Gaynor medía un metro sesenta y pesaba cincuenta kilos. ¿Cómo diablos se suponía que iba a contener una avalancha?
– Sí.
– Muy bien. Otra cosa: he mirado el trazado de Humbert Street, y hay jardines que conectan por detrás con los de Bassett Road. El chico o la chica que haya elegido para la puerta trasera tiene que empezar a echar abajo las vallas para ir abriendo espacio. Hay que crear vías de escape para todos los que quieran salir de allí. Dígale al chico o la chica de la puerta trasera que tire hacia Forest Road South. Tenemos que conseguir que la gente se dirija a sus casas… y reducir la tensión de la situación en la medida de lo posible… no se arremolinen en los jardines de detrás.
– De acuerdo.
– Por último, no trate de anunciar la salida. A medida que la gente vaya notando que la presión disminuye detrás ocuparán el espacio libre y llegarán a la puerta motu proprio. Así resultará mucho más fácil controlar la situación. -El agente dejó de hablar por un instante,mientras escuchaba las instrucciones que le daba Jenny-. Estupendo. La señora Carthew dice que descorrerá el pestillo pero necesita tiempo para ir al piso de arriba antes de que usted abra la puerta. Teme que la arrollen. Tiene un teléfono inalámbrico, así que cuando esté a salvo se lo comunicará a Jenny Monroe y yo le daré luz verde. ¿Entendido?
– ¡Oh, Dios mío! -Presa del pánico, Gaynor sintió que le daba un vuelco el corazón-. Pero si todavía no les he explicado nada a las chicas.
– Tómese su tiempo -dijo el agente con calma-. Es importante que todos entiendan lo que van a hacer. Avíseme cuando estén listos.
Gaynor conocía a una de las chicas, Lisa Shaw, una muchacha inteligente que iba a la clase de Colin. Aunque no era lo bastante corpulenta para ayudarla en la puerta de entrada, seguro que no tendría ningún problema para despejar el pasillo y abrir camino hasta Forest Road. La joven asintió con la cabeza en cuanto Gaynor le explicó lo que quería que hiciera. Asentimiento al que se sumaron muchos otros cuando Gaynor recalcó la importancia de organizar una «salida controlada» para impedir que la gente resultara herida. De la chica más corpulenta, en cambio, no obtuvo la menor respuesta cuando trató de hacerle entender su papel. Se trataba de una gigante inmadura y con pocas luces, cuyos ojos se anegaron en lágrimas cuando Gaynor le pidió que se encargara de la puerta de entrada.
– Yo lo haré -anunció Lisa-. Ella puede ayudarme. Ya se encargarán los demás de despejar el pasillo. -La muchacha sonrió a Gaynor-. No se preocupe. Sé que lo harán bien. Col me matará si la aplastan. La tiene a usted por una supermamá.
›Mensaje de la policía a todas las comisarías
›28/07/01
›15.33 ***
›Investigación sobre la persona desaparecida: Amy Rogerson/Biddulph
›ALERTA A TODOS LOS CONDADOS
›Se busca para interrogatorio: Edward Townsend
›Domicilio particular: The Larches, Hayes Avenue, Southampton
›Visto por última vez: Hotel Bella Vista, Puerto Sóller, Mallorca 3. 00, 27/07/01
›Regresó a Luton (Londres) el viernes, en el vuelo EZY0404, con llegada a las 8. 25
›Vehículo particular: BMW negro, W789ZVV
›Se cree que puede estar en algún punto del sur
›Es posible que viaje con una niña
Sábado, 28 de julio de 2001.
Glebe Tower. Urbanización Bassindale
Jimmy James comenzaba a perder la paciencia con el sanitario que le atendía al otro lado de la línea. Había tenido que esperar cinco minutos antes de que el responsable de ambulancias se pusiera al teléfono, y empezaba a quedarse sin batería. ¿Qué clase de servicio tenían aquellos sinvergüenzas? Cada vez que él seguía una instrucción, el hombre le exigía algo más. Había colocado a la mujer en posición de recuperación y procedido a examinar las vías respiratorias para cerciorarse de que no estaban bloqueadas. Había comprobado que mantenía las constantes vitales -respiración, latido, pulso- y había tratado, sin éxito, de reanimarla.
Y ahora el muy cabrón le pedía que localizara la herida.
