– Si tú lo dices… -replicó él encogiéndose de hombros y mirando de nuevo hacia fuera.
– No seas así -exclamó ella dándole una palmada en la pierna.
– ¿Es que eres tú la única que puede enfadarse?
– Perdona.
Grant la miró y vio que sonreía.
– Así está mejor -dijo-. ¿No había una historia sobre el origen del nombre de Holyrood? ¿Un rey de la Antigüedad que asaeteó a un ciervo?
– No tengo ni idea.
– Perdonen que haya escuchado lo que estaban diciendo -interrumpió la mujer de la mesa contigua dejando el libro-. Fue David el Primero en el siglo doce -añadió.
– ¿Ah, sí? -dijo Siobhan.
– Estaba cazando -continuó la mujer sin hacer caso de su tono hiriente- cuando un ciervo lo derribó en el suelo atrapándolo entre la cornamenta; él se agarró a ella y vio que se transformaba en una cruz y el venado desaparecía. Holyrood significa «santa cruz». El rey vio en ello un signo del cielo y mandó construir la abadía.
– Gracias -dijo Grant Hood. La mujer le dirigió una inclinación de cabeza y volvió a su lectura-. Es agradable dar con personas cultas -añadió dirigiéndose a Siobhan, quien entornó los ojos y arrugó la nariz-. A lo mejor es una clave que tiene algo que ver con el palacio de Holyrood.
– Y una de las habitaciones sería la B 4, como un aula de colegio -añadió Siobhan.
Grant se percató de que hablaba en broma.
– O podría formar parte de una ley escocesa relacionada con Holyrood, podría ser otra conexión con la realeza, como lo de Victoria.
– Tal vez -dijo Siobhan.
– Tendríamos que consultar a algún amigo abogado.
– ¿Podría servir uno de la fiscalía? -preguntó ella-. Yo conozco a alguien.
* * *
Los juzgados estaban en un nuevo edificio en Chambers Street frente al complejo del museo de Escocia. Grant volvió corriendo a Grassmarket para echar monedas en el parquímetro, a pesar de las protestas de Siobhan, que aseguraba que les saldría más barato pagar una multa, mientras ella entraba en los juzgados a preguntar hasta que localizó a Harriet Brough. La abogada llevaba también aquel día un traje sastre de tweed con medias grises y zapatos negros planos. Siobhan advirtió que tenía unos bonitos tobillos.
– Qué grata sorpresa, querida -dijo Brough estrechándole afectuosamente la mano un buen rato-. De verdad que es muy grato verla.
Siobhan reparó en que el maquillaje acentuaba aún más sus arrugas y le daba un aspecto chabacano.
– Espero no molestarla -dijo.
– En absoluto. ¿Ha venido a algún juicio?
Se hallaban en el espacioso vestíbulo por el que discurrían bedeles y letrados, guardias de seguridad y parejas con cara de aflicción. Allí se juzgaba a inocentes y culpables y se dictaminaban sentencias.
– No, es que tengo un problema y he pensado que tal vez podría ayudarme.
– Con mucho gusto.
– Se trata de una nota que he encontrado, que quizás esté relacionada con un caso, pero parece ser una especie de código.
– ¡Qué apasionante! -dijo la abogada abriendo animada los ojos-. Vamos a buscar sitio para sentarnos y me lo explica.
Encontraron un banco libre y Brough leyó la nota a través del plástico de la bolsita mientras Siobhan la miraba vocalizar las palabras.
– Se trata de una investigación sobre una persona desaparecida, que creemos que participaba en un juego -dijo Siobhan.
– ¿Y hay que resolver este acertijo para seguir adelante? Sí que es curioso.
En ese momento llegó Grant casi sin aliento y Siobhan los presentó.
– ¿Hay alguna solución? -preguntó Hood. Siobhan negó con la cabeza y él miró a la abogada-. ¿Tiene algún sentido B4 en la ley escocesa? ¿Algo así como un párrafo o una sección?
