Minette Walters - La Ley De La Calle

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Acid Row es una barriada de viviendas baratas. Una tierra de nadie donde reina la miseria, ocupada por madres solteras y niños sin padre, y en la que los jóvenes, sometidos a la droga, son dueños de las calles. En este clima enrarecido se presenta la doctora Sophie Morrison para atender a un paciente. Lo que menos podía imaginar es que quien había requerido sus servicios era un conocido pederasta. Acaba de desaparecer una niña de diez años y el barrio entero parece culpar a su paciente, de modo que Sophie se encuentra en el peor momento y en el lugar menos indicado. Oleadas de rumores sin fundamento van exaltando los ánimos de la multitud, que no tarda en dar rienda suelta a su odio contra el pederasta, las autoridades y la ley. En este clima de violencia y crispación, Sophie se convierte en pieza clave del desenlace del drama.
Minette Walters toma en esta novela unos acabados perfiles psicológicos, al tiempo que denuncia la dureza de la vida de los sectores más desfavorecidos de la sociedad británica. Aunque su sombría descripción de los hechos siempre deja un lugar a la esperanza…
«La ley de la calle resuena como la sirena de la policía en medio de la noche. Un thriller impresionante.» Daily Mail
«Impresionante. Walters hilvana magistralmente las distintas historias humanas con la acción. Un cóctel de violencia terrorífico y letal.» The Times
«Una lectura apasionante, que atrapa, cuya acción transcurre a un ritmo vertiginoso… Una novela negra memorable.» Sunday Express
«Un logro espectacular.» Daily Telegraph

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– Nos alojamos en un hotel durante cinco semanas.

– ¿Por qué?

– Era anónimo.

– ¿Se escondía de Martin?

Laura se encogió de hombros.

– ¿Porque se habría llevado a Amy?

– Sí.

– ¿Quién pagaba el hotel?

– Lo pagaba de mis ahorros. -Laura hizo una pausa-. No podía trabajar porque no tenía con quién dejarla, y se nos estaba acabando el dinero. Por eso necesitaba a otra persona.

Tyler echó un vistazo a la cocina.

– ¿Por qué otro hombre? ¿Por qué no solicitó una vivienda de protección oficial y buscó a alguien que cuidara de Amy?

Laura se puso a trazar círculos de nuevo.

– No podía arriesgarme a que Amy le hablara al funcionario de vivienda de su padre. Me la habrían quitado si hubieran sabido que Amy tenía alguien más con quien vivir. -Sus labios esbozaron una leve sonrisa-. De todos modos, Martin es un esnob. Yo sabía que nunca vendría a buscarnos aquí. No se le habría pasado por la cabeza que yo pudiera estar dispuesta a vivir en una casa de protección oficial y trabajar en un supermercado con tal de librarme de él.

– ¿Qué opina Amy al respecto?

Incluso su hija sabe que se acuesta con él solo para tener un techo bajo el que dormir… '

– No lo sé. Nunca se lo he preguntado.

– ¿Por qué no?

– Usted ya ha visto la casa de Martin. -Laura le lanzó una rápida mirada escrutadora-. ¿Cuál habría elegido usted si fuera una niña de diez años?

Rogerson había hecho la misma pregunta después de enterarse del paradero de Amy en los últimos dos meses.

– En la de su marido, por supuesto, pero si eso es lo que quiere la niña debería tener la oportunidad de elegir. Tiene los mismos derechos que usted, Laura, y ser una prisionera de guerra entre sus padres no es uno de ellos.

– Si fuera una prisionera -replicó ella rápidamente-, estaría encerrada en su habitación, sana y salva, y usted y yo no estaríamos teniendo esta conversación.

– No es eso lo que quería decir, Laura.

– Sé lo que quería decir -murmuró ella, y subió el volumen de la radio para no oír la voz del inspector-. Pero está hablando por boca de Martin, así que quizá debería preguntarle a él qué es lo que él quiere decir.

«… doscientas personas de la zona se sumaron a la policía durante la noche en las labores de búsqueda por los parajes de los alrededores…»

«… la policía cree que Amy podría haberse dirigido a casa de su padre, en Bournemouth…»

«… están pidiendo a los propietarios de las casas del sur que miren en cobertizos, garajes, frigoríficos abandonados, casas en ruinas… sin perder la esperanza de que Amy haya podido quedarse dormida…»

«… el portavoz de la Asociación Nacional de Protección a la Infancia ha declarado que, si bien la desaparición de un menor supone una tragedia terrible, la opinión pública debería recordar que cada semana mueren dos niños por malos tratos y negligencia en sus propios hogares…»

«… el portavoz de la policía confirmó que habían visitado a todos los pederastas fichados de Hampshire en las ocho horas siguientes a la desaparición de Amy…»

«… ninguna pista…»

SÁBADO, 28 DE JULIO DE 2001

10.00 – 19.00

Capítulo 6

Sábado, 28 de julio de 2001.

