Minette Walters - Las fuerzas del mal

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En el bello paisaje de la campiña inglesa, una adinerada familia debe enfrentarse a un destino que parece condenarla a la extinción. El viejo ha perdido a su mujer, mientras sus hijos Leo, un ludópata redomado, y Elizabeth, una promiscua alcohólica condenada al fracaso, apenas son una mácula dentro de la genealogía familiar. Deprimido y con el único apoyo de su fiel abogado Mark Ankerton, Lockyer-Fox también debe hacer frente a las habladurías de sus convecinos, que le acusan del supuesto asesinato de su esposa. Se avecinan tiempos difíciles para el coronel quien, además, ha decidido destapar un viejo secreto y encomendar a Mark la tarea de encontrar a una nieta entregada en adopción apenas nacer. Una lejana vergüenza que la familia Lockyer-Fox ocultó a cal y canto, para proteger la ya maltrecha reputación de Elizabeth.
En tanto, en las tierras que lindan con la propiedad del coronel se instala un grupo de nómadas con el objetivo de asentarse por un tiempo indefinido. A la cabeza del movimiento se encuentra un siniestro personaje a quien todos conocen como Fox Evil, un individuo capaz de hundir aún más si cabe los ánimos del coronel. Sólo la providencial visita de su nieta, convertida por los avatares de la vida en una joven capitana del ejército inglés, le ayudará a encarar el avispero emocional en el que vive su agotado corazón.

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– Quizás ése sea el error. Quizá Jack ha estado usando el aparato equivocado.

Dick soltó un gruñido divertido.

– Siempre dije que el toro lo hubiera hecho mejor. La naturaleza tiene sus maneras de arreglar las cosas… los atajos son los que causan los problemas. -Tiró de ella y la abrazó-. Si te sirve de algo, chiquilla, nadie está más orgulloso de ti que yo. Has logrado más de nuestro hijo que nosotros en toda la vida. Ahora le confiaría mi vida… y eso es algo que no pensé nunca que haría. ¿Te dije que una vez quemó el establo porque se metió allí con sus amigos para fumarse un cigarrillo? Lo llevé caminando a la comisaría e hice que le entregaran una notificación. -Rió entre dientes, divertido-. No sirvió de mucho, pero hizo que me sintiera mejor. Créeme, Lindy, ha cambiado muchísimo desde que se casó contigo, y yo no te cambiaría por nada en el mundo.

Belinda estuvo llorando media hora hasta que se calmó y, varios vasos de vino después, cuando Julian llamó, Dick no estaba de humor para ocultar los trapos sucios.

– No creas nada de lo que te diga Ellie -dijo, borracho-. Es aún más imbécil que Prue. Las dos son obtusas y, además, malvadas. No sé por qué me casé con la mía… un bicho flaco sin tetas, hace treinta años… y ahora gorda como una diligencia. Nunca me gustó. Fastidiar, eso es lo único que sabe hacer. Te daré un consejo gratis… Si ella cree que voy a pagar los puñeteros gastos legales cuando la juzguen por calumnias e injurias, se va a encontrar con otro lío entre manos. Podrá pagarlo ella misma con lo que saque del divorcio. -Hubo una pequeña pausa en la que derribó su vaso-. Si eres listo, dile lo mismo al espinazo con el que te casaste. Según Prue, se ha dedicado a espantar a James para hacerlo salir de la guarida.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Que me jodan si lo sé -dijo Dick con cierto humor inconsciente-, pero apuesto a que a James no le gusta nada.

En la biblioteca, la curiosidad llevó a Fox a pulsar la tecla de inicio en la grabadora de mensajes. La voz de una mujer se escuchó por el amplificador. La reconoció de inmediato como la de Eleanor Bartlett. Aguda. Estridente. Vocales reveladoras, exageradas por la electrónica, que indicaban unos orígenes muy diferentes de los que ella pretendía tener.

«He conocido a su hija… he visto con mis propios ojos las consecuencias de su maltrato. Es usted un hombre repulsivo. Supongo que creyó que se iba a ir de rositas… que nadie lo sabría nunca porque Elizabeth mantuvo tanto tiempo el secreto… De todos modos, ¿quién iba a creerla? ¿Eso era lo que pensaba? Bueno, funcionó, ¿o no?… Pobre Ailsa. Qué terrible debe de haber sido para ella descubrir que no era la única víctima… no me sorprende que lo llamara enfermo mental… Espero que ahora esté asustado. ¿Quién va a creer que usted no la mató cuando la verdad salga a relucir? Todo se puede probar a través del niño… ¿Por eso exigió que Elizabeth abortara? ¿Por eso se enojó tanto cuando el médico dijo que era demasiado tarde?

