Minette Walters - La Ley De La Calle

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Acid Row es una barriada de viviendas baratas. Una tierra de nadie donde reina la miseria, ocupada por madres solteras y niños sin padre, y en la que los jóvenes, sometidos a la droga, son dueños de las calles. En este clima enrarecido se presenta la doctora Sophie Morrison para atender a un paciente. Lo que menos podía imaginar es que quien había requerido sus servicios era un conocido pederasta. Acaba de desaparecer una niña de diez años y el barrio entero parece culpar a su paciente, de modo que Sophie se encuentra en el peor momento y en el lugar menos indicado. Oleadas de rumores sin fundamento van exaltando los ánimos de la multitud, que no tarda en dar rienda suelta a su odio contra el pederasta, las autoridades y la ley. En este clima de violencia y crispación, Sophie se convierte en pieza clave del desenlace del drama.
Minette Walters toma en esta novela unos acabados perfiles psicológicos, al tiempo que denuncia la dureza de la vida de los sectores más desfavorecidos de la sociedad británica. Aunque su sombría descripción de los hechos siempre deja un lugar a la esperanza…
«La ley de la calle resuena como la sirena de la policía en medio de la noche. Un thriller impresionante.» Daily Mail
«Impresionante. Walters hilvana magistralmente las distintas historias humanas con la acción. Un cóctel de violencia terrorífico y letal.» The Times
«Una lectura apasionante, que atrapa, cuya acción transcurre a un ritmo vertiginoso… Una novela negra memorable.» Sunday Express
«Un logro espectacular.» Daily Telegraph

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– Nadie lo sabe -dijo Jenny-, salvo esos alborotadores de Bassindale. La policía cree que tienen como objetivo a ese hombre con el que está Sophie, pero nadie sabe cómo se ha dado a conocer su identidad. El hombre fue condenado como Zelowski pero lo registraron como Hollis cuando lo trasladaron a Bassindale.

– Algún imbécil con la boca grande y un cerebro de mosquito -espetó Harry con tono grave, mientras se encaminaba indignado hacia su despacho-. Le tendrían que pegar un tiro… mira que poner en peligro a la gente de esta manera.

– Estoy de acuerdo -asintió Jenny con tono igualmente grave, y se volvió hacia el teléfono para probar suerte de nuevo con el número de Gaynor. Reparó en que de repente la cara de Fay se llenaba de manchas, pero no le prestó más atención porque esta vez contestaron a su llamada.

Capítulo 15

Sábado, 28 de julio de 2001.

Jefatura de Policía de Hampshire

Tyler ordenó a un sargento que localizara a Martin Rogerson y lo llevara a la jefatura lo antes posible.

– Paula Anderson lo ha acompañado a la rueda de prensa, así que habla con ella y entérate de si siguen por la zona. Lo quiero aquí, donde pueda verlo, así que dile a Paula que no acepte excusas. Si ya lo ha llevado de nuevo a Bournemouth o está de camino, pídele que vuelva a traerlo sin dilación. ¿Entendido?

– Para traerlo necesitará una razón, jefe.

– Una nueva pista… esta vez prometedora. Primero interrogaré a Laura en casa de Gregory Logan. -Tyler consultó el reloj-. Eso le da a Paula un margen de media hora. De todos modos, dile que cuanto antes llegue, mejor. A Rogerson no le vendrá mal esperar media hora en la sala de interrogatorio.

El inspector jefe hizo una seña al sargento que había hablado con la vecina de Townsend para que se acercara y repasó los apuntes que había tomado acerca de los vuelos.

– Mira a ver si Easyjet tiene constancia del regreso de Townsend el viernes por la mañana. Será la ruta de Palma a Luton. Y que comprueben si hay una reserva a nombre de la señorita E. Gough. La chica voló el martes con él pero no sabe si Townsend gestionó un vuelo de vuelta para ella. Averigua si Townsend tenía hecha una reserva que cambió después para el viernes. Así sabrás el día que tenía intención de volver. Con un poco de suerte, puede que Townsend hiciera una reserva para ella en el mismo vuelo.

El sargento mostró su curiosidad.

– ¿Se trata de su novia actual?

– Dímelo tú. ¿Conseguiste un nombre o una descripción cuando hablaste con su vecina?

El sargento negó con la cabeza.

– No la conocía en persona, solo dijo que seguramente la chica nueva habría sido la causa de la ruptura con Laura.

– O con Amy -puntualizó Tyler-. Todos damos por sentado que era la madre la que le interesaba.

El sargento frunció el ceño.

– No entiendo, jefe.

– Según el gerente del hotel, Franny Gough parece una cría de doce años por su aspecto y su forma de hablar. Es morena, menuda y «muy mona». Palabras textuales del gerente, no mías. ¿Te recuerda a alguien?

– ¡Joder!

– Bien. Townsend ha estado grabando vídeos de ella en una playa nudista, pero se largó el viernes por la mañana tras hablar con alguien llamado Martin y recibir después un mensaje, posiblemente un fax. -Tyler señaló la dirección de correo electrónico que Franny le había dado-. Intenta enviar un mensaje a Townsend a ver si pica. Dile que tienes que hablar con él sobre Laura y Amy Biddulph. Nada serio. Simplemente dile que necesitas el nombre y la dirección de cualquiera que hiciera amistad con ellas durante el tiempo que estuvieron viviendo con él.

