Meneó la cabeza sin hablar, como negando las acusaciones que yo le formulaba.
—No me comprendes —dijo—. ¡Te amo!
Pero ni siquiera ahora me volví para mirar el portal. El aroma era intenso. Comprendí que estaba cerca. ¿Por qué la joven no lo percibía? ¿Cómo era posible que no lo supiera? ¿No era parte de su plan?
—Por favor —dijo, y me miró alzando una mano. Tenía el rostro surcado de lágrimas, y su voz era un sollozo. —Te amo —dijo.
—Silencio, esclava —ordené.
Sabía que “eso” estaba allí. El aroma era abrumador, inequívoco.
Miré a Vika, y de pronto pareció que también ella lo sabía, y los ojos se le abrieron horrorizados, y se puso de rodillas, cubriéndose el rostro con las manos como para protegerse, y se estremeció y de pronto emitió un grito salvaje y terrible de miedo abyecto.
Desenfundé la espada y me volví.
Estaba allí, de pie en el umbral.
A su modo era muy hermoso, dorado y alto, más alto que yo, enmarcado por el portal macizo. No tenía más de una yarda de ancho, pero la cabeza tocaba casi el borde superior del portal y yo calculaba que debía medir casi seis metros de altura.
Tenía seis piernas y una cabeza como un globo dorado, con ojos que parecían grandes discos luminosos. Las dos patas delanteras, equilibradas y alertas, se elevaban delicadamente frente al cuerpo. Las mandíbulas se abrieron y cerraron una vez. Se movía lateralmente.
De la cabeza salían dos apéndices frágiles y articulados, largos y cubiertos con temblorosos hilos dorados. Esos dos apéndices, como ojos, barrieron una vez la habitación y después parecieron concentrarse en mí.
Se curvaron en mi dirección como delicadas pinzas doradas, y cada uno de los innumerables hilos de oro de los apéndices se enderezaban y apuntaban hacia mí como una aguja estremecida.
No podía imaginar el carácter de la experiencia de la criatura, pero supe que estaba en el centro de su campo sensorial.
Alrededor del cuello colgaba un pequeño artefacto circular, un traductor de algún tipo, similar a los que yo ya había visto, pero más compacto.
Percibí una nueva serie de olores, secretados por el ser que estaba ante mí.
Casi al mismo tiempo, una voz reproducida mecánicamente comenzó a brotar del traductor.
Hablaba en goreano.
—Lo Sardar —dijo—. Soy un Rey Sacerdote.
—Yo soy Tarl Cabot, de Ko-ro-ba —contesté.
Un momento después que hablé, percibí otra serie de olores, que emanaban quizá del artefacto colgado alrededor del cuello.
Sus dos apéndices sensoriales parecieron registrar la información.
—Sígueme —dijo la voz reproducida mecánicamente, y la criatura se retiró. Me acerqué al portal, y vi que esa cosa avanzaba por el corredor con pasos largos y delicados.
Miré de nuevo a Vika, que me hizo un gesto. —No vayas —dijo.
La miré desdeñosamente y seguí a la criatura.
Era mejor que llorase, pensé, porque había fracasado y el castigo de los Reyes Sacerdotes no sería leve.
Si no hubiera tenido asuntos más urgentes que resolver, me hubiera ocupado personalmente de castigarla, y le hubiera enseñado sin compasión qué significaba el collar.
Pero aparté de mi mente esos pensamientos y continué por el corredor.
Odiaba a Vika.
Caminé detrás del Rey Sacerdote.
10. Misk, el Rey Sacerdote
Los Reyes Sacerdotes tienen un olor que apenas puede ser percibido por el olfato humano, aunque hay un olor individual que les permite identificarse entre sí.
Lo que había advertido en los corredores y que creía era el olor de los Reyes Sacerdotes, en realidad era el residuo de señales odoríferas que los Reyes Sacerdotes, como ciertos animales sociales de nuestro mundo, utilizan para comunicarse.