Ailsa lo entendió todo cuando se acordó de las discusiones… cuánto debe de haberlo odiado…»

Fox dejó que la cinta corriera mientras registraba los cajones del escritorio. El mensaje de Eleanor dejó paso a uno de los de Darth Vader, seguido por otro más. Pulsó la tecla de stop y no se molestó en rebobinar. James había dejado de escuchar los mensajes cuando se dedicó a custodiar la terraza con su escopeta. Era poco probable que Mark Ankerton se diera cuenta de la diferencia entre dos monólogos de Darth Vader. Intentando ser objetivo, Fox reconoció que lo impactante no se debía a la repetición interminable de los hechos, sino a los cinco segundos de silencio antes de que Darth Vader se anunciara. Era un juego de paciencia que exasperaba los nervios del oyente…

Y Fox, que había visto demasiadas veces el rostro demacrado y las manos temblorosas del anciano en la ventana, sabía que el juego funcionaba.

La aproximación de Julian a su esposa fue mucho más sutil que lo que Dick había sido con Prue, pero contaba con la ventaja de que Eleanor había decidido no discutir con él acerca de su infidelidad. Reconoció que las tácticas de Eleanor consistían en esconder la cabeza en la arena y esperar a que el problema desapareciera. Eso le sorprendía: la naturaleza de Eleanor era demasiado agresiva para pasar a segundo plano, pero su conversación con Dick sugería un motivo que él ni había considerado: Eleanor no podía permitirse un alejamiento de su esposo si el abogado de James llevaba a cabo su amenaza de presentar una denuncia. Eleanor era consciente del valor del dinero, aunque no lo fuera de nada más.

La única teoría que nunca se le había ocurrido era que ella temiera la soledad. Para la mente lógica de Julian, una mujer que se sintiera vulnerable habría controlado su determinación a salirse siempre con la suya. Pero aunque hubiera averiguado la verdad, eso no cambiaba nada. Julian no era hombre que actuara por simpatía. No esperaba que actuaran así con él, así que ¿por qué los demás iban a esperar que se comportara de esa manera? En cualquier caso, sería un cretino si seguía manteniendo a una mujer dispuesta a arrastrarlo de tribunal en tribunal.

– Acabo de hablar con Dick -dijo a Eleanor cuando volvió a la cocina y mientras cogía la botella de whisky para examinar su nivel-. ¿No le estás dando a esto demasiado?

Ella se volvió de espaldas para buscar algo en la nevera.

– Sólo un par de tragos. Me muero de hambre, pero he preferido esperarte para comer.

– Habitualmente no lo haces. Por norma como solo. ¿Por qué hoy es diferente?

Ella siguió dándole la espalda mientras cogía de una balda un bol de coles de Bruselas del día anterior y lo llevaba a la cocina.

– Por nada -dijo con una risa forzada-. ¿Te apetece comer otra vez coles de Bruselas o prefieres guisantes?

– Guisantes -dijo Julian con malicia, mientras se servía otro vaso de licor y le añadía un poco de agua del grifo-. ¿Has oído lo que está haciendo esa imbécil de Prue Weldon?

Eleanor no respondió.

– Hace llamadas sucias a James Lockyer-Fox -prosiguió él, dejándose caer en una silla y contemplando la inexpresiva espalda de su mujer-. Al parecer de la variedad jadeante. No dice nada, sólo suspira y sopla al otro extremo del teléfono. ¿No es patético? Debe de ser por la menopausia. -Rió entre dientes, divertido; sabía que la menopausia era el peor miedo de Eleanor. Él trataba su crisis de madurez con rubias-. Como dice Dick, está gorda como una diligencia, así que ya no le interesa. ¿Y a quién le interesaría? Habla de divorcio… dice que prefiere que lo parta un rayo a mantenerla si la cosa acaba en los tribunales.

Las manos de Eleanor temblaban al retirar la tapa de una cazuela.

– ¿Sabías algo de eso? Sois muy buenas amigas… siempre con las cabezas juntas cuando entro en casa. -Hizo una pausa para que ella tuviera tiempo de responder-. ¿Sabes?, esas riñas que mencionaste -continuó, como quitándole importancia- entre Dick y el abogado de James… entre Dick y Prue… bueno, no tienen nada que ver con los nómadas. Dick no tuvo oportunidad de hablar sobre lo que pasa en el Soto; al contrario, le leyeron la cartilla sobre los jadeos de Prue. Cuando él intentó amonestarla, ella, la muy engreída, dijo que su comportamiento era perfectamente razonable. Es tan obtusa que cree que James no la ha acusado porque es culpable… a eso le llama «hacerlo salir de su guarida». -Otra carcajada, quizás esta vez más mordaz-. Verdaderas gilipolleces. Pobre Dick, me da lástima. No creo que eso se le haya podido ocurrir a una cretina como Prue… Entonces, ¿quién le está pasando toda esa mierda? Ese es el hijo de puta a quien habría que acusar de calumnias. Prue sólo es la subnormal que lo repite.

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