Dimitri Bilenkin - Operación «Dios cósmico»

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Operación «Dios cósmico»: краткое содержание, описание и аннотация

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Del libro «LA CAJA NEGRA», cuentos de ciencia ficción Los autores: Yuriev, Varshavski, Bilenkin, Kolupaiev, Dnieprov Editorial «Mir», Moscú, 1984

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— Los demás, Polynov, no son mejor. Polynov paseó la mirada por el despacho. Si se hubiesen reunido aquí todos sus amigos, para Huysmans, simplemente, no quedaría sitio, no habría necesidad siquiera de mancharse las manos. Pero sus amigos están lejos y no saben nada. Ellos trabajan, leen, ríen, aman y no sospechan del peligro que les amenaza. Éramos demasiado despreocupados, pensábamos muy poco, mucho menos de lo necesario, en los hongos venenosos que nos acechaban en el futuro. Estábamos demasiado enfrascados en nuestros propios asuntos y en nosotros mismos.

— Yo voy a pensar — dijo Polynov—. Voy a pensarlo profundamente.

Gregory lo condujo a su cámara. La luz se encendió apenas Polynov traspasó el umbral. Cris no estaba.

6. El dueño y el esclavo

No se sabe por qué, pero a la vida no le gusta la monotonía. Los acontecimientos, o ejercen tanta presión que al hombre se le corta el aliento, o bien, sin ninguna causa patente, todo se amaina y el tiempo transcurre de una manera uniforme y regular.

Aparentemente, Polynov ya no interesaba a nadie. Podía salir de la cámara cuando le daba la gana, podía ir y venir o pasar horas enteras en su consultorio: parecía como sí para los Conspiradores él dejase de existir. Pero Polynov no se engañaba. No era sino un nuevo ardid. Martirizar al hombre con la inacción, con una espera desgarradora y, seguidamente, atizarle un golpe repentino.

La muchacha desapareció sin dejar huella. Los micrófonos escondidos en el pasillo ignoraban sus preguntas. Un capirotazo más para su amor propio, un recordatorio más para que no olvide que está fuertemente cogido por unas garras. Una pequeña venganza de Huysmans por la resistencia que le oponía.

El extraño paciente lo visitó una vez más. Todo iba bien pero en vano esperaba Polynov su tercera visita. El electricista no volvió a aparecer, lo cual inquietó a Polynov.

Por el consultorio pasaron también dos vigilantes. Estos se quejaban de unos achaques insignificantes, se mantenían alerta, y Polynov no supo sacar ningún provecho de su visita.

A pesar de todo, no logró ver a nadie de los prisioneros. Tampoco podía intercambiar aunque sea unas palabras con los vigilantes que encontraba casualmente en el pasillo. Estos, en el acto, se ponían en guardia y sus manazas, involuntariamente, agarraban el arma. Pobres diablos, hasta transpiraban de tan embarazosa perplejidad: ¿por qué a este tipo se le permite vagar de aquí para allá?

De seguro que Huysmans se intranquilizaría si supiese qué fin perseguía Polynov esmerándose tanto en poner orden en el consultorio. Pero el psicólogo todo el tiempo estaba a la vista, con una diligencia meticulosa limpiaba el polvo, alineaba los frasquitos con los preparados medicinales para no tener que buscar cosa alguna, comprobaba durante largo rato el ajuste de los aparatos, en una palabra, se comportaba como un hombre que se disponía a trabajar aquí durante muchísimo tiempo. Y el hecho de que de sus bolsillos desaparecieran algunos fármacos, el observador no lo podía advertir por cuanto el local se vigilaba desde dos puntos y Polynov, claro está, cuidaba de que en el momento necesario sus manos no cayesen en el campo visual del acechador.

Y era preciso ser especialista para comprender lo valiosas que eran las ampollas de mixonal, varias bolitas de algodón, un frasco con solución de cloruro de plata y el microanalizador de gas. Cuando Polynov se hizo de todos estos objetos, en seguida realizó un pequeño experimento. Decantando el amoníaco dejó caer al suelo por descuido tres gotas de este líquido; un rato después se dirigió a su cámara. Allí, acostado boca abajo en su jergón, miró sigilosamente al analizador. Las indicaciones del instrumento le alegraron sobremanera: tal y como él esperaba, la base poseía un esquema estandarizado de ventilación y purificación de aire.

