Mo Hayder - El latido del pájaro

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En un desguace medio abandonado cercano al Millenium Dome, en el este londinense, la policía realiza el macabro descubrimiento de cinco cadáveres de mujeres terriblemente mutilados. Las muertas estaban relacionadas con un pub de striptease de Greenwich y eran toxicómanas. El hecho de que todos los cuerpos presenten las mismas espeluznantes amputaciones, hace pensar que su asesinato ha sido obra de una mente perturbada, de un maníaco obseso pero que posee conocimientos médicos.
El recién ascendido inspector Jack Caffery es uno de los principales encargados de resolver el caso. A pesar de su cautela y profesionalidad, la compleja investigación que está llevando a cabo su equipo se verá entorpecida por Mel Diamond, un policía empecinado en inculpar a un hombre de raza negra que trapichea con drogas. Pero Caffery está convencido de que su colega ha errado el tiro y de que deben buscar al culpable en el Sr. Dunstan, un tenebroso centro médico cercano al local nocturno en el que trabajaban las víctimas.
El círculo de sospechosos se va estrechando en torno del que parece ser el presunto homicida, un joven que abandonó la carrera de Medicina años atrás y que padece serios trastornos psicológicos. Sin embargo, poco después aparece otro cadáver…
¿Se trata de otro criminal que le está imitando? ¿Fue realmente Harteveld el único causante de las muertes? ¿Hasta cuándo va a durar la angustia?

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Una sonrisa cruzó el rostro de Dean.

– ¡Ataco desde el inconsciente, Ki-ai!

Caffery, agradecido por la forma en que sus compañeros distraían a los niños, dejó las botellas en el alféizar de la ventana y se dirigió al centro del jardín donde Essex simulaba atacar a los arbustos arrojando una sombra como la de Kali, la diosa de los innumerables brazos. Maddox siguió sus pasos golpeando las plantas, buscando debajo de los guisantes de olor, apartando las ramas de un sauce llorón.

– ¡Aquí no hay nadie! -gritaba. ¡No hay ningún monstruo!

– ¡Por aquí tampoco hay nadie! -confirmaba Caffery a Jenna, que se arriesgó a separar su cara cubierta de lágrimas de la falda de su madre para mirar de reojo al jardín mientras se mordía los nudillos.

Essex, sorprendentemente ágil para su tamaño, lanzó unas patadas al aire.

– Suzie Wong dice: «¡Apártate de mis amigos, monstruo!».

Jenna, con la timidez propia de los niños, sonrió con el dedo en la boca y volvió a apoyar su cabeza en el regazo de Marilyn con la risa bailándole en la comisura de la boca.

– Suzie es un nombre de chica -murmuró, no de chico. Es tonto.

– ¿Verdad que sí? -coincidió Marilyn.

– Munen mushin! Ki-ai, ki-ai!

– Sí, ki-ai, ki-ai -repitió pacientemente Caffery y subió los escalones hasta la casa sonriendo a los que estaban mirando por la ventana. ¿Verdad que nos sentimos más seguros sabiendo que hombres como Essex nos protegen?

Marilyn ladeó la cabeza para mirar el jardín.

– Parece como si se lo hubiera tragado la tierra.

– ¿Cómo?

– Essex ha desaparecido.

Caffery se dio la vuelta. En el jardín reinaba el silencio.

– Se lo ha comido -dijo Marilyn con una risa nerviosa.

– Mmmm… ¡Menuda porquería tendremos en el jardín!

– Lo dudo, Jack -dijo Maddox, con las mejillas encendidas y sonriendo burlonamente, tendiendo un vaso para que se lo llenara. No creo que ni un monstruo pueda tragarse a Essex.

– No te preocupes -suspiró Caffery. Mañana por la mañana veré lo que queda de él.

– No, será mejor que no lo hagas -repuso Maddox meneando la cabeza. Olvídalo. La carne de cerdo cruda es buena para los rosales.

– ¡Qué asco! -exclamó Marilyn.

Del silencioso jardín sólo llegaba el suave murmullo de la brisa meciendo las hojas del sauce y anunciando la tormenta. Essex efectivamente, parecía haberse desvanecido. Caffery recorrió con la mirada los oscuros rincones del jardín intentando adivinar cuál era el truco, dónde habría podido esconderse.

– ¿Dónde estará?

– Se lo ha llevado el monstruo -sollozó suavemente Jenna.

– No seas tonta.

Maddox lanzó una mirada a Caffery con las cejas levantadas.

Caffery se encogió de hombros.

– A mí no me mires.

– Se lo ha comido el monstruo -insistió Jenna.

– Todo esto es ridículo -dijo Verónica en voz baja, saliendo para buscar por el jardín. En tu jardín no hay monstruos, ¿verdad Jack?

Caffery dejó las botellas y bajó despacio los peldaños que conducían al césped.

– ¿Paul?

En los parterres reinaba e silencio; las pequeñas manchas de Clematis stellata parecían flotar en la oscuridad fantasmagóricamente. Apartó las ramas del sauce y miró hacia abajo. En la vía del tren la oscuridad era aún más profunda. Penderecki tenía las luces apagadas.

