– En realidad, David -dijo Siobhan-, es por algunos de esos detalles por lo que hemos venido -añadió tendiéndole un papel.
– ¿Qué es esto? -preguntó él.
– La primera clave de un juego. Un juego en el que participaba Flip.
– ¿Qué clase de juego? -inquirió Costello enderezándose y mirando de nuevo el mensaje.
– Algo de Internet. Lo dirige un tal Programador y los jugadores a medida que resuelven las claves pasan a otro nivel. Flip estaba resolviendo la clave del nivel llamado Hellbank y no sabemos si había llegado al final.
– ¿Flip? -dijo el joven en tono escéptico.
– ¿No te había contado nada?
Costello negó con la cabeza.
– Ni una palabra -añadió mirando hacia Rebus, que había cogido un libro de poesía.
– ¿No le atraían particularmente los juegos? -preguntó Siobhan.
Costello se encogió de hombros.
– Los de sobremesa, las charadas y cosas por el estilo, el Trivial y el Tabú.
– Pero ¿no los juegos virtuales o de rol?
Costello negó despacio con la cabeza.
– ¿Nada en Internet?
El joven volvió a pasarse la mano por la barba.
– Es la primera noticia -dijo mirando a uno y otro-. ¿Están seguros de que se trata de Flip?
– Completamente -respondió Siobhan.
– ¿Y creen que tiene algo que ver con su desaparición?
Siobhan se encogió de hombros y miró a Rebus por si tenía algo que preguntar, pero él estaba ensimismado en sus pensamientos recordando que la madre de Philippa Balfour había dicho que el joven la había predispuesto contra sus padres y que, al preguntarle él por qué motivo, ella le había contestado: «Por ser quien es».
– Este poema es muy interesante -dijo alzando el libro, que era más bien un folleto con grabados, y recitando un par de versos-: «No se muere por ser malo, se muere por estar disponible».
Cerró el libro y lo dejó en su sitio.
– Nunca me lo había planteado así -dijo Rebus-, pero es cierto. -Hizo una pausa para encender un cigarrillo-. David, ¿recuerdas aquello de lo que hablamos? -añadió aspirando el humo y haciendo ademán de pasar el paquete a Costello, quien rehusó con la cabeza. Vio que la media botella de whisky estaba vacía junto con seis latas de cerveza en el suelo junto a la cocina, además de vasos, platos, tenedores y envoltorios de comida para llevar. Pese a que había pensado que Costello no era bebedor, tal vez tendría que cuestionarse aquella opinión-. Te pregunté si Flip había conocido a alguien y me dijiste que te lo habría dicho, que ella era incapaz de callarse algo.
Costello asintió con la cabeza.
– Pero ahora resulta que hemos averiguado que participaba en un juego, un juego que no era ninguna simpleza, un montón de acertijos y juegos de palabras, y en el que habría necesitado ayuda.
– A mí no me la pidió.
– ¿Y nunca habló de Internet ni de un tal Programador?
Costello dijo que no.
– Bueno, ese Programador, ¿quién es?
– No lo sabemos -contestó Siobhan acercándose al libro.
– Acabará poniéndose en contacto con ustedes, supongo.
– Sí que nos gustaría -añadió Siobhan cogiendo de la estantería un soldadito de plomo-. Esto es de un juego, ¿no?
– ¿Ah, sí? -dijo Costello mirándolo.
– ¿No es de un juego tuyo?
– No sé ni de dónde ha salido.
– Desde luego, en la guerra ha estado -añadió ella examinando el fusil roto.
Rebus miró al ordenador portátil de Costello, que esperaba encendido junto a unos libros de texto, sobre la encimera; había una impresora en el suelo.
– Supongo que estarás conectado a la red, David -dijo.
– Como todo el mundo.
Siobhan esbozó una sonrisa y dejó el soldadito de plomo.
– El inspector Rebus sigue peleándose con la máquina de escribir eléctrica.
Rebus comprendió que trataba de ablandar al joven ridiculizándolo a él.
– Para mí, la red es lo que intenta defender el portero en el fútbol -dijo Rebus.
