Alicia Bartlett - Muertos de papel

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Muertos de papel: краткое содержание, описание и аннотация

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Un periodista del corazón especialista en divulgar las noticias más escandalosas es asesinado en su propia casa. La inspectora Petra Delicado y el subinspector Fermín Garzón se encargan del caso. La lista de sospechosos se extiende a todos los personajes del gran mundo y la farándula que se habían visto perjudicados por las publicaciones de sus distintos devaneos.
No es un ambiente que guste demasiado a los dos policías. Además, su caso se verá complicado con el asesinato de una joven azafata de congresos con el que parece guardar relación. Todo se convierte en una complicada maraña de la que nadie saldrá limpio al final.

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Dejé la prensa apilada en un montón y me decidí a levantarme y darme una ducha. ¡Ya estaba bien de Ernesto Valdés, aquel tipejo no tenía ningún derecho a infiltrarse en mi vida privada como siempre había hecho en las vidas de los demás! Pero iba a ser realmente difícil librarse de él. Tras la ducha fui a la cocina para prepararme huevos y tostadas, encendí la televisión y en menos de dos minutos volvió a aparecer Valdés con su cara de águila morena. El locutor del noticiario aseguraba que podría tratarse de un crimen pasional y que la policía carecía de pistas definitivas. ¿Quién coño habría sido el portavoz subnormal que había pasado semejante versión a los medios? Varios nombres de compañeros me vinieron a la mente, pero desestimé pedirles explicaciones. Estaba bien, que dijeran lo que quisieran, que le echaran un poco de morbo a la cosa. Los periodistas lo necesitaban para su trabajo y yo no pensaba hacer ninguna declaración. ¿Pasión era lo que querían?, ¡pues pasión iban a tener!, quizá no anduvieran tan desencaminados. En el fondo todo aquel alboroto constituía una especie de restitución para la sociedad: el hombre que vivía de meterse entre sábanas ajenas acababa teniendo los ojos del público fijos en su mortaja.

Después de zamparme los huevos me sentí mucho mejor. Estaba tan relajada que ni siquiera me enfadé cuando Garzón me llamó por teléfono con la pretensión de trabajar. Me limité a decir de modo civilizado:

—No, hoy no me pagan, y por lo tanto me siento liberada del deber.

—Inspectora, no sería propiamente trabajar, sino echar una ojeada a un material que he recopilado.

—¿Pornografía dura?

—Algo así. He conseguido varios vídeos de programas de Valdés, y también sus últimos reportajes en las revistas. Pensé que no estaría de más saber a qué se dedicaba y como no andamos sobrados de tiempo en jornada laboral...

Hice un ruido de difícil interpretación.

—¿Ha dicho algo? —preguntó.

—No, sólo estaba vomitando el desayuno ante la perspectiva de ver los vídeos de Valdés.

—Serán sólo un par de horas; tiempo de tomar una copa y comentar la cuestión.

—Esta mañana no puedo, me voy a una exposición de Chagall.

—¿Y esta tarde?

—Tampoco, voy al cine. Hay una película que hace tiempo que quiero ver.

—Será una de esas películas en versión original.

—¡Exacto, una película danesa! ¿Qué me dice del domingo por la tarde?

—¡Bueno, justamente el domingo por la tarde...!

—Suele ser un día tranquilo.

—Pero hacen un partido de fútbol interesante por televisión.

—¡No sea decadente, Fermín, el fútbol es siempre igual!

—¡Más iguales son siempre los cuadros de Chagall, que como ya está muerto no puede pintar otros nuevos!

—Puede que lleve razón, pero la idea de trabajar en fin de semana fue suya, no mía.

Cedió, no le quedaba más remedio si de verdad pretendía como siempre cumplir con sus obligaciones. ¿Cuál era el misterio de Fermín Garzón?, ¿en serio le gustaba su trabajo hasta el punto de no poder desconectarse de él? Yo me temía que se tratara de una cuestión de años y costumbre, con lo cual intuía que aquello alguna vez llegaría a sucederme a mí también.

Cuando llegó el domingo por la tarde me di cuenta de que no habíamos determinado en cuál de las dos casas se celebraría la reunión. Le llamé. Me sorprendió diciendo que ya había previsto un tentempié para cenar, de modo que aparecí en su puerta a las nueve como un clavo.

