J. Robb - Una muerte inmortal

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Una muerte inmortal: краткое содержание, описание и аннотация

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Una top model muere brutalmente asesinada Para investigar el caso la teniente Eve Dallas debe sumergirse en el clamoroso mundo de la pasarela y no tarda en descubrir que no es oro todo lo que reluce. Tras la rutilante fachada de la alta costura los desfiles y las fiestas encuentra una devoradora obsesión por la eterna juventud y el éxito, rivalidades encarnizadas, profundos rencores y frustraciones. Un excelente caldo de cultivo para el asesinato en especial si se añade a la mezcla un desenfrenado consumo de las mas sofisticadas drogas.

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– Esa clase de hombres no recuerda a un subalterno. Ni se fijó en mí, y desde que yo he llegado a las veintitrés treinta y ocho no ha habido movimiento en esta zona. -Señaló hacia arriba-. Tiene las luces encendidas.

– Entonces esperaremos. Casto, por qué no ayuda un poco y va a vigilar la entrada principal.

Él enseñó su sonrisa de dentífrico.

– ¿Quiere librarse de mí?

Ella levantó los ojos.

– Pues sí. Me explico: soy primer investigador de los casos Moppett, Johannsen, Pandora y Ro. Tengo plena autoridad para coordinar las investigaciones. Por lo tanto…

– Es dura de pelar, Eve. -Casto suspiró, encogió los hombros y guiño el ojo a Peabody-. Espérame, DeeDee.

– Lo siento, teniente -empezó a decir Peabody no bien Casto se hubo alejado-. Él escuchó la transmisión. Como no había forma de impedir que viniera aquí por su cuenta, me pareció más lógico asegurarme su ayuda.

– No creo que haya problemas. -El comunicador zumbó. Eve se fue a un aparte-. Aquí Dallas. -Escuchó un momento, frunció los labios, asintió-. Gracias. -Fue a guardarse el aparato en el bolsillo pero cayó en la cuen?ta de que no tenía, y lo metió en su bolso-. Fitzgerald ha salido, pagando ella misma. No me extrañaría que consiguiese una investigación operacional por esa riña de nada.

– Si llegan los resultados del laboratorio -dijo Peabody.

– Es lo que esperamos. -Echó una ojeada a Roarke-. La noche podría ser larga. No tienes por qué quedarte. Peabody y Casto pueden dejarme en casa cuando haya?mos terminado.

– Me gustan las noches largas. Permíteme un mo?mento, teniente. -Roarke se la llevó aparte-. No me ha?bías dicho que tenías un admirador en Ilegales.

Ella se mesó el cabello.

– ¿No?

– Esa clase de admirador que se muere de ganas por mordisquearte las extremidades.

– Curiosa manera de decirlo. Mira, él y Peabody son pareja ahora mismo.

– Eso no le impide mirarte a lametones.

Eve soltó una risotada, pero al ver la mirada de Ro?arke, se calmó y carraspeó antes de decir:

– Es inofensivo.

– A mí no me lo parece.

– Venga, Roarke, lo único que hace es representar su papel, como todos los que tenéis testosterona. -Los ojos de él brillaban aún, y algo hizo que Eve notara un vahído de nervios en el estómago, aunque no desagradable-. No estarás celoso, ¿verdad?

– Pues sí. -Era degradante admitirlo, pero él era de los que hacían lo que había que hacer.

– ¿De veras? -La sensación en el estómago fue ahora claramente placentera-. Pues gracias.

No merecía la pena suspirar. Ni tampoco darle un meneo. Roarke hundió las manos en los bolsillos e incli?nó la cabeza.

– De nada. Nos casamos dentro de unos días, Eve.

Otra vez los nervios.

– Sí.

– Como siga mirándote así, voy a tener que pegarle.

Ella sonrió y le palmeó la mejilla.

– Tranquilo, hombre.

Antes de que Eve pudiera reprimir del todo la risa, él le cogió de la muñeca.

– Me perteneces, Eve. -Sus ojos echaron chispas, sus dientes brillaron-. La cosa es mutua, cariño, pero por si no lo habías notado, me parece justo decirte que soy muy consciente de mi territorio. -La besó en la boca-. Yo te quiero. Por absurdo que parezca.

– Realmente es absurdo. -Para calmarse, Eve probó a respirar hondo-. Mira, no creo que merezcas ninguna explicación, pero Casto no significa nada para mí, ni na?die más. En realidad, Peabody está colada por él. Así que no te pongas nervioso.

– Vale. ¿Quieres que vuelva al coche y te traiga café?

Ella ladeó la cabeza.

– ¿Es una treta barata para poner fin a la discusión?

– Te recuerdo que mi café no es del barato.

