Dimitri Bilenkin - Operación «Dios cósmico»

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Operación «Dios cósmico»: краткое содержание, описание и аннотация

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Del libro «LA CAJA NEGRA», cuentos de ciencia ficción Los autores: Yuriev, Varshavski, Bilenkin, Kolupaiev, Dnieprov Editorial «Mir», Moscú, 1984

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— ¿Sabe que Gregory le liquidará? Sólo le temblaron los párpados.

— ¿No me cree?

— Yo he jurado.

— Eso no le salvará.

A Polynov, de hito en hito, le miraban unos ojos oscuros e indiferentes como los de un pez. Polynov quedó desconcertado.

— ¿Usted sabe para qué se encuentra aquí, en esta base?

— Me pagarán mucho dinero y compraré tierras.

— ¿Para qué?

— Mucha tierra, gran dueño.

Polynov vio que se le escapaba la última posibilidad.

— Gregory le matará por haber escuchado a hurtadillas nuestra conversación. Y no tendrá tierras — dijo deletreándolo.

En respuesta, silencio.

«¿Lo entenderá o no lo entenderá?» — pensaba con perplejidad Polynov.

— Él es el señor — dijo, de pronto, Amín.

— ¡Pero usted le espiaba! Otra vez silencio.

— Además, que señor puede ser para usted, si ambos sois soldados.

El fuerte siempre es el señor.

— ¿Y yo también?

— Tú eres débil.

— Y si yo resulto ser más fuerte que todos los demás, ¿también me convertiré en señor?

— Sí.

— ¿Y si tú llegas a ser el más fuerte…?

— Sí, también yo seré señor.

— ¿Para qué?

— Así sucede siempre.

— En nuestro país no es así, ¿no lo has oído?

— Siempre es así.

— ¿Y si yo te convierto en el señor de Gregory, de todos?

— No lo podrás hacer.

— Si me ayudas, sí podré.

— No.

— Haz una prueba.

— No te creo. No tienes nada sagrado.

— Yo creo en el hombre, y esto para mí es lo sagrado.

— ¿En mí?

— Mientras eres un esclavo, no creo en ti.

— ¿Qué yo soy esclavo? Hablas como Gregory, como todos los demás.

— Eres un esclavo porque reconoces sobre ti al dueño. Quítatelo de encima, y te convertirás en un hombre. Y para Gregory siempre seguirás siendo un esclavo.

— ¿Siendo yo dueño, seré tu dios?

— El hombre no es esclavo ni señor. ¿Lo comprendes?

— No. Tú quieres matar a Gregory, matar a todos, lo comprendo. A tu dios no le comprendo.

— ¿Y tú quieres que yo mate a Gregory y a todos los demás?

— Sí, menos a mí. Pero no lo podrás hacer. Eres débil.

— ¿Eso es lo que piensas? ¡No, yo soy más fuerte que nadie! ¿Lo ves?

Cuanto más pobre es el cerebro, cuanto más rígidos son los hábitos y estrechos los horizontes, con tanta mayor facilidad el hombre se somete a la sugestión. Polynov se puso de pie y tocó solemnemente el hombro de Amín.

— Tú no puedes mover los brazos — le dijo él con seguridad—. No puedes. Ni lo intentes. Ellos quedaron petrificados.

Amín se estremeció. Trató de levantar los brazos; éstos no le obedecieron. En sus ojos palpitó el miedo. El pobre diablo estaba demasiado acostumbrado a encontrarse bajo influencia ajena y ahora era indefenso.

Polynov le sacó la pistola y la balanceó en la palma de la mano.

— ¿Ves esto?

De pronto, Amín se tiró de la silla arrodillándose en el suelo.

— ¡Eres poderoso, eres poderoso! — gritó él—. ¡Eres el más poderoso, nadie todavía supo convertir a Amín en piedra! ¡Tú matarás a Gregory y me salvarás a mí, mi señor! Amín conoce lo que tú necesitas, y Amín te lo dirá todo…

— ¡Habla!

Amín tiene razón, eres un buen señor. ¡Deshaz el embrujo, deshazlo, Amín te contará todo! Una vez Gregory muerto, me salvarás, me darás dinero, mucho dinero, yo compraré tierras, compraré al hijo de Gregory, le escupiré…

A los diez minutos Polynov ya estaba enterado de todo.

