Robert Doherty - La Cuarta Cripta

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La Cuarta Cripta: краткое содержание, описание и аннотация

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El experimento más escalofriante de todos los tiempos está a punto de comenzar. El presidente lo ignora por completo. La prensa también. Se trata de un experimento secreto, que se está llevando a cabo en una base militar de Nuevo México y que puede resultar catastrófico. Nadie sabe nada tampoco sobre el inquietante hallazgo de un arqueólogo en la Gran Pirámide de Egipto, que puede cambiar el mundo. Lo único cierto en esta cadena de enigmas y revelaciones que hielan la sangre es que algo terrible está por ocurrir, una catástrofe que la consejera en asuntos científicos del presidente deberá evitar, cueste lo que cueste.

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Se deslizaba de una roca a otra y de vez en cuando se agarraba a los arbustos. Había aprendido a escalar en Alemania y ese lugar no era técnicamente muy difícil. La oscuridad resultaba un problema pero su vista se iba adaptando.

Al cabo de cuarenta y cinco minutos alcanzó la cima de la montaña. Luego se dirigió hacia el oeste, siguiendo la línea de la cadena de montañas que había visto horas antes al llegar a la ciudad. Ahora se movía más rápidamente pues el camino era en bajada. Todavía le dolía la cabeza y sentía como si un terrible dolor le perforara el cerebro, yendo de un lado para otro. ¿Qué era aquella pirámide? Estaba claro que no era obra del hombre. Sabía que estaba relacionada con los agitadores y la nave nodriza. ¿Por qué estaba conectada a los cuerpos de las cubas? ¿Qué demonios estaba ocurriendo ahí abajo?

Vio las luces de Dulce a su izquierda y hacia allí se dirigió, ladera abajo, para alcanzar el extremo oeste de la ciudad. Cuando la sierra llegó al valle pasó por delante de las primeras casas. De vez en cuando un perro ladraba pero Turcotte se movía rápidamente, sin preocuparse de los civiles.

Atisbo una cabina telefónica en la parte exterior de una bolera cerrada y corrió hacia ella. Descolgó el auricular y marcó el número que la doctora Duncan le había dado. Tras el segundo tono, una voz mecánica le informó de que el número no estaba en servicio. Turcotte pulsó hacia abajo la palanca metálica para colgar y luego marcó otro número con un código de zona 910. Fort Bragg, California del Norte.

– Coronel Mickell -respondió una voz dormida.

– Señor, aquí Mike Turcotte.

– Dios mío, Ture. -La voz se despertó-. ¿Qué cono has hecho?

– No lo sé, señor. No sé qué está pasando. ¿Qué ha oído usted?

– No sé una mierda, sólo que alguien te quiere dar por culo. Una de esas instituciones de muchas letras, ha puesto una orden de «Atrapar y Detener» contra ti. Casi me da algo cuando apareció eso en mis archivos de lectura.

Mickell era el subcomandante de la Comandancia de Entrenamiento del Cuerpo de Élite en Front Bragg y, además, un viejo amigo.

– ¿Puede usted ayudarme, señor?

– ¿Qué necesitas?

– Necesito saber si alguien existe de verdad y, si lo es, quiero contactar con ella.

– Dame su nombre.

– Duncan. Doctora Lisa Duncan. Me dijo que era la asesora presidencial de una cosa llamada Majic12.

Mickell lanzó un silbido.

– Tío, estás en un buen lío. ¿Cómo puedo ponerme en contacto contigo?

– No lo sé, señor. Estaré en contacto con usted.

– Vigila la espalda, Ture.

– Sí, señor.

Turcotte colgó lentamente el teléfono. No estaba del todo seguro de que Mickell lo protegiera. No sabía por qué el teléfono de la doctora Duncan no funcionaba. Era el único modo e comunicación que le habían dado al infiltrarse y ya se encontraba fuera de servicio al cabo de un par de días. Eso no era bueno. Nada bueno. Además, esa noche acababa de matar a es hombres.

– Mierda -dijo Turcotte en voz baja y se preguntó qué demonios era aquella pirámide.

Se frotó la frente. Había jugado sus últimas cartas. Al pensarlo, tuvo que admitir que las únicas personas en quienes odia confiar iban de camino hacia Utah, al encuentro que había preparado. No quería ir allí, pero era el único lugar donde odia ir.

Miró alrededor. Había un camioneta de reparto aparcada n la calle. La cabeza le dolía mucho. Turcotte buscó profundamente en su interior, confiando en los años de duro entrenamiento. Sabía sacar fuerzas de donde la mayoría no encontraba nada. Y se encaminó hacia la camioneta de reparto.