Glebe Road. Urbanización Bassindale

Melanie Patterson compartía un cigarrillo con su madre en un banco junto a la entrada del economato de Glebe Road. Era el ritual de todos los sábados por la mañana, durante el cual aprovechaban para ponerse al día antes de hacer la compra juntas. Era como en los viejos tiempos, cuando aún vivían juntas. Gaynor se tumbaba en el sofá, con Melanie acurrucada a su lado, y se dedicaban a arreglar el mundo mientras bebían una cerveza y fumaban un cigarrillo a medias. Siempre habían estado muy unidas y no entendían por qué los de servicios sociales las agobiaban tanto con lo de su familia, cada vez más numerosa.

Gaynor era una version mayor de su hija, no tan alta, pero con la misma melena rubia y exuberante y los mismos ojos azules y brillantes. Su quinto hijo había nacido seis meses después que la sobrina del crío, Rosie, pero a ningún miembro de los Patterson le resultaba particularmente extraño. No había lógica en ninguna de las generaciones de la familia. La bisabuela de Melanie, madre de diez hijos, no nació hasta cinco años después de la muerte de su hermano mayor en la Primera Guerra Mundial; sin embargo, tenía su fotografía junto a la cama y hablaba como si se estuviera más unida a él que a cualquiera de los hermanos que le quedaban vivos. Y quizá así fuera, porque los hombres de la familia tenían fama por su espíritu guerrero («Llevan sangre irlandesa en las venas -decía siempre la bisabuela, estableciendo un vínculo indirecto con algún antepasado lejano que había atravesado el mar hasta Liverpool en el siglo xix-. Antes los verías luchando que en casa metidos en la cama…») y las mujeres de la familia por sacar a sus amantes del aburrimiento («… nuestro Señor no nos habría dotado de útero si no hubiera querido que lo llenáramos»).

Era una opinión que compartían Melanie y su madre. Las mandonas de las asesoras sanitarias podían decir misa sobre la anticoncepción, pero la maternidad respondía a una necesidad básica para ambas. Como había ocurrido en el largo linaje femenino que las precedía. Entre las mujeres Patterson nunca se había tenido la impresión de que el sentimiento de realización personal se basara en conseguir un empleo fijo y ganar dinero. El papel de la mujer consistía en tener hijos, sobre todo cuando otra persona estaba dispuesta a pagar por ellos. De hecho, el logro más perfecto de Gaynor era ese, su hija mayor, a la que profesaba un amor que se veía correspondido en igual medida. Los hombres entraban y salían de sus vidas, pero la fidelidad entre ellas se mantenía inquebrantable. Estaban de acuerdo en todo. Amores, odios, creencias, prejuicios, amigos y enemigos.

Al enterarse por Melanie el sábado anterior de que habían alojado a unos pederastas al lado de la casa de sus nietos, Gaynor reaccionó con un enfado previsible.

– Qué rabia da -exclamó Gaynor-. Los de servicios sociales no tienen ningún derecho a plantarte a unos psicópatas en la calle y esperar que vigiles a tus hijos las veinticuatro horas del día. Eso significa que los pervertidos son más importantes que tú, Rosie y Ben juntos… y eso no está bien, cariño. A los hombres así deberían encerrarlos de por vida… así de sencillo. -Dio una calada al cigarrillo y se lo pasó a su hija-. No quiero que ni tú ni los niños corráis peligro -añadió Gaynor con repentina decisión-. Tendréis que veniros a casa. Tú y los crios podéis ocupar la habitación de Colin, y él puede irse a la de Bry y el pequeño Johnnie.

Melanie negó con la cabeza.

– A Jimmy lo soltarán en un par de días. Él cuidará de nosotros. De todos modos, son los pervertidos esos los que deberían irse, no nosotros… eso fue lo que le dije a la imbécil de vivienda; le solté que los de servicios sociales tenían una jeta que se la pisaban, que primero nos sermoneaban sobre -Melanie pintó unas comillas en el aire- «la crianza de los hijos» y luego nos plantaban a unos putos pederastas en la calle sin decírselo a nadie. Y la tía va y me dice que si no dejo de decir palabrotas me cuelga el teléfono.

– ¡No se atrevería!

– Pues la muy capulla al final me colgó. Le dije que si pensaba que decir palabrotas era peor que asesinar a criaturas es que no estaba bien de la chota. Y que seguro que a ella no le haría gracia que el ayuntamiento mandara a vivir a unos pervertidos al lado de su casa. Entonces salió con las típicas chorradas de siempre… que ella no sabía de qué hablaba yo… que eso no era responsabilidad suya… que la persona con la que debía hablar era mi asistenta social. Yo tenía un cabreo de la hostia y le solté que si ella no movía un puto dedo para sacarlos de aquí seríamos nosotros, los habitantes de la calle, los que lo haríamos por ella. Vaya, que no tienen a nuestros hijos en muy alta estima si les parece bien que unos viejos verdes les puedan joder cuando les salga de los huevos… y ahí es cuando me colgó…

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