Minette Walters - Las fuerzas del mal

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En el bello paisaje de la campiña inglesa, una adinerada familia debe enfrentarse a un destino que parece condenarla a la extinción. El viejo ha perdido a su mujer, mientras sus hijos Leo, un ludópata redomado, y Elizabeth, una promiscua alcohólica condenada al fracaso, apenas son una mácula dentro de la genealogía familiar. Deprimido y con el único apoyo de su fiel abogado Mark Ankerton, Lockyer-Fox también debe hacer frente a las habladurías de sus convecinos, que le acusan del supuesto asesinato de su esposa. Se avecinan tiempos difíciles para el coronel quien, además, ha decidido destapar un viejo secreto y encomendar a Mark la tarea de encontrar a una nieta entregada en adopción apenas nacer. Una lejana vergüenza que la familia Lockyer-Fox ocultó a cal y canto, para proteger la ya maltrecha reputación de Elizabeth.
En tanto, en las tierras que lindan con la propiedad del coronel se instala un grupo de nómadas con el objetivo de asentarse por un tiempo indefinido. A la cabeza del movimiento se encuentra un siniestro personaje a quien todos conocen como Fox Evil, un individuo capaz de hundir aún más si cabe los ánimos del coronel. Sólo la providencial visita de su nieta, convertida por los avatares de la vida en una joven capitana del ejército inglés, le ayudará a encarar el avispero emocional en el que vive su agotado corazón.

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Con todo respeto, usted no ha ofrecido ninguna refutación plausible de esta prueba, salvo decir que la señorita Squires es «una zorra desesperada que diría cualquier cosa porque le gusta el sargento detective Monroe» y que «las pruebas de las huellas dactilares fueron puestas allí para inculparlo». Eso no convencerá a un jurado ni a un juez, por lo que le pido que reconozca que mis esfuerzos para reducir los cargos contra usted podrían dar como resultado una sentencia moderada si con ello se evita que el coronel Lockyer-Fox y su familia tengan que sufrir más. Siguiendo el mismo criterio, el tribunal le mostrará mucha menos simpatía si obliga a la nieta del coronel a oír las acusaciones de incesto que, según las pruebas, son falsas.

Para concluir, me gustaría recordarle que también su abogado tiene derecho a negarse a defenderlo. Entiendo sus numerosas frustraciones, sobre todo en cuanto al procedimiento de divorcio, la pérdida de amigos y la imposibilidad de tener libertad de movimientos, pero no tengo la obligación de soportar el tipo de lenguaje que usted ha empleado esta mañana. Si eso vuelve a ocurrir, me veré obligado a solicitarle que acuda a otro colega.

Atentamente,

Gareth Hockley

Treinta y dos

Principios de noviembre de 2002

Nancy aparcó junto a la casa del guarda y echó a andar a través del huerto. Estaba muy cambiado en comparación a la última vez que ella había estado allí, casi un año atrás, cuando en Bovington le habían dado permiso para recuperarse en su hogar de Herefordshire. Su intención había sido regresar en verano pero le fue imposible. En lugar de eso, la habían vuelto a destinar a Kosovo.

Habían removido los canteros y un túnel de polietileno protegía las verduras invernales del hielo y el viento. Nancy abrió la puerta que daba al patio italiano de Ailsa. En las tinas habían sembrado crisantemos, ásteres y pensamientos perennes, y alguien había barrido el piso de adoquines y había pintado la puerta y las ventanas de la trascocina. Había bicicletas infantiles recostadas en la pared y se oía música en la cocina.

Abrió la puerta de la impecable trascocina y la atravesó de puntillas hasta llegar al lugar donde se encontraba Bella preparando unos canapés. Su aspecto en nada había cambiado desde la última vez que Nancy la había visto, vestida de púrpura, tan ancha como una casa, con el cabello muy corto teñido con agua oxigenada.

– Hola, Bella -saludó desde la puerta.

La mujer dio un salto de alegría y corrió hacia ella para cerrar sus brazos en torno a la cintura de Nancy en un gran abrazo de oso.

– Sabía que vendrías. Mark pensó que te escabullirías en el último minuto pero yo le dije que de eso, nada.

Nancy se rió.

– Lo habría hecho si no me hubieras inundado el buzón de voz con tus mensajes. -Dejó que la llevaran a la cocina-. ¡Vaya! -dijo al contemplar las paredes recién decoradas-. Es impresionante, Bella… hasta huele bien.

– Es un trabajo hecho con amor, cariño. Pobre mansión. Nunca le hizo daño a nadie pero, sin duda, ha sido testigo de muchos sufrimientos y tribulaciones. He cambiado la mayoría de las habitaciones de la planta baja… nueva decoración… y con buen gusto. El coronel cree que todo ha mejorado… pero no me deja utilizar el color púrpura. -Puso sus manos a los lados del rostro de Nancy-. ¿Qué es eso de entrar por la puerta de atrás? Eres la invitada de honor. Engrasé la puerta principal para que no chirriara.

