– Depende del tipo de protesta. Tú y Gaynor os equivocáis si pensáis que los drogatas harán lo que les digáis. Podríais acabar en mitad de una revuelta y eso sí es para cagarse de miedo, Mel.
– ¿Y qué pasa con la niña desaparecida? Anoche la vieron en esta calle y todo el mundo cree que la tienen los pederastas.
– No seas imbécil -replicó Jimmy con sarcasmo-. ¿Qué haría una pareja de gays pervertidos con una cría? Venga, dímelo.
– Los pervertidos son pervertidos -aseveró Melanie dogmáticamente.
– Qué van a ser. Por esa regla de tres, yo me habría acostado con tíos en el trullo a falta de churris. A ti te gusta lo que te gusta, y no hay nada que hacer. Lo mismo ocurre con los pederastas.
– ¿Y tú cómo lo sabes?
– Porque tengo sesera y la utilizo. -Se dio un golpecito en la sien-. A ti y a Gaynor os trincarán por instigación como empiecen los chismorreos de mierda y alguien salga herido.
– Quizá no sepas tanto como crees.
Jimmy se encogió de hombros e inclinó la silla hacia atrás para mirar a Melanie.
– Muy bien. ¿Quién ha visto a la cría y qué había tomado? Dime que no ha sido ese retrasado de Wesley Barber, que se pasó cinco horas en una nave espacial extraterrestre, hasta el culo de ácido, y le sacaron hasta la última gota de esperma para crear una raza superior. -Jimmy se rió al ver la expresión de Melanie-. Piensa un poco, nena, y déjame comer en paz. No quiero que me revienten el culo por una burguesita blanca que a estas alturas casi seguro que estará muerta.
Melanie le dio un puñetazo en el brazo.
– Vas a ir, Jimmy. La concentración es en Glebe School y como no vengas conmigo la gente hablará.
– Dirás que las mujeres hablarán -señaló Jimmy cínicamente-. ¡Qué novedad! Joder, si se pasan el día sin mover el culo de la silla y desollando vivos a sus hombres.
– Menudo pelele estás hecho -le espetó Melanie con ánimo de irritarlo-. Te las das de Mike Tyson, pero en cuanto hay un problema sales corriendo.
– Ya, bueno, ahora mismo no puedo meterme en líos -dijo Jimmy. Dejó caer de nuevo las patas de la silla al suelo y, malhumorado, clavó el tenedor en la comida-. Tengo unos asuntos pendientes, y que me trinquen por acosar a un par de pervertidos para echarlos de su casa no entra dentro de mis planes.
– Cualquiera pensaría que sientes debilidad por ellos. -A Melanie le preocupaba su reputación. ¿Qué diría todo el mundo si su hombre no salía a la calle después de haberles contado lo duro que era?-. Creerán que acabaste más unido a ellos de la cuenta en el trullo y que empiezas a compadecerte de ellos.
Jimmy masticó en silencio durante un rato preguntándose lo cerca que estaría Melanie de la verdad. Ya se había comido bastante la olla por su primer compañero de celda y no tenía ganas de que se lo recordaran. El tipo, un profesor de música al que le quedaba poco tiempo de condena, le había enseñado notación durante las tres semanas que habían permanecido juntos. Era casi un genio, sabía todo lo que había que saber sobre jazz e imitaba el sonido de los instrumentos con la voz. Hacia finales de la tercera semana hacía ya el acompañamiento del rap de Jimmy, y este empezaba a plantearse una carrera legal en el mundo de la música. Llegaron incluso a grabar una maqueta en cinta. Todo iba bien hasta que se filtró el rumor de que a su compañero de celda lo habían encerrado por masturbar a algunos chicos de su escuela. Al cabo de dos días le rompieron todos los dedos en las duchas.
A Jimmy le costó tiempo superar aquello. El muy imbécil había intentado sobrevivir mezclado con los presos comunes después de que lo trasladaran desde una cárcel de máxima seguridad de la isla de Wight. Aseguraba que se encontraba allí por un fraude bancario, que era la clase de delito que un hombre culto podría haber cometido, pero alguien se chivó -seguramente un funcionario- y el tipo acabó en la unidad de protección para presos vulnerables. Jirnmy no volvió a verlo nunca más, aunque pensaba en él de vez en cuando. Fue el único tío que había conocido en la cárcel que le había caído bien de verdad, y le pareció bastante triste que le diera placer hacer pajas cuando la mayoría de los tíos preferían que se las hicieran.