Polynov no tenía ni la menor duda de que los carceleros ni siquiera sospechaban qué diabólicas posibilidades ofrecía el mixonal que él había hurtado. De lo contrario este medicamento se encontraría tras siete cerrojos. Pero se hallaba al alcance de la mano y a Polynov no le costó ningún trabajo tomarlo. Una demostración más de la vieja verdad de que es imposible preverlo todo. A nadie y en ninguna parte. El error de todos los carceleros radica en la subestimación de la inteligencia y de los conocimientos. De otra manera, desde luego, no podía ser. Quienesquiera que fuesen los carceleros éstos no se tomaban el trabajo de pensar por qué desde la época de los faraones la fuerza brutal e inhumana aunque vencía a menudo no logró triunfar ni una sola vez. Claro que si lo hubiesen comprendido, en el mundo hace tiempo que no quedarían carceleros.

Sin embargo, era prematuro entregarse a júbilo. Ahora Polynov tenía un arma, pero no podía hacer uso de ésta, por cuanto el sistema de corredores, cerrojos y contraseñas de la base seguía siendo para él un enigma. También ignoraba si tenía entre los reclusos aliados dispuestos a todo. Mientras tanto, en cualquier instante podían venir a por él. Y, por supuesto, Huysmans no exageraba al decir que existían métodos de convertirlo en el hombre que ellos requerían. Polynov estaba enterado de los últimos alcances de la psicotecnia. Es cierto que después de someter al hombre a semejante operación lo único que conservaba de lo que fue era su aspecto exterior, sin embargo, en el peor de los casos, podían, en fin de cuentas, servirse también de ese Polynov, con la memoria barrida, movimientos mecánicos y sonrisa de niño de un año de edad. Y de seguro que no les faltaría un experto director de escena; de alguna manera se las ingeniarían para representar una función televisiva con su participación.

Sea como fuere, Polynov logró idear un plan de cómo, en el momento oportuno, neutralizar en el consultorio al espía electrónico sin despertar sospechas. Pero no le dio tiempo valerse de este plan…

En cierta ocasión, al entrar en el comedor, Polynov captó un leve olor a muguete. Ahogando su emoción, se paseó por el cuarto procurando determinar de dónde procedía éste. Ya no le servían la mesa y él mismo tomaba los platos de la «bandeja». Esta circunstancia resultaba muy a propósito. Sujetando las articulaciones bajó el distribuidor y, como por casualidad, palpó la ranura de la junta. ¡Aquí está! Su dedo, rebuscando, rozó con una bolita de papel introducida en la ranura. A partir de este momento su dedo también despedía olor a muguete, el perfume predilecto de Cris.

Como si tal cosa terminó su comida, a pesar de que cada minuto de demora le costaba increíbles esfuerzos. Sólo en el consultorio desenrolló la bolita. Para hacerlo tuvo que evocar en la memoria las habilidades escolares en la lectura de las chuletas bajo las miradas cruzadas de los maestros.

«¡Andréi! — las letras, apresuradamente escritas, se adelantaban una a otra—. Estoy sana y salva. Me encuentro junto con la senadora (¿la recuerdas?) y con otras señoras. Tratan de persuadirme a que me resigne, pero yo no quiero; es ignominioso lo que nos proponen. Trabajar en la planta como verdaderos esclavos. Nos exigen que tomemos parte en la operación «Dios cósmico» (estoy segura de que tú estás al tanto). Pero no todos están de acuerdo; entonces se los llevan y es horrible el aspecto que tienen al volver. A mí todavía no me han llevado, pero tengo miedo…»

A continuación seguían unos garabatos incomprensibles, pero Polynov los descifró sin dificultad. Ya antes, en la nave, convinieron en emplear escritura cifrada y Polynov enseñó a Cris cómo utilizarla.

La nota despedía un frenético olor a muguetes, sin duda. Cris vertió sobre ella todo el frasco. Con mucho pesar, Polynov quemó la nota en la lámpara de alcohol. Y de repente se fijó que sus dedos temblaban. Les clavó una mirada rigurosa y el temblor cesó. Furtivamente, se le coló una idea: cuan maravilloso sería si el mixonal pudiera difundirse por todos los locales de la base. Si este preparado pudiera matar. Cuánto bien aportaría a Cris, a la Tierra. Desafortunadamente, el mixonal no podía ni lo uno ni lo otro.

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