Carmen Posadas - Hoy caviar, mañana sardinas

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Inspirándose en estas anotaciones, la escritora Carmen Posadas (Uruguay 1953) y su hermano Gervasio (1962), nos relatan las idas y venidas como hijos de diplomáticos que vivieron de niños a través de recuerdos familiares llenos de sentido del humor y de curiosas recetas que inventaba su madre, Bimba Mane.

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– Y están pensando en…

– En nosotras, claro. Llevamos muchos años en España, y conocemos a todo el mundo, pero lo más importante es que todo el mundo nos conoce a nosotras. Si querés organizar cualquier tipo de recepción en la embajada podemos traerte a la mejor gente de Madrid sin el más mínimo problema.

– También -continuó la otra señorita- podemos aconsejarte con el mejor de los criterios sobre los menús para que todos se vayan encantados de esta casa y deseando volver.

– Además -ahora ya hablaban alternativamente la una y la otra, quitándose la palabra pero siempre con la misma línea argumental-, tenemos un montón de amigos artistas que pueden dar mucho color a cualquier cóctel que vayas a dar. Toreros, cantantes de cuplés, hasta un hijo de Alfonso XIII, igualito a él, ni te imaginas. A los españoles les encanta que haya gente distinta, divertida, que no sean siempre los mismos.

– Nosotras -retomó el hilo la otra señorita, y, durante un momento (afortunadamente corto), en un alarde de virtuosismo, empezaba a hablar una y seguía la otra, de modo que me veía obligada a mirarlas como quien asiste a un partido de tenis (tres palabras, giro a la derecha; dos palabras, giro a la izquierda)-, querida, no solemos hacer estas cosas, naturalmente, pero te vemos tan joven que creemos que puedes necesitar de nuestra experiencia.

– Sí, Bimbita, nos divertiría mucho echarte una mano. Además, los del Palace se están poniendo pesadísimos y después de veinte años parece que nos quieren subir la renta. ¡C'est incroyable mais c'est vrai!

Aparentemente, el dinero de la herencia no era tan inagotable como las pobres señoritas habían pensado.

– Bueno…, la plata no es tan importante, claro. Lo que más nos gustaría es poder ser útiles a nuestro país -se revolvió la otra (¿Emma? ¿Delia?), incómoda ante la mención de los petits problems y por primera vez en desacuerdo.

– Creo que te seríamos muy útiles porque no te podes imaginar cómo pueden meter la pata los embajadores que llegan sin asesoramiento a España.

– Sí -vuelta al natural consenso-, nosotras te podríamos ayudar mucho. Hace un par de años nombraron a un embajador argentino que, bueno, ya sabes las cosas que hacen a veces nuestros vecinos, empezó a decirle a todo el mundo que le había regalado cinco caballos de pura raza al ministro Castiella como presente de bienvenida. Allí donde iba hablaba de los cinco caballos que le había regalado al ministro de Asuntos Exteriores, que si uno era negro, que si el otro tenía una mancha en la frente y así. Un día fuimos a almorzar a casa de Sol. Sí, ya sabes, la mujer de Castiella -continuó la otra señorita, con una sonrisa que implicaba «o deberías saberlo»-. Le preguntamos qué tal estaban sus preciosos corceles. Nos miró con cara de extrañeza y cuando le dijimos lo que nos habían contado se levantó y llamó a su marido. Volvió indignada porque los caballos no existían ni el embajador argentino les había regalado ni un maní. Como es lógico, a partir de ese momento lo pusieron en la lista negra y ahora no lo recibe nadie. Son esa clase de errores que nunca hay que cometer y que nosotras podemos evitar que cometas, Bimbita querida.

Les tuve que aclarar que no teníamos pensado decir que regalábamos caballos ni ninguna otra cosa y que, para mi desgracia, la embajada no tenía presupuesto para una, y mucho menos dos secretarias sociales. Las pobres señoritas se pusieron algo tristes, aunque siguieron comiendo grandes trozos de tarta de dulce de leche.

– ¿Estás segura de que podrás arreglártelas sola, mi hijita? En el fondo somos familia, así que si necesitas algo, avísanos.

– Sí, avísanos, somos familia -dijo… ¿Emma? ¿Delia?, bueno, quienquiera que fuese, con un guiño idéntico, idéntico al de mi suegro.