Ya solo, tardó mucho en tranquilizarse. No esperaba tal cosa. ¡Cuan fervorosamente creen en el milagro, cómo lo ansían, cuan ciegamente siguen al que les promete el milagro! No importa quién, no importa con qué objetivo… Les enseñaron a obedecer ante la fuerza, obedecer sumisamente, sin reflexionar, y tras el milagro ven una fuerza enorme, sobrenatural.

Polynov se estremeció de repugnancia.

7. «¡Infierno verde!»

Le faltó tiempo para emprender algo. Chacolotearon las ventosas magnéticas, se oyeron pasos y la puerta se abrió con violencia: ante Polynov, implacable como la suerte, se encontraba Huysmans. Detrás de sus espaldas se divisaba un guardia.

— ¡Basta! — bruscamente, sin dar a Polynov tiempo para recobrarse, dijo Huysmans—. El plazo para conversaciones y discurrimientos expiró. ¿Sí o no?

— ¿Tan pronto? — se le escapó de los labios a Polynov—. No tuve tiempo… Una hora más, dos horas…

Reflexionaba febrilmente. ¿Traición? ¿Casualidad? ¿O, quizá, una jugada descifrada?

— Es extraño, la indecisión no es inherente a su carácter — Huysmans cruzó las manos a la manera de Napoleón—. ¡Ni un segundo! ¡La gran hora ha llegado! ¿Sí o no?

— ¡No!

Un instante antes Polynov quiso decir «sí» para ganar tiempo. No pudo contenerse, sus nervios le traicionaron, incapaces de vencer el odio y la repulsión…

— Lástima. ¡Gunter!

El guardia se puso firme.

— ¡Arréstelo! ¡Llévelo a la cámara de torturas! Y la muchacha, ¿ya está allí?

— ¡Así es!

— Querido mío — Huysmans se volvió hacia Polynov—, para comenzar, le van a mostrar un espectáculo excepcional. ¿Acaso tampoco de ella le da pena?

A Huysmans no le dio tiempo de esquivar el golpe. Pero la furia cegó a Polynov y no acertó como quería. El guardaespaldas se tiró contra Polynov retorciéndole los brazos y Huysmans, arrimándose a la pared, sujetaba su mejilla.

— Si usted piensa… Si usted piensa que yo le mataré de un tiro… No. Yo esperará la hora en que me implore, se arrastre de rodillas… ¡Y usted lo hará! Entonces será cuando yo le mire. Llévenselo.

Polynov marchaba ardiendo de ira. ¡Hasta tal grado perder el control! En ese momento él se despreciaba.

Sin embargo, automáticamente advirtió que no oía en pos de sí los pasos de Huysmans. Echó de soslayo una mirada tras el hombro. A dos metros de distancia, como correspondía a un convoy, según el reglamento en el planeta Tierra, marcaba el paso un vigilante con su lighting terciado. En el pasillo no había nadie más. La decisión le llegó de súbito. Por cuanto a este imbécil no se le ocurre que existe cierta diferencia entre la Tierra y un asteroide…

Cuando pasaron junto a la habitación con las figuras de cera, a Polynov, de pronto, se le torció el pie. En su caída, con todas sus fuerzas se descostó de la pared. Antes de que al convoy le diera tiempo de comprender, Polynov, como un cohete, salvó la distancia que les separaba. Una terrible patada en el vientre arrojó a aquél al suelo. Lanzó un salvaje aullido, entornando los ojos. Dando una vuelta en el aire Polynov recogió al vuelo el lighting. Un culatazo en la cabeza puso fin al aullar del convoy.

Rompiendo el silencio con su eco, vociferó una sirena; claro que les vigilaban. Polynov penetró en la habitación con las figuras de cera. Con el rayo fulminador demolió los dispositivos de televisión y con la culata destrozó el interruptor. La luz se apagó, en la oscuridad comenzó a fosforecer el siniestro morro de un monstruo.

Polynov sacó rápidamente del bolsillo las ampollas con mixonal, el frasco con sal y el algodón. Mojó el algodón y se tapó las ventanas de la nariz. Crujió el vidrio roto de las ampollas. Polynov se apostó en un rincón, apuntando a la puerta. El corazón le latía febrilmente. Del pasillo le llegaba el ruido de las pisadas de los guardias.

— ¡Aquí está! ¡vengan aquí!

Se amontonaron detrás de la puerta.

— ¡Eh! ¡Sal!

Polynov no contestaba. Contaba los segundos.

— ¡Sal por las buenas! ¡De todos modos te haremos salir!

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