– Lo siento, detective Caffery. -Le condujo por silenciosos pasillos con copias de Audubon colgadas de las paredes pasando por delante de guardias de seguridad haciendo su última ronda, de técnicos sacándose sus batas de laboratorio desechables. Lamento las noticias y siento haber tenido que confiárselo a terceros. Intenté ponerme en contacto con usted, pero…
– No se preocupe. Gracias por su ayuda pero he venido por otra razón.
Le miró de reojo.
– Desgraciadamente no creo que hay venido para invitarme a salir. Así que mi astuta mente científica deduce que ha venido por el asunto Walworth. ¿Correcto?
Jack sonrió.
– Correcto.
– Adelante. -Le abrió la puerta de su oficina. Hoy hemos recibido muchas cosas de usted… las muestras para los análisis de Harteveld, un pelo que me ha interesado especialmente…
– ¿Gusanos?
– ¡Oh, sí! También esos bichos asquerosos. Gracia a Dios, ya han sido enviados al Museo de Historia Natural. El doctor Jameson piensa redactar un informe comparando las condiciones en que se habían desarrollado desde el estado de larvas. -Empujó una silla para que se sentara y ella se aposentó detrás de un escritorio repleto de montones de documentos, latas de coca-cola y ceniceros. Una lámpara de mesa enfocaba el tablero y, desde la repisa de una ventana a espaldas de la doctora Amedure, una máscara nigeriana dominaba la habitación con su penetrante mirada. A primera vista todo parece seguir el patrón de costumbre -explicó, sólo un par anomalías, pero por lo demás no hay diferencias con las demás víctimas.
– Sí, lo sé. Es exactamente lo que ha dicho Krishnamurti. Y eso es lo que me preocupa.
– ¿Preocuparle?
Él acercó su silla al escritorio.
– Por favor, explíqueme por qué las moscas, esas que ponen sus huevos en las heridas…
– No, no son huevos. Nuestra amiguita, la sarcóphaga, no se molesta en poner huevos, sino larvas.
– ¿Siempre en las heridas?
– Sí. -Cogió una lata de coca-cola y la sacudió. Vacía. Movió la siguiente intentando descubrir cuál acababa de dejar sobre la mesa. Veamos, a pesar de mis escasos conocimientos en entomología, intentaré explicárselo. Las moscardas ponen sus huevos en las membranas mucosas. Es decir, en la boca, el ano, la vagina, ojos y fosas nasales, etc.
En las muertes accidentales suele haber heridas y sangre. Entonces, mientras las dípteras hacen su trabajo, la mosca de la carne se dirige hacia las heridas.
– Pero eso no fue lo que le pasó a Peace Jackson.
– Ni a ninguna de las víctimas. La sarcóphaga estaba en estado de larva, como la díptera, pero la mosca de la carne todavía no se había desarrollado; por ello supimos que había hecho su aparición más recientemente. Eso nos puso en el buen camino: comprendimos que las heridas habían sido infligidas posmortem. Los niveles de serotonina en la sangre nos ayudaron a reducir aún más las posibilidades. -De pronto localizó la lata de coca-cola. Aproximadamente después de sesenta a setenta y dos horas.
– ¿Sesenta? ¿Es el mínimo?
– Sólo es una estimación.
– Vale… pero ¿cuándo es lo más pronto que pudieron poner los huevos?
– ¿Aproximadamente? Diría que… bueno… el miércoles por la mañana. Pues como las demás, después de tres días… -Se interrumpió. Señor Caffery, ¿hay algo que le preocupe especialmente?
– Sí. -Se llevó los dedos a las sienes. Harteveld estaba bajo vigilancia desde el martes por la tarde. A las diez de la mañana del miércoles ya estaba muerto. Doctora Amedure, había polvo de cemento en todas las víctimas.
– Lo sé. Todos supusimos que procedía del desguace. Imagino que debería sonrojarme… pero estamos en ello. Hemos puesto en marcha una difracción por rayos X. Cuando se haya completado nos pondremos en contacto con la base de datos del CCRI en Gaithersburg.
– ¿No existe una base de datos en el Reino Unido?
