Dimitri Bilenkin - Operación «Dios cósmico»

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Operación «Dios cósmico»: краткое содержание, описание и аннотация

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Del libro «LA CAJA NEGRA», cuentos de ciencia ficción Los autores: Yuriev, Varshavski, Bilenkin, Kolupaiev, Dnieprov Editorial «Mir», Moscú, 1984

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Sí, me harán salir, comprendió Polynov. No son tan tontos como para irrumpir exponiéndose a los tiros. Arrojarán alguna porquería. Una granada de gas. Sólo esperan a que las traigan.

Polynov, a tientas, se deslizó hacia la puerta y la empujó bruscamente, para que el mixonal saliera lo más rápidamente posible al pasillo. Y, en el acto, saltó atrás. En el exterior también se apartaron. A través de la puerta abierta de par en par irrumpió un rayo violáceo, algo cayó con estruendo, desprendiendo chispas al caer.

— ¡Dejadlo! — vociferó sañudamente el altoparlante del pasillo—. ¡Cretinos!

Polynov apenas pudo contener la risa. Ellos disparaban contra el Hombre Ordinario. De la figura de cera no quedó más que vapor. También a ellos les fallan los nervios, notó con satisfacción Polynov.

Un instante largo, a Polynov le pareció insoportablemente largo, de tenso silencio.

Y de repente…

El pasillo parecía haber estallado.

— ¡Alas, alas, estoy volando…!

— ¡Cuántos pasillos, cuantos pasillos, espléndidos pasillos azules!

— Pero si os habéis vuelto locos… Retiren la serpiente-e-e…

Polynov recobró el aliento. Eso es, señores, todavía no sabéis qué cosa es el mixonal. Ahora os enteraréis. Respirad, respirad profundamente, soñad despiertos, soñad unos sueños que nunca habéis visto.

Sus ojos se encontraron con los del monstruo fosforescente. No estará de más. Cogiendo debajo del brazo el cuerpo del monstruo, cubierto de púas, lo arrojó al pasillo y, en este mismo instante, levantando rápidamente su arma, envió un rayo contra un teleojo. Primero a uno, acto seguido, al otro. Del techo cayó una lluvia de fragmentos.

— ¡A-a-a…!

Un aullido infrahumano viró altamente y se cortó.

Polynov salió disparado. Cinco guardias, tambaleándose, chocaban contra las paredes como ciegos. Las mandíbulas les colgaban como en un bostezo interrumpido. Por la barbilla se les escurría la saliva. Un talludo fortachón se afanaba en meterse en la boca el morro del lighting. Inconscientemente apretó el gatillo. Se oyó un chasquido velado. Polynov tapó con la mano los ojos. Algo tibio salpicó sus manos y el rostro. Un cuerpo se desplomó produciendo un sordo ruido. Polynov echó a correr, resbaló, manteniendo con dificultad el equilibrio. El algodón impregnado en un especial reactivo químico le tapaba la nariz y le dificultaba la respiración.

Tras él corría un siseante murmullo.

— El c-celes-s-stial reino lo v-v-veo.

— Una manz-z-zana as-s-sí…

— Dónde-e-e…

La losa que cerraba el pasillo, obedeciendo a la contraseña comenzó a subir. Un guardia que corría al encuentro por poco tumba a Polynov. En cada mano sujetaba una granada de gas. Sin darle tiempo para percatarse de lo que sucedía, Polynov le asestó un golpe en la garganta con el canto de la mano.

Con las dos granadas en los bolsillos, Polynov bajó casi rodando la escalera escasamente iluminada. No había tiempo para buscar dónde estaba escondido el teleojo. Detrás se desgañitaba la sirena. Ahora todo dependía de cuánto tiempo tardarían sus enemigos en comprender que el veneno se les colaba sigilosamente por los conductos de aire, de cuánto tiempo tardarían en conectar los filtros.

De la escalera un pasillo estrecho conducía a izquierda y a derecha. Polynov, recapacitando febrilmente, se echó a un lado, después al otro, y en este instante vio un pozo. Los empinados peldaños que bajaban al pozo terminaban junto a una puerta de hierro. Un salto, y con el peso de su cuerpo Polynov la abrió.

