Respondieron a su llamada al cabo de seis timbrazos.
– ¿Puedo hablar con… -de pronto se percató de que no sabía el rango de Macmanus- Declan Macmanus, por favor.
– ¿De parte de quién?
La voz de la mujer tenía ese tono seductor irlandés. Rebus se la imaginó con pelo negro y entrada en carnes.
– El inspector John Rebus, de la policía de Lothian y Borders, en Escocia.
– Un momento, por favor.
Mientras aguardaba, la imagen de un cuerpo carnoso se transformó en una jarra de Guinness servida hasta el borde lentamente.
– ¿Inspector Rebus?
Era una voz nítida y categórica.
– Me ha dado su número el inspector Claverhouse, de la Brigada Criminal escocesa.
– Una amabilidad por su parte.
– A veces no lo puede evitar.
– Bien, ¿qué es lo que desea?
– No sé si tendrá noticia de un caso nuestro sobre una desaparecida: Philippa Balfour.
– ¿La hija del banquero? La noticia aparece en todos los periódicos locales.
– ¿Debido a la relación con David Costello?
– Los Costello son muy conocidos, inspector. Forman parte de la élite social dublinense.
– Usted estará mejor informado que yo; por eso le llamo.
– Ah, ya.
– Quisiera saber más detalles sobre los padres de David -añadió Rebus comenzando a garabatear en una hoja-. Sin duda serán personas sin tacha, pero me quedaría más tranquilo con una confirmación oficial.
– No sé si puedo garantizarle que su reputación sea impecable.
– ¿Ah, no?
– En todas las familias hay trapos sucios, ¿no es cierto?
– Supongo que sí.
– Quizá pueda enviarle una lista de la lavandería de los Costello. ¿Qué le parece?
– Estupendo.
– ¿Tiene ahí número de fax?
Rebus se lo dictó.
– Tendrá que poner el prefijo internacional -añadió.
– Sí, claro. ¿Cuán confidencial va a ser esta información?
– Todo lo confidencial que yo pueda hacerla.
– Bien, en ese caso confío en su palabra. ¿Le gusta el rugby, inspector?
Rebus sintió que debía decir que sí.
– Sólo como simple espectador -contestó.
– Quiero ir a Edimburgo para la final de las Seis Naciones. A ver si nos vemos y tomamos una copa.
– Con mucho gusto. Le daré un par de números -dijo, y le pasó el de la comisaría y el de su móvil.
– No dejaré de llamarle.
– Hágalo. Lo invitaré a un buen whisky.
– Le tomo la palabra. -Una pausa-. En realidad no le gusta nada el rugby, ¿verdad?
– No -contestó Rebus, y oyó que el irlandés se echaba a reír.
Colgó pensando en que se había quedado sin saber qué rango tenía Macmanus ni ningún detalle sobre él. Miró los garabatos que había hecho en la hoja durante la conversación y vio que eran media docena de ataúdes. Aguardó veinte minutos a ver si llegaba el fax de Irlanda, pero la máquina no salió de su mutismo.
* * *
Fue primero al Maltings y después al Royal Oak y luego entró en el Swany's. Se tomó la habitual Guinness para empezar. Hacía mucho que no probaba aquella cerveza; estaba buena pero llenaba y sabía que no podía tomarse muchas. Cambió a una Indian Pale y finalmente pidió un Laphroaig con un pelín de agua. A continuación cogió un taxi para ir al Oxford, donde dio cuenta del último panecillo de buey con remolacha de la bandeja del mostrador, seguido de un plato de huevos a la escocesa. Allí pidió otra Indian Palé para acompañar la colación. Vio a clientes conocidos, pero el salón de atrás estaba lleno de estudiantes y en el de la entrada la gente apenas hablaba, como si lo que se oía arriba fuera de algún modo blasfemo. Atendía la barra Harry y se notaba que estaba deseando que se fueran los juerguistas. Cuando uno de ellos se acercó a pedir otra ronda, el camarero le hizo una serie de observaciones en la línea de «pronto os marcharéis a una discoteca, la noche es joven…», pero el joven barbilampiño se limitó a sonreír como lelo sin decir nada. Harry negó con la cabeza, disgustado, y una vez que el joven se hubo alejado con la bandeja cargada de jarras de cerveza en precario equilibrio, uno de los clientes dijo que estaba perdiendo facultades, pero la sarta de blasfemias que profirió el interesado fue para los presentes prueba de todo lo contrario.
