Y si no fuera por eso sería por el griterío y las voces que llegan desde la calle. No puede hacerse nada, detective, nada en absoluto.
– Entiendo -asintió Basset. Estoy convencido de que no puede evitarlo. Ahora, si le parece, nos centraremos en lo que le estaba contando al sargento acerca de su vecino.
– Le estaba diciendo al sargento que me parece que ha vuelto a dejar desenchufado su dichoso congelador. ¡Cómo apesta! No puede ni imaginarse cómo apesta, detective. Sea lo que sea, no es nada saludable. Por lo que sé, al principio, cuando ocupó la casa la cuidaba razonablemente bien. Pero ahora se va durante días enteros y no se ocupa de nada. Y ésta… -dijo golpeando el escritorio con un dedo artrítico para enfatizar sus palabras -ésta es la clase de cosas que suelen suceder. Cualquiera hubiera esperado que, tratándose de un hombre con estudios, mostrara algo más de respeto. -Puso su taza en la mesa de Basset para quitarse el sombrero, como si ya se sintiera a sus anchas. Siento lástima por sus pacientes.
– ¿Es médico?
– Tal vez no sea médico, pero tiene algo que ver con la profesión médica, al menos eso me contó mi hijo.
En cualquier caso debe de ser importante. Tiene un precioso coche y dos propiedades. Lo que no impide, visto el estado de abandono de su casa, que sea un tipo muy raro.
– Creía que había algo que la molestaba especialmente -insistió Basset. ¿De qué se trataba, señora Frobisher? ¿No le comentó al sargento algo relacionado con… con animales? -Se interrumpió para observarla. Ella parpadeó perpleja. Por un instante él se preguntó si el policía la habría entendido mal. ¿No mencionó a unos animales? ¿Algo sobre que eran maltratados?
– ¡Oh, se refiere a eso! Sí, eso también. No los cuida de la forma adecuada. Encontré a dos en la basura. Parecían haber muerto de hambre. -Tomó un sorbo de té y suspiró. Un té delicioso, debo admitirlo, se diga lo que se diga sobre las bolsas de té.
– Señora Frobisher -Basset respiró profundamente para conservar la calma, ¿se refiere a pájaros? ¿Los animales que encontró en la basura eran pájaros?
– Eso he dicho. -Le miró como si estuviera hablando con un retrasado. Pájaros.
– ¿Qué clase de pájaros? ¿Grandes? ¿Palomas? ¿Cuervos?
– ¡Oh, no!, nada de eso. Eran pequeños. -Separó unos centímetros sus artríticos dedos. Pequeñitos, de esos que pueden tenerse en una jaula si no hay un gato por los alrededores. Con plumas rojizas.
– ¿Tal vez pinzones?
Reflexionó mirándole fijamente.
– Precisamente, pinzones, eso es. Apostaría cualquier cosa.
– Bien -Basset se enjugó la frente, muy bien. -Se inclinó y puso las manos sobre la mesa. Me pregunto si le parecería bien contarle todo esto a uno de mis colegas.
– ¿Hará algo al respecto?
– Con seguridad estará muy interesado.
La señora Frobisher se reclinó en la silla, complacida ante la atención que se le prestaba.
– Me sentiré más tranquila. -Cruzó las manos sobre el regazo. ¿Vendrá a hablar conmigo?
– Voy a llamarle ahora mismo.
Basset marcó el número de la centralita de Croydon para que le pusieran con Shrivemoor. Mientras esperaba, observó a la señora Frobisher bebiendo su té.
Essex se estremeció cuando vio los ciegos ojos de la muñeca fijos en él.
– No cierres las ventanas o esta cosa cobrará vida. ¿No has visto nunca al doctor Who?
Caffery apoyó la cabeza entre las manos. Se sentía profundamente cansado.
– Géminis mintió.
– Sí, no es buena cosa. -Miró alrededor. ¿Dónde quieres que deje las fotos?
– Con una sola palabra le hubiera dado la vuelta a la tortilla. Con un simple «sí». Sí, conocía a Shellene. Sí, estuvo en mi coche. Sí, le pasé droga. Sí, follé con ella o lo que fuera. Sabemos que llevaba a las chicas en coche, sólo tenía que decírnoslo. -Caffery se reclinó en su asiento y abrió las manos. Todo lo que tenemos es el grupo sanguíneo de esa muestra. Con la suerte que tenemos, seguro que coincide. ¿Tenemos ya la orden para registrar el piso?
