Dimitri Bilenkin - Operación «Dios cósmico»
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- Название:Operación «Dios cósmico»
- Автор:
- Издательство:Editorial «Mir»
- Жанр:
- Год:1984
- Город:Moscú
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— ¡Ay!
El grito de la muchacha fue lo último que oyó antes de desplomarse en una resonante oscuridad. En seguida, el sonido se extinguió y todo se sumió en el silencio.
8. Knock-out
Como si el viento trajese de la lontananza un susurro de voces confusas. Entonces llegó el dolor. Se asombró: ¿de dónde podía surgir el dolor, si él no tenía cuerpo? ¿De la oscuridad?
Pero, de pronto, sintió resurgir su cuerpo. Y entonces obtuvo la respuesta: que el dolor estaba en él mismo, que él se encontraba acostado y su muñeca apretada por los dedos de alguien, mientras que los sonidos, estos realmente provenían de las tinieblas.
Se apresuró a dar a su cuerpo la orden despabilarse, de sentirse a sí mismo, para que no se disuelva otra vez, para que no le abandone.
Sintió un agudo zumbido en la cabeza, le pareció que caía, y desde abajo, a su encuentro, haciendo retroceder las tinieblas, se infiltraba una luz y se deslizaba un paisaje de peñascos primigenios. La imagen de más abajo: más abajo, el selector de comunicación, una mesa que por algunas señas le era muy familiar; la imagen se estremeció, emergieron unos rostros… ¡Cris! Reconoció a Cris. Puesta de rodillas susurraba algo, cerrando los ojos. Como si rezara. Tenía los labios de color negro y sus ojos hundidos también estaban rodeados de negror. Sí, efectivamente, estaba rezando, él distinguía las palabras.
Todo se puso en su debido lugar. Había habido un combate, un infierno, el ojo de una pistola apuntando contra él, y ahora yacía en el despacho de Huysmans y Cris estaba junto a él…
— ¿Hemos vencido?…
Cris se contrajo como afectada por una descarga eléctrica. Una exultación radiante y extática transformó su rostro.
— Está vivo, vivo, vivo…
Hundió la cara en su mano. En la palma de su mano sintió calor y humedad. Los hombros de la muchacha se estremecían.
— Claro que está vivo — sintió una voz desconocida y al mismo tiempo vio aproximarse a él una cara desconocida, una cara ancha, de aspecto venerable y de mejillas flojas—. ¿Cómo se siente usted, Polynov?
— Muy bien — contestó Polynov, sin faltar mucho a la verdad. Recobraba rápidamente las fuerzas.
Trató de levantarse un poco.
— No importa, no importa, ya puede — el de la cara venerable comenzó a ajetrear, metiéndole una almohada por debajo de la espalda—. Un pequeño shock, y nada más… La señorita por suerte falló el tiro.
Polynov palpó la venda en la cabeza. Con un esfuerzo de voluntad entrenado hizo mitigarse el dolor que sentía en la parte derecha de la frente.
— La culpable soy yo, yo… — sollozaba Cris, apretando convulsivamente la mano de Polynov, como si éste pudiera desaparecer repentinamente.
— Deja ya, Cris, déjalo… — Polynov, confuso, acarició su suelta cabellera—. ¿Y Mauricio… está vivo?
— ¡Aquí estoy!
El francés se deslizó hacia la cabecera. Tenía un aspecto desgarrado, pero, igual que antes, se mantenía con bravura.
— ¿Se permite? — preguntó despacito al de la cara venerable.
— Se permite o no — dijo ya con bastante fírmela Polynov—, hable.
— Sí, sí —asintió apresuradamente con la cabeza el de la cara venerable, mirando de soslayo y hasta con cierto susto a Polynov—, se puede. Con mi permiso, por supuesto — se dio prisa en añadir.
— Entonces, le informo — Mauricio hizo una pausa—. Entonces, las cosas van así. Hemos quedado vivos seis. El enemigo, en su mayor parte, ha sido exterminado.
— Más exactamente.
— Diecinueve muertos, siete heridos, delirando cinco y se escaparon tres. Todavía no nos ha dado tiempo a registrar toda la base.
— De todos modos, es una victoria… ¿Y Huysmans?
— Se escondió.
— ¡Ah, diablo!
— ¿Qué puede hacer él estando solo?
