Transcurridos un par de minutos, le pasaron con la sección de personal y al fin le facilitaron la dirección de la periodista en cuestión, Jenny Gabriel, en Londres, explicándole que se había marchado a trabajar a un diario de gran formato, que es lo que siempre había deseado.
Rebus salió a comprar café y bollos y cuatro periódicos: el Times, el Telegraph, el Guardian y el Independent, de los que repasó los pies de artículo sin encontrar el nombre de Jenny Gabriel, pero no se desanimó y se dispuso a llamar a los cuatro rotativos preguntando por ella. Al tercer intento, la telefonista le dijo que aguardase. Mientras le pasaba la comunicación vio cómo Devlin dejaba caer migas de bollo en la mesa de Wylie.
– Le paso.
Era la palabra más alentadora que había oído en todo el día.
– Noticias.
– Con Jenny Gabriel, por favor.
– Al habla.
Volvió a repetir la historia.
– ¡Dios mío, de eso hace veinte años! -exclamó la periodista.
– Más o menos -dijo Rebus-. Supongo que no conservará la muñeca.
– Pues no.
A Rebus se le cayó el alma a los pies en cierto modo.
– Cuando me vine al sur se la di a un amigo a quien siempre le había fascinado.
– ¿Podría tal vez ponerme en contacto con él?
– Un momento; le daré el número… -Se hizo una pausa y Rebus se entretuvo en desmontar el mecanismo de su bolígrafo, comprobando que no tenía la menor idea sobre su funcionamiento: el muelle, la funda, el recambio… Sabía montarlo pero no lo entendía-. Precisamente ahora vive en Edimburgo -añadió Jenny Gabriel, y le dio el teléfono de su amigo Dominic Mann.
– Muchas gracias -dijo Rebus, y colgó.
Dominic Mann no estaba en casa, pero el contestador automático le facilitó el número de un móvil, en el que sí obtuvo respuesta.
– Diga.
– ¿Dominic Mann?
Rebus volvió a contar su historia y esta vez tuvo suerte. Mann conservaba el ataúd y podía llevárselo a Saint Leonard más tarde.
– Se lo agradezco de veras -dijo Rebus-. Es curioso que lo haya conservado tantos años…
– Pensaba utilizarlo en una de mis instalaciones.
– ¿Qué instalaciones?
– Yo soy pintor. Bueno, lo era. Ahora dirijo una galería.
– ¿Ya no pinta?
– Poca cosa. Menos mal que no lo utilicé porque ahora formaría parte de algún cuadro y a lo mejor lo habría vendido.
Rebus le dio las gracias y colgó. Devlin había terminado el bollo mientras que Wylie había dejado a un lado el suyo, del que el anciano no apartaba los ojos. El caso del ataúd de Nairn resultó más fácil y con dos llamadas obtuvo lo que quería. Un periodista le dijo que aguardase mientras iba a mirarlo y no tardó en llamarle y darle un número de teléfono de Nairn cuyo propietario pudo al fin averiguar que lo guardaba un vecino en su cobertizo.
– ¿Quiere que se lo envíe por correo?
– Sí, por favor. Urgente -dijo Rebus pensando en que podría enviar un coche a recogerlo de no ser por las limitaciones presupuestarias. No era el primer memorándum interno que recibían al respecto.
– ¿Y los gastos?
– Adjunte su nombre y señas y se le reembolsará.
El hombre hizo una pausa pensándoselo.
– Bueno, sí, de acuerdo. Me fío de usted.
– ¿De quién va a fiarse si no es de la policía?
Colgó y miró otra vez a la mesa de Wylie.
– ¿Has encontrado algo? -preguntó.
– Nada aún -respondió ella en tono irritado y cansado.
Devlin se levantó dejando caer migas de su regazo, preguntó dónde estaban los servicios y Rebus se lo indicó. El hombre echó a andar, pero se detuvo ante su mesa.
– No sé cómo decirle lo que me divierte esto -dijo.
– Menos mal que hay alguien contento, profesor.
– Creo que está usted en su elemento -dijo Devlin sonriente apuntando con el dedo a la solapa de Rebus antes de abandonar la sala.