– Que piensen lo que quieran -dijo a Melanie apartando el plato casi intacto de un manotazo-. Tengo cosas mejores que hacer que insultar a gritos a unos bichos raros.
Glebe School. Glebe Road. Urbanización Bassindale
Ya rondaban pandillas de jóvenes borrachos alrededor del patio delantero del colegio, bebiendo cerveza sin parar y mentalizándose para un posible enfrentamiento con los pervertidos. Entre ellos se pavoneaba como un idiota Wesley Barber, que fardaba de que iba a desollar vivos a los pederastas… a poner una bomba en la escuela… a atracar el economato… a destrozar a los maderos. Se movía inquieto como un perro olisqueando una perra en celo, y los otros chicos lo abuchearon cuando empezó a dar golpes de kárate en el aire imitando a Wesley Snipes en Demolition man y Blade.
– ¡Hostia, Wesley, eres un retrasado mental!
– ¿De qué vas, tonto del culo?
Colin Patterson y Kevin Charteris lo sacaron de allí a rastras.
– Tranquilízate, joder -le ordenó Colin, enfadado-. Mi madre se pondrá hecha una fiera como te oiga hablar así. Llamará a la poli si cree que vas a hacer alguna tontería. Se supone que es una marcha de protesta, capullo.
Colin se sentía valiente porque estaba borracho y le daba igual que el burro de Wesley fuera hasta las cejas de toda la mierda que vendían los camellos. Aun en el mejor de los días, Wesley estaba loco como un perro rabioso, y la mayoría de las veces Colin pasaba de meterse con él. Pero aquel día era distinto. Aquel día, como dijo Kev, necesitaban a un psicópata que hiciera el trabajo por Melanie.
Wesley trató de darles en los pies para que lo soltaran.
– Dijiste que íbamos a hacer la guerra contra esos pervertidos chupasangres -rugió Wesley como un niño en pleno berrinche-, que les íbamos a dar una lección a esos hijos de puta. ¿Estabas mintiendo o qué?
– Ya ves, colega, esta vez se le ha hecho polvo la cabeza -dijo Colin-. Mira qué ojos pone. Son como los de un puto zombi.
Kevin, el único de sus amigos que tenía cierto control sobre Wesley, le rodeó el cuello con el brazo y le torció la muñeca por la espalda.
– ¿Vas a mantener la boca cerrada, imbécil? -le susurró al oído-. Porque si no, no vas a acercarte a esos pervertidos. Ni tú ni ninguno de nosotros. Col tiene razón. Si su madre se huele el más mínimo problema no habrá manifestación, ni guerra, ni nada. ¿Lo pillas? Se acabará la diversión… y a ti te molerán a palos por haberle jodido el día a todo el mundo.
La locura se desvaneció en la mirada de Wesley con la misma rapidez con la que había brotado, y dio paso a una plácida sonrisa que poco a poco surcó su rostro.
– Estoy bien -dijo-. No tienes por qué llamarme imbécil, Kev. Ya lo he entendido. Solo es una manifestación. -Su rostro recobró de nuevo las facciones dulces que habían engañado ya a un buen número de jueces-. Solo vamos a hacerles saber a esos chupasangres que los hemos calado, ¿verdad?
– Eso es -respondió Kevin, y dejó que Wesley le agarrara la mano y la alzara a modo de un saludo-. Venga, Col, choca esos cinco con Wesley-ordenó al muchacho más joven-. Somos colegas, ¿no?
– Supongo -contestó Colin dándole una dolorosa palmada. Pero no estaba tan borracho como para no fijarse en la navaja automática que Wesley hacía girar en su otra mano.
Piso 506. Glebe Tower. Urbanización Bassindale
– Tengo que irme -anunció la agente Hanson al anciano senil que vivía en el lúgubre piso de la quinta planta de uno de los bloques de Bassindale-. Siento no poder haber servido de ayuda.
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