– Querido joven -respondió ella riendo-, podría haber cientos de referencias, aunque más probable en la forma 4B que B4. Por regla general, el numeral precede a la letra.
Hood asintió con la cabeza.
– ¿Sería, entonces, párrafo cuatro, sección b?
– Exacto.
– La primera clave -terció Siobhan- tenía una conexión monárquica y la solución era Victoria, y ahora nos preguntamos si ésta no tendrá algo que ver con Holyrood -añadió explicándole su hipótesis.
Brough volvió a mirar la nota.
– Bueno, ustedes son más inteligentes que yo -dijo la letrada-. Tal vez mi mentalidad de jurista sea muy literal -añadió devolviendo la nota a Siobhan, aunque la cogió de nuevo-. A lo mejor, la referencia a la ley escocesa es para despistar.
– ¿Qué quiere usted decir? -preguntó Siobhan.
– Que si han querido hacer enrevesada la clave, lo habrán puesto para desviar la atención.
Siobhan miró a Hood, quien se encogió de hombros. Brough señaló la nota.
– Algo que aprendí cuando hacía excursionismo es que law en escocés significa «monte» -dijo.
* * *
Rebus llamó al director del hotel Huntingtower.
– Entonces, ¿lo conservan ustedes?
– No podría asegurárselo -contestó el director.
– ¿Puede comprobarlo o preguntar por si alguien recuerda algo?
– Puede que lo tiraran al hacer alguna reforma.
– No sabe cuánto aprecio su constructiva actitud, señor Ballantine.
– Quizás el que lo encontró…
– El que lo encontró dice que lo entregó en el hotel.
Rebus había llamado al Courier para hablar con el periodista que había cubierto el caso y, ante la curiosidad de éste, él le había informado del hallazgo de otro ataúd en Edimburgo, haciendo hincapié en que no tenía la menor relación porque no quería que la prensa metiera la nariz. El periodista le había facilitado el nombre del cazador que lo había encontrado y éste informó a su vez a Rebus que lo había entregado en el hotel.
– Bien, no le prometo nada… -añadió el director.
– Llámeme tan pronto como sepa algo -dijo Rebus repitiéndole su nombre y número de teléfono-. Es urgente, señor Ballantine.
– Haré lo que pueda -respondió el director con un suspiro.
Rebus colgó y miró hacia la otra mesa, en donde Ellen Wylie estaba sentada con Donald Devlin. El anciano llevaba otra chaqueta de punto, ésta con casi todos los botones. Recopilaban los dos buscando las notas de la autopsia sobre el caso de la ahogada de Glasgow y por la expresión de Wylie comprendió que no los acompañaba la suerte. Devlin había arrimado su silla a la de Wylie y permanecía inclinado a muy poca distancia mientras ella hablaba por teléfono; quizá sólo trataba de escuchar, pero Rebus advirtió que a Wylie no le gustaba y trataba de apartarse torciendo el cuerpo y dando la espalda al patólogo. De momento no había cruzado ninguna mirada con Rebus.
Hizo una anotación sobre Huntingtower y volvió al teléfono. El caso del ataúd de Glasgow era más enredado porque la periodista que cubrió la noticia había cambiado de periódico y en la redacción nadie recordaba el caso. Finalmente consiguió el número del pastor protestante de la iglesia en cuestión y habló con el reverendo Martine.
– ¿Tiene usted idea de dónde fue a parar el ataúd?
– Creo que se lo llevó la periodista -contestó el cura.
Rebus le dio las gracias, volvió a llamar al periódico y pudo finalmente hablar con el jefe de redacción, a quien tuvo que explicarle el hallazgo del «ataúd de Edimburgo», siempre precisando que no creía que existiese relación alguna.
– Ese ataúd de Edimburgo, ¿dónde lo encontraron exactamente?
– Cerca del castillo -respondió Rebus como quitándole importancia, aunque imaginándoselo tomando nota, tal vez con intención de dar seguimiento a la noticia.
Читать дальше