– Sí. -Eve hurgó en su bolso y sacó una bolsa de pruebas. Vertió en ella algo más de cincuenta mililitros-. Creo que será más que suficiente.
– ¿Quieres que la vuelva a cerrar? Sólo será un mo?mento.
– No hace falta. Pasaremos por el laboratorio. Nos va de camino.
– ¿De camino adonde?
– Tengo a Peabody de plantón en la puerta de servicio de Justin Young. -Eve echó a andar con una sonri?sa-. Sabes, Roarke, Jerry tenía razón en una cosa. Tengo muy buen gusto para los hombres. -Tu gusto es impecable, cariño.
Estar enrollada con un hombre rico tenía a juicio de Eve bastantes desventajas, pero también un factor abru?madoramente positivo: la comida. En el camino de vuel?ta a través de la ciudad, Eve pudo ponerse las botas de pollo Kiev del AutoChef bien surtido que Roarke llevaba en su coche.
– Nadie lleva pollo Kiev en su vehículo -dijo con la boca llena.
– Para salir contigo, sí. De lo contrario, se vive de sal?chichas de soja y huevos irradiados.
– Odio los huevos irradiados.
– Eso pensaba. -Le complacía oírla reírse-. Estás de un humor muy raro, teniente.
– La cosa marcha, Roarke. El lunes por la mañana le re?tiran los cargos a Mavis, y para entonces ya tendré a esos ca?brones. Todo fue por dinero -dijo, limpiándose con los de?dos unos granos de arroz de la India-. Maldito dinero. Pandora era el contacto para obtener Immortality, y esos tres pájaros querían su tajada.
– La convencieron para ir a casa de Leonardo y luego la mataron.
– Lo de Leonardo debió ser idea de ella. Pandora se moría de ganas de pelea. Les dio una magnífica oportu?nidad y el escenario adecuado. Que de pronto apareciese Mavis fue la guinda perfecta. De lo contrario habrían dejado a Leonardo colgando de las pelotas.
– No es que quiera cuestionar tu sutil, ágil y perspi?caz inteligencia, pero ¿por qué no se la cargaron en el primer callejón? Si estás en lo cierto, no era la primera ocasión.
– Esta vez querían echarle un poco de teatro. -Eve movió los hombros-. Hetta Moppett era un cabo suelto en potencia. Uno de ellos fue a verla, posiblemente la in?terrogó y luego se libró de ella. Era mejor no arriesgarse a saber lo que Boomer podía haber contado mientras se la follaba.
– Y el siguiente fue Boomer.
– Sabía demasiado. No es probable que supiera lo de la mafia a tres. Pero había calado a uno de ellos, y cuando le vio en el club, se escabulló. Consiguieron sacarle de su es?condite, lo torturaron y lo mataron. Pero no pudieron volver para coger la droga.
– ¿Todo por dinero?
– Por dinero y, si ese análisis da lo que yo me pienso, por Immortality. Pandora iba de eso, no hay ninguna duda. Entiendo que si Pandora tenía o quería algo, Jerry Fitzgerald quería más. Hablamos de una droga que te hace parecer más joven, más sexy. Para ella, profesional-mente, podía significar una fortuna. Sin mencionar su enorme ego.
– Pero es letal, ¿no?
– Es lo que se dice del tabaco, pero yo te he visto en?cender algún que otro cigarrillo. -Enarcó una ceja-. Du?rante la segunda mitad del siglo veinte el sexo sin protec?ción era letal; eso no impidió que la gente jodiera con desconocidos. Las armas son letales, pero llevamos dé?cadas comprándolas en la calle. Y luego…
– Entendido. La mayoría de nosotros piensa que va a vivir eternamente. ¿Le hiciste pruebas a Redford?
– Sí. Es inocente. Eso no quiere decir que sus manos estén menos pringadas de sangre. Pienso encerrarlos a los tres para los próximos cincuenta años.
Roarke detuvo el coche ante un semáforo y se volvió a mirarla.
– Eve, dime, ¿los persigues por asesinato o por ha?berle fastidiado la vida a tu amiga Mavis?
– El resultado es el mismo.
– Tus sentimientos no.