Todo estaba preparado para una concienzuda sesión de trabajo. Sobre una mesita baja se apilaban las revistas del corazón y un paquete de vídeos descansaba a su lado. ¿Podría soportarlo? Garzón me animó. No debía preocuparme, un poco de basura sólo era eso, un poco de basura, ¿o acaso prefería la sordidez de los bajos fondos que a menudo nos veíamos obligados a visitar?

—No sé, Fermín, al menos en los bajos fondos piensas que se encuentran los desechos de la sociedad, aquellos que por una u otra razón viven al margen. Pero aquí nos encontramos con una porquería que le gusta paladear al ochenta por ciento de la gente.

—¿Y qué?, eso es alentador; lo contrario sería reconocer que los delincuentes constituyen una raza aparte, y usted sabe muy bien que no es así. Resulta que todo el mundo se pirra por las habladurías, la trastienda familiar, la porquería... nadie es puro, inspectora.

—Ya, pero el sentido de la estética...

Abrí una de las revistas por la mitad. Una serie de invitados a un bautizo se arrebujaba en un grupo compacto para poder salir en la foto. Su aspecto general era atroz: ellas llevaban trajes ceñidos de colores pastel con la falda por encima de las marchitas rodillas, pamelas dejadas caer en sus cabezas como escombros en un vertedero, joyas que afloraban con el brillo del oro por cualquier resquicio. Los caballeros se empaquetaban en trajes de alpaca opalescente, enlazaban sus gargantas con corbatas azul cielo y se maltrataban los pies encapsulándolos en cámaras de charol con la punta afilada.

Una troupe de monos amaestrados me hubiera parecido mucho más bella.

—Y estos tíos con pinta de horteras, ¿quién coño son?

Garzón lanzó una mirada por encima de mi hombro.

—¡Joder, Petra, pues si ésos le parecen horteras...! Mire lo que dice el titular, es el bautizo de los hijos de los marqueses de Hoz, y todos los que ve forman parte de la nobleza.

—Yo creía que la nobleza ya había decaído por completo, pero al parecer les quedan aún varios escalones por bajar.

—Pues espere a ver a los cantantes de tercera, a las folklóricas, a los presentadorzuelos de televisión, a los hijos de los famosos en edad de merecer...

—No siga, aún estoy a tiempo de dimitir.

—No se deprima, ya verá que la especialidad de Valdés era darles caña. Acabará por caerle simpático. Abra esa revista por la sección que él firma.

Fui pasando desganadamente página tras página, todas plagadas de trasgos y horrores. Por fin llegué a una columna en la que Garzón me hizo parar.

—Lea, lea —exclamó gozoso.

Leí, mucho menos entusiasmada que él:

«Albertito de las Heras, que ha dejado deudas y cuentas pendientes incontables en Marbella, dice ahora que va a abrir un restaurante en Madrid. La verdad es que no sabemos en qué parte del establecimiento va a colocarse, si de pinche de cocina o en la caja registradora para poder meter mano a la recaudación antes de pagar a sus empleados. Aunque lo más probable es que se dedique a alternar con los clientes, sobre todo con las clientas, a las que seguro gustará un montón como hasta ahora ha sucedido siempre, ya que a Albertito no se le conoce más mérito que el vivir para, por y de las damas; ¡y no me refiero a un juego como el del ajedrez!»

Me quedé estupefacta. Volví la cara hacia el subinspector, que observaba mi reacción lleno de confianza.

—¿Lo ve? Sabía que se quedaría sorprendida.

—¡Pero si lo insulta sin ningún rubor! Lo que no entiendo, Fermín, es cómo este tío que cita en el artículo no se querella inmediatamente contra él.

—Pues porque el tal Albertito debe de ser un zascandil de mucho cuidado, sin contar con que lo más probable es que le guste que hablen de él, aunque sea en esos términos. La mayoría de esos tipos viven de la publicidad, buena o mala da lo mismo.

—Pero algunas cosas pueden perjudicarles.

—Sin duda alguna, pero se aguantan, porque a lo mejor los insultos dan en el clavo y es mejor no «meneallo». La verdad es que hay protestas contra Valdés, continuas protestas y réplicas por parte de la gente a quien vapulea, pero su índice de querellas judiciales ha sido mínimo.

Garzón se había documentado sobre el tema con mucha profundidad adelantándose al curso de la investigación. Pensé que debía estar seguro de que acabaríamos desembocando en lo profesional una vez explorado el círculo privado del muerto. Seguí leyendo en voz alta, presa de una repentina curiosidad.

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