– A la izquierda -dijo Kelly. Unas puertas dobles basculantes los esperaban al final de un pasillo corto. Se detuvieron y Kelly arqueó las cejas en señal de pregunta al oír que alguien tosía al otro lado.
– A la carga -susurró Turcotte.
– No tienes un gran repertorio de tácticas -respondió Kelly en voz baja.
Turcotte abrió de un golpe las puertas y entró. Una mujer mediana edad vestida con una bata blanca estaba inclinada sobre un objeto negro rectangular que le llegaba a la altura de1 pecho. Llevaba el pelo atado en un moño y miraba a través: unas gafas.
– ¿Quiénes son ustedes? -preguntó.
– ¿Johnny Simmons? -preguntó Turcotte.
– ¿Qué? -respondió la mujer, desviando luego los ojos hacia el objeto negro.
Turcotte avanzó hacia ella y miró hacia abajo. Parecía un ataúd de gran tamaño. Había un panel en la parte superior, y o era lo que la mujer había mirado.
– ¿Qué es esto? -preguntó.
– ¿Quiénes son ustedes? -La mujer los miró-. ¿Qué tan haciendo aquí?
Unos cuantos cables caían del techo y entraban en la parte superior de la caja negra. Algunos de los cables eran transparentes y por ellos corrían fluidos. Se dirigió hacia la mujer.
– Sáquelo de ahí.
– ¿Johnny está ahí? -dijo Kelly mirando fijamente la caja. Se acercó y tomó un portapapeles que colgaba de un clavo. Comprobó los papeles.
– Ahí hay alguien -dijo Turcotte-. Estos son tubos de ero. No sé qué llevan, pero ahí dentro hay alguien.
– Es Johnny -afirmó Kelly sujetando el portapapeles.
– Sáquelo de aquí-repitió Turcotte.
– No sé quiénes son ustedes -empezó a decir la mujer-, ro…
Turcotte desenfundó su Browning High Power Pulsó el gatillo con el pulgar.
– Tiene cinco segundos o le meteré una bala en su pierna izquierda.
La mujer se quedó mirándolo.
– No se atreverá.
– Lo hará -dijo Kelly-. Y si él no lo hace, lo haré yo. ¡Abra eso ahora mismo!
– Uno, dos, tres. -Turcotte bajó el cañón apuntando hacia la pierna de la mujer.
– ¡De acuerdo! ¡De acuerdo! -La mujer levantó las manos-. Pero no puedo abrirlo así como así. El shock mataría el obj… -calló-, el paciente. Tengo que hacerlo de la forma apropiada.
– ¿Cuánto tiempo? -preguntó Turcotte.
– Quince minutos para…
– Hágalo en cinco.
En el otro extremo de aquel piso de las instalaciones, Von Seeckt y el profesor Nabinger se encontraban frente a un tesoro intelectual. Los archivos estaban a oscuras cuando abrieron la puerta. Cuando Nabinger encontró el pulsador de la luz, iluminó una sala llena de grandes archivadores. Al abrir los cajones encontraron fotografías. Los cajones estaban etiquetados con números que no significaban nada para ninguno de ambos. En el extremo de la habitación había una puerta acorazada con una pequeña ventana de cristal. Von Seeckt miró a su través.
– Ahí dentro están las tablas originales de piedra de la caverna de la nave nodriza -dijo-. Pero en estos archivos tiene que haber fotografías de ellas.
Nabinger ya estaba abriendo cajones.
– Aquí hay la misma runa superior del lugar de México que Slater me mostró -dijo Nabinger mostrando unas copias en papel satinado de veinticinco por cuarenta centímetros.
– Sí, sí -respondió Von Seeckt en tono ausente, abriendo un cajón tras otro-. Pero tenemos que encontrar la que ella no le mostró, la de la caverna de la nave nodriza. No creo que nuestro capitán Turcotte tenga mucha paciencia en cuanta hayamos rebasado el límite de los cinco minutos.
Nabinger empezó a registrar los cajones deprisa.
Las manos de la mujer temblaban mientras trabajaba en el panel. Ya había desconectado la mayoría de los cables y realizaba algunas comprobaciones.
– ¿Qué le han hecho? -preguntó Kelly.
– Es complicado -dijo la mujer.
– ¿DEM? -dijo Kelly deletreando las letras.
– ¿Cómo sabe eso? -repuso la mujer, rígida.
– Termine el trabajo.
La mujer pulsó una tecla y la caja empezó a hacer ruido.
– Podrá abrirse con seguridad en treinta segundos.
