– Claro que sí -asintió Nancy, haciéndole un gesto a James-. Podemos pasarlo por delante de nosotros.
El anciano se desplazó para dejar sitio y tendió una mano para guiar a Wolfie adelante, pero el niño retrocedió.
– Yo no voy -dijo.
– Nadie va a hacerte daño, cariño -dijo Bella.
Wolfie se encogió todavía más, dispuesto a huir.
– Fox dijo que era un asesino -balbuceó, mirando a James-, y yo no quiero estar en el fondo del autocar en caso de que sea verdad. Por ahí no hay salida.
Hubo un silencio incómodo que únicamente fue roto cuando James se echó a reír.
– Eres un chico listo -dijo al niño-. Si yo estuviera en tu lugar tampoco me iría al fondo del autocar. ¿Fue Fox quien te enseñó cosas sobre las trampas?
Wolfie nunca había visto tantas arrugas en torno a los ojos de una persona.
– No digo que yo crea que usted es un asesino -le dijo-. Sólo estaba diciendo que estoy alerta.
James asintió.
– Eso quiere decir que tienes sentido común. El perro de mi mujer tropezó con una trampa no hace mucho. Tampoco pudo escapar.
– ¿Qué le pasó?
– Murió. De hecho, tuvo una muerte muy dolorosa. La trampa le rompió la pata, y le aplastaron el hocico con un martillo. Me temo que el hombre que lo capturó no era una buena persona.
Wolfie retrocedió de repente.
– ¿Cómo sabe que fue un hombre? -preguntó Ivo.
– Porque el individuo que lo mató lo dejó en mi terraza -dijo James, volviéndose para mirarlo-, y era demasiado grande para que una mujer pudiera con él, o al menos eso es lo que siempre he creído.
Sus ojos se posaron, pensativos, sobre Bella.
– A mí no me mire -dijo ella, indignada-. No soporto la crueldad. De todas maneras, ¿qué tipo de perro era?
James no respondió.
– Un gran danés -dijo Mark, preguntándose por qué James le había contado que el perro había muerto de viejo-. Anciano, medio ciego… el perro más dulce del mundo. Todo el mundo lo adoraba. Se llamaba Henry.
Bella se estremeció en un gesto de compasión.
– Eso es algo muy triste. Tuvimos un perro llamado Frisbee y un hijo de puta en un Porsche lo atropello… tardamos varios meses en sobreponernos. El muy imbécil se creía Michael Schumacher.
Un murmullo de simpatía recorrió la mesa. Todos conocían el dolor de perder a una mascota.
– Debe conseguirse otro -dijo Zadie, que era la dueña de los alsacianos-. Es la única manera de que el corazón deje de doler.
Hubo gestos de aprobación.
– Entonces, ¿quién es Fox? -preguntó Nancy.
Los rostros se demudaron de inmediato y la simpatía desapareció.
Ella miró a Wolfie, reconociendo los ojos y la nariz.
– ¿Qué tal tú, amigo? ¿Vas a decirme quién es Fox?
El chico sacudió los hombros varias veces. Le gustaba que lo llamaran «amigo», pero podía percibir las corrientes ocultas que se movían en torno al autocar. No sabía a qué se debían, pero había comprendido que todo sería muchísimo mejor si aquellas personas no estaban allí cuando Fox regresara.
– Es mi padre y se va a cabrear muchísimo porque ustedes han estado aquí. Me parece que deben irse antes de que regrese. Él no…, a él no le gustan los extraños.
James inclinó la cabeza, buscando los ojos de Wolfie.
– ¿Tendrás problemas si nos quedamos?
Wolfie se echó hacia delante, en una imitación inconsciente.
– Seguro que sí. Mire, él tiene una navaja y no es con usted con quien se va a cabrear… puede que la tome con Bella… y eso no es justo, porque ella es una buena señora.
– Umm… -James se irguió-. En ese caso creo que debemos marcharnos. -Le hizo una leve reverencia a Bella-. Gracias por permitirnos hablar con usted, señora. Ha sido una experiencia muy instructiva. ¿Puedo darle un consejo?
