Dimitri Bilenkin - Operación «Dios cósmico»
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- Название:Operación «Dios cósmico»
- Автор:
- Издательство:Editorial «Mir»
- Жанр:
- Год:1984
- Город:Moscú
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Operación «Dios cósmico»: краткое содержание, описание и аннотация
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— Nadie tiene el propósito de procesarlo — dijo Polynov con inesperada suavidad. Cris que estaba junto a la puerta seguía con perplejidad la conversación.
— Pero yo no entiendo nada — se decidió a terciar, por fin—. El doctor Lee Berg es un recluso, igual que nosotros, y combatió junto con todos…
— Es igual mas no del todo — la interrumpió Polynov—. ¿No es verdad, doctor?
— Sí, es verdad — susurró Lee Berg. La excitación se le pasó y junto con ésta le abandonaron también las fuerzas. Cayó pesadamente sobre una silla—. Pregúnteme, le voy a contar todo, no tengo derecho de ocultar nada.
— Querido Lee, si ya le he dicho que aquí no estamos ante un tribunal, y usted no es el acusado. Le repito otra vez, tranquilícese. Ya me he repuesto lo suficiente como para exonerarle de un relato penoso. Voy a contarlo todo por usted, me corregirá si algo no encaja. ¿De acuerdo?
Lee Berg, automáticamente, hizo un movimiento afirmativo con la cabeza.
— Pues bien — Polynov entornó los ojos—. Usted era un buen especialista y, al mismo tiempo, una persona de convicciones muy, pero muy reaccionarias. Y no lo ocultaba, por el contrario, estaba orgulloso de ello. Además, tenía experiencia de trabajo en el cosmos. ¿No es así?
— Es verdad, pero, ¿cómo? ¡Usted no podía conocer mi pasado!
— Y un buen día — continuó Polynov— le hicieron una proposición muy seductora. Un año…
— Un año y medio.
— Un año y medio de trabajo en una base de investigación en la zona de asteroides. Por una suma exorbitante. Usted hasta se asombró del dineral que le ofrecían.
— Sí, me asombré y…
— Y usted asintió, aunque había cosas que le inquietaban. Por ejemplo, cierto velo misterioso.
— Es verdad.
— Pero de una forma o de otra, usted vino a parar aquí y en el acto se dio cuenta de que ésta no era, en modo alguno, una estación científica…
— ¡Lo comprendí antes, sí, antes! A nosotros, los especialistas, nos trasladaron a todos juntos, ¡Dios mío! ¡Estos sí que eran fascistas! Pero, definitivamente, todo el intríngulis se puso en claro aquí.
— Con usted hablaron. Circunstanciada y amigablemente. Dentro del espíritu de sus teorías le explicaron el objetivo de su presencia en la base. Y, al principio, el proyecto incluso le gustó…
— ¡No!
— Sí.
— Usted tiene razón… — durante varios segundos los labios de Lee Berg se movieron sin que éste emitiese sonido alguno—. Usted tiene razón, por fin recobró el habla. Algunos aspectos de este proyecto contenían un grano racional. Un poder único sobre todos los pueblos, un espíritu único y un objetivo único… ¡Pero los métodos, los métodos!
— Esto precisamente fue lo que le causó repulsión. Cuando usted se percató del precio que habría que pagar por el triunfo de sus ideas…
— ¡Expresé mi más categórica protesta! Estoy en contra…
— Durante mucho tiempo trataron de persuadirle utilizando todas las formas posibles. Pero usted…
— ¡Yo me mantenía firme! ¡Estaba indignado por la profanación de las ideas filosóficas sublimes y lo declaré abiertamente!
— Y le mandaron a la fábrica. A trabajar bajo la amenaza del cañón de una pistola.
— Y el látigo… — susurró Lee Berg.
— Antes de nuestra llegada junto a usted trabajaban soldados, ignorantes, analfabetos y apocados, reclutados en legiones extrajeras de toda laya.
— ¿De dónde conoce también estas cosas?
