Robert Wilson - Los cronolitos

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Scott Warden es un hombre perseguido por el pasado… y pronto también por el futuro. En la Tailandia de comienzos del siglo XXI es un vago en una comunidad costera de expatriados, cuando es testigo de un acontecimiento imposible: la aparición en el boscoso interior de un pilar de piedra de casi setenta metros. Su llegada colapsa los árboles en un cuarto de kilómetro alrededor de su base. Parece estar compuesto de una exótica forma de materia y la inscripción tallada muestra la conmemoración de una victoria militar… que tendrá lugar dentro de dieciséis años.
Poco después, un pilar aún mayor aparece en el centro de Bangkok. A lo largo de los siguientes años, la sociedad humana queda transformada por estos misteriosos visitantes, al parecer llegados desde el futuro reciente. ¿Quién es el guerrero “Kuin”, cuyas victorias celebran? Scott sólo quiere reconstruir su vida, pero un extraño bucle le arrastra sin cesar hacia el misterio central… y una fascinante batalla con el futuro.
Tensa, emotiva, rigurosa y emocionante, “Los Cronolitos” es una obra maestra de uno de los mejores autores de ciencia ficción de la actualidad.

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Antes de acostarme, me llevé a Sue a un lado.

—Me alegro de verte —dije—. De verdad. Pero si quieres algo más de mí que un par de noches en una cama plegable, me gustaría saberlo.

—Hablaremos de eso más adelante —respondió con tranquilidad—. Buenas noches, Scotty.

Ashlee, que ya se había acostado y estaba más tranquila, me dijo que se alegraba de haber conocido a esas personas que, antaño, habían significado tanto para mí, porque eso había permitido que todas las historias que yo le había contado cobraran vida. De todas formas, añadió que le daban miedo. —¿Miedo?

—Sí, del mismo modo a Kait le da miedo el reclutamiento de David. Por la misma razón. Sé que quieren algo de ti, Scott.

—No te preocupes por eso.

—Pero tengo que hacerlo. Esas personas son muy inteligentes. No estarían aquí si no estuvieran seguras de que lograrán persuadirte…

—No es tan fácil convencerme, Ash.

Se volvió hacía su lado de la cama, suspirando.

En estos siete años, Kuin no había plantado ningún Cronolito en suciu norteamericano (el avance se había detenido en la frontera mexicana). Nosotros, junto con el norte de Europa, Suráfrica, Brasil, Canadá, las islas del Caribe y otros puntos aislados, formábamos un archipiélago de cordura en un mundo asediado por la locura. El impacto de Kuin un América no había sido político, sino económico: el caos global había interrumpido la demanda de bienes manufacturados, sobre todo en Asia, y el dinero había sido retirado de las industrias de bienes de consumo para dirigirlo a la defensa. A pesar de que la tasa de desempleo era relativamente baja (excepto para los refugiados de Luisiana), eran varios los lugares en los que había un déficit de existenciasy se tenía que recurrir al racionamiento. Los Copperhead afirmaban que se estaba produciendo una sovietización gradual de la economía (y en este punto, al menos, tenían parte de razón). Ni en el Congreso ni en la Casa Blanca existía ningún sentimiento pro-Kuin real, así que nuestros kuinistas (y sus homólogos anti-kuínistas) no eran activistas, sino simples combatientes callejeros… al menos, de momento. Pero no sucedía lo mismo con los círculos Copperhead respetables, como e! de Whit Delahunt: estaban por todas partes, pero se movían muy despacio.

Yo había leído algo de literatura Copperhead, tanto de escritores académicos (Daudier, Pressinger, e! Grupo de París) como de autores populares ( Vistiendo al Emperador , de Forrestall, cuando entró en las listas de bestsellers), e incluso había saboreado ¡as obras de músicos y novelistas que se habían convertido en la imagen pública de este movimiento. Aunque algunas eran impresionantes, tenía la sensación de que sólo intentaban transmitir un deseo o congraciar a la nación o al autor con alguna autarquía kuinista inevitable.

Todavía no había pruebas directas de la existencia de Kuin. Era obvio que ya existía, quizá en algún lugar del sur del continente chino, pero Asia había sido cerrada a la prensa y a las comunicaciones, su infraestructura se encontraba en una situación de colapso radical y habían muerto millones de personas por el hambre y el desasosiego. El caos que había ayudado a crear a Kuin también lo estaba protegiendo de una exposición prematura.

¿Kuin tendría ya en sus manos la tecnología necesaria para crear un Cronolito?