La frase suscitó una sonrisa de Costello. «Por ser quien es…» Pero ¿quién era realmente Costello? A Rebus comenzaba a intrigarle.
– Si Flip no te dijo nada al respecto, David -añadió Siobhan-, ¿no habrá más cosas sobre las que guardó el secreto?
Costello asintió con la cabeza de nuevo. Seguía rebulléndose en el futón como si no acabara de encontrar la postura.
– A lo mejor, en el fondo, yo no la conocía -dijo, volviendo a leer la clave-. ¿Saben lo que quiere decir esto?
– Siobhan lo ha resuelto -contestó Rebus-, pero simplemente llevaba a otro acertijo.
Siobhan le tendió la copia de la segunda nota.
– Es aún menos comprensible que la primera -dijo Costello-. La verdad es que no puedo creer que Flip estuviera en ello. No me la imagino con algo así -añadió devolviéndole la nota.
– ¿Y sus amigos? -preguntó Siobhan-. ¿Sabes de alguno a quien le gusten los juegos y los acertijos?
– ¿Cree que alguno ha podido…? -inquirió él mirándola.
– Únicamente me planteo si Flip recurriría a otra persona en busca de ayuda.
Costello reflexionó un instante.
– A nadie -dijo al fin-. No se me ocurre nadie.
Siobhan retiró de su mano la segunda nota.
– ¿Y ésa? -preguntó él-. ¿Sabe lo que significa?
Ella miró la clave, quizá por enésima vez.
– No -contestó-. Aún no.
Después de la visita a Costello, Siobhan llevó a Rebus de vuelta a Saint Leonard; durante el trayecto fueron callados los primeros minutos. El tráfico era horroroso; parecía que a medida que pasaban las semanas se anticipara la hora punta.
– ¿Tú qué crees? -preguntó ella rompiendo el silencio.
– Creo que habríamos llegado antes a pie.
Era más o menos la respuesta que ella esperaba.
– En tus ataúdes con muñecas también hay algo de juego, ¿no?
– Un juego bien raro, en mi opinión.
– Tan raro como hacer un concurso por Internet.
Rebus asintió con la cabeza sin hacer más observaciones.
– Es que no quiero ser la única que ve una relación entre las dos cosas -añadió ella.
– ¿Tengo que ser yo? -replicó Rebus-. De todos modos, la posibilidad existe, ¿no crees?
Siobhan hizo un gesto afirmativo.
– Siempre que haya un vínculo entre todas las muñecas -añadió.
– Sí, ya -dijo él-. Mientras tanto, convendría averiguar los antecedentes del señor Costello.
– A mí me pareció bastante sincero. Cuando nos abrió la puerta puso cara de temerse lo peor. Además, ya se han comprobado sus antecedentes, ¿no?
– Eso no quiere decir que no hayamos pasado algo por alto. Si no recuerdo mal, le asignaron la investigación a Hi-Ho Silvers, que es tan gandul que piensa que la pereza es un deporte olímpico. ¿Y tú qué haces? -añadió medio vuelto hacia ella.
– Yo trato de aparentar que hago algo.
– Quiero decir que qué haces ahora.
– Creo que me marcharé a casa y lo dejaré ya por hoy.
– Ve con cuidado, que a la jefa Templer le gusta que sus policías cumplan el turno de ocho horas.
– En ese caso, ella me debe bastantes… y a ti no digamos. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste un turno sólo de ocho horas?
– En septiembre de 1986 -contestó Rebus, haciéndola sonreír.
– ¿Qué tal va lo del piso?
– Ya casi han acabado de cambiar la instalación eléctrica y ahora van a venir los pintores.
– ¿Ya has encontrado algo para comprar?
Él negó con un gesto.
– Te pica el gusanillo, ¿verdad?
– Si quieres venderlo, allá tú.
– Ya sabes a lo que me refiero -replicó él mirándola serio.
– ¿A Programador? -inquirió ella pensándolo-. Casi me divertiría si…
– ¿Si qué?
Читать дальше