– Maryland tiene la mejor, pueden trabajar con un difractograma o con una fase del análisis, imprimirlo y comparar los cloratos, la metacaolinita, los sulfatos, con sus patrones.
– ¿Cuánto tardará?
– ¿Nosotros? Menos de veinticuatro horas. En cuanto a Maryland… no sé. Normalmente son bastante rápidos.
– ¿Puede empezar esta misma noche?
– ¡Pero bueno, señor Caffery! -le sonrió por encima de su coca-cola. Supongo que no será necesario recordar lo mucho que paga el AMIP por pasar una noche en vela.
– No se ha enterado, ¿verdad? -se revolvió incómodo. Esta noche ha pasado algo que lo ha dejado todo de nuevo en el aire. No estamos seguros, pero puede haber algún otro maníaco por ahí.
La expresión de la doctora se demudó. Dejó la lata en la esa, cogió el teléfono y marcó un número.
– Voy a hablar con el jefe de servicio. Si conseguimos el personal necesario, podremos hacerle un hueco.
Mientras esperaba que le contestaran, rebuscó entre sus papeles y sacó una espectrografía.
– El pelo del que le estaba hablando. Mismo color y largo que el de la peluca pero con una sección perfecta… Caucásico, decolorado.
Y cayó de forma natural.
– ¿De alguna otra víctima? -Caffery se inclinó y cogió el papel que le tendía. ¿Tal vez se quedó enganchado en algún mueble?
– No coincide con el de ninguna víctima -respondió negando con la cabeza, ni siquiera superficialmente. Y todo lo que podemos averiguar es su ADN y algunos hábitos de su propietario. ¿Ve ese precioso punto en el medio? Revela la presencia de marihuana en el metabolismo.
– ¿Y ése?
– Aluminio.
– ¿Aluminio?
– Bueno -se cambió el auricular de oreja, digamos que puede indicar casi cualquier cosa. Una vez estudié un pelo que se salía de lo común. Al final pertenecer a un enfermo con una depresión obsesiva compulsiva, y su compulsión era el desodorante.
– ¿Lo que significa que puede existir otra víctima que desconocemos?
– Exactamente.
Caffery dejó la hoja de papel sobre el escritorio y se puso de pie.
– Doctora Amedure, ese análisis de Maryland es necesario.
Cueste lo que cueste.
– Si usted lo dice… -puso la mano sobre el auricular -y si el AMIP dispone del dinero, no hay nada que no podamos hacer.
La una de la madrugada de una noche de verano y empezaba a refrescar. Greenwich había proporcionado los focos y acordonado la calle. La prensa, que hacía poco se apiñaba en esa zona, se dirigía hacia el hospital para olisquear de cerca la sangre de Susan Lister. Caffery y Maddox estaban sentados en el Jaguar debajo de una farola justo dentro del perímetro policial.
– Polvo -le contaba Jack a su comisario, polvo de cemento. -Se dio la vuelta con un crujir de cuero, pasó un brazo por el respaldo del asiento y miró a Maddox. Deja que te lo explique.
Le expuso detalladamente sus ideas, sus sospechas, contándole por encima cómo llegó por primera vez a intuir lo que estaba sucediendo. Sin elaborar y cobrando forma, pero creía que estaba en el camino correcto. Explicó cada conexión, justificó cada uno de los pequeños pasos de su intuición.
– No sé, Jack -dijo Maddox después de un prolongado silencio, no estoy muy convencido… -Tamborileaba con sus dedos en el salpicadero.
El inspector Basset, de pie debajo de un foco fuera de la zona acordonada por la policía, bebía un café observando a Quinn, inconfundiblemente embutida en su fluorescente uniforme blanco, mezclando un polvo en un pequeño contenedor de plástico. Al cabo de un rato, Maddox se enderezó y empezó a abrocharse la chaqueta.
– Tengo que pensar en todo esto. Durmamos un poco. Vuelve a Shrivemoor a las… ¿digamos a las seis?, así podrás contárselo a Essex y a Kryotos antes de la reunión… ya veremos cómo reaccionan.
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