Alicia Bartlett - Muertos de papel

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Muertos de papel: краткое содержание, описание и аннотация

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Un periodista del corazón especialista en divulgar las noticias más escandalosas es asesinado en su propia casa. La inspectora Petra Delicado y el subinspector Fermín Garzón se encargan del caso. La lista de sospechosos se extiende a todos los personajes del gran mundo y la farándula que se habían visto perjudicados por las publicaciones de sus distintos devaneos.
No es un ambiente que guste demasiado a los dos policías. Además, su caso se verá complicado con el asesinato de una joven azafata de congresos con el que parece guardar relación. Todo se convierte en una complicada maraña de la que nadie saldrá limpio al final.

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—Les aseguro que no sé nada más.

—Sí, muy bien. Puedes irte.

Pero no se movió.

—Es que parece que yo esté tan tranquila después de que han matado a mi padre y no quiera colaborar.

Intenté sacar algo en claro de su curiosa reacción.

—¿Y no es así?

—¡Desde luego que no es así!, pero ¿qué puedo hacer? Sí, supongo que algo me diría, pero a veces decía cosas que no tenían ni pies ni cabeza.

—¿Como por ejemplo?

—Pues... últimamente dijo que había conocido a una chica estupenda y que su vida iba a cambiar.

Un par de compuertas se abrieron con estruendo en mis oídos. Garzón clavó sus ojos en la joven como un águila avistando un cordero y preguntó con sutileza dudosa:

—¿A quién?

—Les aseguro que no sé nada más.

Acerqué mi silla a la suya buscando una intimidad que no me había parecido necesaria hasta aquel momento.

—Raquel. Supongo que te das cuenta de que cualquier cosa que recuerdes puede servir, ¿eres consciente de eso?

Titubeó, sin comprender aún la importancia de lo que acababa de confesarnos.

—¿Lo dice por lo de esa chica? Mire, no era la primera vez que mi padre soltaba una cosa por el estilo. A veces le daba por jurar que un día se casaría, que volvería a formar una familia... luego nunca más volvía a mencionarlo.

—¿Te contó algo concreto de esa chica, cuál era su nombre, su aspecto, su profesión, su edad?

—No. Sólo dijo que la había conocido y que su vida iba a cambiar.

—¿Te habló de la decoración de su apartamento?

Me miró como si hablara en otro idioma.

—¿Qué?

—¿No has estado en su casa en los últimos días?

—¡Yo nunca he estado en su casa! —afirmó con vehemencia.

—¿Y no te dijo que había cambiado los muebles del salón?

Con cara de fastidio supino se levantó y, por primera vez, habló con desprecio.

—Oigan, no sé qué tipo de relación piensan que yo tenía con mi padre, pero les aseguro que no era la normal de un padre con su hija. Tal y como les he dicho, comíamos juntos algún domingo, nada más. No sé nada de su decoración ni tampoco me importa. ¿Puedo marcharme ya?

Asentí clavando la vista en los papeles que tenía sobre la mesa para no tener que mirarla directamente. Garzón se indignó cuando estuvimos solos.

—¡Joder con la niña! ¿Es que acaso también le va a hacer ascos a la herencia de su padre?

—Quizá no herede todo lo que él poseía en realidad. Quizá alguien ya tiene en su poder algunas riquezas secretas de su taimado padre.

—¿Se refiere a esa mujer? ¿Adónde nos lleva esa mujer?

—La pregunta no se formula así, la pregunta es ¿qué puede llevarnos hasta esa mujer?

—¿Las cuentas que descubra Sangüesa?

Tiré el lápiz sobre la mesa con mal humor.

—He intentado evitarlo, pero...

—¿Qué quiere decir?

—¿Tiene botas de agua, Fermín?

Garzón, cada vez más despistado, agudizó su mirada sobre mí.

—Botas, ¿para qué?

—Porque, si Dios no lo remedia, vamos a tener que meternos de patas en el barrizal de la prensa rosa.

