Dimitri Bilenkin - Operación «Dios cósmico»

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Operación «Dios cósmico»: краткое содержание, описание и аннотация

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Del libro «LA CAJA NEGRA», cuentos de ciencia ficción Los autores: Yuriev, Varshavski, Bilenkin, Kolupaiev, Dnieprov Editorial «Mir», Moscú, 1984

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Polynov subió la escalera corriendo. Cris a duras penas podía seguirle. El psicólogo gritó la contraseña, pero la compuerta permanecía como clavada.

Sucedió aquello que tanto temía Polynov. El enemigo consiguió cortar todos los accesos a los puntos vitales de la base. Ahora, habiendo salido de una ratonera, simplemente cayeron en otra, más espaciosa. Polynov, con aire pesimista, miró el indicador de la carga del lighting. Tal y como él pensaba: suficiente para una batalla, pero no para romper otra compuerta.

— Oye, Cris — dijo embargado por la desesperación— aquí tendremos que librar nuestra última batalla con esta pandilla. Ahora, atrás, ¡al pozo! No está mal como trinchera.

A pesar de todo logró localizar dónde estaba escondido el teleojo y, por el camino al pozo, lo destruyó, al mismo tiempo que la lámpara de techo. Ahora ellos podían ver al enemigo, mientras que éste carecía de tal posibilidad.

— ¿Será posible que éste sea el fin? — dejó escapar Cris cuando se apostaron.

— Sí, es el fin. Apunta al pasillo izquierdo. Y tranquilízate, te tiembla la pistola.

— La voy a sujetar con ambas manos, ¿Cuánto tardarán en venir?

— No lo sé. Seguramente que ahora no están para pensar en nosotros, tienen que desembarazarse de la maraña. Tal vez, dentro de diez o quince minutos.

— Entonces, me dará tiempo a tranquilizarme.

— Por supuesto. Eres una muchacha brava. No olvides que la pistola es a reacción, sin retroceso.

— Lo tendré presente. Sabes, siempre he soñado con una muerte como esta.

— ¿Qué-é?

— Sí, en el combate y no en la cama. Que todo llegue rápidamente, sin esperar, sin pensar en ello. Lástima que sea tan pronto. No he tenido tiempo para vivir lo suficiente.

— Ah, de eso se trata… Esto siempre llega demasiado pronto.

— No. Yo quisiera amar, mientras pueda. Y tener seis hijos. No tengo mayores pretensiones.

— Yo tuve todas estas cosas. Menos hijos. Y muchas cosas más. Pero es poco.

— Es posible. Ves, mi mano dejó de temblar.

— Así debe ser.

Ellos esperaban. Pasaba un minuto tras otro, el confuso ruido a lo lejos no cesaba.

— Que comience cuanto antes — no se contuvo Cris. Apretó su hombro contra Polynov, y susurró precipitadamente—: Bésame, pronto… Si no, romperé a llorar.

Polynov se inclinó y la besó en sus secos y rajados labios. Ella contestó tímidamente, después se apartó y quedó inmóvil, como un ratoncito. A Polynov el corazón le dio un vuelco de ternura.

No, se ordenó a sí mismo. Piensa en las sombras que muy pronto invadirán el pasillo, piensa en cómo evitar el caer vivos en sus garras. No hay que martirizarse en vano. La idea no era mala, la suerte meramente les traicionó. Los cohetes se dirigirán hacia la Tierra. Estos bonitos cohetes de punta afilada.

Le pareció que a lo lejos emergió, por fin, una silueta. Afinó la puntería. El lighting todavía no se había enfriado y le quemaba la mejilla.

De pronto quedó ciego. De golpe se apagaron todas las lámparas. La oscuridad se desplomó sobre ellos como una avalancha.

— ¡Ay!

— ¡Calla! — Polynov se puso de pie. La desesperación se esfumó como si no existiera—. ¡Estamos ganando la partida!

A tientas encontró en la oscuridad la mano de Cris y tiró de ella tras de sí.

— ¿Pero, qué es esto?… ¿Una avería?

— Es la ayuda, Cris, la ayuda… Ten cuidado con los peldaños…

— No veo nada…

— Pero yo veo. ¡Agárrate… son las puertas! No hay corriente, por eso podemos pasar por dondequiera…

Polynov no exageraba: la experiencia de trabajo en el cosmos le enseñó a orientarse hasta en los sitios donde esto parecía inconcebible. Así pues, la primera compuerta que palparon a tientas cedió ante sus esfuerzos mancomunados.

