Carmen Posadas - Hoy caviar, mañana sardinas

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Inspirándose en estas anotaciones, la escritora Carmen Posadas (Uruguay 1953) y su hermano Gervasio (1962), nos relatan las idas y venidas como hijos de diplomáticos que vivieron de niños a través de recuerdos familiares llenos de sentido del humor y de curiosas recetas que inventaba su madre, Bimba Mane.

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Todo lo antes relatado es para decir que ésta y otras románticas historial de la familia reinaban en el segundo piso de nuestra casa de la quinta. También es para explicar que, a pesar de que sus mejores días habían pasado hacía tiempo, todos adorábamos aquella propiedad decadente en la que aún podían verse los vestigios de antiguas glorias. Sólo quedaban en pie dos Dianas cazadoras ahora ñatas, y una de ellas manca, de lo que fue en su día una bella galería de estatuas. También podían verse los parterres del invernadero, las fuentes de las que ya no manaba agua pero aún conservaban su dignidad y en las que flotaban los nenúfares y unos peces de aspecto aterrador, amarillos, de grandes dientes. Pero sobre todo pervivían los árboles del que en su día fue un magnífico jardín botánico, y que rodeaban la casa ocultando su decrepitud. Mi madre se quejaba de que mantener en condiciones más O menos dignas ese santuario, y en especial la vivienda, era un trabajo del demonio. Ella se ocupaba de pintar y redecorar, con ayuda de los jardineros, las habitaciones; arreglaba los muebles, recosía las deshilachadas cortinas. También, o tal vez debería decir sobre todo, se ocupaba de que de la vieja zona de servicio en la que reinaba aún una gran cocina de leña, salieran los platos más deliciosos. Supongo que desde entonces se me ha quedado el gusto por la comida cocinada a fuego lento, los guisos, los caldos y el allí llamado puchero. Pero si tengo un recuerdo culinario que pervive por encima de todos es de cómo se hacía la pasta casera, pues constituía todo un rito. Así, mientras en la radio de la cocina se alternaban los tangos de Gardel con las coplas de Antonio Molina, como en un extraño presagio de lo que habrían de ser nuestras vidas, los domingos, en casa, se amasaba pasta. Desde los tallarines frescos cortados a cuchillo a velocidades de vértigo sobre una mesa enharinada, hasta los ravioli que, una vez rellenos, había que separar con una ruedita dentada. Y por supuesto los ñoquis. Todavía hoy, cuando encuentro un lugar en el que hacen ñoquis caseros, el olor a tuco, pasta y queso rallado tiene la virtud de devolverme al paraíso. O lo que es lo mismo, a nuestra casa de la quinta donde fuimos tan felices y de la que salimos un día de noviembre rumbo a España.

ñoquis al tuco (Gnocchi)

En Argentina y Uruguay existe la costumbre de comer ñoquis los 29 de cada mes para tener suerte con el dinero. Los más supersticiosos comen siete ñoquis masticando siete veces, pero la mayoría se limita a poner dinero debajo del plato (a ser posible de alguna moneda fuerte no sujeta a los vaivenes de nuestros pobres pesos) y a conservar la moneda o el billete durante todo el mes siguiente.

Ingredientes

(para 8 personas)

1 kg de patatas

300 g de harina

1 50 g de mantequilla

1/ 4l de leche

2 yemas de huevo

sal

nuez moscada

PREPARACIÓN

Elaborar un puré de patatas: hervir las patatas peladas en abundante agua. Cuando estén listas, aplastarlas y añadir la mantequilla y la leche. El puré debe tener cierta consistencia. Pasarlo por el chino.

Una vez listo el puré, mezclarlo en un recipiente con las yemas de huevo, la harina, la sal y la nuez moscada, con cuidado para que no se formen grumos.

Enharinar una superficie plana de la cocina y volcar la mezcla anterior. Hacer cilindros con la manos (enharinadas también) y cortarlos en trozos de aproximadamente uno o dos centímetros. Darles forma de bucles o rizos aplastándolos a lo largo con un tenedor. Después esperar a que se sequen bien.

Verter los ñoquis en un gran recipiente de agua hirviendo con sal. Retirarlos cuando empiecen a subir a la superficie.

Condimentar con abundante mantequilla y parmesano rallado.

TUCO PARA LOS ÑOQUIS

Ingredientes

600 g de carne

500 g de tomates maduros

2 lonchas de beicon

1 zanahoria

1 cebolla

1 pimiento verde

1 pimiento rojo

2 dientes de ajo 7, / de caldo

1 vaso de vino tinto

orégano

pimentón dulce

romero

aceite

sal y pimienta

PREPARACIÓN

Lo importante es que la carne quede tierna y la salsa algo espesa.