— Muy sencillo. ¿A quién necesitaban para realizar la primera etapa de la operación «Dios cósmico»? En primer lugar, a los constructores de la base. Estos ya están muertos. Temo que en la Tierra les consideran ejecutados… en ciertas prisiones terrestres. En segundo lugar, se requerían tipos sin honra ni escrúpulos, los guardias. Fundamentalmente fueron reclutados en las legiones blancas: es difícil encontrar otra fuente mejor. Además, se necesitaban obreros, que al mismo tiempo hicieran las veces de soldados, para trabajar en la planta. Pues los legionarios blancos no son grandes entusiastas del trabajo duro. Los soldados-esclavos, como ya he dicho, también fueron extraídos de la misma cloaca de las guerras neocoloniales. Y esta tarea se facilitó mucho porque el oficio de asesinos se hizo muy peligroso en nuestros tiempos. En tercer lugar, hacían falta especialistas. Semejantes a usted. Se escogía a aquellos quienes de mente y corazón se mostraban partidarios del neofascismo de Huysmans. Por supuesto, en una empresa tan complicada y desapacible era imposible pasárselas sin llevarse chasco alguno. Por ejemplo, usted. Y también otro. Un electricista.
— ¿Eriberto? — exclamó Lee Berg—. Es imposible. Este rematado…
— Resultó más hábil que usted. Se avino, admitió, prestó juramento… Y… el primer día, precisamente, me visitó para sondear el terreno. Tanto la primera como la segunda vez se anduvo por las ramas dando vueltas en torno mío como un gato hambriento alrededor de un bocado sabroso. Y ya estábamos a punto de ponernos de acuerdo, mas algo le impidió acudir a nuestra última cita. Es posible que hayan sospechado de él. Pero sea como fuere, todos nosotros le debemos nuestra salvación. Fue él quien en el momento crítico dejó sin luz la base. Y pereció como un héroe. Era un hombre inteligentísimo, hasta concibió que en la planta sería mejor dejar la luz.
— Diga lo que quiera, pero tuvimos suerte — Cris suspiró muy bajito. La puerta estaba entreabierta y la muchacha con el rabillo del ojo vigilaba la escalera, pero el diálogo acaparaba toda su atención—. Tuvimos suerte, por cuanto los acontecimientos tomaron precisamente este cariz y no se desarrollaron de otra forma — repitió ella.
— ¿Tuvimos suerte? — Polynov se rió, notando con satisfacción que la risa no repercutió en la cabeza con un resonante dolor—. Claro que tuvimos suerte. Pero no es sólo eso. El error general reside en pensar que la fuerza bruta es invencible. En realidad es débil, muy débil. Y la razón de ello radica en que esta fuerza no se apoya en seres humanos, sino en autómatas faltos de reflexión que aparentan ser hombres. Esta es, precisamente, la causa por la que hemos vencido. Figúrense ustedes: con estrechez, en las condiciones cósmicas alguien reunió varias decenas de bandidos que se odian mutuamente. Un ambiente agobiante de espionaje; los nervios tensos hasta el límite por cuanto hasta para un estúpido está claro que la confrontación con el resto de la humanidad es un riesgo descabellado.
Para destruir un «colectivo» de esta índole que se encuentra al borde del histerismo no hacen falta bombas, basta con infundir el pánico. Organizarles a ellos tal pánico y saber aprovecharlo, éste sí que era un problema. Y es aquí donde tuvimos suerte.
— ¡¡¡Pero no la tendréis más!!!
Lee Berg quedó con la mandíbula caída. Cris lanzó un grito. Ya era tarde. Una parte de la pared viró sin el menor ruido. Huysmans ya los tenía bajo el alza de su arma.
Con una mirada ordenó a Cris que se levante. Ésta, como hipnotizada, se puso en pie. El lighting le resbaló de sus rodillas.
— El juego está perdido — profirió Huysmans con aire de júbilo—. He bloqueado a los vuestros en la planta y el traidor ya no vive. No consiguieron enviar el radiograma… ¡Y sanseacabó!
— Tú, Huysmans, eres un estúpido — Polynov, como si tal cosa, arreglaba la almohada. Ni siquiera se dignó de mirar al enemigo—. ¿Y sabes por qué?
Huysmans quedó estupefacto. Sus labios se contrajeron en un tic nervioso.
— Aún te atreves a… — se le escapó una especie de ronquido.
— Meramente, quiero señalarte un error tuyo, ¡oh, malhadado candidato a dictador!
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