Robert Doherty - La Cuarta Cripta

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La Cuarta Cripta: краткое содержание, описание и аннотация

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El experimento más escalofriante de todos los tiempos está a punto de comenzar. El presidente lo ignora por completo. La prensa también. Se trata de un experimento secreto, que se está llevando a cabo en una base militar de Nuevo México y que puede resultar catastrófico. Nadie sabe nada tampoco sobre el inquietante hallazgo de un arqueólogo en la Gran Pirámide de Egipto, que puede cambiar el mundo. Lo único cierto en esta cadena de enigmas y revelaciones que hielan la sangre es que algo terrible está por ocurrir, una catástrofe que la consejera en asuntos científicos del presidente deberá evitar, cueste lo que cueste.

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– Sí, sí -convino Nabinger-. Pero se trata sólo de una raíz común para que yo pueda descifrar algo de este texto. Esto es…

– Profesor, es tarde -dijo Turcotte, poniendo una mano en el hombro de Nabinger-. Todos necesitamos dormir. Pero antes de hacerlo hemos de decidir cuál será nuestro próximo paso. Para hacerlo hemos de conocer lo que usted tiene, tan bien como usted haya sido capaz de obtenerlo.

– De acuerdo -asintió Nabinger-. En la caverna había dos piedras principales. Son las dos en las que me he centrado hasta el momento. Hay otras que estudiaré mañana. Esto es lo que tengo. Observen que he escrito signos de interrogación junto a ciertas palabras. Eso significa que no estoy totalmente seguro de…

– ¡Limítese a mostrárnoslo! -dijo Turcotte.

Nabinger mostró la primera página y la colocó bajo una lámpara de poca luz. Leyó:

«El jefe,(?), nave/barco negativo,(?), volar; motor/potencia,(?), peligroso; todas las señales negativas/malas,(?) y tiene que ser; negativo/paradas,(?); ha de ser pronto.»

– Esto tiene que hacer referencia a la nave nodriza -dijo Von Seeckt-. La palabra «negativo» con el signo de interrogación de la primera línea… ¿no sabe con seguridad qué significa esa palabra?

– Es un verbo -dijo Nabinger-. Podría ser «no puede», «no debe» o «no podrá».

– Eso no es muy importante -apuntó Turcotte-. Quiero decir, ¿qué pasa si esa maldita cosa se rompe? ¿No se podría decir «no podrá»? ¿Y si los alienígenas se quedaron y su triple plan A no contemplaba la Tierra? Tal vez por eso esa cosa no debería ponerse en marcha.

Kelly puso una mano en el hombro de Turcotte.

– ¿Lo ves? Has dicho «no debería».

– Difícil, ¿verdad? -dijo Nabinger.

– Sí -admitió Turcotte, rascándose la barba de tres días que llevaba-. Ya lo veo. De acuerdo, continúe.

«Los demás,(a)??? no quieren estar; salir antes de llegada,(b)???,(c)???; se mantiene firme; no contaminación/interferencia,(?) con,(palabra igual a humanos); hay que permitir el curso natural.»

– ¿Alguna idea de lo que iba a llegar? -preguntó Kelly. Todavía tenía la mano en el hombro de Turcotte.

– Es un símbolo especial. Uno que no había visto antes -dijo Nabinger-. Por el conjunto básico del símbolo diría que representa un nombre propio: un nombre concreto. He asignado a cada símbolo no identificado una letra distinta, que he colocado delante de los signos de interrogación, para mostrar que no se trata de la misma palabra. Como verán en la próxima página, uno de los símbolos de nombre se repite.

– Así que decidieron dejarnos solos -dijo Kelly.

– Pero evidentemente eso no ocurrió -dijo Von Seeckt-. La bomba tuvo que entrar en la pirámide de algún modo.

– Sí -corroboró Nabinger-. Y también la runa superior tuvo que dispersarse por el planeta. De alguna forma los hombres captaron algo de aquello. Probablemente porque no funcionó del modo en que lo habían planificado. Por lo visto, no todos estuvieron de acuerdo en quedarse en la Tierra. -Nabinger pasó la última página, y luego leyó:

«Decisión tomada en reunión,(c) ¿???; se prepara para implementar; desacuerdo; batalla; otros,(d)??? vuelan y huyen; cambio ha llegado; ha terminado; deber es,(e)????».

– ¿Así que lucharon entre ellos? -sugirió Kelly.

– Eso parece -dijo Nabinger.

– Y al final cumplieron su deber -dijo Turcotte.

– Pero no del todo -corrigió Von Seeckt -. Todavía hoy nos enfrentamos a las repercusiones.