– Le han hecho daño -dijo ella, tensa-. Se lo han he?cho pasar fatal. Mavis perdió su empleo y gran parte de la confianza que tenía en sí misma. Eso tienen que pagarlo.
– De acuerdo. Sólo te diré una cosa.
– No necesito críticas al procedimiento por parte de alguien que salta cerraduras como tú.
Roarke sacó un pañuelo y le tocó la barbilla.
– La próxima vez que empieces con que no tienes fa?milia -dijo suavemente-, piénsalo dos veces. Mavis es familia tuya.
Ella fue a protestar, pero en cambio dijo:
– Yo hago mi trabajo. Si de pasada obtengo cierta sa?tisfacción personal, ¿qué hay de malo en eso?
– Nada en absoluto. -La besó y luego torció a la iz?quierda.
– Quiero dar la vuelta por la parte de atrás del edifi?cio. Gira a la derecha en la próxima esquina y luego…
– Ya sé cómo ir por la parte de atrás.
– No me digas que también eres el propietario de esto.
– Está bien, no te lo diré. A propósito, si me hubieras preguntado sobre el sistema de seguridad en casa de Young, yo podría haberte ahorrado (o a Feeney) tiempo y molestias. -Al ver que ella bufaba, él sonrió-. Si me da cier?ta satisfacción personal el ser dueño de gran parte de Man?hattan, ¿qué hay de malo en eso?
Eve se volvió hacia la ventanilla para que él no le vie?ra sonreír.
Al parecer, Roarke siempre tenía mesa en los más exclusivos restaurantes, butacas de primera fila en la obra de teatro de mayor éxito, y una plaza libre para aparcar en la calle. Roarke metió el coche y apagó el motor.
– No pensarás que voy a esperarte aquí, supongo.
– Lo que yo pienso no suele convencerte nunca. Vamos, pero procura recordar que tú eres un civil y yo no.
– Eso es algo que no olvido nunca. -Cerró el coche con el código. Era un barrio tranquilo, pero el vehículo valía el alquiler de medio año en la más elegante unidad del edificio-. Cariño, antes de que te pongas en modo oficial, ¿qué llevas debajo de ese vestido?
– Un artilugio para volver locos a los hombres.
– Pues funciona. Me parece que nunca te había visto mover el trasero de esa manera.
– Ahora es un culo de poli, así que cuidado.
– Eso es lo que hago. -Él sonrió y propinó a la zona en cuestión un palmetazo-. En serio. Buenas noches, Peabody.
– Roarke. -La cara inexpresiva, como si no hubiera oído una sola palabra, de Peabody se destacó de entre unos arbustos-. Dallas.
– Alguna señal de… -Eve se agazapó a la defensiva cuando el arbusto emitió un sonido, pero luego maldijo al ver salir a Casto sonriente-. Maldita sea, Peabody.
– Eh, no la culpe a ella. Yo estaba con DeeDee cuan?do recibió su llamada. No he dejado que se desembara?zara de mí. Cooperación interdepartamental, ¿eh, Eve? -Sin dejar de sonreír, extendió la mano-. Es un placer conocerle, Roarke. Jake Casto, de Ilegales.
– Me lo imaginaba. -Roarke enarcó una ceja al darse cuenta de que Casto se fijaba en el raso negro que envol?vía a Eve. A la manera de los hombres o de los perros irascibles, Roarke enseñó los dientes.
– Bonito vestido, Eve. Decía usted algo de llevar una muestra al laboratorio.
– ¿Siempre escucha todas las transmisiones de sus colegas?
– Bueno, yo… -Casto se acarició el mentón-. La lla?mada llegó en un momento crítico, entiende. Debería haber estado sordo para no oírlo. ¿Cree que ha pillado a Jerry Fitzgerald con una dosis de Immortality?
– Habrá que esperar el resultado del análisis. -Eve miró a Peabody-. ¿Young está dentro?
– Confirmado. He verificado seguridad, y entró a eso de las diecinueve. Desde entonces sigue ahí.
– A menos que haya salido por detrás.
– No, señor. -Peabody se dio el lujo de sonreír-. Lla?mé a su enlace cuando llegué aquí, y me respondió él. Pedí disculpas por un mal contacto.
– Entonces Young le ha visto.
Peabody negó con la cabeza.
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