Mark levantó la mano para coger el guante y se lo puso.
– Sólo conozco aparatos que funcionan con electricidad -dijo-. Déme un microondas y carne precocinada, y estaré en el séptimo cielo. Esto es demasiado complicado para mí.
Ella soltó una risita.
– Es usted el candidato ideal para un curso de supervivencia. Tendría una perspectiva de la vida totalmente nueva si lo abandonaran en medio de una selva durante una tormenta tropical con un fuego que no se enciende.
– ¿Qué haría usted?
– Comer gusanos crudos… o no comer. Eso depende de cuánta hambre tenga y de la resistencia del estómago.
– ¿A qué saben?
– Son asquerosos -dijo ella, poniendo un plato en el escurridor-. Las ratas están bien… aunque tienen poca carne y muchos huesos.
Se preguntó si se estaría burlando de él por llevar una vida tan normal.
– Prefiero seguir con el microondas -dijo él, amotinándose.
Nancy le lanzó una mirada divertida.
– No se puede decir que eso sea vivir peligrosamente, ¿verdad? ¿Cómo sabría de qué es capaz si no se prueba a sí mismo?
– ¿Tengo necesidad de hacerlo? ¿Por qué no puedo limitarme a enfrentarme a un problema cuando se presente?
– Porque usted nunca le aconsejaría hacer eso a un cliente -dijo ella-. Al menos espero que no lo haga. Su consejo sería totalmente opuesto… busque toda la información que pueda a fin de defenderse de lo que le hayan lanzado. De esa manera está menos dispuesto a subestimar la oposición.
– ¿Y sobrestimar la oposición? -preguntó Mark con irritación-. ¿Acaso no es igual de peligroso?
– No veo cómo. A mayor cautela, más seguridad.
Mark pensó que ella había regresado a las preguntas en blanco y negro.
– ¿Y si se trata de su propio bando? ¿Cómo sabe que no está sobrestimando a James? Asume que es duro por lo que resistió hace cincuenta años, pero ahora es un anciano. Ayer las manos le temblaban tanto que no podía ni levantar un vaso.
– No estoy hablando de su fortaleza física, me refiero a su fortaleza mental. -Puso las últimas piezas de la vajilla en el escurridor y desconectó el aparato-. El carácter de la gente no cambia porque envejezca. -Buscó un trapo-. En todo caso, se acentúa… La madre de mi madre fue toda su vida un marimacho… y cuando cumplió ochenta años, se convirtió en un megamarimacho. La artritis reumatoide no le permitía caminar pero su lengua seguía moviéndose. La ancianidad está relacionada con la ira y el resentimiento, no con partir mansamente al olvido… es el grito de Dylan Thomas de «arder y despotricar al terminar el día». ¿Por qué James tendría que ser la excepción? Es un combatiente… ésa es su naturaleza.
Mark le quitó el trapo de las manos y lo colgó en la barra del Aga para que se secara.
– La suya también.
Ella sonrió.
– Quizás eso lo lleva el trabajo. -Él abrió la boca para decir algo y ella levantó un dedo para hacerlo callar-. No vuelva a hablarme de mis genes -le dijo con firmeza-. Mi individualidad corre peligro de ser tragada por su obsesiva necesidad de explicarme. Soy el complicado producto de mis circunstancias… no el resultado predecible y lineal de una cópula accidental ocurrida hace veintiocho años.
Los dos sabían que estaban demasiado próximos. Ella lo advirtió en el destello de alerta que brilló en los ojos de Mark. Él lo vio en la forma en que el dedo de ella se deslizó a pocos centímetros de su boca. Nancy dejó caer su mano.
– Ni se le ocurra -dijo, mostrando los dientes en una sonrisa semejante a la de un zorro-. Ya tengo suficientes problemas con el cabrón de mi sargento como para añadir el abogado de mi familia a mi lista de problemas. Usted no debería estar aquí, señor Ankerton. Yo vine a hablar con James.
Mark levantó las palmas de ambas manos en gesto de rendición.
– Es culpa suya, Smith. No debería llevar una ropa tan provocativa.
Nancy soltó una carcajada.
– Me vestí intencionadamente como un macho.