Probablemente, me dijo Sue.

Eso sucedió el domingo por la mañana. Ashlee, que seguía inquieta, había ido a Saint Paul a visitar a su prima (Alathea se ganaba a duras penas la vida vendiendo cazuelas de cobre decorativas de puerta en puerta. Ashlee iba a visitarla cada domingo, como una expresión de compasión familiar, pues Alathea era una mujer desagradable con creencias religiosas excéntricas y ningún talento para las tareas domésticas). Me senté con Sue en la mesa de la cocina a tomar el desayuno y disfrutar de mi día libre, mientras Ray salía a buscar algo de café, porque habíamos agotado las reservas de casa.

Me contó que sólo había un puñado de personas en el mundo que comprendieran la teoría contemporánea de los Cronolitos lo bastante bien como para conceptuar los medios necesarios para crear uno… y por casualidad, Sue era una de ellas. Esa era la razón por la que el gobierno federal había mostrado un interés tan ambivalente por ella, ayudando u obstaculizando su trabajo de forma alternativa. Sin embargo, ése no era el tema más importante en estos momentos. Según me explicó, el problema principal era que el gobierno chino, cada vez más desesperado, llevaba años desarrollando programas de investigación intensiva sobre la factibilidad de la tecnología tau, pero había privado de estos conocimientos a la comunidad internacional.

¿Y por qué era eso un problema?

Porque el fragmentado gobierno chino se había colapsado bajo el peso de su propia insolvencia, así que era posible que esos conocimientos científicos estuvieran ahora bajo el control directo de kuinistas insurgentes.

—De modo que todo encaja en su sitio —comentó—. En algún lugar de Asia existe un Kuinque tiene esta tecnología en sus manos. Aunque sólo falta un par de años para la conquista de Chumphon, parece que ese acontecimiento será completamente plausible… y no podemos hacer nada por evitarlo. Como el Sudeste Asiático está en manos de diversos movimientos rebeldes, para proteger las colinas de Chumphon se necesitaría un ejército enorme… y eso significaría reconsignar las tropas y el abastecimiento de China, y nadie desea hacer eso. Así que la llegada de Chumphon será… como tú dirías, inevitable.

—Pero eso son las sombras de lo que será.

—Sí.

—Y no podemos hacer nada por evitarlo.

—Bueno, no lo sé, Scotty. Creo que podría hacer algo —su sonrisa era traviesa y melancólica a la vez.

Como todo aquel asunto me inquietaba, intenté desviar el tema preguntándole si había sabido algo de Hitch Paley últimamente, puesto que yo no había vuelto a saber nada de él desde Portillo.

—Seguimos en contacto —respondió—. Vendrá a la ciudad en un par de días.

El día siguiente, por la tarde, tuve ante mis ojos la prueba evidente de la simpatía innata (aunque extraña) de Sue: Ashlee es taba sentada junto a ella en el sofá, escuchando extasiada su interpretación de la Era de los Cronolitos.

Cuando me uní a ellas, Ash estaba diciendo:

—No comprendo por qué consideras que es tan importante destruir uno.

Sue meditó su respuesta con la misma intensidad que un fanático religioso.

Y puede que lo fuera, por lo menos a su modo. En los seminarios de física de Comell, solía comparar las partículas subatómicas (hadrones, fermiones y todas las variedades formadas por quarks) con las deidades de un panteón hindú, que a pesar de ser diferentes, todas son aspectos de una única divinidad aglutinante. Sue, que no seguía la religión de una forma convencional ni había visitado Madras, la ciudad natal de sus padres, utilizaba estas metáforas de forma relajada y, a menudo, cómica. Sin embargo, todavía recuerdo su descripción de las dos caras de Shiva, el destructor y el portador de la vida, el joven asceta y el fecundador que empuña un fingía. Sue había detectado la presencia de Shiva en cada dualidad, en cada simetría cuántica. Unió las yemas de sus dedos.

—Ashlee, dime cómo definirías la palabra “monumento”. —Bueno —respondió Ash con indecisión—. Es una cosa, una estructura, como un edificio. Es, ya sabes, arquitectura. —¿Y entonces, por qué es tan diferente de una casa o un templo? —Supongo que se debe a que los monumentos no se utilizan y, en cambio, las casas y las iglesias sí que se utilizan. El monumento sólo se alza para anunciarse.

—Sin embargo, un monumento tiene algún propósito, ¿verdad? Del mismo modo que una casa sirve para algo.

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