2

Siempre me ha hecho ilusión desayunar en la cama con los periódicos desparramados sobre el embozo. Supongo que lo vi en alguna película de los años cincuenta y que, desde entonces y a lo largo de toda mi juventud y madurez, ha seguido pareciéndome el colmo de la sofisticación. Aquella mañana me lo permití. Recogí la prensa del buzón y me preparé un soberano café bien cargado. Era un sábado tonto, uno de esos días en los que ni siquiera te planteas lo que tienes que hacer, no vaya a ser que, en efecto, aparezcan un montón de recados y obligaciones pospuestas. Pero no es fácil huir del destino, sobre todo del destino laboral; de modo que, desde todas las páginas de sucesos, me contempló la desagradable jeta de Ernesto Valdés. La noticia de su asesinato había aparecido el día anterior, pero se consideraba lo suficientemente sensacional como para seguir sacándole partido. Se hablaba de la repercusión que tenía Valdés en el mundo del periodismo, y de cómo había impuesto su estilo poco ortodoxo en el apartado de la prensa rosa haciendo derivar su color hacia el amarillo. Por lo que pude colegir, Valdés había dejado de tratar a los famosos con veneración, criticándolos aviesamente e incluso ridiculizándolos. La fórmula había hecho fortuna, sobre todo en televisión, pero encontraba muchos detractores en las revistas convencionales que se negaban a participar en la caza del famoso, ya que, al fin y al cabo, éste les daba de comer. Todo aquello me pareció interesante, por una vez eran los periodistas quienes brindaban información a la policía y no al revés. Leí con atención un artículo que se extendía sobre el funcionamiento de la mafia rosa. Al parecer eran las agencias quienes vendían las noticias a las revistas y programas televisivos, noticias que no siempre conseguían en buena lid, sino utilizando confidentes y paparazzi free-lance . Por si se tenía alguna duda sobre la importancia del fenómeno, el periódico ofrecía cifras cantarinas en sí mismas: la prensa del corazón tiene una media de doce millones de lectores y sólo entre siete revistas se repartieron unos beneficios anuales de veinticinco mil millones por venta de ejemplares y catorce mil millones por publicidad. Los números de la televisión eran igualmente asombrosos. Bien, la ecuación no solía fallar: donde hay dinero es más factible que haya delincuencia. Comprendí que nos enfrentábamos a un caso que podía tener ramificaciones muy serias. Para empezar, la hipótesis del sicario se tornaba razonable. En un ambiente en el que los millones volaban como palomas en la ciudad, resultaba más fácil cargarse a un tipo contratando a un profesional que correr el más mínimo riesgo directo. El socorrido remedio de que fuera la ex mujer de Valdés quien por venganza amorosa le hubiera pegado un tiro y, encima cortado la yugular, cada vez me sonaba más lejano. ¿Por qué buscar pasión donde reina el dinero? Sólo en los bestseller de baja calidad se unen ambas cosas con resultados a menudo inverosímiles. Además, ¿a quién se le ocurre vengarse de su ex marido transcurridos un montón de años? No, estábamos dando los primeros pasos en un planeta recién descubierto y lo que procedía era aprender de nuevo a caminar.

El artículo proseguía afirmando que las exclusivas que se valoraban más eran las que tenían que ver con la reproducción. A saber, embarazos, partos, bautizos, hijos naturales y adopciones. Estuvo a punto de sentarme mal el café. Me resultaba imposible comprender que alguien pagara una sola peseta de su dinero para informarse sobre ese tipo de temas atañendo a la vida ajena. ¡Con lo parecidos que son todos los bebés!, ¿tan extraordinario era verlos en fotografía? Sin duda el asunto tenía una mística que a mí se me escapaba. Cuando iba a la peluquería, nunca se me ocurría hojear una revista del corazón. Había preferido siempre las revistas femeninas que hablan de moda, belleza, decoración y otras frivolidades deliciosas. Resulta reconfortante, por ejemplo, contemplar la publicidad de cosméticos y leer los textos que la ilustran: complicados nombres de productos químicos que logran gozosos estiramientos de la piel, fotos de rostros juveniles simplemente preciosos, junto a imágenes de cremas untuosas apetecibles como helados o pasteles. ¿Quién puede librarse de esa fascinación, dejar de admirar una posibilidad de belleza al alcance de la mano? Además, últimamente había comprobado que esa clase de publicaciones estaba plagada de fotos de hombres hermosos. Modelos masculinos de labios gruesos intentando con su actitud ante la cámara resultar claramente sexys. Actores posando sugerentes con pantalones ceñidos. En fin, encontraba toda esta caída de los tabúes tradicionales francamente estimulante. Pero no era sólo cuestión de imagen: si alguna vez me había entretenido en leer los artículos, me sorprendieron sistemáticamente un lenguaje y unos planteamientos pletóricos de libertad. Cosas como: «¿Es tímido tu chico en la cama? Veinte modos de espabilarlo» demostraban que las mujeres jóvenes actuales estaban mucho más liberadas de lo que llegaría jamás a estarlo cualquier mujer de mi generación. Así es la vida, pensé, actualmente se vive como juego aquello por lo que nosotras habíamos organizado una revolución. Aunque quizá para jugar, primero hay que pagar el precio de una revolución. No sé si era un consuelo, la verdad, pero al menos analizándolo así no me sentía tan imbécil.

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