Mo Hayder - El latido del pájaro

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En un desguace medio abandonado cercano al Millenium Dome, en el este londinense, la policía realiza el macabro descubrimiento de cinco cadáveres de mujeres terriblemente mutilados. Las muertas estaban relacionadas con un pub de striptease de Greenwich y eran toxicómanas. El hecho de que todos los cuerpos presenten las mismas espeluznantes amputaciones, hace pensar que su asesinato ha sido obra de una mente perturbada, de un maníaco obseso pero que posee conocimientos médicos.
El recién ascendido inspector Jack Caffery es uno de los principales encargados de resolver el caso. A pesar de su cautela y profesionalidad, la compleja investigación que está llevando a cabo su equipo se verá entorpecida por Mel Diamond, un policía empecinado en inculpar a un hombre de raza negra que trapichea con drogas. Pero Caffery está convencido de que su colega ha errado el tiro y de que deben buscar al culpable en el Sr. Dunstan, un tenebroso centro médico cercano al local nocturno en el que trabajaban las víctimas.
El círculo de sospechosos se va estrechando en torno del que parece ser el presunto homicida, un joven que abandonó la carrera de Medicina años atrás y que padece serios trastornos psicológicos. Sin embargo, poco después aparece otro cadáver…
¿Se trata de otro criminal que le está imitando? ¿Fue realmente Harteveld el único causante de las muertes? ¿Hasta cuándo va a durar la angustia?

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– Tranquilo. Niégalo todo. Deja que sean ellos los que la encuentren. Disimula todo lo que puedas -murmuraba entre dientes.

– ¿Qué estás mascullando? -le espetó Diamond acercando su cara-. ¿Tratas de engañarme?

– No te cabrees, hermano. -Géminis aguantó sin rechistar el acre aliento del poli-. ¿Qué pasa? -dijo mostrando la palma de las manos.

El policía, golpeando la mes con su bolígrafo, tragó saliva y se echó hacia atrás.

– Inspector Diamond -se presentó, deletreando cuidadosamente su cargo-. ¿Vienes a menudo por aquí?

– ¿Y a ti qué te importa, hermano?

– ¿Conoces a alguna de las chicas que trabajan aquí?

– No -respondió Géminis haciendo chasquear la lengua-. No las conozco

– ¿Nunca las has visto? Me parece sorprendente. -El policía, empujando unas fotografías a través de la mesa, sostuvo su mirada-. ¿Te refresca la memoria?

Géminis las reconoció de inmediato. Especialmente a la rubia Shellene. Él había sido su camello durante meses y unas semanas atrás le había hecho una mamada en el asiento trasero de GTI a cambio de un poco de heroína. Se preguntó qué le habrían contado las chicas a la pasma.

– Ni idea, quizás ésta. Baila aquí, ¿no?

– Sabes muy bien que así es.

– La he visto.

– ¿Cuándo la viste por última vez?

Géminis se encogió de hombros.

– Hace mucho, creo.

– ¿Has visto a alguien irse con alguna de estas chicas?

Géminis soltó una risita burlona ante la pretendida inocencia de la pregunta.

– ¿A qué juegas, tío? ¡Y dicen que la policía inglesa es lista!

– Contesta.

– Ya veo qué clase de poli eres.

Diamond se quedó en silencio y Géminis vio cómo iba poniéndose lívido de rabia. cuando levantó los ojos, sus pupilas parecían cabezas de alfiler.

– ¿Cómo te llamas?

– Para ti, señor nadie.

– Bien, señor Nadie – levantó las manos de la mesa dejando un rastro de sudor-, no he comprendido muy bien tu último comentario. No estarías criticando a la policía de este país, ¿verdad? -Le dijo en voz baja rechinando los dientes-. Del país que te está manteniendo a ti y que mantendrá a todos los negritos que te salgan de los huevos, que te alojará, alimentará y recogerá a cualquier pobre anciana a la que atraques para robarle su miserable pensión. ¿Es a eso a lo te referías?

– Eres un racista, tío -dijo Géminis, esbozando una lenta sonrisa-. Puede que yo sea un jodido chico negro, pero conozco mis derechos.

El policía no se inmutó.

– Has de saber que llevas todas las de perder. Nadie puede oír lo que te estoy diciendo. Puedo llamarte lo que me dé la gana, negro de mierda, retinto, guarro tiznado. -Sonrió, disfrutando-. ¿Y sabes lo mejor? Será tu palabra contra la mía. ¿Crees que alguien te hará caso, mierdecilla?

Géminis perdió el aplomo.

– No tengo por qué seguir escuchando esto. -Se levantó-. Escucha, racista, si quieres que te ayude, ya me buscarás.

El policía se levantó de un brinco.

– ¿Dónde diablos crees que vas -dijo con aparente afabilidad-, jodido negro?

Géminis estalló. Cogió una jarra de cerveza y se la arrojó a la cara.

– ¡Cabrón!

