John Norman - Los Reyes Sacerdotes de Gor

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Los Reyes Sacerdotes de Gor: краткое содержание, описание и аннотация

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En otros tiempos Tarl Cabot fue el guerrero más poderoso de Gor, el extraño mundo de la Contratierra. Pero ahora sólo cuenta con un amigo: el gran pájaro de guerra llamado tarn.
Es pues un proscripto, todos van contra él: su casa, destruida; su familia, dispersa o asesinada.
Y los responsables son unos misteriosos seres que tiranizan a Gor: los reyes sacerdotes.
Sin embargo Tarl Cabot les hará frente.

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—¿Por qué sólo podemos beber agua? —pregunté a Vika.

Se encogió de hombros. —Imagino —dijo— que a causa de que la esclava de la cámara está sola gran parte del tiempo.

La miré, sin entender bien.

—Así, sería muy fácil —dijo.

Comprendí mi tontería. Por supuesto, las esclavas de las cámaras no podían apelar a la embriaguez, porque si lo hacían, aunque fuera con el propósito de aliviar su servidumbre, con el tiempo su belleza y su utilidad para los Reyes Sacerdotes comenzarían a disminuir.

—Entiendo —dije.

—El alimento llega sólo dos veces por año —explicó.

—¿Lo traen los Reyes Sacerdotes? —pregunté.

—Eso creo —dijo.

—¿Pero no lo sabes?

—No —contestó—. Una mañana despierto, y allí está el alimento.

—Imagino que lo trae Parp —insistí.

Me miró, un tanto divertida.

—Parp, el Rey Sacerdote —aclaré.

—Sí.

—Entiendo.

Casi había concluido la comida. —Te comportaste bien —la felicité—. La comida es excelente.

—Por favor —dijo—, tengo hambre.

La miré, atónito. No se había preparado nada, y por eso había supuesto que estaba satisfecha, o que no tenía apetito, o que después prepararía su propio alimento.

—Prepárate algo —dije.

—No puedo —contestó—. Puedo comer únicamente lo que tú me des.

Maldije mi propia estupidez.

¿A tal extremo era un guerrero goreano que podía ignorar los sentimientos de un semejante, y sobre todo los de una joven que necesitaba atención y cuidado?

—Lo siento —dije.

—¿No tenías el propósito de castigarme? —preguntó.

—No —dije.

—En ese caso, mi amo es un tonto —observó, y extendió la mano hacia la carne que yo había dejado en mi plato.

Le aferré la muñeca.

—Ahora sí pienso castigarte —dije.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. —Muy bien —dijo retirando la mano.

Esa noche Vika pasaría hambre.

Aunque era tarde, me dispuse a salir de la habitación. Por desgracia, no había luz natural en el cuarto, y por lo tanto no podía juzgarse la hora por el sol o las estrellas o las lunas de Gor. Desde que me había despertado, los bulbos de energía continuaban encendidos con una intensidad constante.

En uno de los armarios puestos contra la pared había encontrado, entre los atavíos de diferentes castas, una túnica de guerrero. Me la puse, pues la mía había sido destrozada por las garras del larl.

Vika había desenrollado una estera de paja, y la tendió a los pies de la gran cama de piedra. Sentada allí, envuelta en una manta liviana, el mentón apoyado en las rodillas, me miraba.

Una gran argolla se hallaba fija a la base del lecho de piedra, y si se me antojaba podía encadenarla.

—No pensarás salir de la cámara, ¿verdad? —preguntó Vika. Eran las primeras palabras que había pronunciado después de la comida.

—Sí —dije.

—Pero no puedes hacerlo.

—¿Por qué? —pregunté, alerta.

—Está prohibido —dijo.

—Entiendo —observé.

Comencé a caminar hacia la puerta.

—Cuando los Reyes Sacerdotes deseen verte, vendrán a buscarte —insistió la joven—. Hasta entonces, tienes que esperar.

—No me interesa esperar.

—Pero tienes que hacerlo —insistió, y se puso de pie.

Me acerqué a ella y apoyé mis manos en sus hombros. —No temas tanto a los Reyes Sacerdotes —dije.

Advirtió que mi decisión no había variado.

—Si vuelves —dijo—, por lo menos regresa antes del segundo gong.

—¿Por qué? —pregunté.

—Por ti mismo —aclaró, bajando la mirada.