Nancy sonrió.

– Pensé que sería más fácil aparecer por el pasillo y mezclarme con los demás antes de que alguien detectara mi presencia.

– ¡Imposible! Mark ha estado dando vueltas por la casa como un oso con migraña y el coronel vigila el reloj desde ayer a mediodía. -Bella se volvió para llenar una copa de champán-. Aquí tienes, haz acopio de valor. Estás preciosa, cariño. No sabía que tuvieras piernas.

Nancy se alisó la falda en un gesto automático.

– ¿Cómo está James?

– Bien. A veces tiene bajones, pero cuando llegan tus cartas vuelve a levantar el ánimo. Se preocupa por ti. Revisa continuamente los periódicos para cerciorarse de que no ha habido actividad enemiga en tu sector. Siempre está al teléfono hablando con tu madre y tu padre, buscando noticias. ¿Te dijeron que vinieron de visita?

Nancy asintió.

– Creo que mi madre dio a Zadie y a Gray un curso rápido de poda.

– Y convenció al coronel de que los matriculara un día a la semana en una escuela agrícola que está carretera abajo. De hecho, están aprendiendo muy rápido. En verano recolectamos nuestras propias verduras. -Apretó la mano de Nancy-. ¿Te dijo que Wolfie había venido? Los de la asistencia social lo dejan venir de visita una vez al mes. Le va muy bien… tiene una gran casa… le encanta la escuela… ha crecido quince centímetros. Siempre pregunta por ti, quiere ir al ejército cuando crezca.

Nancy tomó un sorbito de champán.

– ¿Está aquí?

– Claro que sí… junto con su madre y su padre de acogida.

– ¿Habla de lo ocurrido?

– A veces. Ni se inmutó cuando Fox murió. Me dijo que era algo bueno si significaba que ninguno de nosotros tenía que ir a juicio. Creo que todos nos sentimos así, más o menos.

– Sí -aceptó Nancy.

Bella volvió a su tarea de preparar los canapés.

– ¿Te dijo Mark que Julian Bartlett ingresó en prisión hace dos semanas?

Otro gesto de asentimiento.

– Dijo que cambió su declaración y alegó problemas personales como circunstancias atenuantes.

– Sí, como intentar mantener a una esposa y una amante a la vez. -Bella rió entre dientes-. Parece que llevaba años haciéndolo… Los maderos encontraron a un par de antiguas amantes en Londres e investigaron una estafa que había maquinado en contra de su compañía.

Nancy parecía divertirse.

– ¿Lo sabía Eleanor?

– Probablemente no. Ella mentía sobre los ingresos de su marido, pero Martin calcula que simplemente intentaba defenderse. Tu abuelo no le tiene la menor simpatía. Dice que mientras más mentía sobre cuánto valía Julian, más atractivo lo hacía para las mujeres que se lo querían robar.

– Espero que lo esté lamentando ahora -se rió Nancy.

– Seguramente. Encerrada sola en ese caserón… Puedo asegurarte que apenas sale… Demasiada vergüenza… El bocado más amargo, eso es lo que digo. Se lo merecía.

– ¿Y qué hay de los Weldon? ¿Siguen juntos?

– Más o menos. Dick es una buena persona. En cuanto te fuiste, vino a disculparse, dijo que no esperaba que el coronel perdonara a Prue, pero que tenía la esperanza de que pudiera aceptar el hecho de que él desconocía lo «ocurrido. No hay duda de que ella se quedó de una pieza cuando se descubrió todo. Apenas abre la boca, por miedo a decir algo inconveniente.

Nancy movió la cabeza de un lado a otro.

– Aún no entiendo que Julian creyera que podría salirse con la suya.

– Martin dice que intentó dar marcha atrás cuando descubrió que Mark estaba aquí. Para eso llamó a Vera. En el registro de su móvil aparecía la llamada, pero o bien la vieja no pasó el mensaje, o Fox no le hizo caso.

– ¿Y por qué no llamó a Fox?

– Sabía lo bastante de móviles para no marcar nunca el número de Fox. -Abrió el horno y extrajo unos bollos calientes rellenos de chorizo-. Es un estúpido. Sacó bastante provecho de las joyas de Ailsa y de lo que Vera hurtó de las habitaciones en las que el coronel no entraba nunca… y se volvió codicioso. ¿Sabes lo que cree Martin? Dice que eso ocurrió porque Julian nunca recibió castigo por su estafa… en lugar de eso, la compañía pagó para que se callara. Una pésima lección. Se hace a la idea de que robar es fácil… se larga de allí, se junta con tíos como Bob Dawson y Dick Weldon, y piensa que la gente de Dorset tiene serrín en la cabeza. Mantiene la nariz bien alta hasta que el dinero comienza a acabarse… entonces un día se tropieza con Fox en el bosque y piensa: «¡Bingo! Yo conozco a este desaprensivo».

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