Antes de que nadie pudiera reaccionar, Géminis salió corriendo por la puerta.

Caffery, de pie en la escalera, creía estar viendo a cámara lenta una escena surrealista de una película muda. Los dos hombres habían estado hablando relajadamente y, un instante después, ocurría aquello. Caffery esperaba ver sangre, pero Diamond se secó rápidamente los ojos y se precipitó hacia la puerta en estampida. Dos miembros del equipo F salieron presurosamente en pos de su inspector en jefe.

No estuvieron fuera mucho tiempo. Diamond reapareció en la entrada del pub con la respiración agitada y la chaqueta empapada por la lluvia y la cerveza.

– No pasa nada- dijo. Se inclinó y escupió en el suelo-. Tengo los datos de ese cabrón.

Caffery condujo de regreso a Shrivemoor. Maddox iba a su lado con su húmedo impermeable doblado sobre las rodillas. Essex y Logan iban en el asiento trasero oliendo ligeramente a cerveza. Caffery guardaba silencio. Conducía Diamond con el parabrisas empañado. Las ventanillas del Jaguar se mantenían claras y limpias. Caffery le observaba hablar y reír.

– Todos han accedido a declarar -suspiró Maddox mientras pasaban por delante de las azules cúpulas gemelas del colegio naval-. Todos, menos el nuevo amigo de Diamond. Conduce un GTI rojo, dos testigos le vieron irse con Craw…

– Blancos -murmuró Jack-. Blancos, una y otra vez.

– ¿Perdón?

– Los asesinos en serie difícilmente pertenecen a otros grupos raciales. Simplemente no existen. Es tan obvio que lo de Diamond resulta ridículo.

Nadie dijo nada.

Maddox carraspeó.

– Jack, deja que te explique: no hay nada sobre la faz de la tierra que ponga tan furioso al jefe como los tópicos. Creí que ya te lo había dicho cuando nos fuiste transferido.

– Sí -asintió con un gesto-. Y creo que ya es tiempo de hablemos.

– Adelante, habla.

Caffery echó una mirada por el retrovisor a Essex y Logan.

– En privado.

– Bien, ahora mismo. Vamos, para el coche.

– ¿Ahora? Muy bien.

Aparcó al borde de la calzada y encendió las luces de emergencia. Salieron del coche.

La lluvia había amainado un poco. Maddox se puso el impermeable sobre la cabeza como si fuera la capucha de un monje.

– ¿Qué pasa?

Caffery también se cubrió con su impermeable. En el coche, Essex y Logan miraban discretamente en otra dirección.

– Parece, Steve, como si tú y yo siguiéramos caminos distintos.

– Adelante, desahógate -le animó Maddox.

– Estoy convencido de que tengo razón. No se trata de un crimen de negros.

Maddox puso los ojos en blanco.

– Cuántas veces tendré que… -Se interrumpió sacudiendo la cabeza-. Ya hemos hablado de eso. Te expliqué cuál era la postura del jefe.

– Pero si supiera que hemos considerado como prueba un par de puñeteras botellas de ron, unas botellas que nos trajo nuestro inspector nazi, y decidido que nuestro objetivo era de raza negra, ¿qué postura adoptaría? Piénsalo. -Levantó la mano con el puño apretado-. Recuerda el pájaro. ¡Por el amor de Dios! ¿Realmente crees que ese pequeño bastardo del pub podría hacer, o tan siquiera imaginas, algo así?

– Jack, tal vez tengas razón. Pero considéralo desde mi punto de vista. No tengo el menor deseo, exactamente igual que tú y el superintendente, de que esto se transforme en un caso que pueda ser tildado de racista, pero para eso debemos descartar las pistas más evidentes…

– ¿Más evidentes? -Jack suspiró-. ¿A eso le llamas «más evidente»?

– Se encontró un pelo afro caribeño en el cuero cabelludo de Craw y vieron aparcado un coche rojo al norte del desguace, además de toda la mierda que hemos averiguado durante la última hora. Lo suficiente como para que me preocupe. Recuerda que la responsabilidad del equipo B es mía, no tuya. Y si debo elegir entre prestar atención a un nuevo inspector o lamerle el culo al superintendente, pues bien, Jack… -Se interrumpió y suspiró-. ¿Qué harías tú en mi lugar?

Caffery le miró en silencio.

– Entonces quiero que quede constancia de lo que voy a decirte.

– Adelante.

– Hemos tomado la dirección equivocada porque alguien cree que el asesino es médico. Pero deberíamos buscar a un trabajador de hospital. De raza blanca.

Maddox enarcó las cejas.

– ¿Basándonos en…?

– En lo que nos dijo Krishnamurti. Nuestro asesino tiene unos conocimientos médicos rudimentarios. Steve, hoy no era un día normal en el pub… hemos metido la pata. Un día corriente está lleno a rebosar, y algunos de los clientes habituales trabajan en un hospital.

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