—No temo —expliqué.

—Entonces, hazlo por mí.

—Pero, ¿por qué?

Pareció confundida. —Temo estar sola —dijo.

—Pero seguramente estuviste sola muchas noches —señalé.

Me miró, y no pude interpretar la expresión de sus ojos inquietos. —Siempre tengo miedo —dijo.

—Ahora, tengo que marcharme —repliqué.

De pronto, a lo lejos, oí el rumor del gong que ya había oído antes, en el gran salón de los Reyes Sacerdotes.

Vika me sonrió:

—Ya lo ves —dijo aliviada—, es demasiado tarde. Tienes que quedarte aquí.

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque muy pronto se oscurecerán los bulbos de energía —aclaró—, y esas son las horas autorizadas para dormir.

—¿Por qué tengo que quedarme aquí? —insistí.

Se oyó el segundo tañido del gong lejano, y pareció que Vika temblaba en mis brazos.

Los ojos se le agrandaron de miedo.

La sacudí salvajemente. —¿Por qué? —grité.

Apenas podía hablar. Su voz era un murmullo. —Porque después del gong... —empezó.

—¿Sí? —pregunté.

—...caminan... —dijo.

—¿Quiénes?

—¡Los Reyes Sacerdotes! —gritó la joven, y se apartó de mí.

—No temo a Parp —dije.

Se volvió y me miró.

—Él no es un Rey Sacerdote —explicó.

Y entonces llegó el tercer toque del gong lejano, y en el mismo instante los bulbos de energía del cuarto se amortiguaron, y comprendí que ahora en los enormes corredores del vasto edificio caminaban los Reyes Sacerdotes de Gor.

7. Salgo en busca de los Reyes Sacerdotes

A pesar de las protestas de Vika, con el corazón animoso caminé por el corredor, en busca de los Reyes Sacerdotes de Gor.

—Por favor, no vayas —me gritó.

—Tengo que hacerlo —insistí.

—Vuelve —gritó Vika.

No contesté, y comencé a descender por el corredor.

Mi obligación no era consolarla, ni tranquilizarla, ni ofrecerle la compañía de otra presencia humana. Mi propósito tenía que ver con los temibles habitantes de esos oscuros corredores que la habían aterrorizado tanto; mi propósito no era representar el papel del amigo, sino el del guerrero.

Mientras descendía por el corredor examiné las diferentes cámaras, idénticas a la mía, que se abrían a ambos lados. Casi todas estaban vacías.

Pero en dos de ellas había esclavas de cámara, jóvenes semejantes a Vika, con túnicas y collares idénticos. Seguramente la única diferencia estaba en los números grabados en los collares.

La primera joven era una muchacha baja y robusta, gruesos tobillos y anchas espaldas, probablemente de origen campesino. Tenía los cabellos formando trenzas que le caían sobre el hombro derecho. Se había levantado de su estera desplegada a los pies de la cama de piedra, incrédula, parpadeando y frotándose los ojos de párpados pesados. Por lo que pude ver, estaba sola en la cámara. Cuando se aproximó al portal, los sensores comenzaron a resplandecer.

—¿Quién eres? —preguntó la joven, y su acento sugería que venía de los campos de Sa-Tarna, a cierta altura sobre Ar, en dirección al Golfo de Tamber.

—¿Viste a los Reyes Sacerdotes? —pregunté.

—Esta noche no —contestó.

—Soy Cabot, de Ko-ro-ba —dije y continué caminando.

La segunda joven era alta, frágil y espigada, y tenía piernas delgadas y ojos grandes y tristes; los cabellos oscuros le caían sobre los hombros y se destacaban contra el blanco de su túnica. Quizá perteneciera a la casta superior. Sin hablar era difícil decirlo, aunque aun así quizás no pudiera identificarla, porque los acentos de algunas de las castas superiores de artesanos son parecidos al goreano puro de la casta superior. Estaba de pie, la espalda apoyada contra el fondo de la cámara, sus ojos fijos en mí, casi sin respirar. Me pareció que también ella estaba sola.

—¿Viste a los Reyes Sacerdotes? —pregunté.

Meneó vigorosamente la cabeza.

Continué mi camino por el corredor.

Cada una a su modo, ambas jóvenes eran hermosas, pero pensé que Vika era superior a ellas.

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