— Y viajar a través de las llanuras en un momento en que el clan Oso Loco está…
Thon Taddeo se calló abruptamente.
— ¿Decía usted? — incitó Apollo.
Su rostro no evidenció haber comprendido, pero una vena empezó a latir en su sien mientras miraba expectante a thon Taddeo.
— Sólo que se trata de un viaje largo y peligroso y no puedo permitirme una ausencia de seis meses del Collegium. Quería discutir la posibilidad de enviar un grupo bien armado de la Guardia Mayor para que traiga los documentos y poder estudiarlos aquí.
Apollo se sintió sofocado y tuvo el impulso infantil de dar un puntapié a la espinilla del intelectual.
— Me temo que es imposible — dijo educadamente —. Pero en cualquier caso, el asunto queda fuera de mi jurisdicción y lamento no poder prestarle ningún servicio.
— ¿Por qué no? — preguntó thon Taddeo —. ¿No es usted el nuncio del Vaticano en la corte de Hannegan?
— Precisamente. Represento a Nueva Roma, no a las órdenes monásticas. El gobierno de una abadía está en manos de su abad.
— Pero con un poco de presión por parte de Nueva Roma…
El impulso de darle una patada volvió con fuerza.
— Será mejor que lo discutamos después — dijo secamente monseñor Apollo —. Esta tarde en mi despacho, si así lo desea. — Se volvió a medias y miró hacia atrás interrogadoramente como diciendo: «¿Y bien?».
— Allí estaré — dijo con severidad el intelectual, y se marchó.
— ¿Por qué no le dijo llanamente que no al instante? — dijo, colérico, Claret cuando una hora después estuvieron solos en las habitaciones de la Embajada —. ¿Transportar en esta época reliquias invalorables a través de un país de bandidos? No hay ni que pensar en ello, monseñor.
— Ciertamente.
— Entonces, ¿por qué…?
— Dos razones. Primero, thon Taddeo es pariente de Hannegan y tiene bastante influencia. Tenemos que ser corteses con César y sus parientes nos guste o no. Segundo, empezó a decir algo sobre el clan de Oso Loco y luego se paró. Creo que sabe lo que va a suceder. No voy a convertirme en un espía, pero si él facilita alguna información, nada nos impide incluirla en el informe que usted va a entregar personalmente a Nueva Roma.
— Yo. — El ayudante parecía sorprendido —. ¿A Nueva Roma…? Pero qué…
— No grite tanto — dijo el nuncio, mirando hacia la puerta —. Tengo que enviarle a Su Santidad mi parecer de la situación y hacerlo rápido. Pero se trata de la clase de cosas que uno no se atreve a dar por escrito. Si Hannegan interceptase un despacho de esta clase, usted y yo probablemente seríamos encontrados flotando boca abajo en el Red River. Si los enemigos de Hannegan interceptasen un despacho de esa clase, quizás éste encontraría justificado el colgarnos públicamente como espías. El martirio está muy bien, pero primero tenemos algo que hacer.
— ¿Debo llevar el informe verbalmente al Vaticano? — murmuró el hermano Claret, sin agradarle demasiado la idea de cruzar un país hostil.
— Tiene que hacerlo. Por si surgen sospechas en la corte, thon Taddeo puede, es una posibilidad, darnos una excusa para su salida repentina hacia la abadía de San Leibowitz o Nueva Roma, o a los dos sitios. En caso de que se levanten sospechas en la corte trataré de desviarlas.
— ¿Y la esencia del mensaje que debo llevar, monseñor?
— Que la ambición de Hannegan de unir el continente bajo una dinastía no es un sueño tan disparatado como habíamos supuesto. Que el acuerdo del Sagrado Flagelo es probablemente un fraude por parte de Hannegan y que piensa emplearlo para conseguir que tanto el Imperio de Denver como la nación Laredana entren en conflicto con los nómadas de las Llanuras. Si las fuerzas laredanas se ven envueltas en una batalla improvisada con Oso Loco, no se necesitará mucho empuje para que el Estado de Chihuahua ataque a Laredo desde el sur. Después de todo, hay allí una vieja enemistad. Hannegan, claro está, es capaz entonces de marchar victoriosamente hacia el río Laredo. Con Laredo bajo su puño, puede vislumbrar ante sí una acometida contra Denver y la República de Mississippi, sin preocuparse por una puñalada en la espalda desde el sur.