– Lo sé -murmuró él, poniendo las tazas en una bandeja-, y mi imaginación echa humo. No he dejado de preguntarme cuánta suavidad se esconde bajo el blindaje.
Wolfie se preguntaba por qué los adultos eran tan estúpidos. Intentó prevenir a Bella de que Fox sabría que habían tenido visita -Fox lo sabía todo-, pero ella lo hizo callar como a los demás.
– No contemos nada de esto -dijo ella-. No tiene sentido que se moleste por nada. Le hablaremos de la reportera… con eso basta… todos sabíamos que la prensa iba a meter la nariz tarde o temprano.
Wolfie negó con la cabeza ante aquella ingenuidad, pero no discutió.
– No se trata de que quiera que mientas a tu padre -le dijo, agachándose y dándole un abrazo-, pero no se lo digas, ¿eh? Se pondrá como una moto si se entera de que hemos dejado entrar a extraños en el campamento. Es mejor que no lo haga, si queremos construir casas aquí.
El niño le acarició la mejilla con la mano.
– Está bien. -Ella era como su madre, siempre esperando lo mejor aunque eso nunca ocurría. Debía saber que nunca tendría una casa allí, pero necesitaba soñar, pensó. De la misma manera que él necesitaba soñar que algún día se escaparía-. No olvides volver a atar la cuerda -le recordó.
¡Cristo! Se le había olvidado. ¿Qué vida había vivido aquel niño para que estuviera al tanto de todos los detalles? Le escrutó el rostro y encontró una sabiduría y una inteligencia muy superiores a su inmadurez física; se preguntaba por qué no lo había detectado antes.
– ¿Hay algo más de lo que deba acordarme?
– La puerta -dijo, en tono solemne.
– ¿Qué puerta?
– La puerta de Lucky Fox. Dijo que habitualmente estaba abierta. -Wolfie sacudió la cabeza ante la expresión intrigada de ella y añadió-: Eso quiere decir que tienes un lugar donde esconderte.
Los temblores regresaron a la mano de James cuando Nancy le dijo que tenía que irse, pero no intentó disuadirla. El ejército era un patrón duro, fue todo lo que dijo ella mientras se volvía para mirar por la ventana. El anciano no la acompañó hasta la puerta, así que Mark y ella se despidieron en el umbral.
– ¿Cuánto tiempo planea quedarse? -le preguntó ella, mientras se ponía el gorro y se subía la cremallera de la chaqueta de vellón.
– Hasta mañana por la tarde. -Le dio una tarjeta-. Si le interesa, ahí tiene mi correo electrónico, el teléfono fijo y el móvil. Si no, espero verla la próxima vez.
Nancy sonrió.
– Usted es uno de los buenos, Mark. No son muchos los abogados que pasarían la Navidad con sus clientes. -Sacó un trozo de papel del bolsillo-. Ese es el número de mi móvil… pero no tiene por qué interesarle… piense más bien en algo así como «por si acaso».
Él le sonrió, burlón.
– ¿Por si acaso qué?
– Alguna urgencia -replicó ella con sobriedad-. Estoy segura de que él no se sienta todas las noches en la terraza por diversión… y también que esos nómadas no se encuentran aquí por casualidad. Cuando estaba fuera del autocar los oí hablar sobre un maníaco, y por la manera en que se comportaba el niño se referían a su padre… ese tal Fox. No puede ser una coincidencia, Mark. Con ese nombre debe de tener algún vínculo. Eso explicaría lo de las bufandas.
– Sí -dijo él lentamente, pensando en el cabello rubio y los ojos azules de Wolfie. Dobló el trozo de papel y se lo guardó en el bolsillo-. Por mucho que valore su oferta -dijo-, ¿no tendría más sentido llamar a la policía en caso de urgencia?
Nancy abrió la puerta de su Discovery.
– De todos modos… la oferta sigue en pie si quiere aprovecharla. -Se sentó tras el volante-. Regresaré mañana por la tarde -dijo con timidez, inclinándose hacia delante para meter la llave de contacto y que él no pudiera verle la cara-. ¿Podría preguntar a James si está de acuerdo y mandarme un mensaje con la respuesta?
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