– Voy a matarle -dijo Maddox detrás de Jack. En cuanto te encuentre, te mato. Ya está bien de bromas. Estás asustando a los niños. -De pronto se interrumpió. ¿Qué ha sido eso? ¿Lo has oído?

– ¿Qué?

– Eso.

Algo oscuro se abalanzó sobre ellos desde las sombras. Instintivamente, Maddox se agachó. Dean soltó un grito desde el patio y Caffery dio un ágil salto hacia atrás.

– ¡Pero qué…! -Sorprendido, vio a Essex corriendo grotescamente por el césped, meciendo los brazos como un mono.

– Ki-ai, Ki-ai!

– Idiota -dijo Caffery riendo.

Entre risas, los invitados regresaron a la sala.

– Maldito loco -le increpó Maddox señalándole con el dedo. Esto va a costarte caro.

– Ki-ai, Ki-ai? Munen mushin? -repuso Essex con tono lastimero.

– ¿Dónde estabas escondido?

Se mesó el pelo y sacudió la cabeza.

– Lo único que sé es que me llevaron en una nave espacial.

– Supongo que se dedicaron a hacer experimentos sexuales contigo, ¿verdad?

– ¡No me digas que también te ha pasado a ti! ¡Vaya, vaya! -Rodeó los hombros de Maddox y Caffery para llevarlos de vuelta hacia la casa. ¿En qué año estamos? ¿Todavía ocupa el trono la adorable señora Thatcher?

En el salón, Jenna se quedó mirando fijamente a Essex sin saber si reír o llorar. Marilyn, aún pálida, le dio un golpe en el brazo.

– No vuelvas a darme un susto así. -Suspiró y bajó la cabeza para hablar con Verónica.

Dios no les dio sangre suficiente para irrigar a la vez su cerebro y sus fantasías, y si intentamos que ambos funcionen al mismo tiempo… -Agitó la cabeza con expresión compungida. Creo que la palabra «calamidad» no es lo bastante adecuada.

– Y que lo digas -respondió Verónica con voz inexpresiva.

A medida que se acercaba la tormenta el calor iba aumentando y el hielo se fue fundiendo en las cubiteras de acero. Las fuentes de queso y embutidos se apartaron una vez vacías y del montón de baguettes sólo quedaron unas migas. Alguien había propuesto un CD de los valses de Strauss y Marilyn estaba bailando con Essex, tropezando con todo el mundo y riéndose. La habitación se iluminaba intermitentemente con el fulgor de los relámpagos.

Caffery, con una copa de vino en la mano, estaba en un rincón observando a Dean. Cuando desapareció Ewan tenía más o menos la misma edad. Seguro que la habitación le parecía igual de grande, tenía los mismos miedos y el jardín le producía el mismo desasosiego. De pie, la barandilla le llegaba a la altura de los ojos, igual que a Ewan.

– Bonita casa -dijo Maddox, arrancándole de sus recuerdos.

Seguro que no la has conseguido con tu sueldo.

Caffery lo miró.

– No, claro que no. -Contempló su copa de vino. Era de mis padres, me dejaron con ella.

– ¿Te la dejaron?

– No. Me dejaron a mí con ella. -Sonrió haciendo girar el vino en la copa. Me la vendieron tirada de precio. Les alegró mucho perderla de vista. A mí también.

– ¿Todavía viven?

– Sí, en alguna parte.

– Vaya. -Maddox asintió pensativamente con la cabeza. Resulta muy curioso que nunca lo hayas mencionado.

– Sí, supongo que sí. -Incómodo, Jack tosió para aclararse la garganta. ¿Vino?

– Gracias. Una más no me hará ningún daño. -Jack le tendió una copa. Romaine le ha dado oficialmente un sobresaliente a la cocina de Verónica. Esta noche se ha superado. -Se bebió de un trago la mitad de la copa. Pero ya tengo que irme. Quiero pasar por Greenwich para ver cómo le van las cosas a Betts.

– ¿Cómo va todo?

– Una vez lo sepa la prensa, bastante mal.

– No crees que salga bien, ¿verdad?

Maddox escrutó el rostro de Caffery, luego le cogió de un brazo y se lo llevó a un aparte.

– Si quieres que te sea franco…

– Sí.

– Nunca conseguiremos que la acusación contra Géminis se sostenga.

– No te recordaré que ya te lo había advertido.

– Ya -suspiró Maddox. A las nueve de la mañana empieza el primer aplazamiento y cuando haya concluido deberemos acusarle, tengamos o no tengamos pruebas: serología está remoloneando y en el registro del apartamento no conseguimos nada. Los del departamento de órdenes de registro creen que somos unos chicos muy graciosos, el hazmerreír de Greenwich. Pero… -Maddox apuró su copa y removió el vino dentro de la boca como si no le gustara lo que estaba a punto de decir. Nos ha dado una pista. Asegura que las chicas tenían un cliente en Croom’s Hill. Acompañó a la última hasta allí unos diez días atrás. Cree que se trataba de Shellene Craw y afirma que tuvo relaciones sexuales con ella, lo que explicaría el pelo.

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