Una luz brillante le azotó el rostro. En el centro de la cámara se alzaba una mesa de construcción extraña. Sobre la mesa, desde una polea, colgaban cuerdas. En un rincón junto a un vertedero de metal galvanizado resoplaba un quemador de gas y las barras incandescentes reverberaban con un color guinda. Sobre el brasero, arreglando algo, se inclinó, luciendo su amplio trasero, un hombre parecido a un sapo. Junto a éste, encadenada a la pared, se encontraba Cris.

El hombre dio una rápida vuelta. Llevaba puesto un mandil de carnicero. Polynov disparó antes de haberlo reconocido. El Cabezudo, cuya cara no perdió ni siquiera la expresión de estúpida perplejidad, cayó, derribando en su caída el brasero.

Cris se lanzó hacia adelante tratando de soltarse. Su boca estaba abierta en un mudo grito.

Polynov, con todas sus fuerzas, tiró del anillo que sujetaba las cadenas. Este ni siquiera se movió. Polynov echó a su alrededor una mirada desconcertada, agarró de la mesa uno de los instrumentos de tortura parecido a unas tenazas — eran precisamente unas tenazas— y cortó los eslabones de la cadena junto a las muñecas de Gris. La muchacha cayó de rodillas. Intentó ponerse de pie, pero no pudo. Polynov la levantó de un tirón.

— ¿Qué? —gritó él, mirando su rostro anegado en lágrimas y que al mismo tiempo reía.

Cris se agitaba en sus brazos. No era hora de ceremonias. Polynov levantó la mano para cesar el ataque de histeria con una bofetada, pero Gris la esquivó.

— Ya está… No es necesario… ¡Yo sola! Su vestido estaba roto en el hombro y ella trató de ajustar el jirón. Inclinándose, deslizó la otra mano bajo el mandil del Cabezudo y sacó la pistola de la funda. Polynov se fijó en dos profundos arañazos que cruzaban la cara del Cabezudo.

— ¡Date prisa, Cris!

Algo chirrió detrás de sus espaldas. Polynov dio una brusca vuelta; le pareció que otra vez está viendo un horrible sueño: la maciza puerta de la cámara se movió perezosamente de su sitio y se cerró.

— Los pajaritos piensan emprender el vuelo — sonó en el rincón una risita.

Polynov se precipitó hacia la puerta.

— ¡Ya es tarde, ya es tarde! — oyó por el altoparlante la conocida voz sarcástica—. Tu trastada con el mixonal no está mal hecha, pero yo he vaticinado que tus nobles sentimientos te echarán a perder. Estás en una trampa, Polynov, ja-ja… No entiendo qué te pasó que olvidaste que las puertas con cerradura electromagnética se cierran por sí mismas. Y ahora quédate allí y espera… Te recomiendo examinar con mucha atención nuestros instrumentos de trabajo.

La voz se calló.

Cris, lentamente, volvió hacia su rostro la boca de la pistola, su mirada se clavó como hipnotizada en la negra pupila. El rostro se le afiló y los ojos se le hundieron en los oscuros semicírculos.

— Tranquilidad, Cris…

Polynov desvió la pistola que temblaba en las manos de la muchacha y le abrió los dedos.

— Nunca es tarde hacerlo.

Él hasta pudo sonreírle.

Elevando el lighting, apuntó cuidadosamente, y, con esmero, como si se tratara de una colonia de chinches, abrasó en el rincón las células de escucha. Después sacó una bolita de algodón, la mojó y se la tendió a Cris.

— Toma. Parece que Huysmans no advirtió un error suyo.

Se apoyó sobre una rodilla, aseguró el lighting y, como por una regla, hizo pasar el rayo por la línea de empalme entre la puerta y la pared. Se encendió, rajándose, la pintura y la recta juntura brilló purpúrea. Se levantó un humo mordiente y sobre el suelo comenzó a gotear el metal. Polynov, sin dejar de apretar el gatillo, desplazaba rápidamente el rayo.

— El fuego no lo traspasa — Cris apretó los puños.

— Pues no hace falta. Estas cerraduras no aguantan el calentamiento.

La puerta tembló, emitió un sonido carraspeante y se entreabrió. Polynov se echó a un lado arrastrando consigo a Cris. Esperaba que se produjeran disparos. No los había. Sobre el pozo no asomaban los cañones de los lightings. Desde lejos, llegaba un ruido sordo y gritos ininteligibles. A todas luces se notaba que el mixonal ya había afectado sensiblemente la base.

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