Von Seeckt permanecía inmóvil delante de un cajón, mirando detenidamente unas fotografías. Al final del pasillo, Nabinger se disponía a abrir el archivo siguiente cuando advirtió algo en la vitrina de cristal de la pared. Se acercó y miró el objeto que había dentro.
Von Seeckt sacó una gran cantidad de fotografías.
– Éstas son las fotografías de la caverna de la nave nodriza. Vayamos a reunimos con el capitán.
El pitido paró y la mujer señaló una palanca en un lado de la caja.
– Levántela.
Turcotte cogió la palanca roja y tiró de ella. La tapa salió de golpe y dejó ver el cuerpo desnudo de Johnny Simmons sumergido en una piscina con un líquido de color oscuro. Tenía agujas clavadas en los dos brazos y unos tubos salían de la parte inferior del cuerpo. Otro tubo colocado en la boca llevaba incorporado un material de plástico transparente para evitar que el fluido penetrara en la boca.
– Hay que quitar el tubo de oxígeno, los catéteres y el suero -dijo la mujer.
– Hágalo -ordenó Turcotte. Se volvió y vio a Von Seeckt y Nabinger en la puerta. Nabinger tenía las manos ensangrentadas y sostenía algo en su chaqueta.
– No estabais en… -Von Seeckt se interrumpió al ver el cuerpo dentro de la caja negra-. ¡Esta gente! Nunca paran. Nunca paran.
– Basta ya -ordenó Turcotte. La mujer ya había acabado. Él se inclinó y levantó a Johnny.
– Vamos.
– ¿Qué hago con ella? -preguntó Kelly.
– Mátala -dijo bruscamente Turcotte mientras se encaminaba hacia la puerta.
Kelly miró a la mujer.
– Por favor, no… -suplicó la mujer.
– Aquí empieza el cambio -dijo Kelly y disparó a la mujer con el arma paralizante.
Se apresuró a reunirse con los demás, que estaban ya dentro del ascensor. Turcotte apoyó a Johnny contra la pared y Kelly lo ayudó a sostenerlo con la rodilla.
Turcotte pulsó el botón con la letra G y el ascensor subió. Luego dio un golpecito a Nabinger en el pecho.
– Usted y Kelly lo llevarán a la camioneta.
– ¿Qué haces? -preguntó Kelly.
– Mi trabajo -respondió Turcotte-. Me reuniré con vosotros en Utah. En el Parque Nacional Capitol Reef. Es pequeño. Os encontraré.
– ¿Por qué no vienes con nosotros? -preguntó Kelly, sorprendida por la decisión de Turcotte.
– Quiero saber qué hay en el subnivel uno -repuso Turcotte-. Además, haré una maniobra de distracción para que podáis huir.
Los empujó hacia el aparcamiento y luego volvió a entrar en el ascensor.
– Pero… -Las puertas al cerrarse apagaron las palabras de Kelly.
Turcotte pulsó el botón del subnivel 2 y el ascensor regresó al lugar que acababa de dejar. Corriendo, se dirigió al cuerpo del guarda y comprobó su estado. Arrastró el cuerpo hasta la puerta del ascensor para impedir que se cerrara. Luego abrió la mochila que contenía el instrumental que había cogido de la camioneta. Sabía que disponía de poco tiempo hasta que sonara alguna alarma. Seguro que había algún tipo de control interno de los guardas, y cuando el guarda del subnivel 2 no respondiera… bueno, la cosa se estaba poniendo realmente emocionante.
Colocó sobre el suelo enmoquetado del ascensor dos cargas de aproximadamente medio kilo de explosivo C6 que había encontrado en la furgoneta. Moldeó el material, semejante a la plastilina, en dos semicírculos de medio metro de largo y los colocó en el centro del suelo, a unos siete centímetros de distancia entre sí. Insertó una cápsula explosiva no eléctrica en cada una de las cargas. En la camioneta ya había colocado hilo detonante dentro de cada fusible. Así pues, todo lo que debía hacer era atar los extremos del hilo detonante en un nudo y dejar suficiente espacio para luego poner el fusible de ignición M60. Este aparato medía unos quince centímetros de largo por dos y medio de diámetro y constaba de un anillo metálico colocado en el extremo opuesto del hilo detonante. Éste medía lo suficiente como para darle tiempo a entrar en el ascensor. Retiró al guarda inconsciente de las puertas y mantuvo abierta una de ellas con sus propias manos. Luego comprobó el reloj, habían transcurrido ya casi cinco minutos desde que había dejado a los demás en el aparcamiento. Tenían que estar cerca de la barrera metálica. Les daría dos minutos más y luego comenzaría el espectáculo. Los segundos pasaban muy lentamente.
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