– Oye, tío, ¿cómo quieres que hable contigo y al mismo tiempo mire a ver por dónde sangra? -le espetó, con la vista clavada en su mano derecha, que se había manchado con la sangre de la mujer. Notó que la bilis le subía por la garganta-. Para ti es fácil… estás acostumbrado… pero para mí no lo es. Hay sangre por todas partes. Tendré que apartarle el pelo y no puedo hacerlo con un puto teléfono en la mano. Vale… está bien… lo dejo en el suelo.
Jimmy depositó el móvil en el suelo detrás de él y, con un gruñido de asco, separó con ambas manos el cabello rubio manchado por la parte posterior de la cabeza de la mujer, donde la sangre, que ya empezaba a formar costra, parecía más espesa. Volvió a coger el teléfono y lo notó resbalar en su mano.
– ¡Joder! -bramó. Oyó las preguntas que el sanitario le hacía con tono de alarma entre sus blasfemias-. Pues claro que hay algo que no marcha bien -gruñó-. Acabo de manchar el puto móvil de sangre. Sí… sí… lo siento, pero es que me dan ganas de vomitar. La sangre me da no sé qué, ¿vale? Está bien… está bien… tiene un tajo en la parte de atrás de la cabeza… no sé… de unos cinco centímetros quizá. No puedo saber si tiene algo más… como no le dé la vuelta… tiene el pelo largo, por amor de Dios, y le tapa toda la cara. -Se intensificó el tono de alarma-. No, claro que no le voy a dar la vuelta… ya me has dicho que se le puede meter un hueso en el cerebro. -Jimmy hizo una mueca-. Mira, tío, lo de la mierda sí es un problema… El maldito ascensor está tan guarro que morirá por envenenamiento de la sangre si se le meten los gérmenes. Los tipos del bloque se mean aquí dentro, ¿sabes? El puto ayuntamiento tiene la culpa… Si movieran el culo de vez en cuando y mandaran aquí a algún servicio de limpieza… Vale… vale… Ya voy.
Jimmy volvió a dejar el móvil en el suelo y procedió a levantar madejas de cabello del rostro de la mujer. Hasta entonces no la había visto, y se quedó estupefacto de lo hermosa que era, tan blanca y de huesos tan finos cual muñeca de porcelana victoriana, con un tenue color rosado en las mejillas como para demostrar que aún quedaba sangre en sus venas. Con movimientos suaves le palpó por debajo de la parte de la cabeza que reposaba en el suelo, pero sus dedos no se mancharon más de lo que ya estaban.
– Por lo que veo hay un solo corte -informó tras recuperar el teléfono-, y parece que se está secando… No, claro que no tengo una venda, joder… ¿De dónde coño iba a sacar una venda en un puto ascensor? -Jimmy puso los ojos en blanco-. ¿Qué quieres, que vaya a buscar un botiquín de primeros auxilios? Mira, colega, soy más negro que el as de picas y voy cubierto de sangre. Piénsalo mejor… vale… No voy a ir llamando de puerta en puerta en este vertedero. La mitad de los que viven aquí tienen más de ochenta tacos y se cagarían de miedo si un negro ensangrentado y con ojos de loco entrara de sopetón en su casa… y la otra mitad son niñatos nazis que me clavarían un cuchillo en las costillas en cuanto me vieran. Estoy en Acid Row, por el amor de Dios… no en las putas Seychelles. Ya… ya… ya… Si eres tan valiente, úntate el careto de betún y diles a esos cabrones de las barricadas que eres primo mío. A ver lo lejos que llegas.
Jimmy comprobó el nivel de batería del móvil.
– Tengo para unos cinco minutos más -advirtió-. Así que será mejor que se te ocurra algo rápido. -Jimmy prestó atención a su interlocutor y levantó los ojos hacia los botones del ascensor-. Las puertas se abren y se cierran bien, así que supongo que funciona. No, colega… nunca he oído hablar de eso… ¿Qué coño es el Teléfono de la Amistad? Señora Hinkley… piso cuatrocientos seis… cuarta planta… Sí, creo que podré soportarlo… siempre que hables con ella primero y ella sepa de qué va la historia… Y no olvides decirle que saldré pitando si empieza a gritar… tengo unas náuseas de la hostia de estar aquí… y no necesito más malos rollos. -Jimmy volvió a escuchar-. ¿Por qué no puedo conservar el anonimato? ¿Qué más da un nombre? Vale, vale… Dile a la señora Hinkley que soy Jimmy James y que vivo en el veintiuno de Humbert Street. No, no va a encontrarme en la puta guía. Solo llevo allí dos días… ¡Me cago en Dios! Porque acabo de salir de la cárcel. Por eso mismo.
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