El olor levemente acre que yo había percibido es una propiedad común de todas esas señales, del mismo modo que hay una propiedad común en el sonido de una voz humana sin que importe si quien habla es inglés, africano, chino o goreano; un rasgo que la distingue del gruñido de los animales, el silbido de las serpientes o el canto de los pájaros.
Los Reyes Sacerdotes tienen ojos compuestos y multifacéticos, pero no usan mucho esos órganos. Para ellos son algo así como nuestros oídos y nuestra nariz, sensores secundarios que utilizan cuando la información más importante del ambiente no viene por la visión, o en el caso de los Reyes Sacerdotes, por el olor. Por eso, los dos apéndices articulados con vellos dorados, sobre los ojos redondos parecidos a discos, son los órganos sensoriales primarios. Entiendo que esos apéndices son sensibles no sólo a los olores sino que, a causa de una modificación de algunos de los vellos dorados, también pueden transformar las vibraciones sonoras en algo significativo para la experiencia del sujeto. Por lo tanto, si uno lo desea, puede hablarles no sólo a través del olor sino de la audición. Pero parece que la audición no es muy importante para ellos, en vista del pequeño número de vellos modificados con ese fin. La distinción de los dos tipos de experiencia no es muy clara para los propios Reyes Sacerdotes, o por lo menos eso deduje de las conversaciones sostenidas con ellos.
Por ejemplo: ¿un Rey Sacerdote tiene la misma experiencia cualitativa mía cuando ambos percibimos el mismo olor? Me inclino a dudarlo, pues su música, que consiste en rapsodias de olores producidos por instrumentos fabricados con ese fin, y a menudo ejecutados por Reyes Sacerdotes, es intolerable para mi oído, o quizás debiera decir con más propiedad para mi olfato.
La comunicación mediante señales odoríferas en ciertas circunstancias puede ser muy eficiente, y desventajosa en otras. Por ejemplo: el olor que llega a los apéndices sensoriales de un Rey Sacerdote puede proceder desde mucho más lejos que el grito o la llamada de un hombre a otro. Más aún, si no transcurre mucho tiempo, un Rey Sacerdote puede dejar un mensaje en su cámara o en un corredor, y otro puede llegar después e interpretarlo. La desventaja de este modo de comunicación es que los extraños pueden entender el mensaje. Se debe tener cuidado cuando se habla en los túneles de los Reyes Sacerdotes, pues las palabras pueden perdurar después que uno se haya ido... por lo menos hasta que pase bastante tiempo y todo se convierta en un olor confuso y difícilmente identificable.
Si se prevén lapsos más prolongados, hay diferentes modos de registrar un mensaje. El más sencillo y uno de los más fascinantes es una cuerda de lienzo tratada químicamente. El Rey Sacerdote comienza por un extremo que tiene cierto olor, y satura la cuerda con los olores de su mensaje. Esta cuerda retiene mucho tiempo los olores, y cuando otro Rey Sacerdote quiere leer el mensaje, la desenrolla lentamente, explorándola con sus apéndices sensoriales articulados.
Supe que los fonemas del lenguaje de los Reyes Sacerdotes, o mejor dicho lo que en su lenguaje correspondería a nuestros fonemas, suman setenta y tres. Por supuesto, el número puede llegar a ser infinito, como sería el caso del número de fonemas posibles en cualquiera de los idiomas modernos, pero del mismo modo que nosotros tomamos un conjunto de sonidos que son la base de nuestro idioma, ellos aceptan un conjunto de olores como base de su propio lenguaje.
Los morfemas del lenguaje de los Reyes Sacerdotes, esos fragmentos muy pequeños de información inteligible, con raíces y afijos especiales, se asemejan a los morfemas de cualquier idioma, y son muy numerosos.
En su lenguaje, el morfema normal está formado por una secuencia de fonemas. Por ejemplo: en el idioma de los Reyes Sacerdotes, los setenta y tres “fonemas” u olores básicos se usan para formar las unidades significativas del lenguaje, y un solo morfema de los Reyes Sacerdotes puede consistir en un conjunto complejo de olores.
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