– ¿Pongo un teléfono de contacto?

Tyler asintió con la cabeza.

– Dale mi móvil… dile que es el tuyo.

– ¿Qué quiere de él?

– Saber qué ha hecho durante las últimas veinticuatro horas -explicó Tyler antes de regresar a su despacho y cerrar la puerta tras de sí. Acto seguido, marcó el número de teléfono que Franny le había dado.

– ¿Diga? -preguntó una voz de mujer.

– ¿La señora Gough?

– Sí.

– Soy el inspector jefe Tyler, de la Jefatura de Policía de Hampshire. Llamo de parte de su hija.

Se produjo un breve silencio.

– ¿Qué ha hecho esta vez?

Ninguna muestra de preocupación por el estado de la chica, advirtió Tyler. Ningún «¿Se encuentra bien?», reacción habitual ante una llamada como aquella.

– La han abandonado en un hotel de Mallorca y el gerente no la dejará marchar hasta que se pague la cuenta. El gerente ha confirmado que no hay rastro del coche de alquiler ni de las pertenencias de su acompañante, así que creo que puede estar segura de que su hija dice la verdad.

– Edward Townsend, supongo.

– Ese es el nombre que ella me ha dado.

Tyler oyó el ruido de un mechero al encenderse al otro lado de la línea.

– ¿Y qué pinta la policía de Hampshire en esta historia?

– Estamos tratando de ponernos en contacto con el señor Townsend por otro asunto. Cuando el gerente descubrió que ya se había marchado, le pidió a Franny que me llamara.

– ¿Cuál es el otro asunto?

No había motivo para no decírselo, pues en breve se enteraría por boca de la propia Franny. En cualquier caso, Tyler necesitaba información.

– Se trata de la niña desaparecida, Amy Biddulph, que vivió seis meses en su casa.

La mujer soltó un largo suspiro… o una bocanada de humo. Por su voz firme resultaba difícil decir si sus sentimientos se veían alterados de un modo u otro.

– Se lo advertí a Francesca -comentó-, pero nunca me escucha. Está en la edad. Cree que puede controlarlo todo. -Su voz reflejaba indiferencia, como si estuviera hablando de un desconocido.

– ¿Conoce bien a Townsend?

– Apenas. Soy amiga de su primera esposa.

Tyler se hizo con otro pedazo de papel.

– ¿Podría decirme lo que sabe, señora Gough? Tal vez podría empezar por explicar por qué previno a su hija contra Townsend.

– Porque él tiene cuarenta y cinco, y ella dieciocho. ¿Necesito más razón que esa?

Tyler aprovechó la brusquedad de su tono.

– ¿Acaso existe otra razón?

– Nada que esté dispuesta a contarle a alguien que no conozco.

– Soy policía, señora Gough, y todo lo que me cuente será confidencial. Es urgente. Amy lleva desaparecida más de veinticuatro horas, y si sabe algo que pueda ayudarla necesitamos que nos lo diga.

– Usted no puede demostrar que es policía por teléfono y yo no puedo permitir que me demanden por difamación. Por lo que sé, usted bien podría ser un periodista.

Tenía razón, pero Tyler se preguntó cómo podía alguien mostrarse tan indiferente ante el destino de una niña. A la señora Gough le trae todo sin cuidado…

– Entonces, vayamos por partes. Le voy a dar el teléfono del Bella Vista, en Puerto Sóller. El gerente habla bien inglés y está dispuesto a tomar nota de su número de tarjeta de crédito por teléfono para pagar la cuenta y gestionar el viaje de vuelta de Francesca. También le voy a dar el número de la centralita de aquí. Cuando telefonee podrá verificar mi identidad y dejar un mensaje para que yo le llame. ¿Le resulta eso aceptable?

– No mucho.

– Se trata de su hija, señora Gough.

Se oyó una risa contenida al otro lado de la línea.

– Ya lo sé, y ojalá pudiera decir que no lo es. Puede que me sintiera menos culpable por mis defectos. ¿Tiene usted hijos, inspector? ¿Roban? ¿Beben? ¿Se acuestan con cualquiera? ¿Se drogan? -Eran preguntas retóricas, pues no esperaba recibir respuestas-. Cuando Francesca cumplió los dieciocho apoquiné cinco mil libras para pagar las facturas de móvil y de venta por correo, así como para reembolsar a los padres de dos amigas suyas el importe de los artículos cargados a sus respectivas tarjetas de crédito, cuyos números había utilizado para comprarlos por internet. He pasado por alto que me robara y le he montado un piso para que viviera por su cuenta y tuviera la oportunidad de demostrar que es responsable. Y lo único que yo esperaba a cambio de todo esto es que no contara nunca más con que yo la sacara de un apuro y ocupara la plaza universitaria que le han concedido. Y en lugar de eso se larga a Mallorca con el ex marido de mi mejor amiga y para colmo dice que mi enfado se debe a que estoy celosa. -Hizo una pausa-. Así que, dígame, inspector, ¿qué haría usted en mi lugar si un policía le llamara y le dijera que su hija está metida en un lío… otra vez?

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