— Hum… Está bien. ¿Han comunicado a la Tierra?
Mauricio, desconcertado, apartó la vista.
— Yo esperé largo rato, pero…
— Pero el voltaje no mejoró. Siga.
— Corrí a buscarle a usted. Fue entonces que Cris… Le trasladamos aquí, por cuanto éste es el centro de mando, y…
— Está claro. Cuando regresó a la estación de radio ya había sido destrozada.
— Sí.
— No podía ser de otra manera. Yo, encontrándome en la situación de Huysmans, hubiera hecho lo mismo. ¿Y han aclarado por qué centelleaba la luz?
— Una casualidad desafortunada. Cris se había debilitado mucho, se desmayó, al cabo de cierto tiempo, a pesar de todo, conectó la corriente, pero…
— Me di un golpe en el hombro…
— Ella estropeó…
— ¡No importa, Cris! Perdona, Mauricio… Cris, pequeña — Polynov obligó a la muchacha a levantar la cabeza—, pequeña, yo… Debí haberte preguntado inmediatamente cómo te…
— Me duele… — Cris sonrió tímidamente—. ¡No, no, me he repuesto totalmente! No fui yo quien disparó contra ti, fue el miedo…
— Olvídalo, Cris. Todo está bien lo que termina bien, como dice el proverbio. Mauricio, ¿cómo se han colocado centinelas?
— Nosotros cuatro, estamos aquí. El quinto monta la guardia en el compartimiento energético, el sexto cuida de nuestra seguridad. Ah, sí, aquí hay un guardia que se entregó por su propia voluntad y dijo que usted…
— Es Amín. Un caso muy difícil… No importa, devolvedle el arma, ahora incluso un aliado así no está de más. Pero a mí no me gusta cómo se han colocado los centinelas. Cualquiera de los bandidos que escaparon, si le queda aunque sea un poco de osadía, está en condiciones de…
— A mí tampoco me gusta. Y hay, además, gente que…
— ¿Quiénes son?
— Los ex reclusos — Mauricio sonrió con desdén—. Aquellos que inmediatamente después de su liberación se agazaparon en las grietas.
— ¡Excelente! Halladlos, distribuid las armas y que vayan a la captura de los guardias que aún quedan.
— ¡Entregar armas a esa basura! ¡No olvide que admitieron con regocijo en Huysmans a su führer!
— No tiene importancia. Ahora que la fuerza está de nuestra parte, simplemente, no tienen
más salida que ayudarnos. A partir de ahora, con la lengua fuera, se lanzarán a cumplir cualquier orden nuestra con tal de conseguir su rehabilitación.
— Como quiera, Polynov, pero confiar en estos cobardes, en estas prostitutas…
— Justamente por esta razón podemos confiar en ellos ahora. Sabes que el temor por su propio pellejo contribuye enormemente a la comprensión justa y cabal de las cosas.
Mauricio refunfuñó algo, pero se dejó de altercados.
— ¿Puedo irme? — preguntó.
— Sí.
Mauricio se marchó.
— Cris — dijo en seguida Polynov—, vigila la entrada. Y a usted, doctor, le quiero hacer varias preguntas por cuanto por ahora no sirvo para más.
En los ojos del de la cara venerable asomó el susto de antes. Con la mano temblorosa sacó del bolsillo unas gafas con los lentes rajados, pero no se las pudo ajustar de la primera.
— ¿Usted… usted me conoce? ¿A mí, a Lee Berg?
— ¿Al médico cuyo lugar he ocupado en la base? Claro que sí. ¿Quién más hubiera podido decirle a Mauricio el número de bandidos que quedaron vivos?
— Ah, sí, es cierto. ¿Qué deseaba preguntarme? Yo…
— Tranquilícese, yo sé que usted ha expiado su crimen o su estupidez, llámelo como le dé la gana. ¿Quién, concretamente, está tras Huysmans?
— No lo sé… ¿Palabra de honor!
— Le creo. Lástima que no lo sepa.
— Yo, yo no soy como ellos. No quiero ocultar que mis conceptos…
— Intelectuales por su forma, pero fascistas por su esencia…
— ¡No! Es decir, sí… Usted tiene razón — el facultativo bajó la voz. No, no, diga lo que quiera, pero no fascistas, ¡lo que quiera, salvo esta palabra! Y, además, yo…
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