Capítulo 26

CARRETERA 64, NOROESTE DE NUEVO MÉXICO. 70 horas, 40 minutos.

Johnny Simmons empezó a chillar y, por más que Kelly se esforzaba, no lograba hacerlo callar. Decidió abrazarlo y lo mantuvo quieto mientras le susurraba palabras de consuelo al oído.

La salida de la instalación fue más sencilla que la entrada. Volvieron a la camioneta, pasaron por delante del guarda confiado y luego cambiaron de furgoneta. Después de devolver al conductor todavía inconsciente a su propio vehículo, entraron en su camioneta y volvieron a la ciudad sobre sus pasos para luego girar a la izquierda, hacia la carretera 64.

– ¿No puede hacer que se calle? -preguntó Von Seeckt desde el asiento del conductor, mirando por el espejo retrovisor.

– Yo también chillaría -respondió Kelly, molesta- si hubiera permanecido encerrada en aquella cosa durante cuatro largos días. Limítese a conducir. Nadie puede oírlo excepto nosotros.

Johnny se calmó y pareció caer en un letargo o, Kelly pensó, en la inconsciencia. Se volvió hacia Nabinger, que tenía sus manos envueltas en una toalla teñida de sangre. Kelly sacó el botiquín de primeros auxilios.

– ¿Qué le ha ocurrido, profesor?

– Había algo que quería tener y se encontraba en una urna de cristal. No pude encontrar la llave, así que rompí el cristal -respondió Nabinger.

– ¿No podía haber empleado otra cosa que no fuera su mano para romper el cristal? -preguntó Kelly mientras cubría la herida con gasa y esparadrapo.

– Tenía prisa -respondió Nabinger. Al cabo de un momento, añadió-: No pensé en mis manos.

– ¿Qué era eso tan importante? -quiso saber Kelly.

Nabinger desenvolvió con cuidado algo que llevaba en su chaqueta. Sostenía una pieza de madera, levemente curvada, de medio metro de largo, treinta centímetros de altura y dos centímetros de grosor. Incluso con la escasa luz de la parte trasera de la camioneta, Kelly vio que en ella había pequeños caracteres grabados.

– Es una tabla «rongorongo» de la isla de Pascua -dijo Nabinger-. Hay muy pocas ¿sabe? Sólo se conoce la existencia de veintiuna. Ésta debe ser una que había escondida.

– ¿Y esto qué es? -preguntó Kelly señalando con el dedo las fotografías en papel satinado que los dos hombres habían cogido.

De mala gana, Nabinger dejó de mirar la tabla para observar las fotografías apiladas.

– Von Seeckt dice que éstas son las fotografías que fueron tomadas por el primer equipo que entró en la caverna de la nave nodriza. Encontraron piedras planas grabadas con runa superior.

– ¿Y qué dicen? -preguntó Kelly mientras terminaba con una mano y empezaba a trabajar en la otra.

– Bueno, verá -repuso Nabinger mirando las fotografías-, esto no es como leer el periódico. Necesita su tiempo.

– Bien, pues ahora tiene un poco, así que a trabajar -dijo Kelly al terminar con la otra mano. Luego cogió un mapa de carreteras y localizó el lugar donde tenían que encontrarse con Turcotte.

– Tiene toda la noche -le informó-. Creo que deberíamos salir de esta carretera principal y tomar carreteras secundarias por las montañas en dirección hacia el oeste hasta que encontremos el punto de encuentro.

– ¿En cuánto tiempo estarán detrás de nosotros? -preguntó Nabinger.

– Ya están detrás de nosotros -comunicó Kelly-. Usted quiere decir, cuánto tiempo después de esta última aventura. Creo que nos irá bien. Sólo espero que Turcotte no haya tenido problemas.

– A mí no me preocupa que vayan detrás de nosotros -dijo Von Seeckt-. Lo que me importa es que sólo tenemos setenta y dos horas antes de que la nave nodriza emprenda el vuelo.

EL CUBO, ÁREA 51

El general Gullick no parecía un hombre que había sido despertado hacía cinco minutos. Su uniforme estaba bien planchado y su cara perfectamente afeitada. El mayor Quinn se preguntó si Gullick se afeitaba la cara y la cabeza antes de acostarse cada noche por si se daba una situación como la que se había producido aquella noche y así estar siempre listo para la acción. De repente, a Quinn se le ocurrió que tal vez el general no durmiera nunca. Tal vez simplemente descansara en la oscuridad, totalmente despierto, esperando la próxima crisis.

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