Rebus había ido al Oxford con la vana esperanza de apartar de su mente los ataúdes de juguete, pero no se le iba de la cabeza que tenían que ser obra de una misma persona: un asesino; y se preguntaba si no habría más ejemplares pudriéndose quizás en algún monte perdido, ocultos en grietas o guardados en cobertizos como una macabra decoración por quienes los habían encontrado. De momento tenía los de Arthur's Seat, el de Los Saltos y los cuatro de Jean. En su opinión, había en todo ello una continuidad que lo espantaba. «A mí que me incineren o que me cuelguen de un árbol como hacen los aborígenes -pensó-. Cualquier cosa menos meterme en un estrecho ataúd; lo que sea.»
Se abrió la puerta y todos se volvieron a mirar. Rebus se irguió tratando de no delatar su sorpresa. Era Gill Templer, quien inmediatamente reparó en él y sonrió y procedió a desabrocharse el abrigo y quitarse la bufanda.
– Me imaginé que te encontraría aquí -dijo-. Te telefoneé a casa pero me salió el contestador.
– ¿Qué quieres tomar?
– Un gin-tonic.
Harry lo había oído y se acercó con un vaso en la mano.
– ¿Con hielo y limón? -preguntó.
– Sí, por favor.
Rebus advirtió que los de la barra se habían apartado un poco para procurarles algo de intimidad en el estrecho espacio. Pagó la consumición y contempló a Gill, que se la bebió de un trago.
– Me hacía falta -dijo ella.
– Salud -repuso Rebus alzando su vaso y brindando con ella. Después echó un trago.
Gill sonrió.
– Perdona -dijo-, ha sido una descortesía por mi parte.
– ¿Has tenido un día agitado?
– Un poco.
– ¿Qué te trae por aquí?
– Un par de cosas. Primero, que, como de costumbre, no te has preocupado de tenerme al corriente de la investigación.
– No hay mucho de lo que informar.
– ¿Es un callejón sin salida, entonces?
– No he dicho eso. Necesito unos días más -dijo Rebus alzando el vaso.
– Y después está lo de la cita con el médico.
– Sí, ya. Iré; te lo prometo -respondió asintiendo con la cabeza por encima de la cerveza-. Por cierto, ésta es la primera que tomo esta noche.
– Sí, cómo no -musitó Harry sin dejar de secar vasos.
Gill sonrió sin apartar la mirada de Rebus.
– ¿Cómo van las cosas con Jean? -preguntó.
Rebus se encogió de hombros.
– Bien. Ella está analizando la faceta histórica.
– ¿Te gusta?
Rebus la miró.
– ¿Es gratis el servicio de casamentera?
– Era simple curiosidad.
– ¿Y has venido hasta aquí para preguntármelo?
– Jean ya sufrió lo suyo por culpa de un alcohólico. Su ex marido.
– Me lo ha contado. No te preocupes.
Gill bajó la mirada hacia su copa.
– ¿Qué tal va Ellen Wylie?
– No tengo ninguna queja.
– ¿Te ha dicho algo de mí?
– Pues no.
Rebus había terminado su cerveza y alzó el vaso para indicarle a Harry que le sirviera otra. El camarero dejó el paño de secar y se la puso. Rebus se sentía incómodo con Gill allí de improviso; no le agradaba que los clientes habituales estuvieran oyendo lo que hablaban, y ella pareció advertirlo.
– ¿Preferirías hablar en la oficina?
Él se encogió de hombros.
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