Bella lo miró durante unos segundos y después asintió con brusquedad.
– Sí.
– Pregúntese por qué están aquí. Temo que les hayan contado sólo la mitad de la verdad.
– ¿Y cuál es toda la verdad?
– No estoy seguro del todo -dijo James lentamente-, pero sospecho que la raíz de todo esto se encierra en la aseveración de Clausewitz de que la guerra es una prolongación de la política por otros medios. -Contempló su gesto de perplejidad-. Si me equivoco, entonces no tiene importancia. Si no, mi puerta siempre está abierta.
Hizo un gesto a Mark y Nancy para que lo siguieran.
Bella agarró a Nancy por la manga.
– ¿A qué se refiere? -preguntó.
Nancy la miró.
– Clausewitz justificaba la guerra con el argumento de que era un hecho político… en otras palabras, no se trata sólo de brutalidad o sed de sangre. Hoy en día, es el argumento favorito de los terroristas para justificar sus actos… política por otros medios, o sea el terror, cuando falla la política legítima.
– Y eso, ¿qué tiene que ver con nosotros?
Nancy se encogió de hombros.
– Su mujer ha muerto y alguien mató a sus zorros y su perro -dijo-, así que tengo la impresión de que ustedes no están aquí por casualidad.
Se liberó de la mano de Bella y siguió a los dos hombres. Mientras se reunía con ellos al final de los escalones, un coche se acercó a la barrera, lo que hizo que los alsacianos comenzaran a ladrar. Los tres miraron un instante en aquella dirección pero, como nadie reconoció al ocupante y los guardianes se movieron con los perros para impedir la visión, se dirigieron hacia el camino que atravesaba el Soto y echaron a andar hacia la mansión.
Mientras buscaba su cámara, Debbie Fowler se maldijo por haber llegado demasiado tarde. Había cubierto la investigación sobre la muerte de Ailsa y por esa razón reconoció a James de inmediato. Eso, junto con la foto de Julian Bartlett, hubiera sido algo valiosísimo, pensó. Discordia en el corazón de la vida del poblado: el coronel Lockyer-Fox, implicado en una reciente investigación policial, visita a sus nuevos vecinos para mantener una charla cordial mientras el señor Julian Bartlett, enemigo de las plagas y cazador, amenaza con soltarles los perros.
Abrió la puerta del coche y salió arrastrando la cámara.
– Prensa local -dijo a los dos enmascarados-. ¿Quieren decirme qué pasa aquí?
– Si se acerca más, los perros la atacarán -avisó una voz de chico.
Ella se echó a reír mientras apretaba el disparador.
– Buena frase -dijo-. Si fuera malpensada diría que todo esto no es más que la representación de un guión.
Copia del Wessex Times, 27 de diciembre de 2001
PELEA DE PERROS EN DORSET
La reunión de caza del Boxing Day, en el oeste de Dorset, terminó en un caos después de que saboteadores organizados engañaran a los sabuesos para que siguieran rastros falsos. «Hemos tenido diez meses de veda y los perros han perdido práctica», dijo el cazador Geoff Pemberton mientras intentaba controlar su jauría. El zorro, la razón que se alega para este enfrentamiento de ideologías, siguió manteniéndose esquivo.
Otros participantes en la cacería acusaron a los saboteadores de intentar desmontarlos de forma deliberada. «Tenía el derecho de protegerme, a mí y a mi cabalgadura», di-jo Julian Bart-lett (en la foto) tras golpear a Jason Porritt, un «saboteador», de quin-ce años, con su fusta. Porritt, acariciándose el brazo lesio-nado, negó ha-ber obrado mal a pesar de su intento por agarrar las riendas del señor Bartlett. «Yo no estaba cerca de él. Vino hacia mí galopando porque estaba enojado.»
A medida que aumentaba la frustración lo hacía también el nivel de ruido, con referencias obscenas incluso. El comportamiento caballeroso de los jinetes y la elevada moralidad en la lucha por el bienestar de los animales fueron dejados de lado. Era un combate sobre el césped durante un deslucido derby local entre el Arsenal y los Spurs, cuando el deporte no es más que una excusa para que se produzca el altercado.
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