué a casa, Ashlee ya se había acostado. Sus? y Ray estaban despiertos, sentados en la mesa de la cocina y hablando en voz baja mientras examinaban un mapa de los estados occidentales. Ray guardó silencio cuando pasé por delante, pero Sue me invitó a unirme a ellos. Para gran alivio de Ray, decliné la oferta con educación y me fui a hacer compañía a Ashlee, que estaba acurrucada sobre su costado izquierdo, con las sábanas enredadas entre los pies y la piel de los muslos erizada debido a la ligera brisa nocturna que se colaba en la habitación.

¿Debería sentirme culpable por no haber buscado ni alcanzado un martirio personal, como Janice, que estaba atada a Whit por su sentido del deber; o como David, que tendría que ir a China y era probable que nunca regresara; o como mi padre, que había justificado su vida comí? un martirio? (Estuve con ella, Scotty.)

Cuando me metí en la cama, Ashlee se movió, masculló y se apretujó contra mí cuerpo para resguardarse del frío de la noche.

Intenté imaginar el martirio invirtiéndolo en el tiempo, como las agujas de un reloj estropeado: ¡qué dulce era renunciar a la divinidad, bajarse de la cruz y pasar de la transfiguración al simple conocimiento para alcanzar, por fin, la inocencia!

Veinte

Cuando Hitch llegó a la ciudad, estaba cojo y le faltaban dos dedos de la mano izquierda. Me dio la impresión de que ya no sonreía con la misma facilidad que antaño, aunque saludó a Sue con una sonrisa y me dedicó una mirada bastante cordial. Por supuesto, su presencia no dibujó en el rostro de Ashlee ninguna expresión de alegría.

Ashlee trabajaba en la planta de tratamiento de aguas de la ciudad, administrando las cuentas del director financiero y redactando los informes exigidos por las leyes estatales y federales. Llegó a casa agotada y estuvo a punto de desmayarse al ver a Hitch Paley, a pesar de que llevaba un traje respetable e incluso se había puesto corbata. Para Ashlee, Hitch era un recuerdo negativo, porque había estado con ella cuando perdió a su hijo Adam.

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