— ¿Cree que es posible que Hannegan lo haga, monseñor?
Marcus Apollo iba a contestar, pero cerró lentamente la boca. Se acercó a la ventana y miró a la ciudad bajo el sol, una ciudad desordenadamente desperdigada, construida en su mayor parte de los restos de otras épocas. Una ciudad en la que las calles no seguían un modelo establecido, pues había crecido lentamente sobre una antigua ruina, como quizás algún día alguna otra ciudad crecería sobre las ruinas de ésta.
— No lo sé — contestó en voz baja —. En esta época en que vivimos, es difícil condenar a cualquier hombre que quiera unir este continente cruel. Aun con medios tan… Pero no, no quiero decir esto. — Suspiró pesadamente —. De cualquier manera, nuestros intereses no son los de los políticos. Ante todo, tenemos que prevenir a Nueva Roma de lo que se avecina, pues, sea lo que fuere, la Iglesia se verá afectada por ello. Y previniéndola, quizá consigamos mantenerla fuera de la disputa.
— ¿Lo cree de verdad?
— Claro que no — dijo suavemente el sacerdote.
Thon Taddeo Pfardentrott llegó al despacho de Marcus Apollo a tan temprana hora del día, que aún podía ser interpretada como tarde. Sus modales habían cambiado de modo visible desde el banquete. Sonrió cordialmente y evidenciaba una nerviosa ansiedad en su modo de hablar. «Este tipo va detrás de algo que desea de tal forma que ha decidido ser incluso educado para conseguirlo», se dijo Marcus. Quizá la lista de antiguos escritos proporcionada por los monjes de la abadía de Leibowitz había impresionado al thon más de lo que quería admitir. El nuncio se hallaba preparado para un combate de esgrima, pero la evidente agitación del intelectual lo convertía en una víctima demasiado fácil, y Apollo contuvo su deseo de un duelo verbal.
— Esta tarde hubo una reunión de la facultad en el Collegium — dijo thon Taddeo, tan pronto se sentaron —. Hablamos de la carta del hermano Kornhoer y de la lista de los documentos.
Hizo una pausa como si dudase en abordar el tema. La grisácea luz, que a su izquierda penetraba por la ventana, hizo parecer su cara pálida e intensa. Sus grandes ojos grises buscaron al sacerdote como midiéndole y llegando a conclusiones.
— ¿Deduzco que hubo escepticismo?
Los ojos grises se bajaron momentáneamente y se alzaron rápidamente.
— ¿Debo ser cortés?
— No se preocupe — dijo Apollo, conteniendo una sonrisa.
— Hubo escepticismo. Aunque la palabra mejor aplicada es «incredulidad». Mi idea es que si tales papeles existen, son probablemente falsificaciones de varios siglos de antigüedad. Dudo que los monjes que actualmente habitan la abadía traten de perpetuar un engaño. Como es natural, deben creer válidos los documentos.
— Es muy amable al absolverlos — dijo Apollo, ásperamente.
— Dije que podía ser cortés. ¿Quiere que lo sea?
— No, siga usted.
El thon se levantó y fue a sentarse junto a la ventana. Miró hacia las nubes amarillentas en el oeste y golpeó suavemente el antepecho mientras hablaba.
— Los documentos. Más allá de lo que pensemos de ellos, la idea de que tales documentos puedan todavía existir intactos, de que haya la más remota posibilidad de su existencia, es tan excitante, que debemos investigarlos inmediatamente.
— Muy bien — dijo Apollo, un poco divertido —. Le invitaron. Pero dígame: ¿qué es lo que hay de excitante en esos documentos?
El estudioso le miró rápidamente.
— ¿Está usted al tanto de mi trabajo?
Читать дальше