Luego se pusieron sus tapados de visón, uno con manga doble y el otro simple, se atusaron el pelo rubio una y levemente pelirrojo la otra, y se despidieron a coro.

Cuando las vi irse, viejitas y frágiles, también me entristecí, aunque a veces no puedo evitar pensar: toda una vida viviendo en el Palace. ¿Dónde hay que firmar?

AGUSTINA DE ARAGÓN EN LA COCINA

¡Pasamos el primer examen! Ayer tuvimos nuestra primera recepción en casa para despedir al ministro López Bravo, que se va de visita a Uruguay. Más que pasar el examen creo que hemos sacado sobresaliente, porque todo fue un éxito, tanto por la comida como por los invitados que vinieron. Como llegamos hace poco y no conocemos todavía a mucha gente, temíamos encontrarnos en un embarazoso mano a mano, los dos solitos con el ministro. Además, parece que los ministros de Franco están divididos en distintas tendencias algo enfrentadas (y eso en una dictadura). Los del Opus Dei, como López Bravo, no están bien vistos por los falangistas ni por los militares, y como desconocíamos a qué bando pertenecía el resto de los invitados, no sabíamos si aquello iba a acabar en una batalla campal o por el contrario no iba a venir nadie. Por un momento eché en falta las sabias advertencias de las señoritas de Sampognaro, pero me sentí incapaz de llamarlas para pedirles consejo después de la conversación del otro día. Tendríamos que enfrentarnos al fracaso solos.

En contra de lo que suele ser habitual, el ministro llegó el primero. Es muy amable, tiene una conversación de lo más agradable y parece muy interesado por todo lo relacionado con Uruguay. Pero pasaban los minutos y no llegaban los otros invitados. Nadie había confirmado su asistencia y parecía que se cumplirían mis más negros presagios. Yo empezaba a sentir que me fallaban las piernas y que me iba a caer redonda en cualquier momento. Afortunadamente, al cabo de unos diez minutos sonó el timbre, una vez y otra y otra. Fue el sonido más lindo que había oído en mi vida. Yo no contaba con una cosa: la foto de Luis en la portada del ABC el día de la presentación de credenciales había obrado milagros. Gracias a ella aparecieron un montón de personas que habíamos invitado sin mucha esperanza de que vinieran: el alcalde de Madrid, Carlos Arias Navarro; el presidente de Banesto, el marqués de Deleitosa (el pope de las finanzas españolas); el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga; Gregorio Marañón y un montón de marqueses y condes a los que no habíamos visto nunca. Y lo más importante es que todo el mundo quedó encantado y creo que con ganas de volver.

Yo estaba bastante nerviosa, la verdad, porque todavía no me manejo bien con los gustos españoles, que son muy distintos a los nuestros. Por ejemplo: en nuestro país no se come prácticamente nunca pescado y los uruguayos abominan de cualquier cosa que tenga espinas. Acá se vuelven locos por una buena merluza. En Uruguay el pollo es un artículo de lujo que resulta muy distinguido servirlo en una cena y acá es una cosa muy corriente, casi ordinaria (desde que llegamos en casa no hacemos otra cosa que comer pollo, como si se fuera a acabar, y a los chicos les encanta). Luego está esa costumbre española de comer lentejas, judías o garbanzos incluso en las mejores casas, algo que no se le ocurriría ni al último peón de la estancia más perdida de Uruguay. Por no hablar de algunos platos españoles que yo no me atrevería a probar ni aunque estuviera muriéndome de hambre en mitad del desierto, como esos chipirones en su tinta que parecen sumergidos en grasa de automóvil, o unos gusanos que, según ellos, son muy ricos y se llaman angulas.

A la hora de elegir el menú está el problema adicional de que Uruguay tiene una gastronomía propia algo exigua. La mejor carne del mundo, eso sí, buena pasta y unos postres riquísimos con dulce de leche que, desgraciadamente, a los españoles les parece demasiado empalagoso. Los chinos, por ejemplo, pueden poner un buen arroz y salir del apuro. Nosotros no. Ante este panorama sólo nos queda recurrir a la cocina diplomática por excelencia, la francesa. Y aquí es donde topé con Lola, la cocinera, que no es que sea arisca como yo pensaba al principio, sino que tiene un carácter de mil demonios y un odio visceral a todo lo que venga del otro lado de los Pirineos, como si Napoleón hubiera retirado sus tropas ayer por la tarde de Madrid.

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