– Diamond acaba de salir a buscarla. Luego le arrestarán para interrogarle.
– ¡Dios! -Caffery golpeó el escritorio con impaciencia. Creo saber el origen de las heridas en la cabeza. -Sacó las fotos del sobre y las extendió sobre la mesa. ¿Ves esos cortes tan limpios? Krishnamurti todavía no tiene la seguridad de que fuera un arma blanca.
– Pero ¿tú si sabes cómo fueron hechos?
– Sí.
– ¿Y bien?
– Los agujeros son puntadas.
– ¿Puntadas? -Cogió la foto de Shellene y la acercó a la ventana, entrecerrando los ojos para examinarla. Vale, te sigo. Pero ¿qué es lo que cose?
– ¿Recuerdas lo que dijo la tía de Kayleigh?
– ¿Qué?
– Que Kayleigh había cambiado de estilo de peinado.
– ¿Y?
– Pues Kayleigh no tenía esos pinchazos. Su pelo era casi del mismo color que el de la peluca. El rubio de Shellene era más oscuro. Dorado, no ceniza.
– ¿Y?
– Que no cosió nada en la cabeza de Kayleigh porque no necesitaba hacerlo. Le cortó el pelo del largo que quería. Esa peluca que creíamos que se ponía el asesino, la peluca de tu Vestida para matar, ¿recuerdas?
– Sí, claro que sí. Sigue.
– No era él quien la llevaba. Eran las chicas. Se la cosía para evitar que se cayera mientras abusaba de los cuerpos. Luego, cuando se la sacaba, la piel se rasgaba entre las puntadas. Ese cabrón intenta que todas las chicas parezcan iguales. -Caffery metió las fotografías en el sobre. Ésa es la razón del maquillaje y de los pechos mutilados. Está haciendo clones. Posiblemente las mantenga durante días en su cama. -Se levantó y se puso la chaqueta. Si averiguamos a quién quiere que se parezcan sus víctimas, habremos recorrido la mitad del camino. -Sacó las llaves. ¿Vamos?
– ¿Adónde?
– Al St. Dunstan.
La oficina de investigación estaba en plena actividad. Detectives con camisas de manga corta, como augurando la inminente llegada del verano, se paseaban llevando legajos de un lado a otro. Las cortinas estaban echadas y la luz encendida. Kryotos se había descalzado debajo de la mesa y estaba comiendo un trozo de pastel mientras preparaba todo para las entrevistas que Jack iba a mantener en el hospital St. Dunstan. Debería abrir hasta ciento ochenta carpetas más, sólo para comprobar los datos obtenidos.
– Oh, Jack -murmuró, ¿en qué estarás pensando?
La impresión que Jack causaba en las mujeres no pasaba desapercibida para la atenta mirada de la maternal Kryotos.
Se daba cuenta de que, cuando Jack entraba en la habitación, las chicas, detrás de las pantallas de sus ordenadores, se atusaban el pelo, cruzaban y descruzaban las piernas deslizando distraídamente las manos hasta las pantorrillas y para acariciarse los zapatos. Kryotos no albergaba ninguna duda sobre lo que les gustaría hacer con él cuando remoloneaba indiferente por allí recién afeitado. Pero Caffery parecía no darse cuenta de nada, como si siempre estuviera absorto en cosas más importantes. Kryotos sentía curiosidad por conocer a Verónica, aquella valiente chica que seguía adelante con la fiesta que tenía prevista para esa misma semana, a pesar de estar recibiendo sesiones de quimioterapia.
Cuando después de cinco tonos nadie respondió al teléfono en el despacho del SIO, la llamada del inspector Basset fue automáticamente transferida a la oficina de investigación, a la mesa contigua a la de Kryotos. El inspector Diamond, que estaba poniéndose la chaqueta para ir en busca de la orden para detener a Géminis, se paró un momento y contestó.
– Oficina de investigación -respondió. El inspector Caffery no está. ¿Quién pregunta por él?
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