Dorar la cebolla y el ajo cortados muy finitos. Reservar. En la misma olla dorar la carne cortada en cubos con el beicon cortado. Incorporar el ajo y la cebolla junto con los pimientos sin semillas y la zanahoria también cortados finitos. Añadir los tomates pelados y cortados en cuartos. Cuando la verdura esté cocida agregar el orégano y el romero. Rehogar un poco y añadir medio litro de caldo o, en su defecto, de agua. Se cocina durante 40 minutos. A los 30 minutos se añade un vaso de vino tinto y el pimentón. Se puede servir el tuco después de acabar la cocción, pero se recomienda dejarlo reposar un par de horas para que se concentre el sabor.

VIAJE DE URUGUAY A ESPAÑA

¿Y cómo vivió nuestra madre la salida de Montevideo y la llegada a Madrid? No son muchas las notas que Gervasio y yo hemos encontrado al respecto, pero con la ayuda de algunas cartas y dos o tres anotaciones largas en su cuaderno de los tomates, hemos reconstruido esta parte de la historia. Según ella, nuestro padre le había dicho que no lo molestara con los preparativos del viaje…

[…] Luis dice que me las arregle como pueda yo sola, porque él piensa pasar la última noche en la Quinta, como despedida. Lo cierto es que no quedan más que un par de muebles sueltos y ni una sola cama y, para colmo, la primavera viene retrasada y hace un frío del demonio. Pero eso a él no le importa; sería capaz de pasar la noche bajo un pino si hiciera falta para despedirse de su antigua vida y sobre todo de su adorada casa. Mira qué bien, me digo yo, qué literario, como a él le gusta, los hombres pueden darse el lujo de ser nostálgicos y sentimentales. Nosotras, en cambio, tenemos demasiadas cosas que hacer. Para empezar, mientras mi marido hace acampada en una casa desierta rodeado de fantasmas, yo he tenido que desparramar al resto de la familia por las casas de distintos parientes. Carmen está en lo de mi hermana mayor, Mercedes se ha ido a pasar la noche a lo de su prima Florencia, que tiene diez años, como ella, mientras que a Dolores y a Gervasio me los llevé a casa de mamá. Lloraron muchísimo porque dicen que allá siempre hay sopa de primero y además de sémola, pero yo me puse firme y sémola o no sémola, se la tomaron toda. La verdad es que viajar a Europa con cuatro niños de edades tan diferentes es un problema.

El que más me preocupa es Gervasio. Yo tenía verdaderas pesadillas los días anteriores, soñando que el niño se me caía al mar, pero al final lo he solucionado de lo más bien: le compré una correa de perro. Bueno, así lo llama Carmen, que está entrando en la edad difícil, aunque es un arnés lindísimo, de cuero rojo, y queda muy bien sobre su suéter marrón, con pantalón corto haciendo juego. Los cuatro van vestidos iguales, las niñas con pollera, claro, pero el sobretodo y los sombreros haciendo juego son idénticos, para disgusto de las dos mayores. Muy linda la «tenue de viaje», dijo mi suegra en cuanto los vio, y la verdad es que creo que acerté en la elección porque es perfecta para esta primavera tan fría. Cuando lleguemos a Europa será aún más adecuada: allá es casi invierno.

18 de noviembre

Ahora que ya estamos en alta mar y hemos pasado el Ecuador, me he puesto a escribirle una carta a mamá. La pobre se quedó de lo más triste porque, según ella, parecía que nos íbamos para siempre. Yo creo que la culpa de esa impresión la tiene el hecho de que nos hayamos ido en barco. Si uno se despide al pie de un avión, la marcha no parece tan definitiva como cuando un barco se aleja, rodeado de serpentinas y tocando la sirena. Quiero creer que por eso llorábamos todos tanto. Y cuando estábamos en plena despedida, con pañuelos al viento sobre la cubierta, de pronto Carmen me tira de la manga con aire angustiado: «¿Dónde crees que se esconden los niños que viajan de polizones, mami? ¿En la bodega? ¿En las calderas? ¿En los botes salvavidas?». Sí, eso le dio por preguntar en momento tan delicado. Tiene demasiada imaginación esta chica. ¿Niños polizones? No sé de dónde saca esas ideas. En cambio, a los otros tres lo único que les preocupa es qué van a comer. En cuanto el barco se alejó un poco más, Dolores y Gervasio empezaron a preguntar si tendrían que comer pescado todo el tiempo ahora que estaban en alta mar. Y protestaban muchísimo diciendo que a ellos sólo les gusta el churrasco. Lo de Mercedes fue aún peor porque, como ya se sabe, pertenece a la estirpe de esos niños que inventaron la huelga de hambre antes que Gandhi. En cuanto subió a bordo y notó que olía levemente a verdura cocida, decretó que no pensaba comer nada hasta el día de su cumpleaños, que es el 1 de diciembre. Lo del cumpleaños viene porque yo ese día les dejo elegir el menú. Pero se va a acabar. El año pasado (y porque no podía desdecirme de mi promesa, así, sin preparar un poco la retirada) resulta que pidió suflé de queso de primero, suflé de queso de segundo y suflé de dulce de leche de postre. Está claro, una de las primeras cosas que tengo que proponerme ahora que vamos a cambiar de vida es ser un poco más estricta, no hay más remedio.

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