Robert Silverberg - La fiesta de Baco
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- Название:La fiesta de Baco
- Автор:
- Издательство:Caralt
- Жанр:
- Год:1977
- Город:Barcelona
- ISBN:84-217-5129-8
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
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Vino en mi corazón hoy,
sangre en mi garganta hoy,
fuego en mi alma hoy,
te alabamos, oh, Señor.
Giran uno alrededor del otro, cautelosamente. Hermano contra hermano. Rómulo y Remo, Caín y Abel, Osiris y Set; el antiguo ritual, el conflicto eterno. Ninguno de los dos ataca. Oxenshuer se siente pesado por el vino y su cerebro está obtuso, pero se siente poseído por una extraña liviandad; cada vez que sus pies tocan la arena, el contacto le provoca un sobresalto de placer. Está muy consciente de hallarse vivo, móvil, vigoroso. La sensación crece y lo posee. Se lanza de súbito hacia delante, agarra a Matt y trata de derribarlo. Forcejean rígidos y casi inmóviles. Matt no cae, pero su contraataque no puede con Oxenshuer. Están de pie, enlazados, cuerpo contra cuerpo sudado y manchado de vino, y después de unos dos minutos de intensa tensión se sueltan, como si se hubieran puesto de acuerdo, y retroceden temblorosos, alejándose. Giran nuevamente. Hermano. Hermano. Abel. Caín. Oxenshuer se agazapa. Extiende las manos, tratando de agarrar algo. Nuevamente saltan el uno hacia el otro, se aferran y quedan inmóviles. Esta vez los brazos de Matt pasan como garfios alrededor de Oxenshuer y tratan de levantarlo del suelo para derribarlo. Oxenshuer no se mueve. En la frente de Matt las venas están hinchadas, y Oxenshuer sospecha que en la suya también. Sus caras aparecen amoratadas. Los músculos laten a causa del esfuerzo continuado. Matt jadea, pierde apoyo y trata de retroceder; instantáneamente, Oxenshuer se hace a un lado, le coge el brazo y se lo acerca . Una vez más, se abrazan. Por turno, se balancean, pero no caen. El vino y el esfuerzo nublan la visión de Oxenshuer, que está borracho de fatiga. Empujando, apretando, retorciendo, tirando, recorre el foso con Matt hasta que, bruscamente, sus percepciones disminuyen, tiene un momento de oscuridad total y cuando recupera los sentidos queda atónito al descubrir que está luchando no con Matt, sino con Dave Vogel. Amigo de infancia, rival en el amor, compañero en el espacio. Vogel, más próximo a él que cualquier hermano de sangre, ahora aquí, en el foso, con él. Delgado, cabellos rubios, nariz respingada, cejas gruesas, hombros musculosos.
—¡Dave! —grita Oxenshuer—. ¡Oh, Dios mío, Dave, Dave!
Lo abraza. Vogel le sonríe y se derrumba en el suelo del foso.
—¡Dave! —grita Oxenshuer cayendo encima de él—. ¿Cómo llegaste aquí, Dave?
Cubre el cuerpo de Dave con el suyo. Lo abraza con una terrible llave. Murmura el nombre de Vogel, susurrando maravillado, y deja escapar mil preguntas. ¿Vogel le responde? Oxenshuer no está seguro. Piensa que oye respuestas, pero no corresponden a las preguntas. Después, Oxenshuer siente unos dedos que le golpean la espalda.
—Muy bien, John —está diciendo Will—. Lo derrotaste sin discusión. Ya terminó. Ponte en pie, hombre.
—Ven, Coge mi mano —dice Nick.
Confuso, Oxenshuer se levanta. Matt está tirado en la arena, tratando de recuperar el aliento y masajeándose el cuello, pero sonríe.
—Oye, esa llave es estupenda —dice—. ¿La aprendiste en la universidad?
—¿Disputamos otra caída? —pregunta Oxenshuer.
—No hace falta. Ahora vamos a la casa del dios —le propone Will.
Ayudan a Matt a levantarse. Les traen vino, que Oxenshuer traga con avidez. Los cuatro se alejan del foso, pasan a través de la multitud que se separa y se dirigen hacia la iglesia.