Tropezando contra los salientes y puertas abiertas, haciendo desollones en los dedos hasta sangrar, bajaron sin saber adonde y corrieron sin rumbo. Pasaban fugaces las luces de las linternas de los guardias vestidos con sus escafandras aunque la acción del mixonal ya debía haberse extinguido. Alguien llamaba a alguien y daba órdenes a alguien; gritos, injurias y el delirio de los que ya habían inhalado la ponzoña producían una confusión general.

Polynov y Cris se echaban al suelo apenas veían acercarse a ellos algún rayo de luz; un guardia hasta dio un traspié con las piernas tendidas de Polynov y en un arrebato de cólera le propinó un culatazo. De pronto, lanzó un chillido histérico, pues frente a él emergió, disparando locamente su lighting, un colega suyo que ya había sorbido su porción de mixonal. Polynov y Cris se apresuraron a alejarse de allí a rastras. Al loco lo remataron rápidamente. Valiéndose de la barahúnda, Polynov tiró allí una granada de gas. Esta reventó provocando un nuevo estallido de horror. De la cavernosa oscuridad, rebotando, volaron balas lanzadas por alguien.

De repente, Polynov tropezó contra algo blando. El objeto hizo un movimiento convulsivo y dijo:

— El infierno es verde, ¿quién dice que es fuego eterno?

— Sí, sí, por supuesto — asintió Polynov esquivando los tanteantes dedos.

El movimiento de las luces de las linternas y los tiros le ayudaban a buscar el camino. En el más bajo de los pasillos reinaba una relativa calma y los fugitivos recobraron el aliento.

— Protégeme por atrás, Cris — dijo Polynov.

— ¿Y dónde nos encontramos?

— Aquí debe estar la entrada al taller. ¡Aja, aquí está!

— ¡Cuidado, allí están los capataces!

— No te preocupes. Pero quisiera yo saber…

Entreabrió ligeramente la puerta. Surgió una franja pálida de luz. Polynov respiró con alivio: la red de emergencia de la planta, tal como él esperaba, resultó ser autónoma.

Aguardó un instante, para que los ojos se adaptasen a la luz, e irrumpió adentro.

El taller era pequeño, y en todas las direcciones, proyectando anchas sombras, lo cruzaban tuberías. A lo largo del eje, alineados en una fila, había unos aparatos que se asemejaban a gigantescas aceiteras octaédricas. La nave estaba cubierta por una cúpula transparente con una sombrilla antimeteorítica. A través de ésta se veían las irisadas estrellas.

En el centro, junto a la base del aparato se apretujaba un puñado de hombres. En este momento era difícil reconocer en ellos a los elegantes pasajeros del «Antinoo». Con las manos puestas en la nuca, se encontraban de espaldas a los cuatro vigilantes que les apuntaban. El quinto vigilante estaba en una garita de vidrio ubicada bajo la cúpula. Desde este punto podía observar todo el taller.

Polynov disparó a la garita. Saltaron los cascos de vidrio. Detrás chasqueó la pistola de Cris. No se jactaba de saber disparar: uno de los capataces cayó sin lanzar siquiera un grito.

— ¡Manos arriba! — vociferó Polynov, saltando sobre la base de la «aceitera» más cercana.

Si los centinelas no se hubieran quedado pasmados de sorpresa, aquí hubiera encontrado su fin, ya que no podía disparar su lighting contra el enemigo: la línea de reclusos se había alterado y el rayo fulminador podía dar a alguno de ellos. Advirtió el arma levantada, pero en ese mismo instante el centinela desapareció bajo un montón de cuerpos. Los demás guardias, con obediencia, estiraban las manos hacia arriba. A éstos también los rodearon, tumbándolos al suelo.

Alguien como una rata corrió precipitadamente hacia la sombra. Polynov no sabía si era un amigo o enemigo de modo que no disparó. Pero Cris, por lo visto, no lo ignoraba: la pistola chasqueó otra vez y el hombre dio un traspié. Por un instante se vio su cara contraída: Polynov, por última vez, se encontró con la mirada de Berger. Este se desplomó. «Vaya resultado»—, le dio tiempo de pensar a Polynov.

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