Rebus se acercó a la mesa de Wylie.
– Más vale que te comas ese bollo si no quieres que se le caiga la baba a Devlin.
Ella lo pensó y finalmente lo partió en dos y se llevó un trozo a la boca.
– He solucionado lo de las muñecas. Hay dos localizadas y otra posible -explicó Rebus.
Wylie dio un sorbo al café para deglutir el esponjoso bocado.
– Pues le ha ido mejor que a nosotros -dijo ella mirando el otro trozo y tirándolo a la papelera-. No has visto nada -añadió.
– Al profesor Devlin le disgustará.
– Eso espero.
– Ten en cuenta que ha venido a ayudarnos.
– Huele mal -replicó ella mirándolo.
– ¿Ah, sí?
– ¿No lo ha notado?
– Pues no.
Wylie lo miró de un modo que daba a entender que la respuesta lo decía todo sobre su persona y luego dejó caer los hombros desalentada.
– ¿Por qué me escogió a mí? No sirvo para nada. Lo demostré ante la prensa y las cámaras de televisión. Lo sabe todo el mundo. ¿Es que le gustan las inválidas o qué?
– Mi hija está inválida -replicó él sin alzar la voz.
– Por Dios, no era mi intención… -dijo ella ruborizándose.
– Pero sí que te diré que la única persona que por lo visto tiene problemas con Ellen Wylie es Ellen Wylie.
Ella se había llevado la mano al rostro como si tratara de borrar su rubor.
– Eso dígaselo a Gill Templer -replicó al fin.
– Gill fastidió las cosas, simplemente, pero no es el fin del mundo. -Sonó su teléfono e hizo ademán de dirigirse a su mesa-. ¿De acuerdo? -añadió, y esperó a que ella asintiese con la cabeza antes de ir a contestar la llamada.
Era del Hotel Huntingtower comunicándole que habían encontrado el ataúd en un sótano donde guardaban objetos olvidados, entre paraguas, gafas, sombreros, abrigos y cámaras fotográficas.
– Es asombrosa la cantidad de objetos que tenemos -añadió el señor Ballantine.
Pero a Rebus sólo le interesaba el ataúd.
– ¿Puede enviarlo por correo urgente? Le reembolsaremos…
Cuando regresó Devlin, Rebus andaba tras la pista del ataúd de Dunfermline, pero no tuvo éxito: ni la policía ni la prensa local sabían adonde había ido a parar. Le prometieron indagar. Rebus no abrigaba muchas esperanzas. Era un asunto de hacía casi treinta años y no iba a ser fácil aclarar nada. En la otra mesa, Devlin aplaudía en silencio mientras Wylie terminaba otra llamada y miraba a Rebus.
– Van a enviar los informes de la autopsia de Hazel Gibbs -dijo Wylie.
Rebus sostuvo su mirada y luego asintió despacio con la cabeza. Volvió a sonar su teléfono. Esta vez era Siobhan.
– Voy a hablar con David Costello -dijo Siobhan-. Si no estás ocupado…
– Pensaba que trabajabas en equipo con Grant.
– La jefa se lo ha llevado un par de horas.
– ¿Ah, sí? A ver si es para ofrecerle tu puesto de enlace de prensa.
– No me calientes la cabeza. Bueno, ¿vienes o no?
* * *
Costello estaba en su piso y les abrió la puerta sorprendido. Siobhan le dijo que no le llevaban ninguna mala noticia, pero él no pareció creérselo.
– ¿Podemos pasar, David? -preguntó Rebus.
Costello lo miró y asintió despacio. Rebus advirtió que vestía igual que la última vez y que la sala estaba sucia. Además, el joven estaba sin afeitar, lo que parecía avergonzarlo un poco porque se pasaba la mano por las mejillas.
– ¿No hay ninguna novedad? -inquirió sentándose en el futón sin invitar a Rebus y a Siobhan a hacer lo propio.
– Sólo datos deslavazados -dijo Rebus.
– ¿No pueden dar más detalles? -preguntó Costello buscando una postura cómoda.
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