– Tal vez sea una pregunta idiota -dijo Turcotte-. Pero, ¿por qué la gente que construyó la nave nodriza dejó sus mensajes en tablas de piedra?

– Porque quien fuera que fue abandonado aquí sólo tenía eso para trabajar.

– Esto es fabuloso -dijo Kelly-. Más fabuloso incluso que lo que hay en el Área 51. Esto significa que la historia no es la que pensamos que fue. Vaya, la evolución no es lo que pensamos. ¿Sabéis cómo puede afectar esto a la gente? ¿Y la religión? Y…

– No. -Von Seeckt no estaba de acuerdo-. Esto no es más fabuloso que lo que está ocurriendo en el Área 51. Ese es el problema principal. Porque en tres días intentarán hacer volar la nave nodriza, y la advertencia de la gente que abandonó la nave nodriza es que no hay que hacerlo. Tenemos que pararlo.

– Tengo otra pregunta tonta -dijo Turcotte. Los otros tres esperaron-. ¿Por qué Gullick tiene esa maldita prisa por volar la nave nodriza? Esto es lo que me intriga desde el principio.

– No lo sé -admitió Von Seeckt-. También me preocupó desde que se le ocurrió la idea de la cuenta atrás para hacerla volar. Era ridículo. Quería hacerla volar incluso antes de efectuar una serie de pruebas básicas en ella.

Turcotte notó un martilleo en el lado derecho de la cabeza.

– Hay algo que no funciona bien en todo esto.

– Desde que estuvieron en Dulce a principios de este año -dijo Von Seeckt-, todo cambió.

Turcotte pensó en la pirámide, en las cubas, en el resplandor dorado, en la pequeña esfera que destruyó el helicóptero en el que viajaba en Nebraska. Demasiadas piezas que no encajaban. La única cosa que tenía por cierta era que todo aquello lo sobrepasaba.

– Primero durmamos un poco -sugirió Turcotte-. Todos estamos cansados y después de unas horas de descanso podremos pensar mejor. Decidiremos qué hacer por la mañana. Todavía tenemos cuarenta y ocho horas.

Capítulo 28

HANGAR DOS, ÁREA 51. 42 horas tras la modificación .

El mayor Quinn parpadeó con fuerza en un intento por mantener sus ojos abiertos, que se cerraban por falta de descanso. Se subió el cuello de su chaqueta de GoreTex y se estremeció. Por la noche en el desierto hacía frío, y el viento que entraba por las ventanas abiertas del coche no ayudaba. El general Gullick iba al volante, y él en el asiento de copiloto; hacía diez minutos que habían abandonado el hangar uno y ahora se aproximaban a la base de Groom Mountain. Se preguntaba por qué el general había escogido precisamente el único vehículo del parque de coches que no tenía techo en lugar de uno de los otros. Pero sabía que era mejor no preguntar.

No había carretera. Nunca hubo alguna. Las carreteras podían distinguirse en las fotografías por satélite. Se habían mantenido a cierta distancia del camino hasta que giraron y se encaminaron directamente hacia la ladera. Ahora cruzaban el desierto y la suspensión del vehículo soportaba muy bien el terreno abrupto. Gullick se inclinó hacia adelante y comprobó su GPS, el sistema de localización en tierra, que estaba conectado a los satélites que tenían sobre sus cabezas. Este sistema les indicaba su localización en un radio de un metro y medio, incluso al desplazarse. Los faros del vehículo, muy semejante a un todoterreno, estaban apagados y Gullick empleaba las gafas de visión nocturna, un aparato que les permitía desplazarse sin que la vista normal pudiera distinguirlos. La red externa de seguridad era estricta: esa noche no se querían observadores indeseables en White Sides Mountain. Todos los espacios aéreos estaban siendo controlados minuciosamente por los dedos invisibles del radar para alejar los vuelos indeseables. Unos helicópteros armados estaban dispuestos en la línea de vuelo en la parte exterior del hangar uno. Aun así, Gullick no quería correr riesgos. Frenó cuando una figura surgió de la oscuridad. El hombre avanzó hacia el vehículo con un arma dispuesta. Al reconocer al general Gullick, hizo el saludo militar. Aun con las gafas de visión nocturna, el general era inconfundible.

– Señor, los ingenieros están ahí delante, debajo de aquella red de camuflaje.

Gullick aceleró. Quinn quedó aliviado cuando finalmente se detuvieron cerca de varios camiones aparcados debajo de la red de camuflaje del desierto. Un oficial se acercó al vehículo y saludó rápidamente.

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