– Peabody lo toma flojo. Tenlo en cuenta. -Eve le aga?rró del brazo, se lo llevó de nuevo a los arbustos-. Espera un momento -murmuró Eve mientras pasaba un coche por la calle a toda velocidad. El coche frenó rechinando y se metió rápidamente en una plaza elevada del aparca?miento. Rozó impaciente varios parachoques. Una mujer vestida de plata bajó a grandes trancos por la rampa.

– Ahí está -dijo Eve en voz baja-. No ha perdido el tiempo.

– Lo que usted pensaba, teniente -comentó Peabody.

– Sí. ¿Por qué una mujer que acaba de pasar por una situación incómoda y potencialmente engorrosa viene corriendo a ver a un hombre con el que acaba de rom?per, al que acusa de haberla engañado y que le dio un par de guantazos? Y todo eso en público.

– ¿Tendencias sadomasoquistas? -sugirió Roarke.

– No lo creo -dijo Eve-. Yo más bien diría que se trata de sexo y dinero. Y fíjese, Peabody. Nuestra heroí?na conoce la entrada de servicio.

Con una mirada despreocupada hacia atrás, Jerry fue directamente hacia la entrada de mantenimiento, intro?dujo el código y desapareció en el interior del edificio.

– Parece como si lo hubiera hecho a menudo. -Roar?ke puso una mano en el hombro de Eve-. ¿Bastará eso para refutar su coartada?

– Es un buen principio, desde luego. -Sacó del bolso unas gafas de reconocimiento, se las ajustó y enfocó ha?cia las ventanas de Justin Young-. No le veo -murmu?ró-. No hay nadie en la zona de estar. -Inclinó la cabe?za-. El dormitorio está vacío, pero encima de la cama hay una bolsa de viaje. Muchas puertas cerradas. No hay for?ma de ver la cocina ni la entrada posterior. Maldita sea.

Puso las manos en jarras y siguió observando.

– Hay un vaso en la mesilla de noche, y se ve una luz. Creo que el monitor del dormitorio está encendido. Ahí llega ella.

Los labios de Eve siguieron curvados mientras ob?servaba a Jerry irrumpiendo en el dormitorio. Las gafas especiales eran lo bastante potentes para permitirle ver un primer plano de furia desbocada. La boca de Jerry se estaba moviendo. Ahora se quitaba los zapatos y los lan?zaba lejos.

– Menudo mal humor -murmuró Eve-. Le está lla?mando, no para de tirar cosas. Entra el joven héroe por la izquierda. Caramba, está muy bien dotado.

Peabody, con sus gafas ajustadas, emitió un murmu?llo de asentimiento.

Justin estaba totalmente desnudo, la piel y el pelo mojados. Aparentemente, Jerry no se impresionó. Se lanzó sobre él, empujándole mientras Justin levantaba las manos y negaba con la cabeza. La discusión crecía en intensidad y dramatismo, con muchos ademanes y sacu?didas de cabeza. De pronto el tono cambió. Justin estaba desgarrando el carísimo vestido de noche de Jerry mien?tras ambos caían sobre la cama.

– Qué bonito, Peabody. Están haciendo las paces.

Roarke le tocó el hombro.

– ¿No tendrás otro par de gafas?

– Pervertido. -Pero como le parecía justo, Eve le en?tregó las suyas-. A lo mejor te llaman como testigo.

– ¿Qué? Yo ni siquiera estoy aquí. -Roarke se ajustó las gafas. Luego comentó-: No tienen mucha imagina?ción, ¿verdad? Dime, teniente, ¿dedicas mucho tiempo a presenciar coitos ajenos cuando vigilas?

– En ese terreno hay pocas cosas que no haya visto.

Reconociendo el tono, Roarke se quitó las gafas y se las devolvió.

– Qué trabajo el tuyo. Ahora entiendo que los sospe?chosos de asesinato no disfruten de mucha intimidad.

Ella se encogió de hombros y se puso las gafas. Era importante recuperar la idea inicial. Sabía que algunos colegas suyos se calentaban mirando las alcobas de la gente, y el mal uso de las gafas de vigilancia estaba a la orden del día. Ella las consideraba una herramienta, im?portante, sí, por más que su utilización fuera frecuente?mente recusada en los tribunales.

– Se acerca el gran final -dijo Eve sin más-. Hay que reconocer que son rápidos.

Apoyado en los codos, Justin la penetró. Con los pies en el colchón, Jerry elevó las caderas para recibirlo. Sus rostros brillaban de sudor, y los ojos muy cerrados añadían expresiones gemelas de tortura y placer. Cuan?do él se derrumbó sobre ella, Eve empezó a hablar.

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