Oxenshuer nunca había estado allí. A excepción de una especie de altar en el otro extremo, el enorme edificio se encuentra totalmente vacío: no hay púlpitos, bancos, sillas, capillas ni coro. Una luz misteriosa se filtra por las vidrieras de colores e impregna el vasto espacio interior. El Orador ya ha llegado; está de pie ante el altar. Oxenshuer se arrodilla ante él, como le indica Matt en un susurro. Matt se arrodilla a la izquierda de Oxenshuer; Nick y Will detrás de ellos. Una música de órgano fantasmal y etérea comienza a filtrarse por una reja oculta. La congregación se está reuniendo. Oxenshuer escucha los ruidos de la gente detrás: toses y algunos murmullos. Pronto, los himnos familiares resuenan en la iglesia.
Voy a casa del dios y su fuego me consume.
Grito el nombre de dios y su trueno me ensordece.
Tomo la copa del dios y su vino me disuelve.
Vino. El Orador ofrece un cáliz dorado a Oxenshuer, que bebe. Un vino distinto: frío, transparente. A su espalda comienza un himno, que nunca había oído, en un lenguaje que no entiende. ¿Griego? Los ritmos son fieros y marcados; es la música de las bacantes, una canción órfica, extraña y aterradora al principio, y después, extrañamente reconfortante. Oxenshuer apenas conserva la conciencia. No comprende nada. Le están ofreciendo la comunión. Una hostia en una bandeja de plata: pan moreno, crujiente, marcado con un signo desconocido. Come, bebe. Éste es mi cuerpo. Está es mi sangre. Más vino. Hay figuras moviéndose a su lado, y otros se adelantan para comulgar. Está perdiendo el sentido del espacio y del tiempo. Se aleja de la dimensión física y deriva por un océano, un vasto mar cálido, un mar de suaves ondulaciones que lo sostiene fácil y alegremente. Percibe luz, calor, tamaño y ausencia de peso, pero no percibe nada tangible. El vino. La hostia. ¿Una droga en el vino, quizá? Se desliza del mundo y cae en el universo. Éste es mi cuerpo. Ésta es mi sangre. Ésta es la experiencia de unidad y totalidad. Tomo la copa del dios y su vino me disuelve. Qué calma hay aquí. Qué vacío. No hay nadie aquí; ni siquiera estoy yo. Y todo irradia una luz tibia y pura. Floto. Avanzo. Yo, yo, yo. John Oxenshuer. John Oxenshuer no existe. John Oxenshuer es el universo. El universo es John Oxenshuer. Éste es el dios cuya alma es vino. Éste es el dios cuyo nombre es música. Éste es el dios que arde como el fuego. Dulce llama del olvido. El cosmos se está expandiendo como un globo. Creciendo. Creciendo. Ve, hijo; nada hacia Dios. Jesús aguarda. El santo, el santo loco, el viejo dios borracho que es un santo te conducirá a la bienaventuranza, querido John. Recupera tu integridad. Recupera tu nada. Voy a casa del dios y su fuego me consume. Ve. Ve. Ve. Grito el nombre del dios y su trueno me ensordece. ¡Dionisos! ¡Dionisos!
Todas las cosas se disuelven. Todas las cosas se vuelven una.
Esto es Marte. Oxenshuer, utilizando los controles manuales, deja que su nave se deslice livianamente los últimos quinientos metros antes de tocar tierra, controlando el cabeceo, moviéndose serenamente entre las nubes rojas que giran a causa del escape de sus cohetes. Luz de contacto. Motor detenido.
—Muy bien, Houston. He aterrizado en la base de Gulliver.
Su mensaje viaja velozmente por el espacio. Con paciencia, aguarda a que llegue y, al fin, recibe la respuesta de Control de Misión.
—De acuerdo. ¿Está listo para controlar todos los sistemas antes del EVA?
—Empezaré el control ahora mismo, Houston.
Realiza velozmente la revisión de rutina, con la seguridad que nace de la total familiaridad. Todo está bien en la nave, cuyo elegante cerebro mecánico funciona maravillosamente, sin un fallo. Ahora Oxenshuer se retuerce mientras se coloca el equipo en la espalda, grande e incómodo. Ponérselo sin la ayuda de otro astronauta es más difícil de lo que esperaba, aun con la baja gravedad marciana. Revisa su provisión básica de oxígeno, su sistema de ventilación, su circuito de agua, su sistema de comunicaciones. Con el casco, los guantes y el traje sellado, habita un universo de bolsillo totalmente autónomo. Desmontando la pala mecánica comprueba su provisión de aire comprimido. Todo está en orden.
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